22 DE ENERO - MARTES –
2ª – SEMANA DEL T. O. - C –
Lectura
de la carta a los Hebreos (6,10-20):
HERMANOS:
Dios
no es injusto como para olvidarse de vuestro trabajo y del amor que le habéis
demostrado sirviendo a los santos ahora igual que antes.
Deseamos
que cada uno de vosotros demuestre el mismo empeño hasta el final, para que se
cumpla vuestra esperanza; y no seáis indolentes, sino imitad a los que, con fe
y perseverancia, consiguen lo prometido.
Cuando
Dios hizo la promesa a Abrahán, no teniendo a nadie mayor por quien jurar, juró
por sí mismo, diciendo:
«Te
llenaré de bendiciones y te multiplicaré abundantemente»;
y así, perseverando,
alcanzó lo prometido.
Los
hombres juran por alguien mayor, y, con la garantía del juramento, queda
zanjada toda discusión.
De
la misma manera, queriendo Dios demostrar a los beneficiarios de la promesa la
inmutabilidad de su designio, se comprometió con juramento, para que, por dos
cosas inmutables, en las que es imposible que Dios mienta, cobremos ánimos y
fuerza los que buscamos refugio en él, aferrándonos a la esperanza que tenemos
delante. La cual es para nosotros como anda del alma, segura y firme, que
penetra más allá de la cortina, donde entró, como precursor, por nosotros,
Jesús, Sumo Sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec.
Palabra
de Dios
Salmo:
110,1-2.4-5.9.10c
R/. El
Señor recuerda siempre su alianza.
Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los
rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras
del Señor,
dignas de estudio para
los que las aman. R/.
Ha hecho maravillas
memorables,
el Señor es piadoso y
clemente.
Él da alimento a los que
lo temen
recordando siempre su
alianza. R/.
Envió la redención a su
pueblo,
ratificó para siempre su
alianza.
Su nombre es sagrado y
temible.
La alabanza del Señor
dura por siempre. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (2,23-28):
SUCEDIÓ que un sábado
Jesús atravesaba un sembrado, y sus discípulos, mientras caminaban, iban
arrancando espigas.
Los fariseos le
preguntan:
«Mira,
¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?».
Él
les responde:
«¿No
habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos
y con hambre, cómo entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote
Abiatar, comió de los panes de la proposición, que solo está permitido comer a
los sacerdotes, y se los dio también a quienes estaban con él?».
Y
les decía:
«El
sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo
del hombre es señor también del sábado».
Palabra
del Señor
1. Los seres humanos,
mientras estamos en este mundo, no
podemos escaparnos del espacio y el
tiempo. Siempre (y sin más remedio)
estamos en algún sitio (espacio) y en algún momento (tiempo). Solo se salen del
espacio y del tiempo quienes se van de este mundo. O sea, solo la muerte nos
saca del espacio y del tiempo. Por esto
se comprende que las religiones le concedan tanta importancia al espacio (el
templo) y al tiempo (el viernes [musulmanes], el sábado [judíos], el domingo [cristianos]).
Además, están los días de fiesta sagrada; o los sitios, ciudades,
edificios sagrados. Así, la religión se hace presente en la vida, en cada
cultura, en cada país, etc.
2. El peligro que esto
tiene está en que, con demasiada frecuencia, mucha gente religiosa confunde el
medio con el fin. El medio es la religión y sus prácticas. El fin es Dios, al
que la religión tiene que (o debe) llevarnos. Mucha gente identifica el medio y
el fin.
Es decir, hay gente que confunde la religión con Dios. Y por eso,
los que piensan así, cuando cumplen con la religión (en el "espacio"
y en el "tiempo"), por eso mismo se imaginan que han encontrado a
Dios. Y se llevan bien con Él.
3. Todo esto explica por
qué los dirigentes de la religión judía eran tan exigentes con la observancia
del descanso del sábado. Mientras que,
para Jesús, lo más importante no era someterse al descanso del sábado, sino que
los seres humanos pudieran comer en sábado.
Dicho de otra manera, para Jesús,
lo más importante
no era la religión, sino el ser humano.
Lo primero no era el descanso del sábado, sino remediar el sufrimiento
humano y hacer lo posible para que la gente fuera feliz. Por eso Jesús dijo que
"no se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre".
Es decir, no se hizo al hombre
para someterse a la religión, sino que se hizo la religión para que el
hombre sea más humano, más buena persona,
más feliz.
San Vicente mártir
San Vicente, diácono de Zaragoza y mártir, que durante la
persecución bajo el emperador Diocleciano hubo de sufrir cárcel, hambre, potro,
láminas candentes, hasta que, en Valencia, en la Hispania Cartaginense (hoy
España), voló al cielo a recoger el premio del martirio.
Vida
de San Vicente mártir
Huesca, con una iglesia
construida en el sitio de su casa natal, Zaragoza, donde estudió y desarrolló
su actividad apostólica y Valencia, teatro de sus atroces tormentos y testigo
de su glorioso triunfo, son las tres ciudades españolas que se disputan el
honor de ser la cuna de San Vicente. El relato de su «pasión» leído en las
iglesias, excitó la admiración universal. Algunos años después preguntaba
Agustín en la Hipona africana: "¿Qué región, qué provincia del Imperio no
celebra la gloria del Diácono Vicente? ¿Quién conocería el nombre de Daciano,
si no hubiera leído la pasión del mártir?". (Sermón 276). Los papas San
León Magno y San Gregorio celebraron al santo mártir en sus panegíricos, y San
Isidoro de Sevilla y San Bernardo, en sus escritos.
SUS
PADRES
Vicente era bello y
aristócrata. Oriundo de una familia consular de Huesca, es el prototipo del
ciudadano aragonés. Su padre, cónsul y su madre Enola, natural de Huesca, lo
confiaron a San Valero, obispo de Zaragoza, bajo cuya dirección hizo rápidos
progresos en la virtud. A los veintidós años, el obispo, que era tartamudo, le
eligió diácono y le confió el cuidado de la predicación con lo que Valero,
quedó en la penumbra. La actividad diaconal de Vicente se desarrolló durante
una época relativamente serena y pacífica, pues en 270 el emperador Aurelio
restableció la unidad del Imperio, y Diocleciano en 284 le dio una nueva
organización, que favorecía la expansión de la Iglesia. Así se pudo cimentar el
cristianismo en las regiones ya más evangelizadas y celebrar el Concilio de
Elvira, que manifiesta una cierta madurez de la Iglesia en la Bética, ya en el
300.
LA
PERSECUCIÓN DE DIOCLECIANO
Después se originó una nueva
y sangrienta persecución, decretada por los emperadores romanos reinantes,
Diocleciano y Maximiano, habían jurado exterminar la religión cristiana. En 303
se publica el primer edicto imperial: Todos los pobladores del imperio tenían
que adorar al “genio” divino de Roma, personado en el Cesar.
Para llevar a cabo los
edictos persecutorios, llega a España el prefecto Daciano, que permanece en la
Península dos años, ensañándose cruelmente en la población cristiana. Entra en
España por Gerona, y encargó el cumplimiento de los decretos imperiales al juez
Rufino, pasando él a Barcelona donde sacrificó a San Cucufate y a la niña Santa
Eulalia. De Barcelona pasó a Zaragoza. Arremetió contra los pastores para
amedrentar al rebaño. En Zaragoza mandó prender al obispo y al diácono Vicente,
pero no quiso entregarlos al suplicio. «Si no empiezo por quebrantar sus fuerzas
con abrumadores trabajos, estoy seguro de mi derrota», pensaba. Les cargó
pesadas cadenas, y ordenó conducirlos a pie hasta Valencia, haciéndoles padecer
hambre y sed. En el largo viaje, los soldados les afligieron con toda clase de
malos tratos.
CAMINO
DE VALENCIA
Vienen a Valencia, colonia
romana, por la Vía Augusta, extendida junto al Mediterráneo, para ser juzgados
por Daciano. Antes de entrar en la ciudad, los esbirros pasaron la noche en una
posada, dejando a Vicente atado a una columna en el patio, columna que se
conserva en la parroquia de Santa Mónica, donde es venerada por los fieles. Ya
en Valencia se les encerró en prisión oscura y se les dejó sin comer durante
varios días. Cuando juzgó Daciano que estaban quebrantados, los mandó llamar, y
se extrañó de que estuvieran alegres, sanos y robustos. Desterró al obispo y al
rebelde, que le ultrajaba en público, lo sometió al potro, para que aprendiera
a obedecer a los emperadores. Le desnudaron, y le azotaron con tal saña, que
las cuerdas y ruedas, rompieron los nervios del mártir; le descoyuntaron sus
miembros, y desgarraron sus carnes con uñas y garfios de hierro. El mismo
Daciano se arrojó sobre la víctima, y le azotó cruelmente. El cuerpo de Vicente
es desgarrado con uñas metálicas. Mientras lo torturaban, el juez intimaba al
mártir a abjurar. Vicente rechazaba sus propuestas: "Te engañas, hombre
cruel, si crees afligirme al destrozar mi cuerpo. Hay dentro de mí un ser libre
y sereno que nadie puede violar. Tú intentas destruir un vaso de arcilla,
destinado a romperse, pero en vano te esforzarás por tocar lo que está dentro,
que sólo está sujeto a Dios".
Daciano, desconcertado y
humillado ante aquella actitud, le ofrece el perdón si le entrega los libros
sagrados. Pero la valentía del mártir es inexpugnable. Exasperado de nuevo el
Prefecto, mandó aplicarle el supremo tormento, colocarlo sobre un lecho de hierro
incandescente. El grado supremo de la tortura era el lecho candente. A Daciano
le enfurecía la serenidad de Vicente y le asombraba y, hastiado de tanta
sangre, mandó devolverlo a la cárcel. Prudencio en su Peristephanon, describe
el calabozo oscuro donde, sobre cascos de cerámica y piedras puntiagudas, yace
Vicente con los pies hundidos en los cepos. Pero, de pronto, la cárcel se
ilumina, el suelo se cubre de flores y el ambiente de perfumes extraños. Se
rompen los cepos y las cadenas. Todo es como un retazo de gloria. El prodigio
conmueve la ciudad. El cruel torturador, ordena que curen las heridas del
mártir valeroso. Y mientras le curan, muere Vicente.
Nada puede quebrantar la
fortaleza del mártir que, recordando a su paisano San Lorenzo, sufre el tormento
sin quejarse y bromeando entre las llamas. Lo arrojan entonces a un calabozo
siniestro, oscuro y fétido "un lugar más negro que las mismas
tinieblas", dice Prudencio. Luego presenta el poeta un coro de ángeles que
vienen a consolar al mártir. Iluminan el antro horrible, cubren el suelo de
flores, y alegran las tinieblas con sus armonías. Hasta el carcelero,
conmovido, se convierte a Cristo.
CURARLO
PARA ATORMENTARLO
Daciano manda curar al mártir
para someterlo otra vez a los tormentos. Los cristianos le curan. Pero apenas
colocado en un mullido lecho, cubierto de flores, el espíritu vencedor de
Vicente vuela al cielo. Dios le llamó a su testigo, teñido aún con la sangre
martirial. Era el mes de enero del 304. El tirano, despechado, mandó arrojar a
un muladar el cadáver de Vicente para ser devorado por las alimañas. Un cuervo
lo defendió de los buitres y de las fieras. En el lugar donde fue tirado, se
alza hoy la parroquia de San Vicente Mártir de Valencia. En la cripta del
templo existe un mosaico impresionante, que representa al santo diácono muerto,
calzado con cáligas romanas. Ordena Daciano mutilar el cuerpo y arrojarlo al
mar.
TIRADO
AL MAR
Metido, pues, en un odre fue
arrojado al mar, atado con una rueda de molino, de donde le viene el sobrenombre
de “la Roda”. Las olas, más piadosas, lo devolvieron a la playa de Cullera
donde lo recogió la cristiana Ionicia, lo enterró y los fieles cristianos
comenzaron a venerarlo. Y el Ecl 51,1 pone en sus labios: "Me has salvado
de la muerte, detuviste mi cuerpo ante la fosa. Me salvaste de múltiples
peligros". El Señor le ha salvado, pero de otra manera... El es "el
grano de trigo, que si cae en tierra y muere, da mucho fruto" (Jn 12,24).
Su imagen es representada revestido de dalmática sagrada, con la palma del
triunfo en la mano y junto al potro y la rueda de su tortura, o con una cruz,
un cuervo y una parrilla. Es uno de los tres diáconos primeros que confesaron
con su sangre la fe: Esteban en Jerusalén, Lorenzo en Roma, Vicente en
Valencia. Su culto se extendió por toda la cristiandad.
Cuentan los relatos que
preservado en el muladar y salvado de las aguas, fue enterrado en un modesto
sepulcro junto a la vía Augusta, desde donde, como dice la Pasión litúrgica,
fue llevado a la Iglesia Madre y puesto bajo el altar, en el “digno sepulcro” a
que alude la misa mozárabe del santo. San Vicente llegó a ser el gran mártir de
la Iglesia de Occidente, como san Lorenzo lo fue de Roma y de Oriente san
Esteban, los tres diáconos. Las homilías de san Agustín predicadas en su fiesta
difundieron más todavía su memoria. El martirio de san Vicente fue la semilla
de la Iglesia en Valencia; en lugar de temor suscitó admiración, de modo que su
sepulcro fue el centro de la primera comunidad y, cuando esta se
institucionalizó y creció, el mártir se convirtió en el patrono de la misma y
su valedor durante los años oscuros de la dominación musulmana.
EL
PERISTEPHANON DEL POETA PRUDENCIO
El poeta Aurelio Prudencio
Clemente, nacido en Calahorra el año 348 en una familia de la aristocracia
hispano-romana, había ejercido el cargo de prefecto en importantes ciudades,
hasta que el emperador lo eligió para formar parte de su corte. Compatriota y
casi contemporáneo de Vicente, compuso un hermoso poema en el que canta su
martirio: Es el Peristéphanon, del cual estoy extrayendo datos y sorbiendo
inspiración. Prudencio era hombre de gran cultura, profundo conocedor de los
poetas clásicos, y heredero de una poesía latina cristiana, que surgida en el
siglo IV, fue elevada por él a su punto culminante. En el siglo VII, San
Isidoro de Sevilla, escribirá que puede ser considerado como el príncipe de los
poetas cristianos: «Este dulce Prudencio de una boca sin igual, tan grande y
tan famoso por sus diversas composiciones poéticas". La más amplia, la dedica
a exaltar la figura de los mártires, el Peristéphanon o libro De las coronas,
en la que sublima el culto literario de los mártires, amplificado ya en prosa
en la literatura cada vez más novelada de las Actas y, sobre todo, de las
Pasiones. Prudencio despliega en el Peristépfanon el arte de la narración
lírica y dramática teñido de cierto sabor popular, afirma J. Fontaine.
DIÁLOGO
CON LOS TORTURADORES
En el interrogatorio, entre
amenazas y coacciones, Vicente tuvo un gran protagonismo, tomando la palabra
por Valerio y confesando valientemente su fe: Hay dentro de mí Otro a quien
nada ni nadie pueden dañar; hay un Ser sereno y libre, íntegro y exento de
dolor. Eso que tú, con tan afanosa furia te empeñas en destruir, es un vaso
frágil, un vaso de barro que el esfuerzo más leve rompería. Esfuérzate, en
castigar y en torturar a Aquel que está dentro de mí, que tiene debajo de sus
pies tu tiránica insania. A éste, a éste, hostígale; ataca a éste, invicto,
invencible, no sujeto a tempestad alguna, y sumiso a sólo Dios.
Admirable fue la fortaleza
con que Vicente soportó tan terrible prueba. «Con clara reminiscencia
virgiliana, dice Prudencio, que Vicente elevó al cielo los ojos porque las
ataduras cautivaban sus manos:
Tenditque
in altum luminaria vincla palma presserant.
De este
tormento Vicente salió reforzado, y se le echa luego en un antro lúgubre».
La descripción de la cárcel,
hecha por Prudencio, sólo pudo ser descrita por un testigo ocular: Hay en lo
más hondo del calabozo un lugar más negro que las mismas tinieblas, cerrado y
ahogado por las piedras de una bóveda baja y estrecha. Reina allí una noche
eterna, que jamás disipa el astro del día; allí tiene su infierno la prisión
horrible. Pero Cristo no abandona a su siervo y se apresura a otorgarle el
premio prometido a la paciencia, puesta a prueba en tantos y tan duros
combates. «Y en este momento el numen de Prudencio se hincha, como una vela, en
un soplo pindárico... "Guirnaldas de ángeles ciñen con su vuelo la
tenebrosa mazmorra". Se cumplía la profecía de Cristo: "Os entregarán
a los tribunales, y os azotarán". Pero "no os preocupéis de lo que
vais a decir, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros" (Mt
10,17).
Hemos de tener coraje para
empezar desde cero y paciencia para aguardar a que el grano germine, y vaya
creciendo. A nosotros nos toca sembrar, al Dueño de la mies dar el crecimiento
(1 Cor 3,7). Dar valor a estas pequeñas cosas que hoy hacemos, y desechar las
tentaciones de ir por caminos de espectacularidad, amar la siembra anónima y
monótona, no agradecida, o desagradecida, sabiendo que ahí queda la semilla,
portadora de germen vivo de vida nueva.
VALENCIA
NO ES IGLESIA APÓSTOLICA
Las Iglesias más antiguas de
la España romana, fueron fundadas o por Apóstoles, o por discípulos de los
Apóstoles. No así Valencia, que estaba muy poco evangelizada, según afirma
Lorenzo Ríber: “La ciudad de Valencia, antigua colonia romana, conservó
tenazmente el culto de los dioses". La historia guarda silencio absoluto
sobre el anuncio del Evangelio en los tres primeros siglos. El martirio de san
Vicente en el año 304, es el primer testimonio cristiano de la Iglesia de
Valencia, con lo que el joven diácono viene a ser el padre en la fe de
Valencia. Como ocurrió en el resto de Hispania, los primeros cristianos en las
actuales tierras valencianas debieron ser militares de paso y comerciantes
provenientes del África romana, con la que existía una prolija red de
comunicaciones comerciales. Alguno de los primeros evangelizadores conocidos, eran
africanos. No podemos asegurar que hubiese una Iglesia constituida en torno a
un obispo, como en otras ciudades de Hispania, pero no debieron faltar en una
urbe tan bien comunicada como Valentia - situada entre Tarraco y Cartago Nova -
actividades de evangelización, de reuniones litúrgicas y catequéticas, aunque
fueran clandestinas, con la asistencia de algún presbítero local o itinerante.
SAN
VICENTE FUNDA LA IGLESIA DE VALENCIA
La Valencia cristiana entra
definitivamente en la historia con el acontecimiento del martirio del diácono
san Vicente a comienzos del siglo IV. Durante los tres primeros siglos de la
era cristiana no tenemos datos de vida cristiana no sólo en la ciudad de
Valencia y sus alrededores sino también en las otras ciudades del territorio
desde la desembocadura del Ebro hasta el sur de Alicante. No sabemos la forma
en que las persecuciones de los emperadores romanos durante los tres primeros
siglos afectaron a los cristianos de nuestra región. En el año 304, la ciudad
de Valentia es el primer lugar que entra documentalmente en la historia del
cristianismo con el martirio del diácono de Caesaraugusta, Zaragoza, Vicente.
Sobre el cuerpo de Vicente
enterrado en el surco, se levanta hoy la frondosa Iglesia Diocesana Valentina,
que también está necesitando una nueva evangelización. ¿Quién quiere ser ese
grano de trigo que cae, es olvidado, se pudre, pero que dará mucho fruto?
Ofrecerse a ser grano es fruto de la gracia, porque a la naturaleza le gusta
más cosechar que sembrar. Reza Dámaso, papa español y también poeta:
"Vicente, que por tus tormentos nos escuche Cristo".
LOS
REYES DE ARAGÓN
Casi siete siglos han de
pasar, para que arraigue y se extienda la devoción al protomártir valenciano
Vicente, propagada por los reyes de Aragón, que, desde la reconquista de
Valencia, se han acogido a su intercesión. Ellos fueron los que demostraron
interés por la basílica sepulcral del santo ubicada junto a la vía Augusta en
los aledaños de la ciudad de Valencia, en torno a la que se formaría un poblado
mozárabe, el arrabal de Rayosa, cuyo núcleo era la basílica de San Vicente de
la Roqueta, iglesia matriz y como catedral de los mozárabes valencianos.
En 1172 Alfonso II, que pobló
y dio fuero a Teruel, sitió a Valencia, y para levantar el cerco, exigió el
dominio la iglesia de San Vicente. También Pedro II demostró su devoción al
santo. Y su hijo, el rey D. Jaime I, heredó y superó, la devoción de sus
antecesores a aquel joven diácono, venerado en toda la Cristiandad, en la “era
de los mártires” de la persecución de Diocleciano. Y cuando el rey preparaba su
cruzada, y en los momentos más álgidos y arriesgados, encomendaba a San Vicente
la empresa.
San Vicente de la Roqueta fue
el primer lugar que ocuparon en 1238 las huestes de Jaime I cuando conquistó
Valencia. Llegaban desde el campamento del arrabal de Ruzafa. En su iglesia
quedaría luego, pendiente de la bóveda del presbiterio, el histórico estandarte
del "penó de la Conquesta”, “la Senyera”, que ondeó en la torre de Ali
Bufat o del Temple, como señal de rendición de la ciudad musulmana, y que
permaneció allí hasta que fue trasladado al Ayuntamiento. Cada año es bajado
por el balcón, porque la “Senyera” no se inclina ante nadie, para presidir la
procesión cívica hacia la Catedral para el Canto de Tedeum de acción de gracias
por la Conquista.
EL
REY DON JAIME EL CONQUISTADOR
El mismo Jaime 1 proclamó al
mártir Vicente “el santo protector de la reconquista de Valencia”, como “Santa
Maria”, bajo diversas advocaciones, y en Valencia, Nuestra Señora del Puig, lo
era para todos los reinos de España. Existe un documento del 16 de junio de
1263 conservado en el Archivo de la Corona de Aragón, cuyo texto traducido
dice: “Estamos firmemente convencidos de que Nuestro Señor Jesucristo, por las
oraciones, especialmente del bienaventurado Vicente, nos entregó la ciudad y
todo el reino de Valencia y los libró del poder y de las manos de los paganos.”
La gratitud del rey Jaime I a San Vicente permanecería viva y encendida hasta
el fin de sus días. Mandó construir una iglesia más grande y junto a ella, un
nuevo monasterio y un hospital para pobres y enfermos.
PATRÓN
PRINCIPAL DE VALENCIA
Valencia, compartiendo estos
sentimientos de gratitud, aclamó a San Vicente como a su principal patrón. Y
los magistrados de la Ciudad acordaron que el 9 de octubre de 1338, festa de
Sant Donís, se celebrase el primer centenario de la Conquista con una processó
general, la cual partirá de la Seu e irá a la esglesya del benaventurat mártir
San Vicent per fer laors y gracies de la dita victoria.
La Santa Sede declaró 2003
año santo en Valencia por la celebración de los 1.700 años de su martirio. Es
patrón de Valencia, Zaragoza y otras ciudades de España y Portugal. Se ha
podido obtener indulgencia en la Catedral de Valencia, la parroquia de Cristo
Rey, también en Valencia, donde fue inicialmente sepultado; las dos capillas
conocidas como «las cárceles de San Vicente», en la calle del mismo nombre y en
la plaza de la Almoina; y la iglesia de los Santos Juanes de Cullera.
LORENZO,
ESTEBAN, VICENTE - CORONA, LAUREL Y VICTORIA
La autenticidad de sus
virtudes, vividas heroicamente en la sencillez de su vida ordinaria, quedó
sancionada por su sangre derramada. Y la Iglesia correspondió a su eminente
servicialidad con el homenaje de su rápido culto: San León Magno en Roma, San
Ambrosio en Milán, San Isidoro en Sevilla y San Agustín en África son testigos
de la amplia difusión de su fama. Tres basílicas dedicadas a su culto en la
Roma medieval atestiguan la popularidad de su nombre. Es también uno de los
pocos mártires mencionados en el Calendario de Polemio Silvio. El Liber
Sacramentorum contiene una Misa en su honor. Su imagen, en actitud orante, con
una gran tonsura, y revestido de la pérula, aparece en un fresco del siglo
VI-VII en el cementerio de Ponciano, en Roma. Es honrado especialmente en
Zaragoza, en Salona, Sagunto y Tolosa. Reliquias suyas se veneran en Carmona de
Sevilla y en algunas ciudades de África. En la Catedral de Valencia se conserva
al culto el brazo izquierdo del protomártir, regalado por Pietro Zampieri, de
la diócesis de Pádua (Venecia), el 22 de enero de 1970. Vicente, el Vencedor,
es uno de los tres grandes diáconos que dieron su vida por Cristo. Junto con -
Corona, Laurel y Victoria - forma el más insigne triunvirato. Cubierto con la
dalmática sagrada, ostenta en sus manos la palma de los mártires invictos,
Vicente.
( www.jmarti.ciberia.es)
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