jueves, 29 de junio de 2023

Párate un momento: El Evangelio del dia 1 DE JULIO – SÁBADO – 12 – SEMANA DE T.O. – A Santa Esther

 

 

 

 


1 DE JULIO – SÁBADO –

12 – SEMANA DE T.O. – A

Santa Esther

 

      Lectura del libro del Génesis (18,1-15):

 

   En aquellos días, el Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzó la vista y vio a tres hombres en pie frente a él.

 Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo:

 «Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol.   Mientras, traeré un pedazo de pan para que cobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo.»

    Contestaron:

    «Bien, haz lo que dices.»

    Abrahán entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo:

    «Aprisa, tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz una hogaza.»

    Él corrió a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase en seguida. Tomó también cuajada, leche, el ternero guisado y se lo sirvió. Mientras él estaba en pie bajo el árbol, ellos comieron.

    Después le dijeron:

    «¿Dónde está Sara, tu mujer?»

    Contestó:

    «Aquí, en la tienda.»

    Añadió uno:

    «Cuando vuelva a ti, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.»

    Sara lo oyó, detrás de la entrada de la tienda.

    Abrahán y Sara eran ancianos, de edad muy avanzada, y Sara ya no tenía sus periodos.

    Sara se rió por lo bajo, pensando:

    «Cuando ya estoy seca, ¿voy a tener placer con un marido tan viejo?»

    Pero el Señor dijo a Abrahán: «¿Por qué se ha reído Sara, diciendo: “De verdad que voy a tener un hijo a mis años.” ¿Hay algo difícil para Dios?

    Cuando vuelva a visitarte por esta época, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.»

    Pero Sara, que estaba asustada, lo negó:

    «No me he reído.»

    Él replicó:

    «No lo niegues, te has reído.»

 

Palabra de Dios

 

    Cántico Lucas: 1,46-47.48-49.50. 53. 54-55

 

    R/. El Señor se acuerda de la misericordia

 

    Proclama mi alma la grandeza del Señor,

se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador. R/.

 

   Porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,

porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:

su nombre es santo. R/.

 

   Y su misericordia llega a sus fieles

de generación en generación.

A los hambrientos los colma de bienes

y a los ricos los despide vacíos. R/.

 

   Auxilia a Israel, su siervo,

acordándose de la misericordia

–como lo había prometido a nuestros padres–

en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. R/.

 

    Lectura del santo evangelio según san Mateo (8,5-17):

 

   En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:

    «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho.»

    Jesús le contestó:

    «Voy yo a curarlo.»

    Pero el centurión le replicó:     «Señor, no soy quién para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: "Ve" y va; al otro: "Ven", y viene; a mi criado: "Haz esto", y lo hace.»

    Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían:

    «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe.   Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, a los ciudadanos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.»

    Y al centurión le dijo:

    «Vuelve a casa, que se cumpla lo que has creído.»

    Y en aquel momento se puso bueno el criado.

    Al llegar Jesús a casa de Pedro, encontró a la suegra en cama con fiebre; la cogió de la mano, y se le pasó la fiebre; se levantó y se puso a servirles.

    Al anochecer, le llevaron muchos endemoniados; él, con su palabra, expulsó los espíritus y curó a todos los enfermos. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías:

    «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.»

 

Palabra del Señor

 

     1.  Impresiona en este relato la humanidad de Jesús. Y la humanidad del centurión. Jesús atiende la petición de un hombre que es: extranjero, militar de  graduación, de las tropas de ocupación. Y lo atiende de forma que quiere ir a su casa, le concede lo que pide y, sobre todo, lo elogia hasta decir que tiene más fe que cualquier judío. Más aún, Jesús afirma que se acabaron los privilegios de cualquier religión, ya que del mundo entero (Oriente y Occidente) vendrán los que, ante Dios, tendrán el mismo premio que los patriarcas de Israel.

 

     2.   El centurión no quiere que su criado siga sufriendo. No se considera digno de que Jesús vaya a su casa. No menciona su autoridad, sino su sumisión a la disciplina establecida, y muestra una fe sin límites en Jesús. Es la fe-confianza que acepta la palabra de Jesús con tal convicción, que está completamente seguro de que esa palabra suprime el sufrimiento y da vida.

 

     3.  El relato no habla de la "conversión" del centurión. No dice que dejara su religión y se hiciera prosélito judío. Ni dice que los que vendrán de Oriente y Occidente, para alcanzar tanta gloria como los patriarcas, abandonarán sus "falsas creencias". 

     - ¿No se puede decir que, para Jesús, lo decisivo no es la pertenencia a una determinada religión, sino la humanidad y la fe que muestra el centurión?

 

Santa Esther

 


 

Personaje bíblico: reina de Persia e intercesora del pueblo Judío, al que salvó del exterminio. Prefiguración de la Virgen María como auxilio del Pueblo de Dios.

 

 

Vida de Santa Ester o Esther

 

El libro de Ester contiene una de las más emocionantes escenas de la Historia Sagrada. Habiendo el rey Asuero (Jerjes) repudiado a la reina Vasti, la judía Ester vino a ser su esposa y reina de Persia. Ella, confiada en Dios y sobreponiéndose a su debilidad, intercedió por su pueblo cuando el primer ministro Amán concibió el proyecto de exterminar a todos los judíos, comenzando por Mardoqueo, padre adoptivo de Ester. En un banquete, Ester descubrió al rey su nacionalidad hebrea y pidió protección para sí y para los suyos contra su perseguidor Amán. El rey concedió lo pedido: Amán fue colgado en el mismo patíbulo que había preparado para Mardoqueo, y el pueblo judío fue autorizado a vengarse de sus enemigos el mismo día en que según el edicto de Amán, debía ser aniquilado en el reino de los persas. En memoria de este feliz acontecimiento los judíos instituyeron la fiesta de Purim (Fiesta de las Suertes).

El texto masorético que hoy tenemos en la Biblia hebrea, sólo contiene 10 capítulos, y es más corto que el originario, debido a que la Sinagoga omitió ciertos pasajes religiosos, cuando la fiesta de Purim, en que se leía este libro al pueblo, tomó carácter mundano. San Jerónimo añadió los últimos capítulos (10, 4-16, 24), que contienen los trozos que se encuentran en la versión griega de Teodoción, pero faltan en la forma actual del texto hebreo.

El carácter histórico del libro siempre ha sido reconocido, tanto por la tradición judaica, como por la cristiana. Un hecho manifiesto nos muestra la historicidad del libro, y es la existencia de la mencionada fiesta de Purim, que los judíos celebran aún en nuestros días. Sin embargo, han surgido no pocos exégetas, sobre todo acatólicos, que relegan el libro de Ester a la categoría de los libros didácticos o le atribuyen solamente un carácter histórico en sentido lato. Es éste un punto que debe estudiarse a la luz de las normas trazadas en la Encíclica "Divino Afflante Spiritu". Hasta aclararse la cuestión damos preferencia a la opinión tradicional.

En cuanto al tiempo de la composición se deciden algunos por la época de Jerjes I (485-465 a. C.), otros por el tiempo de los Macabeos.

La canonicidad del libro de Ester está bien asegurada. El Concilio de Trento ha definido también la canonicidad de la segunda parte del libro de Ester (cap. 10, vers. 4 al cap. 16, vers. 24), mientras los judíos y protestantes conservan solamente la primera parte en su canon de libros sagrados.

Los santos Padres ven en Ester, que intercedió por su pueblo, una figura de la Santísima Virgen María, auxilium christianorum. Lo que Ester fue para su pueblo por disposición de Dios, lo es María para el pueblo cristiano.

 

 

 

 

miércoles, 28 de junio de 2023

Párate un momento: El Evangelio del dia 30 DE JUNIO – VIERNES – 12 – SEMANA DE T.O. – A PROTOMARTIRES DE ROMA

 

 

 


30 DE JUNIO – VIERNES –

12 – SEMANA DE T.O. – A

PROTOMARTIRES   DE   ROMA

 

       Lectura del libro del Génesis (17,1.9-10.15-22):

    Cuando Abrán tenía noventa y nueve años, se le apareció el Señor y le dijo:

    «Yo soy el Dios Saday. Camina en mi presencia con lealtad.»

    Dios añadió a Abrahán:

    «Tú guarda mi pacto, que hago contigo y tus descendientes por generaciones.

    Éste es el pacto que hago con vosotros y con tus descendientes y que habéis de guardar: circuncidad a todos vuestros varones.»

    Dios dijo a Abrahán:

    «Saray, tu mujer, ya no se llamará Saray, sino Sara. La bendeciré, y te dará un hijo, y lo bendeciré; de ella nacerán pueblos y reyes de naciones.»

    Abrahán cayó rostro en tierra y se dijo sonriendo:

    «¿Un centenario va a tener un hijo, y Sara va a dar a luz a los noventa?»

    Y Abrahán dijo a Dios:

    «Me contento con que te guardes vivo a Ismael.»

    Dios replicó:

    «No; es Sara quien te va a dar un hijo, a quien llamarás Isaac; con él estableceré mi pacto y con sus descendientes, un pacto perpetuo.

    En cuanto a Ismael, escucho tu petición: lo bendeciré, lo haré fecundo, lo haré multiplicarse sin medida, engendrará doce príncipes y haré de él un pueblo numeroso. Pero mi pacto lo establezco con Isaac, el hijo que te dará Sara el año que viene por estas fechas.»

    Cuando Dios terminó de hablar con Abrahán, se retiró.

 

Palabra de Dios

 

    Salmo: 127,1-2.3.4-5

 

    R/. Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor

 

    Dichoso el que teme al Señor

y sigue sus caminos.

Comerás del fruto de tu trabajo,

serás dichoso, te irá bien. R/.

 

   Tu mujer, como parra fecunda,

en medio de tu casa;

tus hijos, como renuevos de olivo,

alrededor de tu mesa. R/.

 

   Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.

Que el Señor te bendiga desde Sión,

que veas la prosperidad de Jerusalén

todos los días de tu vida. R/.

 

    Lectura del santo evangelio según san Mateo (8,1-4):

 

   En aquel tiempo, al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente.

En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo:

    «Señor, si quieres, puedes limpiarme.»

    Extendió la mano y lo tocó, diciendo:

    «Quiero, queda limpio.»

    Y en seguida quedó limpio de la lepra.

    Jesús le dijo:

    «No se lo digas a nadie, pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés.»

 

Palabra del Señor

 

1.  Jesús baja del monte de las bienaventuranzas, ya que el relato sigue inmediatamente al final del sermón del monte.  El descenso del monte evoca el descenso también de Moisés cuando baja del Sinaí (Ex 34, 29).

Pero Moisés bajó para castigar al pueblo idólatra. Jesús baja para sanar el dolor humano del enfermo despreciado.

Se trataba, en efecto, de un "leproso".

Por lepra se entendía toda enfermedad de la piel que fuera contagiosa (Lev 13-14). Todo leproso era un peligro de epidemia. Por eso era despreciado, excluido, marginado. Hasta el extremo de que la religión le obligaba a ir por la vida gritando:

"¡Impuro, impuro!" y se veía excluido de la ciudad o la aldea (Lev 13, 44-46; Nnn 5, 2).

La religión no curaba, sino que humillaba y despreciaba al que ya se veía despreciado y humillado.

 

2.  La reacción de Jesús fue inmediata: tocó al leproso y quedó limpio.

Jesús no remueve más la humillación de aquel hombre.  Lo sana por completo y enseguida. 

Hay que tener en cuenta que el Evangelio utiliza el verbo "kathariza", que, como es sabido, significa no solo "limpiar", sino sobre todo "purificar" de toda posible impureza del espíritu. De forma que así devuelve la rehabilitación social, económica y religiosa (W. Carter). Por eso Jesús, al final de este episodio, le dice al hombre (ya curado) que vaya a los sacerdotes y cumpla el trámite legal (Lev 14, 4.10). Para que, cumpliendo ese trámite, la reintegración social —en una sociedad tan religiosa— fuera total.

 

3. Al final, Jesús le dice al hombre curado: "No lo digas a nadie".  Algunos discuten si estas palabras son expresión del llamado "secreto mesiánico", que tanto destaca el evangelio de Marcos. Y aparece en relatos de Mateo (9, 30; 12, 16; 16, 20; 17, 9). No debe darse a estos textos un significado "moral" o "espiritual". Como si es que Jesús pretendiera pasar inadvertido. No tiene sentido semejante explicación. 

- ¿Cómo iba a pasar inadvertido, en aquellas aldeas de Galilea, que un ciego, un leproso o un enfermo incurable, de pronto se había curado?

Lo más seguro es que Jesús quería que la gente mantuviera cierta reserva en cuanto al tema del Mesías, ya que eso, tal como Jesús lo entendía, no se podía empezar a comprender hasta el final, hasta la muerte en cruz (J. J. Pilch, C. M. Tuckett).

Si se hubiera difundido que el Mesías ya estaba en Galilea, tal cosa, ni se habría entendido, ni habría aportado nada positivo, además de preocupar antes de tiempo a los romanos. Jesús era el Hijo de Dios, pero con los pies en el suelo. Y sabía muy bien lo que hacía. Y cómo lo tenía que hacer.

 

PROTOMARTIRES   DE   ROMA

 


 

En la primera persecución contra la Iglesia, desencadenada por el emperador Nerón, después del incendio de la ciudad de Roma en el año 64, muchos cristianos sufrieron la muerte en medio de atroces tormentos.

Este hecho está atestiguado por el escritor pagano Tácito (Annales, 15, 44) y por Clemente, obispo de Roma, en su carta a los Corintios (caps. 5-6).

 

Elogio: Santos Protomártires de la santa Iglesia Romana, que, acusados de haber incendiado la Urbe, por orden del emperador Nerón unos fueron asesinados después de crueles tormentos, otros, cubiertos con pieles de fieras, entregados a perros rabiosos, y los demás, tras clavarlos en cruces, quemados para que, al caer el día, alumbrasen la oscuridad. Eran todos discípulos de los Apóstoles y fueron las primicias del martirio que la iglesia de Roma presentó al Señor.

Aquellos confesores de los que sólo Dios sabe el número y los nombres se mencionan en el Martirologio Romano como «primicias del martirio que la iglesia de Roma presentó al Señor». Es interesante hacer notar que el primero de los césares que persiguió a los cristianos fue Nerón, el más vil, despiadado y falto de principios entre los emperadores romanos. En el mes de julio del 64, cuando habían transcurrido diez años desde que ascendió al trono, un terrible incendio destruyó a Roma. El fuego nació junto al Gran Circo, en un sector de cobertizos y almacenes atestados de productos inflamables, y de ahí se propagó rápidamente en todas direcciones. Las llamas lo devoraron todo durante seis días y siete noches, cuando pareció que habían sido sofocadas por la demolición de numerosos edificios; pero volvieron a surgir de entre los escombros y continuaron su obra devastadora durante tres días más. Cuando por fin fueron ahogadas definitivamente, las dos terceras partes de Roma eran una masa informe de ruinas humeantes.

En el tercer día del incendio, Nerón llegó a Roma, procedente de Ancio, para contemplar la escena. Se afirma que se recreó en aquella contemplación y que, ataviado con la vestimenta que usaba para aparecer en los teatros, subió a lo más alto de la torre de Mecenas y ahí, con el acompañamiento de la lira que él mismo pulsaba, recitó el lamento de Príamo por el incendio de Troya. El bárbaro deleite del emperador que cantaba al contemplar el fuego destructor, hizo nacer la creencia de que él había sido el autor de la catástrofe y que, no sólo había mandado quemar a Roma, sino que había dado órdenes para que no se combatiese el fuego. El rumor corrió de boca en boca hasta convertirse en una abierta acusación. Las gentes afirmaban haber visto a numerosos individuos misteriosos arrojar antorchas encendidas dentro de las casas, por mandato expreso del emperador. Hasta hoy se ignora si Nerón fue responsable o no de aquel incendio. En vista de los numerosos incendios que se han declarado en Roma desde entonces, puede decirse que también aquél, quizá el más devastador entre todos, se debió a un simple accidente. Sin embargo, quedaba el hecho de la complacencia de Nerón y, tanto se divulgaron las sospechas contra él, que se alarmó y, para desviar las acusaciones que se hacían en su contra, señaló a los cristianos como autores directos del incendio.

«Puesto que circulaban rumores de que el incendio de Roma había sido doloso, Nerón presentó como culpables, castigándolos con penas gravísimas, a aquellos que, odiados por sus abominaciones, el pueblo llamaba 'cristianos'» (Tácito, Anales, XV). No obstante que nadie creyó que fuesen culpables del crimen, los cristianos fueron perseguidos, detenidos, expuestos al escarnio y la cólera del pueblo, encarcelados y entregados a las torturas y a la muerte con increíble crueldad. Algunos fueron envueltos en pieles frescas de animales salvajes y dejados a merced de los perros hambrientos para que los despedazaran; muchos fueron crucificados; otros quedaron cubiertos de cera, aceite y pez, atados a estacas y encendidos para que ardiesen como teas. Muchas de estas atrocidades tuvieron lugar durante una fiesta nocturna que ofreció Nerón en los jardines de su palacio. El martirio de los cristianos fue un espectáculo extra en las carreras de carros, donde el propio Nerón, vestido con las plebeyas ropas de un auriga, divertía a sus invitados al mezclarse con ellos y al manejar a los caballos que tiraban de un carro. Entre muchos de los romanos que presenciaron la salvaje crueldad de aquellas torturas, surgió el sentimiento de horror y el de piedad por las víctimas, no obstante que la población entera tenía encallecidos sus sentimientos, acostumbrada, como estaba, a los sangrientos combates de los gladiadores.

Tácito, Suetonio, Dion Casio, Plinio el Viejo y el satírico Juvenal, hacen mención del incendio; pero solamente Tácito se refiere al intento de Nerón para que la culpa recayera sobre una secta determinada. Tácito específica a los cristianos por su nombre, pero Gibbon y otros investigadores sostienen que el historiador incluye a los judíos en la denominación, puesto que, por aquella época, los que habían abrazado la religión de Cristo no eran tan numerosos como para causar alarma entre las autoridades de Roma. Sin embargo, este punto de vista, que parece destinado a disminuir la influencia del cristianismo, no tiene muchos adeptos. Debe apuntarse que los cristianos, aunque eran una minoría en Roma, no estaban bien distinguidos de los judíos en ese momento -es conocida la frase que trae Suetonio: «en el barrio judío se pelean por un tal Cresto»...-, y se les atribuían monstruosidades, como las de realizar sacrificios humanos, comer carne de niños, etc, los cristianos, como decía Tácito, eran «odiados por sus abominaciones», así que aunque no estuvieran dispuestos a creer que habían provocado el incendio, seguramente era creencia popular que el castigo era igualmente merecido.

 

 

Oración:

Señor, Dios nuestro, que santificaste los comienzos de la Iglesia romana con la sangre abundante de los mártires, concédenos que su valentía en el combate nos infunda el espíritu de fortaleza y la santa alegría de la victoria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).