18 de ENERO – VIERNES –
1ª – Semana del T. O. –
Lectura de la carta a los
Hebreos (4,1-5.11):
HERMANOS:
Temamos, no sea que,
estando aún en vigor la promesa de entrar en su descanso, alguno de vosotros
crea haber perdido la oportunidad.
También nosotros hemos
recibido la buena noticia, igual que ellos; pero el mensaje que oyeron no les
sirvió de nada a quienes no se adhirieron por La fe a los que lo habían
escuchado.
Así pues, los creyentes
entremos en el descanso, de acuerdo con lo dicho:
«He jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»,
y eso que sus obras estaban
terminadas desde la creación del mundo.
Acerca del día séptimo
se dijo:
«Y descansó Dios el día
séptimo de todo el trabajo que había hecho».
En nuestro pasaje añade:
«No entrarán en mi
descanso».
Empeñémonos, por tanto,
en entrar en aquel descanso, para que nadie caiga, imitando aquella desobediencia.
Palabra de Dios
Salmo: 77,3.4bc.6c-7.8
R/. No olvidéis las acciones
de Dios
Lo que oímos y aprendimos,
lo que nuestros padres nos
contaron,
lo contaremos a la futura
generación:
las alabanzas del Señor, su
poder. R/.
Que surjan y lo cuenten a sus
hijos,
para que pongan en Dios su
confianza
y no olviden las acciones de
Dios,
sino que guarden sus mandamientos.
R/.
Para que no imiten a sus padres,
generación rebelde y pertinaz;
generación de corazón
inconstante,
de espíritu infiel a Dios. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Marcos (2,1-12):
CUANDO a los pocos días entró
Jesús en Cafarnaún, se supo que estaba en casa.
Acudieron tantos que no
quedaba sitio ni a la puerta. Y les proponía la palabra.
Y vinieron trayéndole un
paralítico llevado entre cuatro y, como no podían presentárselo por el gentío,
levantaron la techumbre encima de donde él estaba, abrieron un boquete y
descolgaron la camilla donde yacía el paralítico.
Viendo Jesús la fe que tenían, le dice al
paralítico:
«Hijo, tus pecados te
son perdonados».
Unos escribas, que
estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:
«¿Por qué habla éste
así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo uno, Dios?».
Jesús se dio cuenta
enseguida de lo que pensaban y les dijo:
- «¿Por qué pensáis eso?
- ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados” o
decir: “Levántate, coge la camilla y echa a andar”?
Pues, para que veáis que
el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados -dice al
paralítico-:
“Te digo: levántate,
coge tu camilla y vete a tu casa”».
Se levantó, cogió
inmediatamente la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y
daban gloria a Dios, diciendo:
«Nunca hemos visto una
cosa igual».
Palabra del Señor
1. La cuestión capital,
que se plantea en este relato, no es la curación de la
enfermedad, sino
el perdón de los pecados. La religión le metía a la gente en
la cabeza que, si
uno estaba enfermo, es porque había pecado. Así, los enfermos se tenían que
someter, no solo al médico, sino también al sacerdote.
La religión empeñada siempre en mandar y someter a la gente. Por
eso este episodio está redactado de forma que todo se orienta al desenlace, que
es la
admiración
general por la "potestad" que Dios ha concedido "a los
hombres", la potestad de perdonar pecados (Mt 9, 8).
No dice "a los sacerdotes". Por eso, los hombres de la
religión se indignaron.
La salud del enfermo no les importaba. Lo que les importaba era
mantener su poder sobre las conciencias de la gente.
2. Los letrados vieron en
aquello una blasfemia, una ofensa a
Dios tan grave, que estaba castigada con la lapidación (Lev 24, 16; Hech 6,
11). Y es
cierto que, en la
literatura de los rabinos (Midrash Salm.17 3; T. Levi 18, 9), se
afirmaba que
"Nadie puede perdonar las transgresiones, excepto Dios"). Pero
esto no excluye
lo que dice Lev 16 sobre el "día de la expiación" (yon kippur)
cuando el sacerdote realiza "la
gran reparación" en favor de todo Israel (W.Brueggemann). Es decir, Dios perdonaba el pecado, pero a
través de la mediación del sacerdote.
3. Pues bien, esto lo
modificó Jesús. Cuando los seres humanos se perdonan,
Dios ratifica y
da por válido ese perdón (Mt 18, 15-20; Jn 20, 23).
Jesús humaniza la religión. Dios está presente en cada ser humano.
Y eso, con todas sus consecuencias. Hasta identificarse Dios y el ser humano en
el perdón. Cuando nos perdonamos, Dios
nos perdona. La paz entre nosotros es
paz con Dios.
¿Qué sentido tiene que un marido ofenda a su mujer y vaya a
pedirle perdón
al sacerdote?
¿O que un patrono les robe a sus trabajadores y le pida perdón al
párroco, quedándose en paz si reza un rosario...?
Santa Prisca
En Roma, conmemoración de santa
Prisca o Priscila, nombre bajo el cual fue dedicada la basílica edificada en la
colina del Aventino (antes de 499).
En la literatura neotestamentaria ya
aparecen los nombres de Prisca y Priscila. Alguna vez agradece San Pablo la
entereza de alguna de ellas que puso su vida en peligro por defender la del
Apóstol. Con respecto al martirio de Prisca se entremezcla en el relato, como
veremos, la verdad y la ficción, la historia y la fábula.
Ha nacido en Roma y tiene 13 años.
Aún no ha dejado de ser una niña. Es de una familia ilustre. El juez la ha
recibido como cristiana descubierta y al verla tan niña piensa que es fácil
convencerla para que se convierta y apostate. Ante el templo de Apolo le hace
la sugerencia de ofrecer el sacrificio poniendo unos granos de incienso en el
fuego y todo el proceso habrá concluido. “Yo sólo soy de Jesucristo” sale de
sus labios con el suave timbre de voz de doncella y con la firmeza de un
curtido soldado.
En la cárcel la ponen para que medite
y haga el cambio. Corren los tiempos de Claudio.
El juez está ahora en un apuro; es
tan impopular ejecutar a una joven y tan difícil asimilar perder la partida con
quien tiene tan pocos años... Siempre habrá intercesores, mediadores ante el
juez y Prisca que está anclada en su decisión y va in crescendo su voluntad de
ser fiel.
Vienen conocidos llenos de
misericordia, prudentes llenos de compasión, amigos de la paz que rechazan la
violencia; todos ellos intentan bajarla de su propósito; le hablan de la
felicidad que le espera en la vida que sólo está empezando, le proponen una
existencia plagada de deleites, afirman sin rubor su belleza, restan
importancia al asunto del incienso e intentan suavizar la situación. Son los
mediocres de turno, los que se muestran como son por carencia de ideales; todo
es falso en su vida menos lo práctico que les reporta utilidad. Pero todo es
inútil.
Prisca termina su corta vida con la
cabeza cortada fuera de la ciudad. Fue enterrada en Vía Ostia el 18 de Enero.
Sus reliquias se conservan en Roma en la iglesia a la que da nombre. La
menciona en su lista el martirologio de San Gregorio y el martirologio romano.
¡Qué más dan los adornos posibles que
la leyenda acumula en los siglos sobre los detalles de su proceso y muerte! Que
importa si hubo o no morbo en el forzado proceso de reducción; si fue una o
tres veces la que estuvo en la cárcel; si su carne fue quemada con grasa
derretida; si su cuerpo fue o no rasgado con uñas de acero, ni si los azotes
fueron emplomados o no; si el fuego llegó a quemarla o se libró de modo
milagroso. Ni siquiera interesa el león que se volvió manso en el anfiteatro y
le lamió las manos y los pies. No importa el tormento del hambre, ni tampoco
los huesos descoyuntados. Sólo resalta en la historia la actitud altamente
llamativa, decidida, de enamorada que mantiene hasta la muerte una muchacha tan
madura que pospone el triunfo de su vida a la fidelidad a su Cristo, a su Dios.
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