15 - DE
JULIO – VIERNES –
15 – SEMANA
DEL T. O. – C –
San
Buenaventura
Lectura
del libro de Isaías (38,1-6.21-22.7-8):
En aquellos días,
Ezequías cayó enfermo de muerte, y vino a visitarlo el profeta Isaías, hijo de
Amós, y le dijo:
«Así dice el Señor: "Haz testamento, porque vas a morir sin remedio y
no vivirás."»
Entonces, Ezequías volvió la cara a la pared y oró al Señor:
«Señor, acuérdate que he procedido de acuerdo contigo, con corazón sincero
e íntegro, y que he hecho lo que te agrada.»
Y Ezequías lloró con largo llanto.
Y vino la palabra del Señor a Isaías:
«Ve y dile a Ezequías: Así dice el Señor, Dios de David, tu padre:
"He escuchado tu oración, he visto tus lágrimas. Mira, añado a tus días
otros quince años. Te libraré de las manos del rey de Asiria, a ti y a esta
ciudad, y la protegeré."»
Isaías dijo:
«Que traigan un emplasto de higos y lo apliquen a la herida, para que se
cure.»
Ezequías dijo:
«¿Cuál es la prueba de que subiré a la casa del Señor?»
Isaías respondió:
«Ésta es la señal del Señor, de que cumplirá el Señor la palabra
dada: "En el reloj de sol de Acaz haré que la sombra suba los diez grados
que ha bajado."»
Y desandó el sol en el reloj los diez grados que había avanzado.
Palabra de Dios
Salmo: Is: 38
R/.
Tú, Señor, detuviste mi alma para que no pereciese.
Yo pensé: «En medio de
mis días
tengo que marchar
hacia las puertas del abismo;
me privan del resto de
mis años.» R/.
Yo pensé: «Ya no veré
más al Señor
en la tierra de los
vivos,
ya no miraré a los
hombres
entre los habitantes
del mundo.» R/.
«Levantan y enrollan mi
vida
como una tienda de
pastores.
Como un tejedor,
devanaba yo mi vida,
y me cortan la
trama.» R/.
Los que Dios protege
viven,
y entre ellos vivirá
mi espíritu;
me has curado, me has
hecho revivir. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (12,1-8):
Un sábado de aquéllos,
Jesús atravesaba un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a
arrancar espigas y a comérselas.
Los fariseos, al verlo, le dijeron:
«Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en
sábado.»
Les replicó:
«¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres
sintieron hambre? Entró en la casa de Dios y comieron de los panes presentados,
cosa que no les estaba permitida ni a él ni a sus compañeros, sino sólo a los
sacerdotes. ¿Y no habéis leído en la Ley que los sacerdotes pueden violar el
sábado en el templo sin incurrir en culpa?
Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo. Si comprendierais
lo que significa "quiero misericordia y no sacrificio", no
condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del
sábado.»
Palabra del Señor
1. Uno de los peligros más serios, que llevan consigo las
religiones, está en que establecen preceptos, que afectan a cosas importantes
en la vida de las personas, y convencen a sus fieles que la observancia de esos preceptos es
más importante que la felicidad, la dignidad o incluso la vida misma de los
seres humanos. Cuando las religiones hacen eso, lo que en
realidad hacen es dar más importancia a la religión que a la vida del ser
humano. Con lo cual se llega a la absurda situación de que se anteponen los
medios al fin.
La religión es un medio para un fin, que es la plenitud de vida del ser
humano. Una religión que no funciona así, no puede ser la religión que representa al Dios de la
vida.
2. Así era la religión de los fariseos que interpelaron a
Jesús y le exigieron que reprendiera a sus discípulos por arrancar espigas en
sábado para quitarse el hambre. La religión de los fariseos anteponía la observancia del sábado
(el medio) a la necesidad de saciar el hambre y poder vivir (el fin). Es algo
que ocurre constantemente en la vida de las gentes que se someten a la
religión. Por eso hay cada día más gente que no quiere saber nada de la religión, ni
de los dirigentes de la religión, ni del Dios al que la religión y sus
dirigentes representan.
3. La respuesta de Jesús viene a decir que las exigencias
de la vida, y de una vida que no pasa faltas y se siente feliz, está antes que
la religión y sus observancias. Porque, de no ser así, tendríamos que llegar a
la horrible conclusión de que Dios quiere sumisión sin condiciones, aun a
costa del sufrimiento de las personas.
- ¿Quién puede creer en semejante Dios?
San
Buenaventura
Memoria de la inhumación de san
Buenaventura, obispo de Albano y doctor de la Iglesia, celebérrimo por su
doctrina, por la santidad de su vida y por las preclaras obras que realizó en
favor de la Iglesia. Como ministro general rigió con gran prudencia la Orden de
los Hermanos Menores, siendo siempre fiel al espíritu de san Francisco y en sus
numerosos escritos unió suma erudición y piedad ardiente. Cuando estaba
prestando un gran servicio al II Concilio Ecuménico de Lyon, mereció pasar a la
visión beatífica de Dios.
Vida
de San Buenaventura
Lo único que
sabemos acerca de este ilustre hijo de San Francisco de Asís, por lo que se
refiere a sus primeros años, es que nació en Bagnorea, cerca de Viterbo, en
1221 y que sus padres fueron Juan Fidanza y María Ritella. Después de tomar el
hábito en la orden seráfica, estudió en la Universidad de París, bajo la
dirección del maestro inglés Alejandro de Hales.
Buenaventura,
a quien la historia debía conocer con el nombre de "el doctor
seráfico", enseñó teología y Sagrada Escritura en la Universidad de París,
de 1248 a 1257. A su genio penetrante unía un juicio muy equilibrado, que le
permitía ir al fondo de las cuestiones y dejar de lado todo lo superfluo para
discernir todo lo esencial y poner al descubierto los sofismas de las opiniones
erróneas. Nada tiene, pues, de extraño que el santo se haya distinguido en la
filosofía y teología escolásticas. Buenaventura ofrecía todos los estudios a la
gloria de Dios y a su propia santificación, sin confundir el fin con los medios
y sin dejar que degenerara su trabajo en disipación y vana curiosidad.
La
oración, clave de la vida espiritual
No contento
con transformar el estudio en una prolongación de la plegaria, consagraba gran
parte de su tiempo a la oración propiamente dicha, convencido de que ésa era la
clave de la vida espiritual. Porque, como lo enseña San Pablo, sólo el Espíritu
de Dios puede hacernos penetrar sus secretos designios y grabar sus palabras en
nuestros corazones.
Tan grande era
la pureza e inocencia del santo que su maestro, Alejandro de Hales, afirmaba
que "parecía que no había pecado en Adán". El rostro de Buenaventura
reflejaba el gozo, fruto de la paz en que su alma vivía. Como el mismo santo
escribió, "el gozo espiritual es la mejor señal de que la gracia habita en
un alma."
El santo no veía
en sí más que faltas e imperfecciones y, por humildad, se abstenía algunas
veces de recibir la comunión, por más que su alma ansiaba unirse al objeto de
su amor y acercarse a la fuente de la gracia. Pero un milagro de Dios permitió
a San Buenaventura superar tales escrúpulos. Las actas de canonización lo
narran así: "Desde hacía varios días no se atrevía a acercarse al banquete
celestial.
Pero, cierta
vez en que asistía a la Misa y meditaba sobre la Pasión del Señor, Nuestro
Salvador, para premiar su humildad y su amor, hizo que un ángel tomara de las
manos del sacerdote una parte de la hostia consagrada y la depositara en su
boca."
A partir de entonces, Buenaventura comulgó sin ningún escrúpulo y encontró en
la santa Comunión una fuente de gozo y de gracias. El santo se preparó a
recibir el sacerdocio con severos ayunos y largas horas de oración, pues su
gran humildad le hacía acercarse con temor y temblor a esa altísima dignidad.
La Iglesia recomienda a todos los fieles la oración que el santo compuso para
después de la misa y que comienza así: Transfige, dulcissime Domine Jesu...
Celo
por las almas
Buenaventura
se entregó con entusiasmo a la tarea de cooperar a la salvación de sus
prójimos, como lo exigía la gracia del sacerdocio. La energía con que predicaba
la palabra de Dios encendía los corazones de sus oyentes; cada una de sus
palabras estaba dictada por un ardiente amor. Durante los años que, pasó en
París, compuso una de sus obras más conocidas, el "Comentario sobre las
Sentencias de Pedro Lombardo", que constituye una verdadera suma de
teología escolástica. El Papa Sixto IV, refiriéndose a esa obra, dijo que
"la manera como se expresa sobre la teología, indica que el Espíritu Santo
hablaba por su boca."
Víctima de ataques
Los violentos
ataques de algunos de los profesores de la Universidad de París contra los
franciscanos perturbaron la paz de los años que Buenaventura pasó en esa
ciudad. Tales ataques se debían, en gran parte, a 1a envidia que provocaban los
éxitos pastorales y académicos de los hijos de San Francisco ya que la santa
vida de los frailes resultaba un reproche constante a la mundana existencia de
otros profesores. El líder de los que se oponían a los franciscanos era
Guillermo de Saint Amour, quien atacó violentamente a San Buenaventura en una
obra titulada "Los peligros de los últimos tiempos".
Éste tuvo que
suspender sus clases durante algún tiempo y contestó a los ataques con un
tratado sobre la pobreza evangélica, con el título de "Sobre la pobreza de
Cristo." El Papa Alejandro IV nombró a una comisión de cardenales para que
examinasen el asunto en Anagni, con el resultado de que fue quemado
públicamente el libro de Guillermo de Saint Amour, fueron devueltas sus
cátedras a los hijos de San Francisco y fue ordenado el silencio a sus
enemigos. Un año más tarde, en 1257, San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino
recibieron juntos el título de doctores.
Sus escritos y anhelo de la perfección cristiana
San
Buenaventura escribió un tratado "Sobre la vida de perfección",
destinado a la Beata Isabel, hermana de San Luis de Francia y a las Clarisas
Pobres del convento de Longchamps. Otras de sus principales obras místicas son
el "Soliloquio" y el tratado "Sobre el triple camino". Es
conmovedor el amor que respira cada una de las palabras de San Buenaventura.
Gerson, el
erudito y devoto canciller de la Universidad de París, escribe a propósito de
sus obras: "A mi modo de ver, entre todos los doctores católicos,
Eustaquio (porque así podemos traducir el nombre de Buenaventura) es el que más
ilustra la inteligencia y enciende al mismo tiempo el corazón. En particular,
el Breviloquium Itinerarium mentis in Deum están compuestos con tanto arte,
fuerza y concisión, que ningún otro escrito puede aventajarlos." Y en otro
libro, comenta: "Me parece que las obras de Buenaventura son las más aptas
para la instrucción de los fieles, por su solidez, ortodoxia y espíritu de
devoción. Buenaventura se guarda cuanto puede de los vanos adornos y no trata
de cuestiones de lógica o física ajenas a la materia. No existe doctrina más
sublime, más divina y más religiosa que la suya." Estas palabras se
aplican, sobre todo, a los tratados espirituales que reproducen sus meditaciones
frecuentes sobre las delicias del cielo y sus esfuerzos por despertar en los
cristianos el mismo deseo de la gloria que a él le animaba.
Como dice en
un escrito, "Dios, todos los espíritus gloriosos y toda la familia del Rey
Celestial nos esperan y desean que vayamos a reunirnos con ellos. ¡Es imposible
que no se anhele ser admitido en tan dulce compañía! Pero quien en este valle
de lágrimas no haya tratado de vivir con el deseo del cielo, elevándose
constantemente sobre las cosas visibles, tendrá vergüenza al comparecer a la
presencia de la corte celestial." Según el santo, la perfección cristiana,
más que en el heroísmo de la vida religiosa, consiste en hacer bien las
acciones más ordinarias.
He aquí sus
propias palabras: "La perfección del cristiano consiste en hacer
perfectamente las cosas ordinarias. La fidelidad en las cosas pequeñas es una
virtud heroica". En efecto, tal fidelidad constituye una constante
crucifixión del amor propio, un sacrificio total de la libertad, del tiempo y
de los afectos y, por ello mismo, establece el reino de la gracia en el alma.
El mejor ejemplo que puede darse de la estima en que San Buenaventura tenía la
fidelidad en las cosas pequeñas, es la anécdota que se cuenta de él y del Beato
Gil de Asís.
Es
elegido superior general de los Franciscanos
En 1257,
Buenaventura fue elegido superior general de los Frailes Menores. No había
cumplido aún los treinta y seis años y la orden estaba desgarrada por la
división entre los que predicaban una severidad inflexible y los que pedían que
se mitigase la regla original; naturalmente, entre esos dos extremos, se
situaban todas las otras interpretaciones. Los más rigoristas, a los que se
conocía con el nombre de "los espirituales", habían caído en el error
y en la desobediencia, con lo cual habían dado armas a los enemigos de la orden
en la Universidad de París. El joven superior general escribió una carta a todos
los provinciales para exigirles la perfecta observancia de la regla y la
reforma de los relajados, pero sin caer en los excesos de los espirituales.
El primero de
los cinco capítulos generales que presidió San Buenaventura, se reunió en
Narbona en 1260. Ahí presentó una serie de declaraciones de las reglas que
fueron adoptadas y ejercieron gran influencia sobre la vida de la orden, pero
no lograron aplacar a los rigoristas. A instancias de los miembros del
capítulo, San Buenaventura empezó a escribir la vida de San Francisco de Asís.
La manera en
que llevó a cabo esa tarea, demuestra que estaba empapado de las virtudes del
santo sobre el cual escribía. Santo Tomás de Aquino, que fue a visitar un día a
Buenaventura cuando éste se ocupaba de escribir la biografía del
"Pobrecillo de Asís," le encontró en su celda sumido en la
contemplación. En vez de interrumpirle, Santo Tomás se retiró, diciendo:
"Dejemos a un santo trabajar por otro santo". La vida escrita por San
Buenaventura, titulada "La Leyenda Mayor", es una obra de gran
importancia acerca de la vida de San Francisco, aunque el autor manifiesta en
ella cierta tendencia a forzar la verdad histórica para emplearla como
testimonio contra los que pedían la mitigación de la regla.
Lo
nombran cardenal
San Buenaventura
gobernó la orden de San Francisco durante diecisiete años y se le llama, con
razón, el segundo fundador. En 1265, a la muerte de Godofredo de Ludham, el
Papa Clemente IV trató de nombrar a San Buenaventura arzobispo de York, pero el
santo consiguió disuadirle de ello. Sin embargo, al año siguiente, el Beato
Gregorio X le nombró cardenal obispo de Albano, le ordenó aceptar el cargo por
obediencia y le llamó inmediatamente a Roma. Los legados pontificios le
esperaban con el capelo y las otras insignias de su dignidad; según se cuenta,
fueron a su encuentro hasta cerca de Florencia y le hallaron en el convento
franciscano de Mugello, lavando los platos. Como Buenaventura tenía las manos
sucias, rogó a los legados que colgasen el capelo en la rama de un árbol y que
se paseasen un poco por el huerto hasta que terminase su tarea. Sólo entonces
San Buenaventura tomó el capelo y fue a presentar a los legados los honores
debidos.
Gregorio X
encomendó a San Buenaventura la preparación de los temas que se iban a tratar
en el Concilio ecuménico de Lyon, acerca de la unión con los griegos ortodoxos,
pues el emperador Miguel Paleólogo había propuesto la unión a Clemente IV. Los
más distinguidos teólogos de la Iglesia asistieron a dicho Concilio. Como se
sabe, Santo Tomás de Aquino murió cuando se dirigía a él. San Buenaventura fue,
sin duda, el personaje más notable de la asamblea. Llegó a Lyon con el Papa,
varios meses antes de la apertura del Concilio. Entre la segunda y la tercera
sesión reunió el capítulo general de su orden y renunció al cargo de superior
general. Cuando llegaron los delegados griegos, el santo inició las
conversaciones con ellos y la unión con Roma se llevó a cabo. En acción de
gracias, el Papa cantó la misa el día de la fiesta de San Pedro y San Pablo. La
epístola, el evangelio y, el credo, se cantaron en latín y en griego y San
Buenaventura predicó en la ceremonia.
Muere
el Doctor Seráfico
El Seráfico
Doctor murió durante las celebraciones, la noche del 14 al 15 de julio. Ello le
ahorró la pena de ver a Constantinopla rechazar la unión por la que tanto había
trabajado. Pedro de Tarantaise, el dominico que ciñó más tarde la tiara
pontificia con el nombre de Inocencio V, predicó el panegírico de San
Buenaventura y dijo en él: "Cuantos conocieron a Buenaventura le
respetaron y le amaron. Bastaba simplemente con oírle predicar para sentirse
movido a tomarle por consejero, porque era un hombre afable, cortés, humilde,
cariñoso, compasivo, prudente, casto y adornado de todas las virtudes."
La
autoridad al servicio
Se cuenta que,
como superior general, fue un día a visitar el convento Foligno. Cierto
frailecillo tenía muchas ganas de hablar con él, pero era demasiado humilde y
tímido para atreverse. Pero, en cuanto partió San Buenaventura, el frailecillo
cayó en la cuenta de la oportunidad que había perdido y echó correr tras él y
le rogó que le escuchase un instante. El santo accedió inmediatamente y tuvo
una larga conversación con él, a la vera del camino.
Cuando el frailecillo partió de vuelta al convento, lleno de consuelo, San
Buenaventura observó ciertas muestras de impaciencia entre los miembros de su
comitiva y les dijo sonriendo: "Hermanos míos, perdonadme, pero tenía que
cumplir con mi deber, porque soy a la vez superior y siervo y ese frailecillo
es, a la vez, mi hermano y mi amo. La regla nos dice: ‘Los superiores deben
recibir a los hermanos con caridad y bondad y portarse con ellos como si fuesen
sus siervos, porque los superiores, son, en verdad, los siervos de todos los
hermanos’. Así pues, como superior y siervo, estaba yo obligado a ponerme a la
disposición de ese frailecillo, que es mi amo, y a tratar de ayudarle lo mejor
posible en sus necesidades".
Tal era el
espíritu con que el santo gobernaba su orden. Cuando se le había confiado el
cargo de superior general, pronunció estas palabras: "Conozco
perfectamente mi incapacidad, pero también sé cuán duro es dar coces contra el
aguijón. Así pues, a pesar de mi poca inteligencia, de mi falta de experiencia
en los negocios y de la repugnancia que siento por el cargo, no quiero seguir
opuesto al deseo de mi familia religiosa y a la orden del Sumo Pontífice,
porque temo oponerme con ello a la voluntad de Dios. Por consiguiente, tomaré
sobre mis débiles hombros esa carga pesada, demasiado pesada para mí. Confío en
que el cielo me ayudará y cuento con la ayuda que todos vosotros podéis
prestarme". Estas dos citas revelan la sencillez, la humildad y la caridad
que caracterizaban a San Buenaventura. Y, aunque no hubiese pertenecido a la
orden seráfica, habría merecido el título de "Doctor Seráfico" por
las virtudes angélicas que realzaban su saber. Fue canonizado en 1482 y
declarado Doctor de la Iglesia en 1588.
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