17 de Enero – JUEVES –
1ª – SEMANA DEL T.O. – C
–
Lectura
de la carta a los Hebreos (3,7-14):
Hermanos: dice el
Espíritu Santo:
«Si
escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como cuando la
rebelión, en el día de la prueba en el desierto, cuando me pusieron a prueba
vuestros padres, y me provocaron, a pesar de haber visto mis obras cuarenta
años. Por eso me indigné contra aquella generación y dije:
Siempre
tienen el corazón extraviado; no reconocieron mis caminos, por eso he jurado en
mi cólera que no entrarán en mi descanso».
¡Atención,
hermanos! Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo e incrédulo, que lo
lleve a desertar del Dios vivo.
Animaos,
por el contrario, los unos a los otros, cada día, mientras dure este “hoy”,
para que ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado.
En
efecto, somos partícipes de Cristo si conservamos firme hasta el final la
actitud del principio.
Palabra
de Dios
Salmo:
94,6-7.8-9.10-11
R/.
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No
endurezcáis vuestro corazón».
Entrad, postrémonos por
tierra,
bendiciendo al Señor,
creador nuestro.
Porque él es nuestro
Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía. R/.
Ojalá escuchéis hoy su
voz:
«No endurezcáis el
corazón como en Meribá,
como el día de Masa en
el desierto;
cuando vuestros padres
me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque
habían visto mis obras». R/.
Durante cuarenta años
aquella generación me
asqueó, y dije:
«Es un pueblo de corazón
extraviado,
que no reconoce mi
camino;
por eso he jurado en mi
cólera
que no entrarán en mi
descanso». R/.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (1,40-45):
En aquel tiempo, se
acerca a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
«Si
quieres, puedes limpiarme».
Compadecido,
extendió la mano y lo tocó diciendo:
«Quiero:
queda limpio».
La
lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.
Él
lo despidió, encargándole severamente:
«No
se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y
ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de
testimonio».
Pero
cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que
Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en
lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.
Palabra
del Señor
1. Las religiones suelen
explicar las enfermedades y desgracias, que padecemos los mortales, como efecto
de nuestros pecados. Con lo que la religión (muchas veces), en lugar de aliviar el sufrimiento,
lo que hace es duplicarlo o agravarlo. Por eso, una de las tareas que asumió
Jesús fue desmontar, las desviaciones religiosas que, con frecuencia,
desorientan a la gente.
Tales desviaciones suelen estar relacionadas con el
"tabú", que es una variante de lo "sagrado". Se sabe que
sacer significa, a la vez, "maldito" y "santo". Como
el griego hagios
tiene el doble significado de "puro" y "manchado" (Mircea Eliade).
De ahí, la obsesión de las religiones por la "pureza".
Hasta el extremo de que la pureza, más bien que la justicia, se ha convertido
(para mucha gente religiosa) en el medio cardinal de la salvación (E. R. Dodds).
2. Por lo que relatan los
evangelios, Jesús no habló de la pureza sexual. Jesús se preocupó por la pureza
religiosa, que se manifestaba en los alimentos, en las
enfermedades, en
los cadáveres (Lev 13-14; Num 12, 12; Job 18, 13).
En este evangelio se habla de un leproso, hombre con una
enfermedad de escamas, que no era la lepra que nosotros conocemos, sino un mal
que producía manchas en la piel y se contagiaba rápidamente (Joel Marcus).
El que la padecía tenía que andar
despeinado,
sucio, harapiento y gritando: "¡impuro, impuro!" (Lev 13, 45-46). Se
veía obligado a
vivir y dormir al raso y en descampado, marginado totalmente.
3. Al acoger, interesarse,
tocar al leproso, Jesús quiso acabar con esta crueldad de la religión. El
sufrimiento de enfermos y marginados no se remedia con
prohibiciones y
castigos, sino con bondad, acogida, respeto, ayuda y solidaridad.
Las religiones excluyen, separan, expulsan, rechazan y condenan a
no pocos desgraciados. Los responsables religiosos, con frecuencia, buscan más la
propia seguridad que la dignidad y los derechos de los más desamparados.
Jesús, por el contrario, quería ante todo acabar con todo cuanto
es motivo de
sufrimiento,
exclusión o violencia. Esto es central en la religiosidad de Jesús.
San Antonio Abad
Uno de los primeros monjes de la Iglesia. Se retiró
al desierto para orar y hacer penitencia.
San Antón o San Antonio Abad
(Heracleópolis Magna, Egipto, 251; – †Monte Colzim, Egipto, 17 de enero del año
356), fue un monje cristiano fundador del movimiento eremítico. El relato de su
vida, transmitido principalmente por la obra de San Atanasio, presenta la
figura de un hombre que crece en santidad y lo convierte en modelo de
cristianos. Tiene elementos históricos y otros de carácter legendario; se sabe
que abandonó sus bienes para llevar una existencia de ermitaño y que atendía
varias comunidades monacales en Egipto, permaneciendo eremita. Se dice que
alcanzó los 105 años de edad.
El nombre de Antonio puede
significar: "Fluoresciente" (de "Antos", flor) o
"Invencible" (de "Anteos", el que se enfrenta victorioso a
los enemigos). La vida de este santo la escribió San Atanasio, su gran amigo.
Se le llama "Abad" que significaba "padre", porque él fue
el padre o fundador de los monasterios de monjes.
De pequeño no le enseñaron a
leer ni escribir, pero sí lo supieron educar cristianamente. A los veinte años
quedó huérfano de padre y madre, y al entrar a una iglesia oyó leer aquellas
palabras de Jesús: "Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes, y dalo a
los pobres". Se fue entonces y vendió las 300 fanegas de buenas tierras
que sus padres le habían dejado en herencia, y repartió el dinero a los
necesitados. Lo mismo hizo con sus casas y mobiliario. Sólo dejó una pequeña
cantidad para vivir él y su hermana.
Pero luego oyó leer en un
templo aquella frase de Cristo: "No os preocupéis por el día de
mañana", y vendió el resto de los bienes que le quedaban, y asegurando en
un convento de monjas la educación y el futuro de su hermana, repartió todo lo
demás entre la gente más pobre, y él se quedó en absoluta pobreza, confiado
sólo en Dios. Se retiró a las afueras de la ciudad a vivir en soledad y
oración. Vivía cerca de algunos monjes que habitaban por allí, y de ellos fue
aprendiendo a orar y a meditar. Le enseñaron a leer y su memoria era tal que lo
que leía lo aprendía de memoria. Esto le va a servir mucho para el futuro,
cuando no tendrá libros para leer, pero sí recordará maravillosamente lo leído
anteriormente.
Recordando la frase de San
Pablo: "El que no trabaja que no coma" aprendió a tejer canastos, y
con el trabajo de sus manos conseguía su sustento y aún le quedaba para ayudar
a los pobres.
Su fervor era tan grande que
de pronto oía hablar de algún monje o ermitaño muy santo, y se iba hacia donde
él a escuchar sus consejos y tratar de aprender cómo se llega a la santidad. Y
así pronto fue también él un ermitaño admirablemente santo. Pero el demonio
empezó a traerle temibles tentaciones. Le presentaba en la mente todo el gran
bien que él podría haber hecho si en vez de repartir sus riquezas a los pobres
las hubiera conservado para extender la religión. Y le mostraba lo antipática y
fea que sería su futura vida de monje ermitaño. Trataba de que se sintiera
descontento de la vocación a la cual Dios lo había llamado. Como no lograba
desanimarlo, entonces el demonio le trajo las más desesperantes tentaciones
contra la pureza. Le presentaba en la imaginación toda clase de imágenes
impuras. Pero él recordando aquella frase de Jesús: "Vigilad y orad para
no caer en la tentación", "Ciertos malos espíritus no se alejan sino
con ayuno y oración", se puso a vigilar sus sentidos: ojos, oídos, etc.,
para que ninguna mala imagen o atracción lo sedujeran. Y luego empezó a orar
mucho y a ayunar fuertemente.
Pasaba muchas horas del día y
de la noche orando. No comía ni bebía nada jamás antes de que se ocultara el
sol. Y su alimento era un poco de pan o de dátiles, un poco de sal, y agua de
una cisterna.
Un día el demonio enfurecido
porque no lograba vencerlo le dio un golpe tan violento que el santo quedó como
muerto. Vino un amigo y creyéndolo ya cadáver se lo llevó a enterrar, pero
cuando ya estaban disponiendo los funerales, él recobró el sentido y se volvió
a su choza a orar y meditar. Allí le dijo a Nuestro Señor: ¿Adónde te habías
ido mi buen Dios cuando el enemigo me atacaba tan duramente? Y una voz del
cielo le respondió: "Yo estaba presenciando tus combates y concediéndote
fuerzas para resistir. Yo te protegeré siempre y en todas partes".
Se cuenta también que en una
ocasión se le acercó una jabalina con sus jabatos (que estaban ciegos), en
actitud de súplica. Antonio curó la ceguera de los animales y desde entonces la
madre no se separó de él y le defendió de cualquier alimaña que se acercara.
Pero con el tiempo y por la idea de que el cerdo era un animal impuro se hizo
costumbre de representarlo dominando la impureza y por esto le colocaban un
cerdo domado a los pies, porque era vencedor de la impureza. Además, en la Edad
Media para mantener los hospitales soltaban los animales y para que la gente no
se los apropiara los pusieron bajo el patrocinio del famoso San Antonio, por lo
que corría su fama. En la teología el colocar los animales junto a la figura de
un cristiano era decir que esa persona había entrado en la vida bienaventurada,
esto es, en el cielo, puesto que dominaba la creación.
A los 35 años siente una voz
interior que lo invita a dedicarse a la soledad absoluta. Hasta entonces había
vivido en una celda, no muy lejos de la ciudad y cerca de otros ascetas. La
palabra "asceta" significa "el que lucha por dominarse a sí
mismo". La gente llamaba ascetas a los cristianos fervorosos que se
dedicaban con la oración, el sacrificio y la meditación a conseguir la
santidad. Cerca de un grupo de ellos había vivido ya varios años Antonio y
había aprendido cuanto ellos podían enseñarle para ser santo. Ahora se sentía
capaz de alejarse a tratar de entenderse a solas con Dios.
Se fue lejos al otro lado del
río Nilo. Encontró un cementerio abandonado y allí se quedó a vivir. Las gentes
antiguas creían que las almas en penas venían a espantar en los cementerios.
Para convencerse de que tal creencia era cuento y mentiras, se quedó a vivir en
aquel cementerio y ningún alma de difunto vino a espantarlo. Aquel terreno
estaba infectado de serpientes venenosas. Les dio una bendición y ellas se
alejaron. Solamente un amigo suyo venía muy de vez en cuando a traerle un poco
de pan. Levantó un muro para hacer el sacrificio de no ver a nadie, y hasta el
que le traía el pan tenía que lanzárselo por encima del muro. Muchas gentes
venían a consultarlo y les hablaba a través del muro.
Pero la fama de que sus
consejos hacían mucho bien se extendió tanto que al fin los peregrinos no
pudieron contenerse y derribaron aquella pared. Allí estaba Antonio que desde
hacía 20 años no veía rostro humano alguno, y no comía carne, y sólo se
alimentaba de un poco de pan y un poco de agua cada día. Pero en su rostro no
se notaba ningún mal efecto de estos sacrificios, sino que aparecía amable y
lleno de alegría.
A los 55 años, para
satisfacer la petición de muchos hombres que le pedían les ayudara a vivir vida
de ermitaños como él, organizó una serie de chozas individuales, donde se
practicaba una pobreza heroica. En cada una de estas chozas vivía un ermitaño
dedicado a orar, a trabajar y a hacer sacrificios. Constantemente se oían
cantar por allí las alabanzas de Dios.
Antonio los fue formando en
la santidad con sus sabios consejos. San Atanasio narra que les aconsejaba lo
siguiente: "No vivir tan preocupados por el cuerpo sino por la salvación
del alma. Cada mañana pensad que éste puede ser el último día de nuestra vida,
y vivid tan santamente como si en verdad lo fuera. Ejecutad cada acción como si
fuera la última de la vida. Recordad que los enemigos del alma son vencidos con
la oración, la mortificación, la humildad y las buenas obras y se alejan cuando
hacemos bien la señal de la cruz.” Les contaba que muchas veces había hecho
salir huyendo al demonio con sólo pronunciar con toda fe el santo nombre de
Jesús. Les decía que para combatir la impureza hay que pensar frecuentemente en
lo que nos espera al final de la vida: Muerte, Juicio, Infierno o Gloria. Les
insistía que se esforzaran por llegar a ser mansos y amables; que no buscaran
ser alabados o muy estimados; que lo que obtuvieran con el trabajo de sus manos
(se dedicaban a tejer esteras y canastos) lo dedicaran a los pobres y que su
preocupación fuera siempre ir apreciando y amando cada día más a Jesucristo.
Así con San Antonio nació en la Iglesia la primera comunidad de religiosos.
Cuando estalló la persecución
contra los cristianos, el santo se fue con algunos de sus monjes a la ciudad de
Alejandría a animar a los cristianos para que prefirieran perder todos sus
bienes y hasta la misma vida con tal de no renegar de Cristo y de su santa
religión. Los paganos no se atrevieron a hacerle daño porque la gente lo
veneraba como un hombre de Dios. "Ahí va el santo", exclamaban hasta
los paganos al verlo pasar.
Luego se fue a vivir más
lejos todavía y estuvo 18 años sin ver a nadie, sólo meditando, haciendo
penitencias y hablando con Dios. En los terribilísimos calores del desierto (44
grados) hizo el sacrificio de no bañarse ni una vez, ni cambiarse de ropa. Era
un sacrificio tremendo para esos calores sofocantes. No bebía ni una gota de agua
antes de que se ocultara el sol.
Pero apareció luego una
terrible herejía que decía que Cristo no era Dios. La propagaba un tal Arrio.
San Antonio contempló en una visión que el mundo se llenaba de serpientes
venenosas, y oyó una voz que decía: "Son los que niegan que Jesucristo es
Dios". Inmediatamente hizo expulsar de sus monasterios a todos los
arrianos que negaban la Divinidad de Jesucristo y se fue otra vez a Alejandría
a apoyar a San Atanasio que era el gran orador que atacaba a los arrianos. Allá
San Antonio hizo milagros portentosos para probar que Cristo sí es Dios. Al
famoso sabio Dídimo el ciego le dijo que no entristeciera por ser ciego, sino
que se alegrara porque con la fe podía ver a Dios en su alma.
En los últimos años de su
vida era muy visitado por peregrinos que iban a pedirle consejos. El hacía que
sus monjes más santos y más sabios los aconsejaran y luego reuniendo al
atardecer a todos los peregrinos les hacía algún pequeño sermón. Murió con más
de cien años, pero conservaba buena la vista y el cerebro. Y aparecía siempre
tan alegre y amable, que cuando llegaba un peregrino y preguntaba por él, le
decían: "Busque entre los monjes, y el más alegre de todos, ese es
Antonio". Y aunque el peregrino jamás lo había visto antes en su vida, pasaba
por entre los monjes y al ver a uno más amable y risueño y alegre que los
demás, preguntaba: ¿Es este Antonio? Y le respondían que si era él.
Antes de morir hizo jurar a
sus discípulos que no contarían dónde estaba enterrado, para que las gentes no
tuvieran el peligro de dedicarse a rendirle cultos desproporcionados. Sin
embargo, alrededor de 561 sus reliquias fueron llevadas a Alejandría, donde
fueron veneradas hasta alrededor del siglo XII, cuando fueron trasladadas a
Constantinopla. La Orden de los Caballeros del Hospital de San Antonio,
conocidos como Hospitalarios, fundada por esas fechas, se puso bajo su
advocación. La iconografía lo refleja, representando con frecuencia a Antonio
con el hábito negro de los Hospitalarios y la tau o la cruz egipcia que vino a
ser el emblema como era conocido.
Tras la caída de
Constantinopla, las reliquias de Antonio fueron llevadas a la provincia
francesa del Delfinado, a una abadía que años después se hizo célebre bajo el
nombre de Saint Antoine en Viennois. La devoción por este santo llegó también a
tierras valencianas, difundida por el obispo de Tortosa a principios del siglo
XIV.
Los antiguos le tenían mucha
fe para que alejara de sus campos las pestes que atacan a los animales. Por ese
lo pintan con un cerdo, un perro y un gallo. Había también la costumbre de que
varios campesinos engordaban entre todos cada año un cerdo y el día de San
Antonio, el 17 de enero, lo mataban y lo repartían entre los pobres.
Bibliografía y más información en Trigueros-Web.
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