2 - DE ENERO –
2 - DOMINGO DESPUES DE NAVIDAD – C
San Basilio Magno
y San Gregorio Nazianceno, obispos y doctores de la Iglesia.
Lectura del
libro del Eclesiástico (24,1-2.8-12):
La sabiduría se alaba a
sí misma, se gloría en medio de su pueblo, abre la boca en la asamblea del
Altísimo y se gloría delante de sus Potestades. En medio de su pueblo
será ensalzada, y admirada en la congregación plena de los santos; recibirá
alabanzas de la muchedumbre de los escogidos y será bendita entre los benditos.
El Creador del universo me ordenó, el
Creador estableció mi morada: «Habita en Jacob, sea Israel tu heredad.»
Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás.
En la santa morada, en su presencia, ofrecí culto y en Sión me establecí;
en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder.
Eché raíces entre un pueblo glorioso, en
la porción del Señor, en su heredad, y resido en la congregación plena de los
santos.
Palabra de Dios
Salmo 147,12-13.14-15.19-20
R/. La
Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro
de ti. R/.
Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. R/.
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.
Lectura de la carta del apóstol san
Pablo a los Efesios (1,3-6.15-18):
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de
bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por
el amor.
Él nos ha destinado en la persona de
Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su
gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en
alabanza suya.
Por eso yo, que he oído hablar de
vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de
dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de
nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y
revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que
comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria
que da en herencia a los santos.
Palabra de Dios
Evangelio según san Juan (1,1-18):
En el principio ya existía la Palabra, y
la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el
principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y
sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida,
y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la
tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que
se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para
que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la
luz.
La Palabra era la luz verdadera, que
alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se
hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la
recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de
Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor
carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y
acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo
único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de
quien dije:
“El que viene detrás de mí pasa
delante de mí, porque existía antes que yo.”»
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras
gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad
vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios
Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Palabra de Dios
DIOS ENTRE NOSOTROS.
El evangelista Juan, al hablarnos de la encarnación del Hijo de Dios, no nos dice nada de
todo ese mundo tan familiar de los pastores, el pesebre, los ángeles y el Niño Dios con María y José. Juan nos invita a adentrarnos en ese misterio desde otra hondura.
En
Dios estaba la Palabra, la Fuerza de comunicarse que tiene Dios. En esa Palabra
había vida y había luz. Esa Palabra puso en marcha la creación entera. Nosotros
mismos somos fruto de esa Palabra misteriosa. Esa Palabra ahora se ha hecho
carne y ha habitado entre nosotros.
A
nosotros nos sigue pareciendo todo esto demasiado hermoso para ser cierto: un
Dios hecho carne, identificado con nuestra debilidad, respirando nuestro
aliento y sufriendo nuestros problemas. Por eso seguimos buscando a Dios
arriba, en los cielos, cuando está abajo, en la tierra.
Una
de las grandes contradicciones de los cristianos es confesar con entusiasmo la
encarnación de Dios y olvidar luego que Cristo está en medio de nosotros. Dios
ha bajado a lo profundo de nuestra existencia, y la vida nos sigue pareciendo
vacía. Dios ha venido a habitar en el corazón humano, y sentimos un vacío
interior insoportable. Dios ha venido a reinar entre nosotros, y parece estar
totalmente ausente en nuestras relaciones. Dios ha asumido nuestra carne, y
seguimos sin saber vivir dignamente lo carnal.
También
entre nosotros se cumplen las palabras de Juan: «Vino a los suyos y los suyos
no lo recibieron». Dios busca acogida en nosotros, y nuestra ceguera cierra las
puertas a Dios. Y, sin embargo, es posible abrir los ojos y contemplar al Hijo
de Dios «lleno de gracia y de verdad». El que cree siempre ve algo. Ve la vida
envuelta en gracia y en verdad. Tiene en sus ojos una luz para descubrir, en el
fondo de la existencia, la verdad y la gracia de ese Dios que lo llena todo.
¿Estamos
todavía ciegos? ¿Nos vemos solamente a nosotros? ¿Nos refleja la vida solo las
pequeñas preocupaciones que llevamos en nuestro corazón? Dejemos que nuestro
corazón se sienta penetrado por esa vida de Dios que también hoy quiere habitar
en nosotros.
San Basilio Magno y San Gregorio Nazianceno, obispos y doctores de la Iglesia.
Memoria de los
santos Basilio Magno y Gregorio Nazianceno, obispos y doctores
de la Iglesia. Basilio, obispo de Cesarea de Capadocia (hoy en
Turquía), apellidado “Magno” por su doctrina y sabiduría, enseñó a los monjes
la meditación de la Escritura, el trabajo en la obediencia y la caridad
fraterna, ordenando su vida según las reglas que él mismo redactó. Con sus
egregios escritos educó a los fieles y brilló por su trabajo pastoral en favor
de los pobres y de los enfermos. Falleció el día uno de enero de 379. Gregorio,
amigo suyo, fue obispo de Sancina, en Constantinopla y, finalmente, de
Nacianzo. Defendió con vehemencia la divinidad del Verbo, mereciendo por ello
ser llamado “Teólogo”. La Iglesia se alegra de celebrar conjuntamente la
memoria de tan grandes doctores.
San Basilio
San Basilio nació en Cesarea
(Asia Menor) alrededor del año 330 y en una familia de Santos. Sus hermanos
fueron San Gregorio de Nicea, Santa Macrina la Joven y San Pedro de Sebaste. Su
padre fue San Basilio el Viejo, su madre Santa Emelia y su abuela Santa
Macrina.
Su compañero de estudios e
inseparable amigo en la defensa de la fe fue San Gregorio Nacianceno. Cuando
San Basilio estaba en el éxito de su carrera profesional, sintió un gran
impulso de abandonar el mundo y fue ayudado por su hermana Santa Macrina, quien
junto a su viuda madre y otras mujeres vivían en comunidad en un lugar
retirado.
Basilio recibió el bautismo,
visitó diversos monasterios y en un sitio agreste se entregó al retiro
solitario con la plegaria y el estudio. Se le unieron algunos discípulos y
formó el primer monasterio del Asia Menor. Sus enseñanzas se viven hasta hoy en
los monjes de oriente e influenció incluso en San Benito, quien lo consideraba
su maestro.
Fue ordenado sacerdote y San
Gregorio Nacianceno lo animó a que le ayude con la defensa del clero, las
iglesias y las verdades de fe. Fue nombrado primer auxiliar del Arzobispo de
Cesarea y usó la herencia que le dejó su madre para ayudar a los necesitados.
Solía salir con delantal y cucharón repartiendo comida.
Más adelante reemplazó al
fallecido arzobispo y defendió la autonomía de la Iglesia ante el emperador
Valente. Sus fieles adquirieron la costumbre de comulgar con frecuencia. Partió
a la Casa del Padre el primero de enero del año 379.
San Gregorio
San Gregorio Nacianceno
nació en Capadocia (actual Turquía) el mismo año que San Basilio. Su padre fue
San Gregorio el Mayor, Obispo de Nacianzo, su madre Santa Nona y sus hermanos
Santos Cesáreo y Gorgonia.
También se unió a San
Basilio en la vida solitaria, pero fue ordenado sacerdote y le costó un tiempo
entregarse a este servicio. Por el 372 San Basilio quería consagrarlo Obispo de
Sasima, lugar que estaba sobre terrenos en disputa por las Dos Capadocias
(Territorio dividido). Esto trajo enemistad entre los amigos.
Con el tiempo los Santos se
volvieron a reconciliar y después de recorrer varias ciudades, San Gregorio se
estableció en Constantinopla. Fue consagrado Obispo, pero sufrió por
difamaciones y persecuciones de los herejes.
El Concilio de
Constantinopla (381) estableció y confirmó las conclusiones del Concilio de
Nicea contra los herejes que negaban la divinidad de Cristo y otras verdades de
fe.
San Gregorio fue nombrado
Obispo de Constantinopla, pero sus enemigos pusieron en duda la validez de su
elección por lo que para restaurar la paz el Santo volvió a Nacianzo. Allí se
convirtió en el Obispo de este territorio, después se retiró al retiro y partió
a la Casa del Padre el 25 de enero del año 389 o 390.