11 - DE
JULIO – LUNES –
15 – SEMANA
DEL T. O. – C –
patrono de Europa
Lectura
del libro de los Proverbios 2,1-9:
Hijo mío, si aceptas
mis palabras y conservas mis consejos, prestando oído a la sensatez y prestando
atención a la prudencia; si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia;
si la procuras como el dinero y la buscas como un tesoro, entonces comprenderás
el temor del Señor y alcanzarás el conocimiento de Dios. Porque es el Señor
quien da sensatez, de su boca proceden saber e inteligencia. Él atesora acierto
para los hombres rectos, es escudo para el de conducta intachable, custodia la
senda del deber, la rectitud y los buenos senderos. Entonces comprenderás la
justicia y el derecho, la rectitud y toda obra buena.
Palabra de Dios
Salmo: 33,2-3.4.6.9.12.14-15
R/.
Bendigo al Señor en todo momento
Bendigo al Señor en
todo momento,
su alabanza está
siempre en mi boca;
mi alma se gloría en
el Señor:
que los humildes lo
escuchen y se alegren. R/.
Proclamad conmigo la
grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su
nombre.
Contempladlo, y
quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se
avergonzará. R/.
Gustad y ved qué bueno
es el Señor,
dichoso el que se
acoge a él.
Venid, hijos,
escuchadme:
os instruiré en el
temor del Señor. R/.
Guarda tu lengua del
mal,
tus labios de la
falsedad;
apártate del mal, obra
el bien,
busca la paz y corre
tras ella. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo 19,27-29:
En aquel tiempo, dijo
Pedro a Jesús:
«Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?»
Jesús les dijo:
«Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en
el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os
sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel.
El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o
tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.»
Palabra del Señor.
1. El capítulo diez de Mateo tiene una importancia singular. Es
el capítulo de "la misión" de los "apóstoles".
El relato de Mateo no habla directamente de la Iglesia, pero habla de los
doce apóstoles que, con el paso del tiempo, han sido (y son) fundamentales en
la vida y organización de la Iglesia.
La Iglesia cree que los obispos son sucesores de los
apóstoles. Por eso, lo que aquí dice Jesús sobre los apóstoles de
entonces es fundamental para los obispos de hoy.
2. Lo primero que dice este evangelio es que Jesús dio a los
discípulos "autoridad". Mateo escogió bien esta
palabra. No usa aquí el término griego dj'Inamis, que indica el
poder que se basa en la propia fuerza (natural o espiritual), sino que utiliza
la palabra exousía, que se refiere al poder o autoridad vinculada a una misión
determinada. De acuerdo con las palabras de Jesús, la exousía
que se les da a los apóstoles es, antes que nada, un poder, una autoridad, para
curar enfermos y expulsar demonios, es decir, para aliviar sufrimientos y dar
vida. Esto es lo que dice Jesús de entrada. Y a partir de esto se ha de
entender la misión de los apóstoles.
3. Mateo empieza llamándolos "discípulos". Y de ahí, a
renglón seguido, los llama
"apóstoles". Obviamente, eso quiere decir que
los doce apóstoles (y sus sucesores los obispos), antes que apóstoles, han de
ser discípulos. No como los "discípulos" de los rabinos, que se
caracterizaban por su sentido jerárquico y su sumisión a la Ley, sino los
discípulos de Jesús, que eran los que "compartían vida y mesa con él"
(M. Hengel).
Solo el que vive así puede ser llamado "apóstol" y "sucesor
de los apóstoles".
San Benito de Nursia
San Benito, patrono de Europa
Nació en Nursia, región
de Umbría, hacia el año 480. Después de haber recibido en Roma una adecuada
formación, comenzó a practicar la vida eremítica en Subiaco, donde reunió a
algunos discípulos; más tarde se trasladó a Cassino. Allí fundó el célebre
monasterio de Montecassino y escribió la Regla, cuya difusión le valió el
título de patriarca del monacato occidental. Murió el 21 de marzo del año 547,
pero, ya desde finales del siglo VIII, en muchos lugares comenzó a celebrarse
su memoria el día de hoy. l
Benito de
Nursia
(Nursia, Italia, h. 480 - Montecassino, id., 547)
Patriarca de los monjes de Occidente y fundador de la orden de los
benedictinos. Nacido en el seno de una familia patricia, estudió retórica,
filosofía y derecho en Roma. Los datos disponibles sobre su vida, relatada por
San Gregorio Magno en el segundo libro de sus Diálogos, son de escasa
fiabilidad. Se cuenta que a los veinte años huyó al desierto de Subiaco, donde
el monje Román le impuso el hábito monástico. En poco tiempo fundó doce
monasterios. La fama de su santidad le valió la enemistad de otros sacerdotes
vecinos, por lo que abandonó Subiaco y se instaló en Montecassino, donde hizo
construir un monasterio sobre las ruinas de un antiguo templo pagano. Allí
redactó, hacia el año 540, su célebre Regla, que establece la humildad, la
abnegación y la obediencia como ejes fundamentales de la vida del monje. El
convento es definido como una comunidad aislada del mundo por la clausura y
vinculada a él por la hospitalidad. Adoptados por San Benito de Aniano, los preceptos
de San Benito de Nursia fueron ampliamente difundidos durante la época
carolingia y siguen rigiendo en la actualidad la orden benedictina.
Conocemos
la vida de San Benito de Nursia gracias a los Diálogos de San Gregorio Magno,
fuente digna de atención desde el punto de vista histórico, aun cuando la
figura del patriarca del monacato occidental hubiera entrado ya, en la época de
su redacción, en la leyenda. Todavía muy joven, Benito fue enviado a Roma, de
donde procedía su familia, para estudiar allí las letras y las artes, cosa que
hizo con un provecho mayor de lo que generalmente suele creerse. No obstante,
hacia los veinte años, hastiado por la corrupción y la vida muelle que le era
dado contemplar, resolvió abandonar el mundo para dedicarse mejor a su
formación interna y a la oración.
Salió
de la ciudad ocultamente, y tras una breve permanencia en Enfida se retiró a la
soledad de una gruta cercana a Subiaco; allí vivió por espacio de tres años, en
el secreto más absoluto y en medio de numerosas privaciones, hasta la Pascua de
503. Descubierto por la indiscreción de un sacerdote, se dejó elegir abad por
un grupo de monjes que residían cerca de Vicovaro, los cuales, posteriormente,
al no lograr adaptarse a la disciplina por él establecida, trataron de
envenenarle.
Superada
la asechanza, Benito de Nursia reunió a cuantos habían acudido a él de todas
partes en busca de sus consejos y fundó en la región doce monasterios que muy
pronto se poblaron de monjes, a los cuales dio como norma de vida la regla de
San Basilio; de Roma llegaron también los patricios Tertulo y Equicio para
confiar al patriarca sus jóvenes hijos Plácido y Mauro, que luego habrían de
convertirse en dos de sus más ardientes discípulos y colaboradores.
Sin
embargo, la paz y la tranquilidad no duraron demasiado. El envidioso sacerdote
Florencio pretendió eliminarle; fracasado otro intento de envenenamiento
llevado a cabo mediante un pan, trató de perjudicarle de la manera más infame,
y no directamente en su persona, sino en sus jóvenes novicios, a los que
sometió a la más dura de las tentaciones. El castigo no tardó en llegar, y el
presbítero murió en el súbito derrumbamiento de su propia casa.
Benito,
con unos cuantos compañeros, se alejó de aquel lugar y se dirigió a Campania,
hacia el punto que habría de hacer para siempre famoso: Cassino, la antigua y
bella colonia romana, entonces arruinada por las devastaciones de los bárbaros
y la desolación de la guerra. En la Pascua del año 529 Benito destruyó el altar
de Apolo que los moradores, vueltos al paganismo, habían levantado en la colina
que dominaba el país, lleno de bosques sagrados, y lo reemplazó por los
oratorios de San Juan y San Martín; con ello inició, mediante un acto de
firmeza cristiana y romana, el futuro monasterio de Montecassino, el
"Archicoenobium Casinense", donde el santo vivió durante el resto de
su vida.
Fruto
de este periodo fue la Regla de los monasterios, obra que ha hecho de Benito de
Nursia una de las grandes figuras del cristianismo. En ella adaptó genialmente
a las tendencias, a la naturaleza, a las necesidades y a las condiciones de los
pueblos de Occidente las normas de vida monástica que entre los orientales
habían producido grandes frutos de santidad en el seno de la Iglesia católica.
San Gregorio Magno alabó sobre todo la "discreción", o sea el
equilibrio, de esta regla; a tal característica se debe, indudablemente, la
inmensa fortuna que conocería en el transcurso de los siglos dicho monumento de
la sabiduría cristiana, al cual se halla vinculada una parte tan importante de
la vida religiosa medieval.
La
Regla de los monasterios (Regula monasteriorum), más conocida como Regla de San
Benito, es una obra de importancia capital y decisiva para el desarrollo del
monacato en Occidente; ejerció una vasta influencia sobre la producción
literaria medieval y suscitó un vivo interés por la tradición de su texto y por
la peculiaridad de su lengua. La elaboración de este libro tomó largos años a
San Benito de Nursia. Recogiendo ampliamente la materia de escritos concernientes
a los preceptos de la vida monástica, la obra viene a constituir, por decirlo
así, la redacción y codificación oficial, la coordinación eficacísima, por
parte de la Iglesia, de la actividad independiente cenobítica, para
salvaguardia del patrimonio de la fe en una época de turbulencia y transición.
La
Regla se inicia con un prólogo en el que claramente se expone el altísimo
programa ascético del santo, y comprende, con una acabada concisión, setenta y
tres capítulos, escritos en un tono evangélicamente solemne, autoritario,
reformador y, a la vez, benévolo, suave y humano; algunos de los capítulos, más
exquisitamente espirituales, alcanzan a veces la sublimidad de la mística. La
suave gravedad romana de la Regla de San Benito estaba destinada a dominar sobre
todas las demás instituciones monásticas del mundo latino, así como sobre la
rígida disciplina irlandesa; a convertirse, en suma, según el explícito deseo
del santo y el título que le puso el papa Pelagio I, en "Regla de los
monasterios", en la norma universal de todo cenobio. La armonía de la
discreción, peculiar en San Benito, y su adaptación vigilante a las necesidades
de aquel tiempo lograron adaptar el severo y contemplativo monacato oriental al
espíritu activo y conquistador del Occidente romano.
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