20 de Enero – DOMINGO –
2ª – SEMANA DEL T. O. – C
Lectura
del libro de Isaías (62,1-5):
Por
amor a Sión no callaré,
por amor de Jerusalén no
descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee
como antorcha.
Los
pueblos verán tu justicia,
y los reyes tu gloria; te
pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor.
Serás
corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios.
Ya
no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi
predilecta», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu
tierra tendrá un esposo.
Como
un joven se desposa con una doncella, así te desposan tus constructores.
Como
se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo.
Palabra
de Dios
Salmo:
95,1-2a.2b-3.7-8a.9-10a.c
R/.
Contad las maravillas del Señor a todas las naciones.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la
tierra;
cantad al Señor,
bendecid su nombre. R/.
Proclamad día tras día su
victoria.
Contad a los pueblos su
gloria,
sus maravillas a todas
las naciones. R/.
Familias de los pueblos,
aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el
poder del Señor,
aclamad la gloria del
nombre del Señor. R/.
Postraos ante el Señor en
el atrio sagrado,
tiemble en su presencia
la tierra toda.
Decid a los pueblos: «El
Señor es rey:
él gobierna a los
pueblos rectamente». R/.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12,4-11):
Hermanos:
Hay
diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios,
pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que
obra todo en todos.
Pero
a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.
Y
así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con
inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe
el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A éste le ha
concedido hacer milagros; a aquél, profetizar. A otro, distinguir los buenos y
malos espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de
interpretarlas.
El
mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular
como él quiere.
Palabra
de Dios
Lectura
del santo evangelio según san Juan (2,1-11):
EN aquel tiempo, había
una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus
discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó
el vino, y la madre de Jesús le dice:
«No
tienen vino».
Jesús
le dice:
«Mujer,
¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora».
Su
madre dice a los sirvientes:
«Haced
lo que él os diga».
Había
allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos,
de unos cien litros cada una.
Jesús
les dice:
«Llenad
las tinajas de agua».
Y
las llenaron hasta arriba.
Entonces
les dice:
«Sacad
ahora y llevadlo al mayordomo».
Ellos
se lo llevaron.
El
mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los
sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al
esposo y le dice:
«Todo
el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en
cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».
Este
fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así
manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.
Palabra
de Dios
En vez de ayuno,
banquete de bodas.
El domingo pasado leímos el relato del bautismo de
Jesús. Si hubiéramos seguido el orden del evangelio de Lucas (base de este
ciclo C), hoy deberíamos leer el ayuno de Jesús en el desierto y las
tentaciones. Sin embargo, con un salto imprevisible, la liturgia cambia de
evangelio y nos traslada a Caná. ¿Por qué?
Las tres epifanías (o “manifestaciones”)
Para la mayoría de los católicos, solo hay una fiesta
de Epifanía, la del 6 de enero: la manifestación de Jesús a los paganos,
representados por los magos de oriente. Sin embargo, desde antiguo se celebran
otras dos: la manifestación de Jesús en el bautismo (que recordamos el domingo
pasado) y su manifestación en las bodas de Caná.
Un comienzo sorprendente
Si recordamos lo que ha contado hasta ahora el cuarto
evangelio, el relato de la boda de Caná resulta sorprendente. Juan ha comenzado
con un Prólogo solemne, misterioso, sobre la Palabra hecha carne. Sin decir
nada sobre el nacimiento y la infancia de Jesús, lo sitúa junto a Juan
Bautista, donde consigue sus primeros discípulos. ¿Qué hará entonces? No se va
al desierto a ser tentado por Satanás, como dicen los otros evangelistas.
Tampoco marcha a Galilea a predicar la buena noticia. Lo primero que hace Jesús
en su vida pública es aceptar la invitación a una boda.
¿Qué pretende Juan con este comienzo sorprendente?
Quiere que nos preguntemos desde el primer momento a qué ha venido Jesús. ¿A
curar unos cuantos enfermos? ¿A enseñar una doctrina sublime? ¿A morir por
nosotros, como un héroe que se sacrifica por su pueblo? Jesús vino a todo eso y
a mucho más. Con él comienza la boda definitiva entre Dios y su pueblo, que se
celebra con un vino nuevo, maravilloso, superior a cualquier otro.
El simbolismo de la boda: 1ª lectura (Is
62,1-5)
Para los autores bíblicos, el matrimonio es la mejor
imagen para simbolizar la relación de Dios con su pueblo. Precisamente porque
no es perfecto, porque se pasa del entusiasmo al cansancio, porque se dan
momentos buenos y malos, entrega total y mentiras, el matrimonio refleja muy
bien la relación de Dios con Israel. Una relación tan plagada de traiciones por
parte del pueblo que terminó con el divorcio y el repudio por parte de Dios
(simbolizado por la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia).
Pero el Dios
del Antiguo Testamento no conocía el Código de Derecho Canónico y podía
permitirse el lujo de volver a casarse con la repudiada. Es lo que promete en
un texto de Isaías:
“El que te hizo te tomará
por esposa:
su nombre es Señor de los ejércitos.
Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor;
como a esposa de juventud, repudiada –dice tu Dios–.
La primera lectura de hoy, tomada también del libro de
Isaías, recoge este tema en la segunda parte.
Para el evangelista, la presencia de
Jesús en una boda simboliza la boda
definitiva entre Dios e Israel, la que abre una nueva etapa de amor y fidelidad
inquebrantables.
El simbolismo del vino
En el libro de Isaías hay un texto que habría venido
como anillo al dedo de primera lectura:
“El Señor de los ejércitos prepara para todos los pueblos en este
monte
un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera;
manjares enjundiosos, vinos generosos”.
Este es el vino bueno que trae Jesús, mucho mejor que
el antiguo. Además, este banquete no se celebra en un pueblecito de Galilea,
con pocos invitados. Es un banquete para todos los pueblos. Con ello se amplía
la visión. Boda y banquete simbolizan lo que Jesús viene a traer e Israel y a
la humanidad: una nueva relación con Dios, marcada por la alegría y la
felicidad.
El primer signo de Jesús, gracias a
María
A Juan no le gustan los milagros. No le agrada la
gente como Tomás, que exige pruebas para creer. Por eso cuenta muy pocos
milagros, y los llama “signos”, para subrayar su aspecto simbólico: Jesús trae
la alegría de la nueva relación con Dios (boda de Caná), es el pan de vida
(multiplicación de los panes), la luz del mundo (ciego de nacimiento), la
resurrección y la vida (Lázaro).
Pero lo importante de este primer signo es que Jesús
lo realiza a disgusto, poniendo excusas de tipo teológico (“todavía no ha
llegado mi hora”). Si lo hace es porque lo fuerza su madre, a la que le traen
sin cuidado los planes de Dios y la hora de Jesús cuando está en juego que unas
personas lo pasen mal. Jesús dijo que “el hombre no está hecho para observar el
sábado”; María parece decirle que él no ha venido para observar estrictamente
su hora. En realidad, no le dice nada. Está convencida de que terminará
haciendo lo que ella quiere.
Juan es el único evangelista que pone a María al pie
de la cruz, el único que menciona las palabras de Jesús: “Mujer, ahí tienes a tu
hijo”, “Ahí tienes a tu madre”. De ese modo, Juan abre y cierra la vida pública
de Jesús con la figura de María. Cuando pensamos en lo que hace en la boda de
Caná, debemos reconocer que Jesús nos dejó en buenas manos.
La tercera Epifanía
El final del evangelio justifica por qué se habla de
una tercera manifestación de Jesús.
“Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y
creció la fe de sus discípulos en él.”
Ahora no es la estrella, ni la voz del cielo, sino Jesús
mismo, quien manifiesta su gloria. Debemos pedir a Dios que tenga en nosotros
el mismo efecto que en los discípulos: un aumento de fe en él.
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