26 - DE DICIEMBRE – DOMINGO –
DIA
DE LA SAGRADA FAMILIA
SAN
ESTEBAN
Lectura del libro del
Eclesiástico (3,2-6.12-14):
El Señor honra más
al padre que a los hijos y afirma el derecho de la madre sobre ellos.
Quien honra a su padre expía sus pecados, y
quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros.
Quien honra a su padre se alegrará de sus
hijos y cuando rece, será escuchado.
Quien respeta a su padre tendrá larga vida,
y quien honra a su madre obedece al Señor.
Hijo, cuida de tu padre en su vejez y
durante su vida no le causes tristeza.
Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él y no lo desprecies aun
estando tú en pleno vigor.
Porque la compasión hacia el padre no será
olvidada y te servirá para reparar tus pecados.
Palabra de
Dios
Salmo: 127,1-2.3.4-5
R/. Dichosos los que temen al
Señor y siguen sus caminos.
Dichoso el que
teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R/.
Tu mujer, como
parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.
Ésta es la
bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R/.
Lectura de la carta del apóstol
san Pablo a los Colosenses (3,12-21):
Hermanos:
Como elegidos de Dios, santos y amados,
revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando
alguno tenga quejas contra otro.
El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
Y por encima de todo esto, el amor, que es
el vínculo de la unidad perfecta.
Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido
convocados en un solo cuerpo.
Sed también agradecidos. La Palabra de
Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda
sabiduría; exhortaos mutuamente.
Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con
salmos, himnos y cánticos inspirados.
Y todo lo que de palabra o de obra
realicéis, sea todo en nombre del Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio
de él.
Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos,
como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos
con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso agrada al Señor.
Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no
sea que pierdan el ánimo.
Palabra de
Dios
Lectura del santo evangelio según
san Lucas (2,41-52)
Los padres de
Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua.
Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando
terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo
supieran sus padres.
Estos, creyendo que estaba en la caravana,
anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y
conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.
Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en
medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le
oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su
madre:
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu
padre y yo te buscábamos angustiados».
Él les contestó:
«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo
debía estar en las cosas de mi Padre?».
Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.
Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba
sujeto a ellos.
Su madre conservaba todo esto en su corazón.
Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en
estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.
Palabra del
Señor
Fiesta de la Sagrada Familia.
Dos lecturas que encajan
En una fiesta de la Sagrada Familia,
esperamos que las lecturas nos animen a vivir nuestra vida familiar. Y así
ocurre con las dos primeras.
Lectura del libro del Eclesiástico 3,
2-6. 12-14
El libro del Eclesiástico insiste en el
respeto que debe tener el hijo a su padre y a su madre; en una época en la que
no existía la Seguridad Social, “honrar padre y madre” implicaba también la
ayuda económica a los progenitores. Pero no se trata sólo de eso; hay también
que soportar sus fallos con cariño, “aunque chocheen”.
La 2ª - Lectura de la carta del apóstol
san Pablo a los Colosenses 3, 12-21
La sección final de la carta a los
Colosenses exhorta a vivir como cristianos, insistiendo en la bondad, el
perdón, la paz, el agradecimiento a Dios. Después de estos consejos, añade una
serie de advertencias dirigidas a las esposas, los maridos, los hijos, los
padres, los esclavos y los señores. Las cuatro primeras han sido elegidas para
esta fiesta de la Sagrada Familia. Pueden resultar extrañas por su carácter
exigente, como si las relaciones familiares en Colosas dejaran bastante que
desear. Pero estos consejos forman parte de la cultura de la época, muy
influida por la filosofía estoica. Con una notable diferencia en nuestro caso:
mientras los estoicos enfocaban estas virtudes desde un punto de vista humano,
la carta adopta un enfoque cristiano. Hay que obrar de este modo “como conviene
en el Señor” y “porque eso le gusta al Señor”. Cristo es el punto de referencia
para el comportamiento en la familia cristiana. Precisamente este enfoque
permite adaptar la advertencia dirigida a la mujer a nuevas circunstancias. Hoy
día no se le puede pedir que viva bajo la autoridad del marido “como conviene
en el Señor”. Pero todos los miembros de la familia deben plantearse cuál es la
forma de vida que “conviene en el Señor” y la que más le agrada.
¿Un evangelio impropio?
Después de los consejos anteriores, que
animan a obedecer y respetar a los padres, lo que menos podíamos esperar es un
evangelio en el que Jesús parece ofrecer un pésimo ejemplo de falta de respeto.
No sólo el hecho de quedarse en el
templo sin avisar, sino también la respuesta tan chulesca que da a María le
habría merecido una bofetada en cualquier cultura anterior a la nuestra. Mal
ejemplo para una fiesta de la familia. ¿Qué quiere decirnos Lucas con este
extraño episodio que solo cuenta él?
Lo que quiere decir a María y de María
En el relato inmediatamente anterior se
ha contado que Simeón, al tener a Jesús niño en sus brazos, además de hablar de
su futuro anunció a María que una espada le atravesaría el alma. Jesús no iba a
ser para ella puro motivo de alegría, sino también de angustia y preocupación.
Saltando por alto doce años, la visita al templo le sirve a Lucas para
ejemplificar esa espada que atravesaría a María durante toda su vida:
sufrimiento y desconcierto (porque, aunque Jesús se explique, “ellos no
comprendieron lo que quería decir”). Cuando hablamos de los sufrimientos de
María, de sus “dolores”, pensamos casi siempre en la pasión y muerte de Jesús.
Sin embargo, Jesús hizo sufrir a María toda su vida, no solo al final. La hizo
sufrir con su actividad y sus palabras, que suscitaban la oposición y el
rechazo de mucha gente y que terminarían provocando su muerte.
Lo que quiere decir de Jesús
¿Qué pensaba Jesús de sí mismo? ¿Era
simplemente un buen israelita que, un día, acudió a que Juan lo bautizara y
después tuvo la experiencia de que Dios le hablaba y le encomendaba una misión,
como parece sugerir el comienzo del evangelio de Marcos? Lucas quiere corregir
esta imagen. La estrechísima relación de Jesús con Dios no empieza en el
bautismo, se da desde siempre.
Este episodio se comprende mucho mejor
si se recuerda la historia del profeta Samuel. Consagrado por su madre al
templo, ha pasado toda su vida junto al sacerdote Elí. Hasta que, a los doce
años (según Flavio Josefo), una noche Dios lo llama: “Samuel, Samuel”.
Naturalmente, no puede imaginar que Dios lo llame y va corriendo junto al
sacerdote Elí. Este le dice que no lo ha llamado, que vuelva a acostarse. Pero
la escena se repite al pie de la letra, y el narrador se siente obligado a
comentar: “Samuel no conocía todavía a Yahvé”. Lleva doce años en el templo, viviendo
con el sumo sacerdote, asistiendo al culto, pero “no conocía todavía a Yahvé”.
Jesús, en cambio, a los doce años, sabe perfectamente cuál es su relación con
él: “¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” Dios es su
Padre, y ese conocimiento se lo ha comunicado ya a José y María con
anterioridad. Estas palabras contrastan no solo con la ignorancia de
Samuel sino también con lo que le ha dicho María: “Mira que tu padre y
yo te buscábamos angustiados.” Para Jesús, su único Padre es
Dios. Y su misión la ha recibido mucho antes del bautismo.
Lucas, tan buen conocedor de la
Escrituras, cuando dice que Jesús asombraba a todos los maestros con su
sabiduría, es posible que esté aludiendo al Salmo 119: “Soy más docto que todos
mis maestros porque medito tus preceptos. Soy más sagaz que los ancianos porque
observo tus decretos” (vv.99-100). Aunque Jesús no pondrá nunca el acento en la
letra de los preceptos y decretos, sino en la entrega plena a la voluntad de su
Padre.
María y nosotros
Lucas tiene especial interés en
presentar a María como modelo del cristiano. Con pocas palabras (“He
aquí la esclava del Señor”), con el silencio (como en el caso
de los pastores y de Simeón) y, sobre todo, con su actitud
de reflexionar y meditar todo lo que se relaciona con Jesús.
María no es tan lista como los teólogos,
y mucho menos que los obispos y papas. Ella no entiende muchas cosas. Jesús la
desconcierta. Pero conoce el gran remedio para el desconcierto: la oración.
Cuando estamos a punto de recomenzar el contacto con la actividad de Jesús, es
muy bueno acordarnos de ella e intentar imitarla.
SAN
ESTEBAN
Uno de los primeros diáconos y el primer
mártir cristiano; su fiesta es el 26 de Diciembre.
En los Hechos de
los Apóstoles el nombre de Esteban se encuentra por primera vez con ocasión del
nombramiento de los primeros diáconos (Hechos, 6, 5). Habiéndose suscitado
insatisfacción en lo relativo a la distribución de las limosnas del fondo de la
comunidad, los Apóstoles eligieron y ordenaron especialmente a siete hombres
para que se ocuparan del socorro de los miembros más pobres. De estos siete,
Esteban es el primer mencionado y el mejor conocido.
La vida de Esteban
anterior a este nombramiento permanece casi enteramente en la oscuridad para
nosotros. Su nombre es griego y sugiere que fuera un helenista, esto es, uno de
esos judíos que habían nacido en alguna tierra extranjera y cuya lengua nativa
era el griego; sin embargo, según una tradición del Siglo V, el nombre de Stephanos
era sólo el equivalente griego del arameo Kelil (del sirio kelila, corona), que
puede ser el nombre original del protomártir y fue inscrito en una losa
encontrada en su tumba. Parece que Esteban no era un prosélito, pues el hecho
de que Nicolás sea el único de los siete designado como tal hace casi seguro
que los otros eran judíos de nacimiento. Que Esteban fuera discípulo de
Gamaliel se ha deducido a veces de su hábil defensa ante el Sanedrín; pero no
ha sido probado. Ni sabemos tampoco cuándo y en qué circunstancias se hizo
cristiano; es dudoso que la afirmación de San Epifanio (Haer.,xx, 4) contando a
Esteban entre los setenta discípulos merezca algún crédito. Su ministerio como
diácono parece haberse ejercido principalmente entre los conversos helenistas
con los que los apóstoles estaban al principio menos familiarizados; y el hecho
de que la oposición con la que se enfrentó surgiera en las sinagogas de los
“Libertos” (probablemente los hijos de los judíos llevados como cautivos a Roma
por Pompeyo el año 63 antes de Cristo y liberados, de ahí el nombre de
Libertini ) y “de los Cirineos, y de los Alejandrinos y de los que eran de
Cilicia y Asia” muestra que habitualmente predicaba entre los judíos
helenistas. Que era destacadamente idóneo para ese trabajo, sus facultades y
carácter, que el autor de los Hechos desarrolla tan fervientemente, son la
mejor indicación. La Iglesia, al escogerlo para diácono, le había reconocido
públicamente como un hombre “de buena fama, lleno de Espíritu y sabiduría” (Hechos,
6, 3). Era “un hombre lleno de fe y de Espíritu Santo” (6, 5) “lleno de gracia
y de poder” (6, 8); nadie era capaz de resistir sus poco comunes facultades
oratorias y su lógica impecable, tanto más cuanto que a sus argumentos llenos
de la energía divina y la autoridad de la escritura Dios añadía el peso de
“grandes prodigios y señales” (6, 8). Grande como era la eficacia de “la
sabiduría y el Espíritu con que hablaba” (6, 10), aun así, no pudo someter los
espíritus de los refractarios; para estos el enérgico predicador se iba a
convertir pronto fatalmente en un enemigo.
El conflicto
estalló cuando los quisquillosos de las sinagogas “de los Libertos, y de los
Cirineos, y de los Alejandrinos, y de los que eran de Cilicia y Asia”, que
habían retado a Esteban a una discusión, salieron completamente desconcertados
(6, 9-10); el orgullo herido inflamó tanto su odio que sobornaron a falsos
testigos para que testificaran que “le habían oído pronunciar palabras
blasfemas contra Moisés y contra Dios” (6, 11).
Ninguna acusación
podía ser más apta para excitar a la turba; la ira de los ancianos y los
escribas ya había sido encendida por los primeros informes de la predicación de
los Apóstoles. Esteban fue detenido, no sin violencia parece (la palabra griega
synerpasan implica algo así), y arrastrado ante el Sanedrín, donde fue acusado
de decir que “Jesús, ese Nazareno, destruiría este Lugar [el Templo], y
cambiaría las costumbres que Moisés nos ha transmitido” (6,12, 14).Sin duda
Esteban había dado con su lenguaje alguna base para la acusación; sus
acusadores aparentemente cambiaron en ultraje ofensivo atribuido a él, una
declaración de que “el Altísimo no habita en casas hechas por la mano del
hombre” (7, 48), alguna mención de Jesús prediciendo la destrucción del Templo
y alguna condenando las opresivas tradiciones que acompañaban a la Ley, o más
bien que la aseveración tan a menudo repetida por los Apóstoles de que “no hay
salvación en ningún otro” (cf. 4, 12) no exceptuaba a la Ley, sino a Jesús.
Aunque pueda ser esto así, la acusación le dejó impertérrito y “todos los que
se sentaban en el Sanedrín... vieron su rostro como el rostro de un ángel” (6,
15).
La respuesta de
Esteban (Hechos, 7) fue una larga relación de las misericordias de Dios hacia
Israel durante su larga historia y de la ingratitud con que, durante todo el
tiempo, Israel correspondió a esas misericordias. Este discurso contenía muchas
cosas desagradables para los oídos judíos; pero la acusación final de haber
traicionado y asesinado al Justo cuya venida habían predicho los profetas,
provocó la rabia de una audiencia formada no por jueces, sino por enemigos.
Cuando Esteban “miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús que
estaba de pie a la diestra de Dios”, y dijo: “Estoy viendo los cielos abiertos
y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios” (7, 55), se
precipitaron sobre él (7, 56) y le sacaron de la ciudad para apedrearlo hasta
la muerte. La lapidación de Esteban no se presenta en la narración de los
Hechos como un acto de violencia popular; debe haber sido considerado por los
que tomaban parte en él como la ejecución de la ley. Según la ley (Lev., 24,
14), o al menos según su interpretación habitual, Esteban había sido sacado de
la ciudad; la costumbre exigía que las personas que iban a ser lapidadas fueran
colocadas en una elevación (del terreno) desde dónde, con las manos atadas,
serían luego arrojados abajo. Fue muy probablemente mientras estos preparativos
se llevaban a cabo cuando, “dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: “Señor,
no les tengas en cuenta este pecado” (7,59). Mientras tanto los testigos, cuyas
manos debían ser las primeras en ponerse sobre la persona condenada por su
testimonio (Deut., 17, 7), estaban dejando sus vestidos a los pies de Saulo,
para poder estar mejor dispuestos a la tarea que les correspondía (7, 57). El
mártir orante fue arrojado; y mientras los testigos estaban empujando sobre él
“una piedra tan grande como dos hombres pudieran llevar”, se le oyó pronunciar
su suprema plegaria: “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (7, 58). Poco podía la
gente presente, que lanzaba piedras sobre él, imaginarse que la sangre que
derramaban era la semilla de una cosecha que iba a cubrir el mundo.
Los cuerpos de los
hombres lapidados debían ser enterrados en un lugar designado por el Sanedrín:
Si en este caso insistió el Sanedrín en su derecho no podemos afirmarlo; en
cualquier caso, “hombres piadosos”, no se nos dice si cristianos o judíos,
“sepultaron a Esteban, e hicieron gran duelo por él” (8, 2). Durante siglos la
situación de la tumba de Esteban estuvo perdida, hasta que (en el año 415)
cierto sacerdote llamado Luciano supo por revelación que el sagrado cuerpo
estaba en Caphar Gamala, a alguna distancia al norte de Jerusalén. Las
reliquias fueron exhumadas y llevadas primero a la iglesia de Monte Sión,
luego, en 460, a la basílica erigida por Eudoxia junto a la Puerta de Damasco,
en el lugar dónde, según la tradición, tuvo lugar la lapidación (la opinión de
que la escena del martirio de San Esteban fue al este de Jerusalén, cerca de la
puerta llamada de San Esteban por ello, no se oyó hasta el Siglo XII). El sitio
de la basílica de Eudoxia se identificó hace unos veinte años, y se ha erigido
un nuevo edificio sobre los viejos cimientos por los Padres Dominicos.
La única fuente de
información de primera mano sobre la vida y muerte de San Esteban son los
Hechos de los Apóstoles (6,1-8,2).
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