7 - DE DICIEMBRE
– MARTES –
2ª –
SEMANA DE ADVIENTO – C –
San Ambrosio de Milán
Lectura del libro de Isaías (40,1-11):
«CONSOLAD, consolad a mi pueblo
—dice vuestro Dios—;
hablad al corazón de Jerusalén,
gritadle,
que se ha cumplido su servicio,
y está pagado su crimen,
pues de la mano del Señor ha recibido
doble paga por sus pecados».
Una voz grita:
«En el desierto preparadle
un camino al Señor;
allanad en la estepa
una calzada para nuestro Dios;
que los valles se levanten,
que montes y colinas se abajen,
que lo torcido se enderece
y lo escabroso se iguale.
Se revelará la gloria del Señor,
y verán todos juntos
—ha hablado la boca del Señor—».
Dice una voz: «Grita».
Respondo: «¿Qué debo gritar?».
«Toda carne es hierba
y su belleza como flor campestre:
se agosta la hierba, se marchita la flor,
cuando el aliento del Señor
sopla sobre ellos;
sí, la hierba es el pueblo;
se agosta la hierba, se marchita la flor,
pero la palabra de nuestro Dios
permanece por siempre».
Súbete a un monte elevado,
heraldo de Sión;
alza fuerte la voz,
heraldo de Jerusalén;
álzala, no temas,
di a las ciudades de Judá:
«Aquí está vuestro Dios.
Mirad, el Señor Dios llega con poder
y con su brazo manda.
Mirad, viene con él su salario
y su recompensa lo precede.
Como un pastor que apacienta el rebaño,
reúne con su brazo los corderos
y los lleva sobre el pecho;
cuida él mismo a las ovejas que crían».
Palabra de Dios
Salmo:
95,1-2.3.10ac.11-12.13-14
R/. Aquí está nuestro Dios, que llega con
poder.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria. R/.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.
Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él gobierna a los pueblos rectamente». R/.
Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque. R/.
Delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad. R/.
Lectura del santo evangelio según san
Mateo (18,12-14):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una
se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la
perdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que
por las noventa y nueve que no se habían extraviado.
Igualmente, no es
voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos
pequeños».
Palabra del Señor
1. En Adviento, recordamos
los cristianos la "venida de Dios". Adviento se deriva del latín
"Adventus", que significa "venida" o "llegada".
Es decir, en estos días, que preceden a la Navidad, nos preparamos para la
venida, la llegada, de Dios al mundo.
¿A qué viene Dios a la Tierra?
¿Qué busca en la Historia
humana?
Te busca a ti. Me busca a mí. Nos
busca a todos. Dios, hecho visible en Jesús que no viene a castigar. Ni quiere
amenazar. Quiere encontrar todo lo que ande perdido, extraviado, en
peligro.
2. Jesús no habla de
pecadores, sino de "extraviados". El Evangelio de Jesús no ve a los
pecadores como malas personas, sino como seres humanos que van por la vida como
perdidos, como personas que viven desorientadas, solitarias, sin verle sentido
a la vida.
El que anda perdido, sufre más de lo
que imaginamos. Ni tiene a quién acudir. Jesús lo busca. Jesús vino al mundo
para eso.
3. Es frecuente, en los
ambientes religiosos, pensar mal de los extraviados, de los desorientados. Si
fuéramos siempre "buenas personas", no andaríamos
Lo que tendría que ser el centro de
nuestras preocupaciones debería ser el desamparo de los extraviados. Y, si
fuésemos así, en lugar de ir censurando a los malos, iríamos buscando a los
perdidos.
San Ambrosio de Milán
Memoria de san
Ambrosio, obispo de Milán y doctor de la Iglesia, que descansó en el Señor el
día cuatro de abril, que en aquel año coincidía con la vigilia pascual, pero al
que se venera en la fecha de hoy, en la que siendo aún catecúmeno fue escogido
para gobernar aquella célebre sede, mientras ejercía el oficio de Prefecto de
la ciudad.
Verdadero pastor y doctor de los fieles,
ejerció preferentemente la caridad para con todos, defendió valerosamente la
libertad de la Iglesia y la recta doctrina de la fe en contra de los arrianos,
y catequizó el pueblo con los comentarios y la composición de himnos.
Vida
de San Ambrosio de Milán
San Ambrosio,
(Tréveris, c. 340 - Milán, 397) fue un destacado arzobispo de Milán, y un
importante teólogo y orador. Es uno de los Padres de la Iglesia y uno de los 33
doctores de la Iglesia Católica.
Hijo de un
prefecto romano (Simmaco) de las Galias, Ambrosio estudió letras y
jurisprudencia en Roma y fue después secretario del prefecto de la ciudad,
Petronio Probo. A los 31 años de edad era ya él, a su vez, prefecto de las
provincias de Emilia y Liguria, con residencia en Milán. A inicios de su
carrera política fue elegido obispo de la diócesis milanesa, que rigió hasta su
muerte, acaecida en el año 397.
La leyenda cuenta
que un día, cuando aún no sabía hablar, estando en el jardín de la residencia
de su padre en Tréveris, acudió un enjambre de abejas a revolotear por su
rostro, y que varias de ellas se deslizaron, sin picarle, en el interior de su
boca. Al verlo, exclamó el prefecto: "Este niño va a ser algo
grande". Con algo más de edad, el niño veía que todos besaban cuando del
obispo cuando éste visitaba su casa y él presentaba también la suya a los
criados y a su hermana, para que se la besaran, diciendo: "¿No sabéis que
también yo voy a ser obispo?". Y cuando Petronio Probo le despedía al
partir para tomar posesión de su cargo de prefecto en Milán —nombramiento para
el cual le había propuesto al emperador—, le dijo: "Ve, hijo mío, y
pórtate, no como juez, sino como obispo".
A los dos
años de su prefectura en Milán, cuando apenas había empezado a desarrollar su
programa de gobierno, falleció el obispo y se planteó el problema de la
elección de sucesor, la cual, según la costumbre establecida, debían hacer el
clero y el pueblo. Hubo disputas y un día, mientras el clero deliberaba en la
parte superior de la basílica catedral, y el pueblo aguardaba abajo la decisión
con una actitud que fácilmente podían degenerar en motín, el gobernador creyó
deber suyo presentarse en medio de los fieles para hablarles y tranquilizarles.
Apenas había
terminado su exhortación, cuando se oyó una voz infantil, que decía:
"Ambrosio, obispo". "¡Ambrosio, obispo!", empezó a gritar
la muchedumbre. Y el clero se unió a la aclamación general. El único que
protestaba era el elegido y podía alegar una razón magnífica. El Concilio de Nicea,
en 325, había prohibido que los no bautizados fuesen escogidos para el
episcopado, y Ambrosio no estaba bautizado todavía.
Los electores no
cedieron. Se consultó al Papa, quien aprobó la elección, suspendiendo la
disposición de Nicea. Pero cuando los obispos designados fueron en busca de
Ambrosio, con el propósito de disponerlo y consagrarlo, no lo encontraron en la
ciudad; se había evadido al campo y sólo por la traición de un amigo pudieron
dar con su paradero.
Recibió el
bautismo, la ordenación y la consagración en 374 y seguidamente tomó posesión
de su Sede.
El nuevo prelado
demostró muy pronto que estaba a la altura de su dignidad. Su vida, ya siempre
sobria, se hizo ahora austera y penitente. Distribuyó a los pobres todo su
dinero y se trazó un programa pastoral vastísimo, al cual se adaptó con gran
actividad durante todo su pontificado. Uno de los rasgos más característicos de
su actuación fue siempre la caridad para con los pobres, enfermos, moribundos,
cautivos, viudas y huérfanos. Fundó hospitales y albergues.
Más guerrero que
intelectual fue el primer cristiano en conseguir que se reconociera el poder de
la iglesia por encima de la del estado. Y desterró definitivamente en sucesivas
confrontaciones a los paganos de la vida política romana.
En el orden
espiritual, lo primero que hizo fue perfeccionar su cultura teológica y
bíblica, bajo la guía personal o los escritos de maestros como San Basilio, San
Cirilo de Alejandría, San Gregorio Nacianceno, y otros eclesiásticos de su
tiempo, vivientes o ya difuntos, aparte del famoso sacerdote Simpliciano, que
le aleccionaba directamente y que había de ser su sucesor como Prelado de
Milán.
Desde su juventud
había sido Ambrosio hombre de relaciones escogidas. Con San Basilio tuvo una
especial comunicación y amistad. Ya en sus tiempos de Roma frecuentó
seguramente con San Jerónimo, con San Paulino de Nola, con Santa Paula y sus
hijas.
Como escritor, su
obra más voluminosa es el comentario al evangelio de San Lucas; otras obras son
tratados sobre los sacramentos y sobre la virginidad. Dejó también escritos
contra los arrianos. Finalmente, compuso para el rezo una serie de himnos
solemnes, que se utilizan todavía en la liturgia actual.
La situación de
Ambrosio en Milán, su conocimiento de los asuntos políticos y su autoridad de
jurista, hacían de él un consejero técnico para los emperadores en materia
religiosa, en la cual éstos necesariamente debían intervenir, pues desde que
Constantino se había hecho protector de la Iglesia, -y, con tal pretexto, una
especie de obispo externo a la Jerarquía- no podían desinteresarse de los
conflictos que incesantemente se provocaban entre cristianos y paganos, entre
ortodoxos y arrianos.
Fallecido
Valentiniano I en 375, quedaba heredero del Imperio su hijo Graciano, de veinte
años de edad. El otro hijo era un niño de cuatro, que fue educado en Sirmio por
su madre Justina. Ambrosio fue para ambos más que un consejero político, un
tutor, un confidente, un padre. Graciano se formó a su lado, y favoreció la
caída del paganismo como religión del Estado.
Al principio el
reparto de poder entre cristianos y paganos estaba más o menos en equilibrio
con Graciano, emperador romano y cristiano católico. A la muerte de Graciano
(383), víctima de una sedición cantonal en las Galias capitaneada por un
usurpador llamado Máximo, Ambrosio, a súplicas de Justina, se encaminó a
Tréveris para parlamentar con él y calmar sus iras. Así ganaba tiempo en favor
del pequeño Valentiniano II cuyo trono se veía amenazado. Gracias a la
habilidad del Prelado obtuvo una especie de tregua que podría resultar muy
provechosa.
Al regresar de la
embajada suponía que la emperatriz le estaría agradecida. Pero ella sentía
verdadera simpatía por los arrianos, y pidió al obispo una basílica de la
ciudad para ellos. La actitud de Ambrosio y su creciente popularidad la
hicieron desistir. Él se había encerrado con el pueblo católico en la basílica,
y contestó a los emisarios de Justina: "Mis bienes son de la patria, pero
lo que es de Dios no tengo derecho a entregarlo".
El pueblo se apiñó
en torno a Ambrosio y le defendió. Y Justina tuvo que doblegarse. No mucho
tiempo más tarde la emperatriz falleció, pero la lucha entre paganos, herejes y
católicos se acentuó definitivamente.
La llamada guerra
de las estatuas enfrentaba desde Constantino a las diversas religiones con
representación en el senado. En el 384, el partido pagano aprovechó la
debilidad de Valentiniano II para devolver la Estatua de la Victoria al senado,
lo que provocó la ira de Ambrosio.
Finalmente,
Ambrosio hizo declarar a Valentino II que los emperadores tenían que estar a
las órdenes de Dios al igual que los ciudadanos tenían que estar a las órdenes
del emperador como soldados.
A partir de
aquí, Ambrosio consigue hacer efectiva una demanda por la que la Iglesia
ostenta un poder superior no solo al Estado Romano sino a todos los estados.
Estas ideas de la Iglesia como institución universal e internacional por una
parte y de control sobre los estados por otra permitiría a la iglesia
sobrevivir a la caída del Imperio.
Durante el reinado
de Teodosio, éste habría ordenado a un obispo local que sufragara los daños de
la destrucción de una sinagoga a manos de los cristianos. El emperador estaba
dispuesto a acabar con esas prácticas intimidatorias.
Ambrosio se opuso
de nuevo, y consiguió del emperador que declarara libre a la iglesia de tener
que responder por tales cuestiones. Algo que resulto muy pernicioso ya que dio
vía libre para la persecución cristiana de miles de paganos.
En el 393 el
emperador Teodosio I prohibió los Juegos Olímpicos por influencia de San
Ambrosio, al considerarlos paganos.
Convirtió y
bautizó a san Agustín. Creó nuevas formas litúrgicas y promovió el culto a las
reliquias en Occidente.
Su fiesta se
celebra el 7 de diciembre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario