8 - DE JULIO
– VIERNES –
14 – SEMANA
DEL T. O. – C –
San Procopio
Lectura de la
profecía de Oseas (14,2-10):
Así dice
el Señor:
«Israel,
conviértete al Señor Dios tuyo, porque tropezaste por tu pecado. Preparad
vuestro discurso, volved al Señor y decidle: "Perdona del todo la
iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios.
No nos
salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar Dios a la obra
de nuestras manos. En ti encuentra piedad el huérfano." Yo curaré sus
extravíos, los amaré sin que lo merezcan, mi cólera se apartará de ellos. Seré
para Israel como rocío, florecerá como azucena, arraigará como el Líbano.
Brotarán
sus vástagos, será su esplendor como un olivo, su aroma como el Líbano. Vuelven
a descansar a su sombra: harán brotar el trigo, florecerán como la viña; será
su fama como la del vino del Líbano. Efraín, ¿qué te importan los ídolos? Yo le
respondo y le miro: yo soy como un ciprés frondoso: de mí proceden tus frutos.
¿Quién es el sabio que lo comprenda, el prudente que lo entienda? Rectos son
los caminos del Señor: los justos andan por ellos, los pecadores tropiezan en
ellos.»
Palabra de
Dios
Salmo: 50
R/. Mi boca
proclamará tu alabanza, Señor
Misericordia,
Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi
culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.
Te gusta
un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas
sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré
limpio;
lávame: quedaré más blanco que la
nieve. R/.
Oh Dios,
crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu
firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo
espíritu. R/.
Devuélveme
la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu
alabanza. R/.
Lectura del
santo evangelio según san Mateo (10,16-23):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«Mirad
que os mando como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y
sencillos como palomas. Pero no os fieis de la gente, porque os entregarán a
los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante
gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los
gentiles.
Cuando os
arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento
se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el
Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.
Los
hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos;
se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por
mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará.
Cuando os
persigan en una ciudad, huid a otra. Porque os aseguro que no terminaréis con
las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del hombre.»
Palabra del
Señor
1. El
proyecto del Reino, tal como lo presenta Jesús, es intolerable para los poderes
de este mundo. Un proyecto que desmotiva a la gente ante el dinero, y los
valores que lleva consigo el afán por el dinero desencadena la persecución
contra los apóstoles.
Jesús es
muy claro en este punto. Por tanto, cuando los
apóstoles del Reino no encuentran rechazo y persecución sino aplauso y
privilegios, tales apóstoles tienen que preguntarse si son
"auténticos" o si, por el
contrario, son "falsos" apóstoles, como ya en el antiguo
Israel hubo "falsos" profetas.
2. Dice
Jesús que la persecución vendrá de las "sinagogas"; y de los
"gobernadores y reyes". O sea, será persecución religiosa
y persecución civil. Ambas cosas.
En cuanto a
la persecución religiosa, lo más sorprendente es que no vendrá de los
paganos o de otras religiones, sino de la propia religión.
Exactamente
como le ocurrió al propio Jesús, que fue asesinado por la misma religión en la
que fue educado, la religión a la que socialmente perteneció durante
toda su vida.
En asuntos
de persecución religiosa, lo primero que hay que preguntarse es si nos
persiguen por causa del apego al dinero (y a quienes lo tienen) o por causa del
Evangelio.
3. La
familia es la institución que trasmite los valores establecidos, las costumbres
de siempre, los intereses de toda la vida. Por eso, el Evangelio del Reino puede
llegar a desencadenar tanto conflicto dentro de la propia casa.
De sobra
sabemos que el dinero divide a las familias y siembra el odio entre hermanos de
la misma sangre.
San Procopio
En Cesarea de Palestina, san Procopio,
mártir, que en tiempo del emperador Diocleciano fue conducido desde la ciudad
de Scytópolis a Cesarea, donde, por manifestar audazmente su fe, fue
inmediatamente decapitado por el juez Fabiano (c. 303).
Vida
de San Procopio
El primero de los mártires en
Palestina fue Procopio. Era un varón lleno de la gracia divina, que desde niño
se había mantenido en castidad y había practicado todas las virtudes. Había
domado su cuerpo hasta convertirlo, por decirlo así, en un cadáver; pero la
fuerza que su alma encontraba en la palabra de Dios daba vigor a su cuerpo.
Vivía a pan y agua; y sólo comía cada dos o tres días; en ciertas ocasiones,
prolongaba su ayuno durante una semana entera. La meditación de la palabra
divina absorbía su atención día y noche, sin la menor fatiga. Era bondadoso y
amable, se consideraba como el último de los hombres y edificaba a todos con
sus palabras. Sólo estudiaba la palabra de Dios y apenas tenía algún
conocimiento de las ciencias profanas. Había nacido en Aelia (Jerusalén), pero
residía en Escitópolis (Betsán), donde desempeñaba tres cargos eclesiásticos.
Leía y podía traducir el sirio, y arrojaba los malos espíritus mediante la
imposición de las manos. Enviado con sus compañeros de Escitópolis a Cesárea,
fue arrestado en cuanto cruzó las puertas de la ciudad. Aun antes de haber
conocido las cadenas y la prisión, se encontró ante el juez Flaviano, quien le
exhortó a sacrificar a los dioses. Pero él proclamó en voz alta que sólo hay un
Dios, creador y autor de todas las cosas. Esta respuesta impresionó al juez. No
encontrando qué replicar, Flaviano trató de persuadir a Procopio de que por lo
menos ofreciese sacrificios a los emperadores. Pero el mártir de Dios despreció
sus consejos. "Recuerda —le dijo— el verso de Homero: No conviene que haya
muchos amos; tengamos un solo jefe y un solo rey." Como si estas palabras
constituyesen una injuria contra los emperadores, el juez mandó que Procopio
fuese ejecutado al punto. Los verdugos le cortaron la cabeza, y así pasó
Procopio a la vida eterna por el camino más corto, al séptimo día del mes de
Desius, es decir, el día que los latinos llaman las nonas de julio, el año
primero de nuestra persecución. Este fue el martirio que tuvo lugar en Cesárea.
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