miércoles, 16 de enero de 2019

Párate un momento: El Evangelio del dia 17 de Enero – MIERCOLES – 1ª – SEMANA DEL T.O. – C – San Antonio Abad



17 de Enero – JUEVES –
1ª – SEMANA DEL T.O. – C –


Lectura de la carta a los Hebreos (3,7-14):

Hermanos: dice el Espíritu Santo:
«Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como cuando la rebelión, en el día de la prueba en el desierto, cuando me pusieron a prueba vuestros padres, y me provocaron, a pesar de haber visto mis obras cuarenta años. Por eso me indigné contra aquella generación y dije:
Siempre tienen el corazón extraviado; no reconocieron mis caminos, por eso he jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso».
¡Atención, hermanos! Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo e incrédulo, que lo lleve a desertar del Dios vivo.
Animaos, por el contrario, los unos a los otros, cada día, mientras dure este “hoy”, para que ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado.
En efecto, somos partícipes de Cristo si conservamos firme hasta el final la actitud del principio.

Palabra de Dios

Salmo: 94,6-7.8-9.10-11

R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón».

 Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía. R/.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masa en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras». R/.
 Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
«Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso». R/.

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,40-45):
En aquel tiempo, se acerca a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
«Si quieres, puedes limpiarme».
Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo:
«Quiero: queda limpio».
La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente:
«No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.

Palabra del Señor

1.  Las religiones suelen explicar las enfermedades y desgracias, que padecemos los mortales, como efecto de nuestros pecados. Con lo que la religión (muchas   veces), en lugar de aliviar el sufrimiento, lo que hace es duplicarlo o agravarlo. Por eso, una de las tareas que asumió Jesús fue desmontar, las desviaciones religiosas que, con frecuencia, desorientan a la gente. 
Tales desviaciones suelen estar relacionadas con el "tabú", que es una variante de lo "sagrado". Se sabe que sacer significa, a la vez, "maldito" y "santo".  Como
el griego hagios tiene el doble significado de "puro" y "manchado" (Mircea Eliade).
De ahí, la obsesión de las religiones por la "pureza". Hasta el extremo de que la pureza, más bien que la justicia, se ha convertido (para mucha gente religiosa) en el medio cardinal de la salvación (E. R. Dodds).

2.  Por lo que relatan los evangelios, Jesús no habló de la pureza sexual. Jesús se preocupó por la pureza religiosa, que se manifestaba en los alimentos, en las
enfermedades, en los cadáveres (Lev 13-14; Num 12, 12; Job 18, 13).
En este evangelio se habla de un leproso, hombre con una enfermedad de escamas, que no era la lepra que nosotros conocemos, sino un mal que producía manchas en la piel y se contagiaba rápidamente (Joel Marcus).
El que la padecía tenía que andar
despeinado, sucio, harapiento y gritando: "¡impuro, impuro!" (Lev 13, 45-46). Se
veía obligado a vivir y dormir al raso y en descampado, marginado totalmente.

3.  Al acoger, interesarse, tocar al leproso, Jesús quiso acabar con esta crueldad de la religión. El sufrimiento de enfermos y marginados no se remedia con
prohibiciones y castigos, sino con bondad, acogida, respeto, ayuda y solidaridad.
Las religiones excluyen, separan, expulsan, rechazan y condenan a no pocos desgraciados. Los responsables religiosos, con frecuencia, buscan más la propia seguridad que la dignidad y los derechos de los más desamparados.
Jesús, por el contrario, quería ante todo acabar con todo cuanto es motivo de
sufrimiento, exclusión o violencia. Esto es central en la religiosidad de Jesús.

San Antonio Abad

Uno de los primeros monjes de la Iglesia. Se retiró al desierto para orar y hacer penitencia.

San Antón o San Antonio Abad (Heracleópolis Magna, Egipto, 251; – †Monte Colzim, Egipto, 17 de enero del año 356), fue un monje cristiano fundador del movimiento eremítico. El relato de su vida, transmitido principalmente por la obra de San Atanasio, presenta la figura de un hombre que crece en santidad y lo convierte en modelo de cristianos. Tiene elementos históricos y otros de carácter legendario; se sabe que abandonó sus bienes para llevar una existencia de ermitaño y que atendía varias comunidades monacales en Egipto, permaneciendo eremita. Se dice que alcanzó los 105 años de edad.
El nombre de Antonio puede significar: "Fluoresciente" (de "Antos", flor) o "Invencible" (de "Anteos", el que se enfrenta victorioso a los enemigos). La vida de este santo la escribió San Atanasio, su gran amigo. Se le llama "Abad" que significaba "padre", porque él fue el padre o fundador de los monasterios de monjes.
De pequeño no le enseñaron a leer ni escribir, pero sí lo supieron educar cristianamente. A los veinte años quedó huérfano de padre y madre, y al entrar a una iglesia oyó leer aquellas palabras de Jesús: "Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes, y dalo a los pobres". Se fue entonces y vendió las 300 fanegas de buenas tierras que sus padres le habían dejado en herencia, y repartió el dinero a los necesitados. Lo mismo hizo con sus casas y mobiliario. Sólo dejó una pequeña cantidad para vivir él y su hermana.
Pero luego oyó leer en un templo aquella frase de Cristo: "No os preocupéis por el día de mañana", y vendió el resto de los bienes que le quedaban, y asegurando en un convento de monjas la educación y el futuro de su hermana, repartió todo lo demás entre la gente más pobre, y él se quedó en absoluta pobreza, confiado sólo en Dios. Se retiró a las afueras de la ciudad a vivir en soledad y oración. Vivía cerca de algunos monjes que habitaban por allí, y de ellos fue aprendiendo a orar y a meditar. Le enseñaron a leer y su memoria era tal que lo que leía lo aprendía de memoria. Esto le va a servir mucho para el futuro, cuando no tendrá libros para leer, pero sí recordará maravillosamente lo leído anteriormente.
Recordando la frase de San Pablo: "El que no trabaja que no coma" aprendió a tejer canastos, y con el trabajo de sus manos conseguía su sustento y aún le quedaba para ayudar a los pobres.
Su fervor era tan grande que de pronto oía hablar de algún monje o ermitaño muy santo, y se iba hacia donde él a escuchar sus consejos y tratar de aprender cómo se llega a la santidad. Y así pronto fue también él un ermitaño admirablemente santo. Pero el demonio empezó a traerle temibles tentaciones. Le presentaba en la mente todo el gran bien que él podría haber hecho si en vez de repartir sus riquezas a los pobres las hubiera conservado para extender la religión. Y le mostraba lo antipática y fea que sería su futura vida de monje ermitaño. Trataba de que se sintiera descontento de la vocación a la cual Dios lo había llamado. Como no lograba desanimarlo, entonces el demonio le trajo las más desesperantes tentaciones contra la pureza. Le presentaba en la imaginación toda clase de imágenes impuras. Pero él recordando aquella frase de Jesús: "Vigilad y orad para no caer en la tentación", "Ciertos malos espíritus no se alejan sino con ayuno y oración", se puso a vigilar sus sentidos: ojos, oídos, etc., para que ninguna mala imagen o atracción lo sedujeran. Y luego empezó a orar mucho y a ayunar fuertemente.
Pasaba muchas horas del día y de la noche orando. No comía ni bebía nada jamás antes de que se ocultara el sol. Y su alimento era un poco de pan o de dátiles, un poco de sal, y agua de una cisterna.
Un día el demonio enfurecido porque no lograba vencerlo le dio un golpe tan violento que el santo quedó como muerto. Vino un amigo y creyéndolo ya cadáver se lo llevó a enterrar, pero cuando ya estaban disponiendo los funerales, él recobró el sentido y se volvió a su choza a orar y meditar. Allí le dijo a Nuestro Señor: ¿Adónde te habías ido mi buen Dios cuando el enemigo me atacaba tan duramente? Y una voz del cielo le respondió: "Yo estaba presenciando tus combates y concediéndote fuerzas para resistir. Yo te protegeré siempre y en todas partes".
Se cuenta también que en una ocasión se le acercó una jabalina con sus jabatos (que estaban ciegos), en actitud de súplica. Antonio curó la ceguera de los animales y desde entonces la madre no se separó de él y le defendió de cualquier alimaña que se acercara. Pero con el tiempo y por la idea de que el cerdo era un animal impuro se hizo costumbre de representarlo dominando la impureza y por esto le colocaban un cerdo domado a los pies, porque era vencedor de la impureza. Además, en la Edad Media para mantener los hospitales soltaban los animales y para que la gente no se los apropiara los pusieron bajo el patrocinio del famoso San Antonio, por lo que corría su fama. En la teología el colocar los animales junto a la figura de un cristiano era decir que esa persona había entrado en la vida bienaventurada, esto es, en el cielo, puesto que dominaba la creación.
A los 35 años siente una voz interior que lo invita a dedicarse a la soledad absoluta. Hasta entonces había vivido en una celda, no muy lejos de la ciudad y cerca de otros ascetas. La palabra "asceta" significa "el que lucha por dominarse a sí mismo". La gente llamaba ascetas a los cristianos fervorosos que se dedicaban con la oración, el sacrificio y la meditación a conseguir la santidad. Cerca de un grupo de ellos había vivido ya varios años Antonio y había aprendido cuanto ellos podían enseñarle para ser santo. Ahora se sentía capaz de alejarse a tratar de entenderse a solas con Dios.
Se fue lejos al otro lado del río Nilo. Encontró un cementerio abandonado y allí se quedó a vivir. Las gentes antiguas creían que las almas en penas venían a espantar en los cementerios. Para convencerse de que tal creencia era cuento y mentiras, se quedó a vivir en aquel cementerio y ningún alma de difunto vino a espantarlo. Aquel terreno estaba infectado de serpientes venenosas. Les dio una bendición y ellas se alejaron. Solamente un amigo suyo venía muy de vez en cuando a traerle un poco de pan. Levantó un muro para hacer el sacrificio de no ver a nadie, y hasta el que le traía el pan tenía que lanzárselo por encima del muro. Muchas gentes venían a consultarlo y les hablaba a través del muro.
Pero la fama de que sus consejos hacían mucho bien se extendió tanto que al fin los peregrinos no pudieron contenerse y derribaron aquella pared. Allí estaba Antonio que desde hacía 20 años no veía rostro humano alguno, y no comía carne, y sólo se alimentaba de un poco de pan y un poco de agua cada día. Pero en su rostro no se notaba ningún mal efecto de estos sacrificios, sino que aparecía amable y lleno de alegría.
A los 55 años, para satisfacer la petición de muchos hombres que le pedían les ayudara a vivir vida de ermitaños como él, organizó una serie de chozas individuales, donde se practicaba una pobreza heroica. En cada una de estas chozas vivía un ermitaño dedicado a orar, a trabajar y a hacer sacrificios. Constantemente se oían cantar por allí las alabanzas de Dios.
Antonio los fue formando en la santidad con sus sabios consejos. San Atanasio narra que les aconsejaba lo siguiente: "No vivir tan preocupados por el cuerpo sino por la salvación del alma. Cada mañana pensad que éste puede ser el último día de nuestra vida, y vivid tan santamente como si en verdad lo fuera. Ejecutad cada acción como si fuera la última de la vida. Recordad que los enemigos del alma son vencidos con la oración, la mortificación, la humildad y las buenas obras y se alejan cuando hacemos bien la señal de la cruz.” Les contaba que muchas veces había hecho salir huyendo al demonio con sólo pronunciar con toda fe el santo nombre de Jesús. Les decía que para combatir la impureza hay que pensar frecuentemente en lo que nos espera al final de la vida: Muerte, Juicio, Infierno o Gloria. Les insistía que se esforzaran por llegar a ser mansos y amables; que no buscaran ser alabados o muy estimados; que lo que obtuvieran con el trabajo de sus manos (se dedicaban a tejer esteras y canastos) lo dedicaran a los pobres y que su preocupación fuera siempre ir apreciando y amando cada día más a Jesucristo. Así con San Antonio nació en la Iglesia la primera comunidad de religiosos.
Cuando estalló la persecución contra los cristianos, el santo se fue con algunos de sus monjes a la ciudad de Alejandría a animar a los cristianos para que prefirieran perder todos sus bienes y hasta la misma vida con tal de no renegar de Cristo y de su santa religión. Los paganos no se atrevieron a hacerle daño porque la gente lo veneraba como un hombre de Dios. "Ahí va el santo", exclamaban hasta los paganos al verlo pasar.
Luego se fue a vivir más lejos todavía y estuvo 18 años sin ver a nadie, sólo meditando, haciendo penitencias y hablando con Dios. En los terribilísimos calores del desierto (44 grados) hizo el sacrificio de no bañarse ni una vez, ni cambiarse de ropa. Era un sacrificio tremendo para esos calores sofocantes. No bebía ni una gota de agua antes de que se ocultara el sol.
Pero apareció luego una terrible herejía que decía que Cristo no era Dios. La propagaba un tal Arrio. San Antonio contempló en una visión que el mundo se llenaba de serpientes venenosas, y oyó una voz que decía: "Son los que niegan que Jesucristo es Dios". Inmediatamente hizo expulsar de sus monasterios a todos los arrianos que negaban la Divinidad de Jesucristo y se fue otra vez a Alejandría a apoyar a San Atanasio que era el gran orador que atacaba a los arrianos. Allá San Antonio hizo milagros portentosos para probar que Cristo sí es Dios. Al famoso sabio Dídimo el ciego le dijo que no entristeciera por ser ciego, sino que se alegrara porque con la fe podía ver a Dios en su alma.
En los últimos años de su vida era muy visitado por peregrinos que iban a pedirle consejos. El hacía que sus monjes más santos y más sabios los aconsejaran y luego reuniendo al atardecer a todos los peregrinos les hacía algún pequeño sermón. Murió con más de cien años, pero conservaba buena la vista y el cerebro. Y aparecía siempre tan alegre y amable, que cuando llegaba un peregrino y preguntaba por él, le decían: "Busque entre los monjes, y el más alegre de todos, ese es Antonio". Y aunque el peregrino jamás lo había visto antes en su vida, pasaba por entre los monjes y al ver a uno más amable y risueño y alegre que los demás, preguntaba: ¿Es este Antonio? Y le respondían que si era él.
Antes de morir hizo jurar a sus discípulos que no contarían dónde estaba enterrado, para que las gentes no tuvieran el peligro de dedicarse a rendirle cultos desproporcionados. Sin embargo, alrededor de 561 sus reliquias fueron llevadas a Alejandría, donde fueron veneradas hasta alrededor del siglo XII, cuando fueron trasladadas a Constantinopla. La Orden de los Caballeros del Hospital de San Antonio, conocidos como Hospitalarios, fundada por esas fechas, se puso bajo su advocación. La iconografía lo refleja, representando con frecuencia a Antonio con el hábito negro de los Hospitalarios y la tau o la cruz egipcia que vino a ser el emblema como era conocido.
Tras la caída de Constantinopla, las reliquias de Antonio fueron llevadas a la provincia francesa del Delfinado, a una abadía que años después se hizo célebre bajo el nombre de Saint Antoine en Viennois. La devoción por este santo llegó también a tierras valencianas, difundida por el obispo de Tortosa a principios del siglo XIV.
Los antiguos le tenían mucha fe para que alejara de sus campos las pestes que atacan a los animales. Por ese lo pintan con un cerdo, un perro y un gallo. Había también la costumbre de que varios campesinos engordaban entre todos cada año un cerdo y el día de San Antonio, el 17 de enero, lo mataban y lo repartían entre los pobres.

Bibliografía y más información en Trigueros-Web.

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