16 - DE
DICIEMBRE – JUEVES –
3ª –
SEMANA DE ADVIENTO – C –
Santa Adelaida
Lectura del libro de Isaías
(54,1-10):
EXULTA,
estéril, que no dabas a luz;
rompe a cantar, alégrate;
tú que no tenías dolores de parto:
porque la abandonada
tendrá más hijos que la casada —dice el Señor—.
Ensancha el espacio de
tu tienda,
despliega los toldos de tu morada,
no los restrinjas,
alarga tus cuerdas,
afianza tus estacas,
porque te extenderás de derecha a izquierda.
Tu estirpe heredará las
naciones
y poblará ciudades desiertas.
No temas, no tendrás que avergonzarte,
no te sientas ultrajada,
porque no deberás sonrojarte.
Olvidarás la vergüenza de tu soltería,
no recordarás la afrenta de tu viudez.
Quien te desposa es tu
Hacedor:
su nombre es Señor todopoderoso.
Tu libertador es el
Santo de Israel:
se llama «Dios de toda
la tierra».
Como a una mujer
abandonada y abatida
te llama el Señor;
como a esposa de juventud, repudiada
—dice tu Dios—.
Por un instante te
abandoné,
pero con gran cariño te reuniré.
En un arrebato de ira,
por un instante te escondí mi rostro,
pero con amor eterno te quiero
—dice el Señor, tu liberador—.
Me sucede como en los
días de Noé:
juré que las aguas de Noé
no volverían a cubrir la tierra;
así juro no irritarme contra ti
ni amenazarte.
Aunque los montes
cambiasen
y vacilaran las colinas,
no cambiaría mi amor,
ni vacilaría mi alianza de paz
—dice el Señor que te quiere—.
Palabra de
Dios
Salmo: 29
R/. Te
ensalzaré, Señor, porque me has librado.
V/. Te
ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R/.
V/. Tañed
para el Señor, fieles suyos,
celebrad el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana el júbilo. R/.
V/. Escucha,
Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Lucas (7,24-30):
CUANDO se
marcharon los mensajeros de Juan, Jesús se puso a hablar a la gente acerca de
Juan:
«¿Qué salisteis a
contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? Pues ¿qué
salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con ropas finas? Mirad, los que se visten
fastuosamente y viven entre placeres están en los palacios reales.
Entonces, ¿qué
salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Este es de
quien está escrito:
“Yo envío me mensajero
delante de ti,
el cual preparará tu camino ante ti”.
Porque os digo, entre
los nacidos de mujer no hay nadie mayor que Juan. Aunque el más pequeño en el
reino de Dios es mayor que él».
Al oír a Juan, todo el
pueblo, incluso los publicanos, recibiendo el bautismo de Juan, proclamaron que
Dios es justo. Pero los fariseos y los maestros de la ley, que no habían
aceptado su bautismo, frustraron el designio de dios para con ellos.
Palabra del
Señor
Adviento es
tiempo de profetas. Todo profeta es capaz de responder las preguntas más
difíciles que le hacemos al destino. Por ello, son imprescindibles. Hoy, como en los tiempos de Jesús, siguen
siendo una novedad tan rara que hay que salir al desierto para encontrarnos con
ellos. El evangelio fija hoy nuestra mirada sobre el elogio de Jesús a Juan
Bautista, el profeta-precursor. Ese elogio, además, recoge algunos de los rasgos
que, según el Maestro, permiten reconocer al auténtico profeta.
·
Un profeta
jamás se rebaja a ser una débil caña agitada por cualquier viento, ni se
enfunda ostentosos ropajes de lujo. No es voluble ni cambiante, como una veleta
o como las modas. No se viste jamás de esplendores y riquezas. La pobreza ha
sido siempre el hábito permanente de la profecía. Porque ésta se acredita
siempre sobre la roca de la fidelidad y de la insobornable libertad.
·
Juan es no
sólo profeta sino más que profeta, por su condición de precursor de Jesús, el
Esperado. Preceder es llegar antes, preparar el camino y, después, desaparecer.
Juan Bautista cumple así los requisitos que, para siempre, validan el rango del
verdadero profeta. No es ni un entrometido que estorbe; ni juega a deslumbrar o
a centrar sobre sí mismo las miradas; tampoco se considera insustituible. Asume
que, inmediatamente detrás de él, viene “el más importante”.
·
Su misión
es señalar. Y hacerlo en la correcta dirección. Porque la corrupción de lo
profético llega por dos olvidos: el de señalar hacia Dios, al que se debe
anunciar y el de hacerlo ante los hombres a los que se debe servir. En
realidad, Dios y el hombre están tan unidos que negar a uno de los dos es
engaño. El oficio de Juan Profeta genera la espiritualidad de los “ojos
abiertos” para verlo todo y reconocer en medio de la maraña de la realidad al
Deseado.
·
La talla de
Juan Bautista es enorme. Nadie, según Jesús, la supera, salvo los habitantes
del Reino. Las medidas del mayor y del menor vienen ajustadas desde la relación
con Jesús, aunque esto nunca lo hayan entendido los poderosos, los adinerados o
los famosos de este mundo. Por esa razón, Juan no es un predicador cualquiera a
quien se pueda dar largas con excusas. No todos lo entienden así. El evangelio
termina relatando que prepararon los caminos para el encuentro del Señor...
¿Existen
aún, en estos tiempos áridos de increencia, precursores auténticos? Hoy, el evangelio nos ayuda a no confundirlos.
Ellos mantienen viva nuestra espera.
Santa Adelaida
Nace en el año 931 en la península
Itálica, y el destino le lleva a convertirse en emperatriz, casada con el rey
Lotario. Ya madre, queda viuda con dieciocho años. En su segundo matrimonio,
también regio, sufre la cárcel y el destierro. Regente emperatriz, retoma
funciones de mando en tiempos de Otón III. Ahora muestra con sus obras lo
muerta que estaba para sí misma y que la anterior piedad, la de toda su vida,
fue un asunto sincero. La emperatriz se dedica a hacer el bien. Protege,
socorre y consuela a los necesitados. Considera el poder como una carga para ella
y un servicio para el bien del pueblo. No es injusta, ni vengativa con quienes
le injuriaron en tiempo pretérito. Muestra esmero infatigable en las tareas de
gobierno. Reza, se mortifica y expía por los pecados de su pueblo. Muere a las
puertas del segundo milenio, en el año 999.
Vida
de Santa Adela
Adela o Adelaida,
es un nombre alemán que significa: "de noble familia". A esta santa
le decían también Alicia.
Santa Adelaida fue
la esposa del Emperador Otón el Grande.
Era hija del rey
Rodolfo de Borgoña, el cual murió cuando ella tenía 6 años. Muy joven contrajo
matrimonio con Lotario, rey de Italia. Su hija Emma llegó a ser reina de
Francia.
Su primer esposo,
Lotario, murió también muy joven, parece que envenenado por los que deseaban
quitarle su reino, quedando Adelaida viuda de sólo 19 años, con su hijita Emma
todavía muy pequeñita. El usurpador Berengario la encerró en una prisión y le
quitó todos sus poderes y títulos, porque ella no quiso casarse con el hijo del
tal Berengario. Su capellán se quedaba admirado porque Adelaida no se quejaba
ni protestaba y seguía tratando a todos los carceleros con exquisita amabilidad
y dulzura. Todo lo que sucedía lo aceptaba como venido de las manos de Dios y
para su bien. Le robaron sus vestidos de reina y todas sus alhajas y joyas y le
dieron unos harapos como de pordiosera. En su oscura prisión pasó varios meses
dedicada a la oración. Los carceleros exclamaban: "Cuánto heroísmo tiene
esta reina. ¡No grita, no se desespera, no insulta! ¡Sólo reza y sonríe en medio
de sus lágrimas!".
Y mientras
tanto su capellán, el Padre Martín, consiguió un plano del castillo donde ella
estaba prisionera, abrió un túnel y llegando hasta su celda la sacó hacia el
lago cercano donde la esperaba una barca, en la cual se la llevó hacia le
libertad haciéndola llegar hasta el Castillo de Canossa, donde se refugió. Pero
Berengario atacó aquel castillo y Adelaida envió unos embajadores a Otón de
Alemania pidiéndole su ayuda. Otón llegó con su ejército, derrotó e hizo
prisionero a Berengario y concedió la libertad a la santa reina.
Otón se enamoró de
Adelaida y le pidió que fuera su esposa. Ella aconsejada por el Padre Martín,
acepto este matrimonio y así llegó a ser la mujer del más importante mandatario
de su tiempo. Los dos se fueron a Roma y allá el Sumo Pontífice Juan XII coronó
a Otón como emperador y a Adelaida como emperatriz.
Otón el grande
reinó durante 36 años. Mientras tanto su santa esposa se dedicaba a socorrer a
los pobres, a edificar templos y a ayudar a misioneros, religiosos y
predicadores.
Al morir su esposo
Otón I, le sucedió en el trono el hijo de Adelaida, Otón II, pero este se casó
con una princesa de Constantinopla, la cual era dominante y orgullosa y le
exigió que tenía que alejar del palacio a Adelaida. Otón aceptó semejante
infamia y echó de su casa a su propia madre. Ella se fue a un castillo, pero
pidió la ayuda de San Mayolo, abad de Cluny, el cual habló de tal manera a Otón
que lo convenció que nadie mejor lo podía aconsejar y acompañar que su santa
madre. Y así el emperador llamó otra vez a Adelaida y le pidió perdón y la
recibió de nuevo en el palacio imperial.
Otón II murió en
una guerra y su viuda la princesa de Constantinopla se apoderó del mando y
trató duramente a Adelaida. Ella decía: "Solo en la religión puedo
encontrar consuelo para tantas pérdidas y desventuras". En medio de sus
penas encontraba fuerzas y paz en la oración. A quienes le trataban mal les
correspondía tratándoles con bondad y mansedumbre.
Una extraña
enfermedad acabó con la vida de la princesa de Constantinopla y Adelaida quedó
como regente, encargada del gobierno de la nación, mientras su nieto Otón III
llegaba a la mayoría de edad. Fue para sus súbditos una madre bondadosa.
Ignoraba el odio y no guardaba resentimientos con nadie. Supo dirigir el
gobierno del país alemán con bondad y mucha compresión, ganándose el cariño de
las gentes.
Fundó varios
monasterios de religiosos y se preocupó por la evangelización de los que
todavía no conocían la religión católica. Se esforzaba mucho por reconciliar a
los que estaban peleados.
Su director
espiritual en ese tiempo fue San Odilón, el cual dejó escrito: "La vida de
esta reina es una maravilla de gracia y de bondad". Santa Adelaida tuvo
una gran suerte, y fue que durante toda su vida se encontró con formidables
directores espirituales que la guiaron sabiamente hacia la santidad: el Padre
Martín, San Adalberto, San Mayolo y San Odilón. En la vida de nuestra santa sí
que se cumplió lo que dice la S. Biblia: "Encontrar un buen amigo es mejor
que encontrarse un buen tesoro. Quien pide un consejo a los que son
verdaderamente sabios, llegan con mucha mayor facilidad al éxito".
Cuando su hijo
Otón III se posesionó como emperador, ella se retiró a un monasterio, y allí
pasó sus últimos días dedicada a la oración y a mue el Espíritu Santo siga
enviando sabios directores espirituales que aconsejen a los gobernadores de las
naciones y los lleven hacia la verdadera sabiduría y hacia la santidad. ¡Que
hermoso fuera que esto se hiciera realidad!
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