lunes, 5 de junio de 2023

Párate un momento: El Evangelio del dia 7 – DE JUNIO – MIERCOLES – 9 – SEMANA DE T.O. – A Ana de San Bartolomé

 

 


 

7 – DE JUNIO – MIERCOLES –

9 – SEMANA DE T.O. – A

Ana de San Bartolomé

 

      Lectura del libro de Tobías (3,1-1a.16-17a):

 

   En aquellos días, profundamente afligido, sollocé, me eché a llorar y empecé a rezar entre sollozos:

    «Señor, tú eres justo, todas tus obras son justas; tú actúas con misericordia y lealtad, tú eres el juez del mundo.

    Tú, Señor, acuérdate de mí y mírame; no me castigues por mis pecados, mis errores y los de mis padres, cometidos en tu presencia, desobedeciendo tus mandatos.

    Nos has entregado al saqueo, al destierro y a la muerte, nos has hecho refrán, comentario y burla de todas las naciones donde nos has dispersado. Sí, todas tus sentencias son justas cuando me tratas así por mis pecados, porque no hemos cumplido tus mandatos ni hemos procedido lealmente en tu presencia. Haz ahora de mí lo que te guste. Manda que me quiten la vida, y desapareceré de la faz de la tierra y en tierra me convertiré. Porque más vale morir que vivir, después de oír ultrajes que no merezco y verme invadido de tristeza. Manda, Señor, que yo me libre de esta prueba; déjame marchar a la eterna morada y no me apartes tu rostro, Señor, porque más me vale morir que vivir pasando esta prueba y escuchando tales ultrajes.»

    Aquel mismo día, Sara, la hija de Ragüel, el de Ecbatana de Media, tuvo que soportar también los insultos de una criada de su padre; porque Sara se había casado siete veces, pero el maldito demonio Asmodeo fue matando a todos los maridos, cuando iban a unirse a ella según costumbre.

    La criada le dijo:

    «Eres tú la que matas a tus maridos. Te han casado ya con siete, y no llevas el apellido ni siquiera de uno. Porque ellos hayan muerto, ¿a qué nos castigas por su culpa? ¡Vete con ellos! ¡Que no veamos nunca ni un hijo ni una hija tuya!»

    Entonces Sara, profundamente afligida, se echó a llorar y subió al piso de arriba de la casa, con intención de ahorcarse.

    Pero lo pensó otra vez, y se dijo:

    «¡Van a echárselo en cara a mi padre! Le dirán que la única hija que tenía, tan querida, se ahorcó al verse hecha una desgraciada. Y mandaré a la tumba a mi anciano padre, de puro dolor. Será mejor no ahorcarme, sino pedir al Señor la muerte, y así ya no tendré que oír más insultos.»

    Extendió las manos hacia la ventana y rezó. En el mismo momento, el Dios de la gloria escuchó la oración de los dos, y envió a Rafael para curarlos.

 

Palabra de Dios

 

    Salmo: 24,2-3.4-5ab.6-7bc.8-9

 

    R/. A ti, Señor, levanto mi alma

 

   Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado,

que no triunfen de mí mis enemigos;

pues los que esperan en ti no quedan defraudados,

mientras que el fracaso malogra a los traidores. R/.

      

    Señor, enséñame tus caminos,

instrúyeme en tus sendas:

haz que camine con lealtad;

enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R/.

 

   Recuerda, Señor,

que tu ternura y tu misericordia son eternas;

acuérdate de mí con misericordia,

por tu bondad, Señor. R/.

 

   El Señor es bueno y es recto,

y enseña el camino a los pecadores;

hace caminar a los humildes con rectitud,

enseña su camino a los humildes. R/.

 

    Lectura del santo evangelio según san Marcos (12,18-27):   

 

     En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, de los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron:

    «Maestro, Moisés nos dejó escrito: "Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano."  Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos. Por último, murió la mujer.

    Cuando llegue la resurrección y vuelvan a la vida, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con ella.»

    Jesús les respondió:

    «Estáis equivocados, porque no entendéis la Escritura ni el poder de Dios. Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán; serán como ángeles del cielo. Y a propósito de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: "Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob"?

    No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados.»

 

Palabra del Señor

 

    1.  Este extraño episodio nos resulta difícil de entender. Entre otras razones, por el caso que los saduceos le plantean a Jesús.   Este caso se explica por la antiquísima "ley del levirato" (del latín levir, "cuñado"). Una ley, propia de culturas muy antiguas, que pretendía perpetuar el nombre del marido y, sobre todo, asegurar la propiedad familiar, como derecho del varón y sus descendientes. En la historia bíblica se encuentra el caso de Tamar (Gen 38) y de Rut (rt 2, 20; 3, 12). Era, por tanto, una "ley machista", que ponía en evidencia la desigualdad de derechos del hombre y de la mujer.         

 

2.  Pero el fondo del problema, que plantea este relato, se refiere a la resurrección. Los saduceos no creían en eso.   Pensaban que con la muerte se acababa la vida definitivamente. Hay que tener en cuenta que los saduceos eran el partido político de los más ricos. Y también de los que dominaban el culto y los cargos de mando en el Templo (J. Jeremías).

Las personas y los grupos que tienen un alto nivel de vida y gozan de riquezas, normalmente, no creen nada más que en esta vida y sus disfrutes. Con eso se consideran satisfechos.                  

 

3.  Jesús les desmonta su argumentación. Y les dice, en su cara, que "están muy equivocados".  Jesús afirma con fuerza la fe y la esperanza en la resurrección. Con la muerte no se acaba la vida. O sea, lo que debe regir nuestras vidas es la esperanza en la promesa de Jesús, no la seguridad que nos da el dinero, las cuentas corrientes bien dotadas, los bienes que posee la familia, la diócesis o la orden religiosa. Todo eso nos lleva derechos a vivir en el engaño. Y a perder la verdadera esperanza.

 

Ana de San Bartolomé




La Beata Ana de San Bartolomé se llamaba Ana García Manzanas y nació en Almendral de la Cañada (Toledo) el 1 de octubre de 1549. Era la quinta hija de María Manzanas y Hernan García. A los nueve años perdió a su madre y, un año después, a su padre. Pronto sintió vocación religiosa, pero sus hermanos no apoyaron su decisión de ser carmelita y por ello sufrió grandes contradicciones que repercutieron sobre su salud, llegando a enfermar gravemente. Entonces sus hermanos ofrecieron una novena al apóstol San Bartolomé por su curación y el día de su fiesta, 24 de agosto de 1570; al entrar en una ermita dedicada a su advocación cercana a su pueblo, se curó repentinamente. En gratitud al Apóstol que ella consideró siempre su gran intercesor le eligió para su nuevo nombre de carmelita descalza. Profesó en el convento de San José de Ávila el día 2 de noviembre de 1570 mientras Santa Teresa estaba fundando en Salamanca. Fue la primera hermana de velo blanco, freila o lega que Teresa de Jesús admitió en su primer Carmelo, cuna de su Reforma. Unos meses después tuvo lugar el primer encuentro entre ellas y, desde ese instante, se estableció una especial corriente de empatía que duró hasta el fin de sus vidas.

 

     BIBLIOGRAFIA

En la Navidad de 1577 Santa Teresa se rompió el brazo izquierdo y Ana de San Bartolomé se convirtió en su compañera inseparable: fue su cocinera, su enfermera, su secretaria, su confidente y su apoyo en las últimas fundaciones: realmente su sombra. Hasta tal punto la quiso y la valoró Santa Teresa que, el 4 de octubre de 1582, cuando sintió que llegaba la hora de su muerte, la reclamó junto a sí para morir entre sus brazos, convirtiéndose en su heredera espiritual.

 

En 1604 fue reclamada para implantar el Camelo Teresiano en Francia. En 1605 fundó el Carmelo de Pontoise y fue elegida priora del de París; en 1608 fundó el Carmelo de Tours, y en 1612, reclamada por la infanta Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II y entonces Soberana de los Países Bajos, llegó a Flandes para fundar el Carmelo de Amberes, del que fue priora hasta su muerte. La Infanta siempre mostró un gran aprecio por esta hija predilecta de Santa Teresa y pronto Ana de San Bartolomé se convirtió en su fiel amiga y consejera. En Amberes vivió la Beata las felices noticias de la Beatificación y Canonización de Teresa de Jesús, y fue ella quien primero dedicó en el mundo un Carmelo a la advocación de su Santa Madre; así,  el Carmelo de Amberes se llamó desde entonces de Santa Teresa y San José.

 

Zapatilla Ana de San BartoloméEn Flandes vivió Ana de San Bartolomé los últimos años de su vida con gran fama de santidad, que, al igual que le ocurrió a Santa Teresa en Castilla, la envolvió sin ella poderlo evitar. Todo tipo de personas, desde los humildes campesinos hasta las gentes de más alta alcurnia, acudían a su Carmelo para pedirle su consejo y su bendición. Fue consejera y amiga de los soldados y generales de los famosos Tercios de Flandes que recurrían a ella para implorar su bendición y prender unas letras suyas en la coraza como salvaguarda y protección en la batalla. En dos ocasiones se consideró vencido el peligro de que las huestes protestantes, al mando del príncipe Guillermo de Nassau, invadieran Amberes gracias a la intercesión de Ana de San Bartolomé, que, alertada interiormente de que algo grave ocurría, despertó a las carmelitas en plena madrugada para acudir al coro a rezar. De estos episodios extraordinarios se hicieron las declaraciones y diligencias oportunas y el Obispo de Amberes la proclamó en vida Libertadora de Amberes. Su iconografía más divulgada reproduce la escena de su ferviente oración por la ciudad.

 

Estos acontecimientos extraordinarios acrecentaron de forma imparable la fama de su santidad por toda Europa. A principios de 1626 se agravó su delicado estado de salud y tan sólo la preocupaba morir en paz sin ruido ni barhaúnda, ya que cada vez que empeoraba, la Infanta mandaba a su médico personal a atenderla y toda la corte se preocupaba. El 19 de marzo murió su querida prima Francisca y esta noticia apagó aún más su vida. En el último tramo pedía a sus hijas que le cantasen los versos de su querido San Juan de la Cruz ¿Adónde te escondiste Amado? Al fin se cumplió su deseo y cuando el 4 de junio tuvo una recaída no pareció de gravedad. Pero unos días después empeoró y, ante su inminente muerte, con gran serenidad pidió una reliquia de su querida madre Teresa de Jesús. Murió como ella quiso, rodeada de sus hijas y sin llamar la atención, el atardecer del domingo 7 de junio de 1626, festividad de la Santísima Trinidad, misterio del que era muy devota. Pero no pudo impedir que cientos de personas de toda condición social se acercasen hasta su querido Carmelo para venerarla como una santa. El confesor de la Infanta, el agustino fray Bartolomé de los Ríos, ofició dos funerales: uno en Amberes, antes de su entierro, ante el Obispo y todas las autoridades, y otro en la catedral de Bruselas, presidido por la Infanta, que quiso ofrecer un solemne funeral en memoria de su gran amiga y consejera. Pronto se sucedieron los milagros -el primero de ellos tuvo lugar el mismo día de su muerte- y la Infanta Isabel Clara Eugenia, junto con la reina María de Médicis fueron grandes impulsoras del Proceso de Canonización. Curiosamente uno de los dos milagros valorados para su beatificación fue la curación instantánea por imposición de su capa blanca a la reina María de Médicis en 1633; el otro fue la curación de un fraile carmelita del convento de Amberes en 1731. Reyes, príncipes y rectores de las más importantes universidades enviaron al Papa cartas solicitando su pronta beatificación, pero, a pesar de los numerosos milagros, el proceso se alargó interminablemente en el tiempo, en gran parte por las circunstancias políticas que atravesó Flandes hasta que en 1830 se constituyó el reino católico de Bélgica. Al fin el 6 de mayo de 1917, en plena Primera Guerra Mundial, culminó el proceso y el papa Benedicto XV beatificó a esta ilustre carmelita toledana expresando en el Breve su satisfacción por elevar al honor de los altares a la compañera inseparable de Santa Teresa a quien ella ya había canonizado en vida cuando decía: Ana, Ana, tú eres la santa, yo tengo la fama. En la solemne ceremonia, celebrada en el interior de la Basílica de San Pedro, Ana de San Bartolomé fue invocada como defensora de la Paz.

http://www.anadesanbartolome.org/ana.html

 

 

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