9 - DE JULIO
– SÁBADO –
14 – SEMANA
DEL T. O. – C –
San Nicolás
Pieck y compañeros
Lectura del libro de Isaías (6,1-8):
El año de la
muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la
orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines en pie junto a él, cada uno
con seis alas: con dos alas se cubrían el rostro, con dos alas se cubrían el
cuerpo, con dos alas se cernían. Y se gritaban uno a otro, diciendo:
«¡Santo, santo, santo, el Señor de los
ejércitos, ¡la tierra está llena de su gloria!»
Y temblaban los umbrales de las puertas
al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.
Yo dije:
«¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de
labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto
con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos.»
Y voló hacia mí uno de los serafines,
con una ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la
aplicó a mi boca y me dijo:
«Mira: esto ha tocado tus labios, ha
desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.»
Entonces escuché la voz del Señor, que
decía:
«¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?»
Contesté:
«Aquí estoy, mándame.»
Palabra de Dios
Salmo: 92
R/. El Señor reina, vestido de majestad
El Señor
reina, vestido de majestad,
el Señor, vestido y ceñido de poder. R/.
Así está firme
el orbe y no vacila.
Tu trono está firme desde siempre,
y tú eres eterno. R/.
Tus mandatos
son fieles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Mateo (10,24-33):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«Un discípulo no es más que su maestro,
ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro,
y al esclavo como su amo.
Si al dueño de la casa lo han llamado
Belzebú, ¡cuánto más a los criados!
No les tengáis miedo, porque nada hay
cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a
saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al
oído, pregonadlo desde la azotea.
No tengáis miedo a los que matan el
cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el
fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin
embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues
vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis
miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones.
Si uno se pone de mi parte ante los
hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me
niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.»
Palabra del Señor
1. Jesús les ha dicho a sus
apóstoles que van a ser perseguidos y enseguida les explica por qué. Si de
verdad se han identificado con Jesús, lo lógico es que les va a pasar en la
vida lo mismo que le pasó a Jesús. Si él fue perseguido por los dirigentes de
su propia religión, es evidente que quienes se presentan como los discípulos de
aquel Jesús, si de verdad lo son, tendrán que pasar por la misma situación.
Están equivocados los dirigentes
actuales que piensan que eso ocurrió en el "antiguo pueblo de Dios",
pero que ya no puede ocurrir en el "nuevo y definitivo pueblo
elegido".
No hay en este mundo religión elegida y
exenta de error. Los sumos sacerdotes de Israel no se equivocaron por ser de
Israel, sino por ser sumos sacerdotes que tenían la convicción de que ellos no
se equivocaban.
2. El que se ve amenazado,
siente miedo. Por eso, la gran tentación de los apóstoles (y de sus
sucesores) es el miedo. Cuatro veces habla Jesús del miedo. Y el gran peligro
del que tiene miedo es callarse o decir las cosas de forma que no le compliquen
la vida.
Cuando eso ocurre, el Evangelio se
convierte en "proyecto político" disfrazado de "proyecto
apostólico", de "responsabilidad pastoral" o cosas parecidas.
San Nicolás Pieck y compañeros
San Nicolás
Pieck o Pick junto con otros diez franciscanos del convento de la pequeña
ciudad holandesa de Gorcum, junto con otros ocho sacerdotes y religiosos,
fueron martirizados por los calvinistas en Brielle por negarse a apostatar de
la fe y, en especial, a retirar su obediencia al Papa.
Vida
de San Nicolás Pieck y compañeros
La primera
página de la historia de la nacionalidad holandesa está manchada de sangre. Hoy
quisieran borrarla todos los holandeses, aun los protestantes más
reaccionarios. Fueron jornadas inexplicables en un pueblo que pasa como
prototipo de cordura y de sentido de tolerancia.
Para
comprender lo que entonces sucedió precisa trasladarse al clima político y
religioso, también social, de los Países Bajos de la segunda mitad del siglo
XVI, ricos y superpoblados, invadidos por los predicantes calvinistas y alzados
en guerra sin cuartel contra el dominio español.
El año 1566,
con la aparición en escena del partido de los gueux o «mendigos», señala el
comienzo de una serie de devastaciones iconoclastas en todo el Flandes español,
no sin connivencia de la nobleza. Felipe II envía al duque de Alba. La sola
presencia del gran estratega, alma recta y mano dura, impone el orden y el
silencio. Silencio rencoroso, precursor de las grandes catástrofes. Guillermo
de Nassau saca partido de la situación para levantar la bandera de la
independencia. El de Alba le derrota en todos los frentes. Pero allí queda la
pesadilla de los «mendigos del mar», guarecidos en las islas que ciñen la
costa. Gente desgarrada, rebotada de todos los países, sin otro vínculo que el
odio a los papistas y la sed del pillaje. Desde 1571 los manda el conde de la
Marck, que ha jurado no raparse la barba ni cortarse las uñas hasta el día en
que haya vengado, en los sacerdotes y religiosos, la muerte de los condes de
Egmont y de Hornes, ajusticiados por los españoles. Un golpe audaz le ha puesto
en posesión de la importante plaza fuerte de Brielle, en la desembocadura del
Mosa. Iglesias y conventos son saqueados, quemadas las imágenes, asesinados con
crueldad refinada los eclesiásticos que no logran ponerse a salvo.
El 25 de junio
de 1572 una flotilla, mandada por el capitán Marino Brant, atacaba la pequeña
ciudad de Gorkum. Las fuerzas fieles al rey hubieron de hacerse fuertes en la
ciudadela, donde fueron a refugiarse todos los sacerdotes y religiosos.
Pertenecían al clero secular el párroco Leonardo Vechel, su coadjutor Nicolás
Janssen y un anciano de setenta años, por nombre Godofredo van Duynen. Los dos
primeros, en la plenitud de sus fuerzas y de su celo pastoral, intrépidos
defensores de su grey y llenos de caridad con los pobres. El anciano vivía
retirado en su casa de Gorkum, debido al trastorno de sus facultades mentales,
que no le impedía ejercer las funciones sacerdotales ni llevar una intensa vida
interior.
El grupo más
importante de los refugiados estaba formado por trece franciscanos de la
Observancia, que componían, con algunos más, la comunidad existente en la
ciudad. Gobernábala como guardián un religioso de dotes excepcionales, el padre
Nicolás Pieck, joven de treinta y ocho años, en cuyo semblante se espejaban a
la par la penetración de la mente y la limpidez serena del espíritu. Era su
vicario el padre Jerónimo de Weert, de trato agradable y ejemplar en la guarda
de sus obligaciones religiosas. Venían después los padres Nicasio de Heeze,
eximio director de almas; Teodoro van der Eem, anciano de setenta años que
desempeñaba la capellanía del monasterio de religiosas de la Tercera Orden;
Willehald de Dinamarca, venerable y austero nonagenario, expulsado de su patria
por la persecución protestante; Godofredo de Melveren, asiduo apóstol del
confesonario; Antonio de Weer, Antonio de Hoornaert, el recién ordenado
Francisco van Rooy, y un padre Guillermo, que constituía la nota discordante
del cuadro, pues tenía contristada a la comunidad con su conducta poco regulada.
Completaban la comunidad los hermanos legos fray Pedro de Assche, fray Cornelio
de Wyk-by-Duurnstende y el novicio de dieciocho años fray Enrique.
Había también
un religioso agustino, el padre Juan de Oosterwyk, capellán del segundo
monasterio de religiosas de Gorkum. Las dos comunidades femeninas habían sido
puestas a salvo con anterioridad.
Asimismo,
habían dejado la ciudad a tiempo los canónigos del Cabildo, a excepción del
doctor Pontus van Huyter, administrador de los bienes capitulares. Se hallaba
con los demás en el castillo.
En la noche
del 27 de junio la guarnición tuvo que capitular. Brant juró respetar la vida y
la libertad de todos los defensores y refugiados. Pero ¿podía confiarse en la
palabra de aquella gente? Como primera precaución todos se confesaron y se
aprestaron con el Pan de los fuertes para la inmolación.
Las escenas
que siguieron vinieron a confirmar plenamente los presentimientos. Primero el
saqueo general. Después el despojo de los detenidos uno a uno. Los gueux
querían dinero, y como los franciscanos, fieles cumplidores de su regla, no lo
llevaban, fueron maltratados sin piedad. El hallazgo de los cálices y demás
vasos sagrados, ocultados en la torre, dio pie para una orgía sacrílega.
Durante ocho días tuvieron que soportar cuantas burlas y crueldades es capaz de
inventar una soldadesca ebria: parodias litúrgicas, simulacros de ejecución,
torturas inauditas. Al padre Pieck le suspendieron con su propio cordón; éste
se rompió, y el guardián cayó al suelo sin sentido. Los verdugos, para
comprobar si había muerto, aplicáronle una llama a los oídos, a la nariz y en
el interior de la boca.
Para curarle
fue preciso llamar un cirujano, que resultó ser su propio cuñado, ardid de que
se sirvieron los familiares para ver de libertarlo, como ya se había conseguido
con otros dos sacerdotes. El padre Pieck, en efecto, era natural de Gorkum,
donde tenía parientes y amigos de influencia. Merced a ellos tuvo desde el
primer momento la libertad en su mano. Su respuesta, sin embargo, lo mismo ante
el cirujano que ante sus dos hermanos, ladeados ya hacia la herejía y empeñados
hasta el trance final en doblegarle con ruegos, persuasiones y amenazas, fue
invariablemente la del superior fiel a su puesto: -No aceptaré la libertad si
no es juntamente con mis religiosos.
El 7 de julio
eran conducidos a Brielle. Los reclamaba el conde de la Marck desde su cuartel
general. Y el emisario de confianza fue el canónigo apóstata Juan de Omal,
auténtica estampa de renegado. Las befas y malos tratos se multiplicaron
durante el trayecto y a la llegada al puerto de Brielle. Medio desnudos y
atados de dos en dos fueron conducidos a la ciudad, entre los insultos soeces
del populacho, y obligados a parodiar una procesión. El canto escogido por los
confesores de la fe fue el Te Deum.
En la inmunda
cárcel donde fueron hacinados hallaron a los párrocos Andrés Wouters y Andrés
Bonders. Aquel mismo día se les unieron dos religiosos premonstratenses: Jacobo
Lacops, que seis años antes había dado el escándalo de hacerse pastor
protestante, pero lo había reparado con una vida ejemplar, y Adrián de
Hilvarenbeek. Sumaban en total veintitrés los prisioneros.
Era demasiado
hermoso. El conde de la Marck y su satélite Juan de Omal buscaban la apostasía.
Y se iniciaron taimados interrogatorios, proposiciones, disputas sobre puntos
de fe. Fue conmovedora la respuesta en que se cerró el lego fray Cornelio, ante
las capciosas argumentaciones: -Yo creo todo lo que cree mi superior.
Hubo
defecciones dolorosas. Pontus van Huyter y Andrés Bonders lograron la libertad
claudicando. El guardián hubo de sufrir el ataque supremo de los suyos: ¡qué le
costaba lograr que sus religiosos, sin negar ningún artículo de la fe,
retiraran la obediencia al Papa, al menos fingidamente!
A la una
de la mañana del día 9 fue la ejecución. Pieck subió el primero a la horca, sin
dejar de animar a los demás. Ante el patíbulo hubo aún otras dos deserciones:
la del padre Guillermo, tibio hasta el final, y la del novicio imberbe fray
Enrique. Los demás afrontaron la muerte con serenidad, resistiendo hasta el
final las insinuaciones de los ministros calvinistas.
Los
diecinueve fueron canonizados por Pío IX el 29 de junio de 1867.
Los pormenores
del martirio, con las noticias concernientes a cada uno de los santos, constan
día a día por las fuentes más veraces que pudieran desearse. El escritor Pontus
van Huyter lavó la mancha de su defección escribiendo más tarde el relato
verificado de cuanto había presenciado. Hay otros relatos contemporáneos,
basados en testigos oculares, entre éstos el mismo novicio fray Enrique, que
hizo penitencia, ingresando de nuevo en la Orden. La obra fundamental es la de
V. G. Estius (Van Est), Historia Martyrum Gorcomiensium (Douai 1603). El autor
conoció personalmente a casi todos los mártires y se informó diligentemente.
Modernamente ha hecho el estudio definitivo, en la colección «Les Saints», H.
Meuffels, C.M., Les Martyrs de Gorcum (París 1908).
(por Lázaro Iriarte, o.f.m.cap.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario