11 – DE JUNIO
– DOMINGO –
10 –
SEMANA DE T.O. – A
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
- Ciclo A –
SAN BERNABE,
apóstol
Lectura del libro del Deuteronomio (8,2-3.14b-16a):
Moisés
habló al pueblo, diciendo:
«Recuerda
el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por
el desierto; para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones:
si guardas sus preceptos o no.
Él
te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú
no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no sólo vive el hombre
de pan sino de todo cuanto sale de la boca de Dios.
No
te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te
hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un
sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal;
que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres.»
Palabra de Dios
Salmo 147,12-13.14-15.19-20
R/. Glorifica al Señor, Jerusalén
Glorifica
al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los
cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos
dentro de ti. R/.
Ha
puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de
harina.
Él envía su mensaje a la
tierra,
y su palabra corre
veloz. R/.
Anuncia
su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a
Israel;
con ninguna nación obró
así,
ni les dio a conocer sus
mandatos. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios
(10,16-17):
Hermanos:
El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de
Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?
El
pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo,
porque comemos todos del mismo pan.
Palabra de Dios
—• Secuencia •—
(Se puede elegir una forma más breve entre corchetes)
Alaba,
alma mía, a tu Salvador;
alaba
a tu guía y pastor
con
himnos y cánticos.
Pregona su gloria cuanto
puedas,
porque
él está sobre toda alabanza,
y
jamás podrás alabarle lo bastante.
El tema especial de
nuestros loores
es
hoy el pan vivo y que da vida.
El cual se dio en la mesa
de la sagrada cena
al
grupo de los doce apóstoles
sin
género de duda.
Sea, pues, llena, sea
sonora,
sea
alegre, sea pura
la
alabanza de nuestra alma.
Pues celebramos el solemne
día
en
que fue instituido
este
divino banquete.
En esta mesa del nuevo rey,
la
pascua nueva de la nueva ley
pone
fin a la pascua antigua.
Lo viejo cede ante lo
nuevo,
la
sombra ante la realidad,
y
la luz ahuyenta la noche.
Lo que Jesucristo hizo en
la cena,
mandó
que se haga
en
memoria suya.
Instruidos con sus santos
mandatos,
consagramos
el pan y el vino,
en
sacrificio de salvación.
Es dogma que se da a los
cristianos,
que
el pan se convierte en carne,
y
el vino en sangre.
Lo que no comprendes y no
ves,
una
fe viva lo atestigua,
fuera
de todo el orden de la naturaleza.
Bajo diversas especies, que
son accidentes y no sustancia,
están
ocultos los dones más preciados.
Su Carne es alimento
y
su Sangre bebida;
más
Cristo está todo entero
bajo
cada especie.
Quien lo recibe no lo
rompe,
no
lo quebranta ni lo desmiembra;
lo
recibe todo entero.
Recíbelo uno, recíbanlo
mil;
y
aquel lo toma tanto como estos,
pues
no se consume al ser tomado.
Lo reciben los buenos y
malos;
más
con suerte desigual
de
vida o de muerte.
Es muerte para los malos,
y
vida para los buenos;
mira
cómo un mismo alimento
produce
efectos tan diversos.
Cuando se divida el
Sacramento,
no
vaciles, sino recuerda
que
Jesucristo tan entero
está
en cada parte como antes en el todo.
No se parte la sustancia,
se
rompe solo la señal;
ni
el ser ni el tamaño
se
reducen de Cristo presente.
[He aquí el pan de los ángeles,
hecho
viático nuestro;
verdadero
pan de los hijos,
no
lo echemos a los perros.
Figuras lo representaron:
Isaac
fue sacrificado;
el
cordero pascual, inmolado;
el
maná nutrió a nuestros padres.
Buen Pastor, Pan verdadero,
¡oh,
Jesús!, ten piedad.
Apaciéntanos y protégenos;
haz
que veamos los bienes
en
la tierra de los vivientes.
Tú, que todo lo sabes y
puedes,
que
nos apacientas aquí
siendo
aún mortales,
haznos
allí tus comensales,
coherederos
y compañeros
de
los santos ciudadanos.]
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,51-58):
En
aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
«Yo
soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para
siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban
los judíos entre sí:
«¿Cómo
puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces
Jesús les dijo:
«Os
aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no
tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida
eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi
sangre es verdadera bebida.
El
que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive
me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá
por mí.
Éste
es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo
comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
Palabra del Señor
Un día del
Corpus a medias.
Esta fiesta comenzó a celebrarse en Bélgica
en 1246, y adquirió su mayor difusión pública dos siglos más tarde, en 1447,
cuando el Papa Nicolás V recorrió procesionalmente con la Sagrada Forma las
calles de Roma.
Dos cosas pretende: fomentar la
devoción a la Eucaristía y confesar públicamente la presencia real de
Jesucristo en el pan y el vino.
Sin
embargo, las lecturas del ciclo A parecen adaptarse al coronavirus y carecen de
ese aspecto alegre y festivo. Lo que pretenden es enseñarnos el valor de la
eucaristía y su repercusión en nuestra vida.
El maná, un triste alimento de tiempo de
crisis (Deuteronomio 8,2-3.14b-16a
En
el Antiguo Testamento hay dos tradiciones principales sobre el maná. La primera
(Éxodo 16) lo presenta como un alimento que baja del cielo cada día (menos el
sábado, para respetar el día de descanso), con sabor a galletas de miel, que
toda la gente recoge por igual, sin que a nadie le falte o le sobre, tan
sorprendente que se deben conservar dos litros en una jarra dentro del Arca de
la Alianza. En esta línea, un salmo lo llamará «pan de ángeles».
Pero
hay otra tradición muy distinta, nada milagrosa (Números 11,4-9), en la que el
maná se parece a una semilla que hay que recoger, moler y cocer, y al final
tiene un sabor más prosaico: pan de aceite. Al cabo de poco tiempo, la gente
comenta: «Se nos quita el apetito de no ver más que el maná» (Nm
11,6).
El
texto del Deuteronomio elegido para la primera lectura ocupa un puesto
intermedio entre estas dos tradiciones: el maná es un don de Dios, un alimento
«que no conocieron vuestros padres»; pero es un alimento de tiempo de crisis,
cuando se recorre «un desierto inmenso y terrible, lleno de serpientes y alacranes,
un sequedal sin una gota de agua». Si el texto del Dt se leyera completo,
advertiríamos el contraste entre el maná y los alimentos que se encontrarán en
la tierra prometida, «tierra de trigo y cebada, de viñas, higueras y granados,
tierra de olivares y de miel, tierra en que no comerás tasado el pan, en la que
no carecerás de nada» (Dt 8,8-9).
Moisés habló al pueblo, diciendo: El camino que el Señor, tu Dios, te ha
hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para
ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no……
Ya
que la catequesis bíblica ha insistido en la idea milagrosa del maná, conviene
tener presente esta otra para comprender el contraste con el pan de vida que
ofrece Jesús.
Sobrevivir y vivir eternamente (Juan
6,51-58)
El
evangelio de la fiesta del Corpus comienza y termina con las mismas palabras:
«El que coma de este pan vivirá para siempre». Y en medio: «El que come mi
carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día».
Mucha
gente acepta la muerte con resignación o fatalismo. Otros se rebelan contra
ella. El cuarto evangelio es de los que se rebelan. Comienza afirmando que en
la Palabra de Dios «había vida». Y ha venido al mundo para que nosotros
participemos de esa vida eterna.
El
texto que leemos hoy está tomado del largo discurso tenido por Jesús en la
sinagoga de Cafarnaún. Relacionándolo con la primera lectura, advertimos el
contraste entre “supervivencia” y “vida eterna”. El maná es un alimento de pura
supervivencia, no garantiza la inmortalidad, como subraya Jesús: «vuestros
padres lo comieron y murieron». En cambio, el alimento que da Jesús, su cuerpo
y su sangre, sí garantiza la vida eterna: «yo lo resucitaré en el último
día».
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
―Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá
para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
En
una lectura precipitada, parece que esta última parte del discurso no ofrece
ninguna novedad, que se limita a repetir la promesa de la vida eterna para
quien coma «el pan que ha bajado del cielo». Sin embargo, hay aspectos nuevos e
importantes.
1. Beber la sangre. Hasta ahora, solo se ha hablado
del pan. En esta sección final se hace referencia cuatro veces a la sangre,
verdadera bebida, igual que el pan es verdadera comida. Dado la relación del
discurso con la eucaristía, esta referencia era imprescindible. La iglesia
primitiva siempre recordó el doble gesto de Jesús durante la última cena: al
comienzo, partiendo el pan; al final, bendiciendo y pasando la copa. Pan y vino
son esenciales. Un discurso sobre la eucaristía no puede dejar de mencionar la
sangre, el vino.
2. La dureza del lenguaje. Hasta
ahora, el discurso ha sido polémico y ha provocado discusión y rechazo. Jesús,
en vez de echarse atrás e intentar justificar sus expresiones, usa fórmulas
escandalosas que se prestan a ser interpretadas como canibalismo: «Mi carne es
verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». Hay que comerla y beberla.
Sin explicación alguna ni matices. ¿Por qué? Jesús no quiere seguidores
inconscientes y rutinarios. En los evangelios sinópticos hay otras muchas expresiones
suyas, durísimas, desanimando a seguirle a quienes no estén dispuestos a cargar
con la cruz, a renunciar a todo, a abandonar al padre y a la madre… En una
línea distinta, estas palabras del discurso son también una forma de
seleccionar a sus seguidores, como queda claro poco después.
3. La vida. La repetición frecuente de «la vida
eterna» y de «yo lo resucitaré en el último día» parece sugerir que es algo que
solo se consigue después de la muerte. Ahora se deja claro que «el que come mi
carne y bebe mi sangre tiene vida eterna». La tiene ya, ahora, antes de morir.
Sin decirlo expresamente, el texto supone que hay dos formas de vida: la
normal, física, y la espiritual o eterna. La primera la tienen todos los seres
humanos; la segunda, quienes comen el cuerpo y la sangre de Jesús. ¿En qué
consiste esa vida?
4. Jesús dentro de nosotros. La
respuesta la ofrecen estas palabras: «El que come mi carne y bebe mi sangre,
habita en mí y yo en él». Es la única vez que aparece este tema en el discurso,
que recuerda la experiencia de Pablo: «Vivo yo, pero no yo; es Cristo quien
vive en mí». Pero la imagen que mejor puede expresarlo es la del feto en el
vientre de su madre: habita en ella, y ella en él. Esa intimidad absoluta y
misteriosa es la que se produce en la eucaristía. Y esa presencia de Jesús en
los que comulgamos no termina al cabo de un cuarto de hora, como enseñaban hace
años. Una educación religiosa bienintencionada, pero deficiente, hace pensar a
muchos que Jesús está principalmente en el sagrario, olvidando que está dentro
de nosotros tan realmente como allí.
Unión con Jesús y unión con los hermanos (1
Corintios 10,16-17)
La
idea de que, al comulgar, Jesús habita en nosotros y nosotros en él, corre el
peligro de interpretarse de forma muy individualista. La lectura de Pablo a los
corintios ayuda a evitar ese error. La comunión con el cuerpo y la sangre de
Cristo no es algo que nos aísla. Al contrario, es precisamente lo que nos
une, «porque comemos todos del mismo pan».
Hermanos: El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la
sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de
Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo
cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.
Este
tema se inserta en el contexto de un problema muy candente en la comunidad de
Corinto por aquel tiempo: ¿Puede un
cristiano comer la carne de un animal inmolado a un dios pagano?
SAN BERNABE,
apóstol
San Bernabé, Apóstol -
Siglo I
Nacido en la isla de Chipre, fue uno de los primeros fieles de Jerusalén,
predicó en Antioquía y acompañó a Pablo en su primer viaje. Intervino en el
Concilio de Jerusalén. Volvió a su patria, predicó el evangelio y allí murió.
¿Qué me enseñará la vida de San Bernabé?
¿A compartir mis bienes con los pobres?
¿A tratar de descubrir las aptitudes que
otros tienen para el apostolado y a ayudarles a emplearlas bien?
¿A dedicar mi vida a propagar
nuestra santa religión? El Espíritu Santo me ilumine.
La historia de San Bernabé está escrita en el
libro de Los Hechos de los apóstoles, en la S. Biblia.
Antes se llamaba José, pero los apóstoles le
cambiaron su nombre por el de Bernabé, que significa "el esforzado",
"el que anima y entusiasma".
Era judío, de la tribu de Leví, pero nació en
la isla de Chipre. Se hizo muy popular en la primitiva Iglesia porque vendió
las fincas que tenía y luego llevó el dinero que obtuvo y se lo dio a los
apóstoles para que lo repartieran a los pobres.
Un mérito formidable de San Bernabé es el
haber descubierto el gran valor que había en aquel recién convertido que se
llamaba Saulo y que más tarde se llamaría San Pablo. Cuando después de su
conversión Saulo llegó a Jerusalén, los cristianos sospechaban de él y se le
alejaban, pero entonces Bernabé lo tomó de la mano y lo presentó a los
apóstoles y se los recomendó. Y él será el que lo encaminará después a
emprender sus primeras grandes labores apostólicas.
La S. Biblia, en el libro de los Hechos de
los Apóstoles, hace de Bernabé unos elogios que es difícil encontrarlos
respecto de otros personajes. Dice así: "Bernabé era un hombre bueno,
lleno de fe y de Espíritu Santo" (Hechos 11, 24).
Cuando Saulo o San Pablo tuvo que salir
huyendo de Jerusalén porque los judíos trataban de asesinarlo, se fue a su
ciudad de Tarso, y allá se quedó un tiempo. Mientras tanto en la ciudad de
Antioquía había sucedido algo muy especial. Al principio los discípulos de Jesús
solamente predicaban el Evangelio a los israelitas, pero de pronto algunos
empezaron a enseñar las doctrinas cristianas a los paganos en Antioquía, y
resultó que aquellas gentes respondieron de una manera admirable y se
convirtieron por centenares. Al saber esta noticia, los apóstoles lo enviaron
desde Jerusalén a que se informara de lo que allí estaba sucediendo y les
llevara noticias. Bernabé se quedó encantado del fervor de aquellos paganos
convertidos y estuvo con ellos por un buen tiempo animándolos y acabando de
instruirlos. En aquella ciudad fue donde por primera vez se llamó
"cristianos" a los seguidores de Cristo.
Entonces se le ocurrió a Bernabé la feliz
idea de dirigirse a Tarso a invitar a Saulo a que se le uniera en el apostolado
en Antioquía y éste aceptó con gusto.
Desde entonces Bernabé y Saulo trabajaban
asociados ayudándose en todo el uno al otro, y obteniendo resonantes triunfos.
Por todo un año predicaron en Antioquía, cuidad que se convirtió en el gran
centro de evangelización, del cual fueron saliendo misioneros a evangelizar a
diversos lugares.
Por aquel tiempo hubo una gran hambre en
Jerusalén y sus alrededores y los cristianos de Antioquía hicieron una colecta
y la enviaron a los apóstoles por medio de Bernabé y Saulo. Ellos al volver a
Jerusalén se trajeron a Marcos (el futuro San Marcos evangelista) que era
familiar de Bernabé. Venía a ayudarles en la evangelización.
Un día mientras los cristianos de Antioquía
estaban en oración, el Espíritu Santo habló por medio de algunos de ellos que
eran profetas y dijo: "Separen a Bernabé y Saulo, que los tengo destinados
a una misión especial". Los cristianos rezaron por ellos, les impusieron
las manos, y los dos, acompañados de Marcos, después de orar y ayunar,
partieron para su primer viaje misionero.
En Chipre, la isla donde había nacido San
Bernabé, encontró muy buena aceptación a su predicación, y lograron convertir
al cristianismo nada menos que al mismo gobernador, que se llamaba Sergio
Pablo. En honor a esta notable conversión, Saulo se cambió su nombre por el de
Pablo. Y Bernabé tuvo la gran alegría de que su tierra natal aceptara la
religión de Jesucristo.
Luego emprendieron su primer viaje misionero
por las ciudades y naciones del Asia Menor. En la otra ciudad de Antioquía (de
Pisidia) al ver que los judíos no querían atender su predicación, Bernabé y
Pablo declararon que de ahora en adelante les predicarían a los paganos, a los
no israelitas, con lo cual los paganos sintieron una inmensa alegría al saber
que la nueva religión no los despreciaba a ellos, sino que más bien los
prefería. Allí en Iconio estuvieron a punto de ser apedreados por una
revolución tramada por los judíos y tuvieron que salir huyendo. Pero dejaron
una buena cantidad de convertidos y confirmaron sus enseñanzas con formidables
señales y prodigios que Dios obraba por medio de estos dos santos apóstoles.
En la ciudad de Listra, al llegar curaron
milagrosamente a un paralítico y entonces la gente creyó que ellos eran dos
dioses. A Bernabé por ser alto y majestuoso le decían que era el dios Zeus y a
Pablo por la facilidad con la que hablaba lo llamaban el dios Mercurio. Y ya
les iban a ofrecer un toro en sacrificio, cuando ellos les declararon que no
eran tales dioses, sino unos simples mortales. Luego llegaron unos judíos de
Iconio y promovieron un tumulto y apedrearon a Pablo y cuando lo creyeron
muerto se fueron, pero él se levantó luego y curado instantáneamente entró otra
vez en la ciudad.
Después de todo esto Bernabé y Pablo se
devolvieron ciudad por ciudad donde habían estado evangelizando y se dedicaron
a animar a los nuevos cristianos y les recordaban que "es necesario pasar
por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Hechos 14, 22).
Al llegar a Antioquía se encontraron con que
los cristianos estaban divididos en dos partidos: unos (dirigidos por los
antiguos judíos) decían que para salvarse había que circuncidarse y cumplir
todos los detalles de las leyes de Moisés. Otros decían que no, que basta
cumplir las leyes principales. Bernabé y Pablo se pusieron del lado de los que
decían que no había que circuncidarse, y como la discusión se ponía acalorada,
los de Antioquía enviaron a Jerusalén una embajada para que consultara con los
apóstoles. La embajada estaba presidida por Bernabé y Pablo. Los apóstoles
reunieron un concilio y le dieron la razón a Bernabé y Pablo y luego pasaron
horas muy emocionantes oyéndolos contar las formidables aventuras de sus viajes
misioneros.
Volvieron a Antioquía y dispusieron organizar
un segundo viaje misionero. Pero Bernabé quería llevar como ayudante a su primo
Marcos, y Pablo se oponía, porque Marcos les había abandonado en la mitad del
viaje anterior (por miedo a tantas dificultades). Y así fue como se separaron y
Bernabé se fue a acabar de evangelizar en su isla de Chipre y San Pablo se fue
a su segundo viaje. Más tarde se encontraron otra vez como amigos misionando en
Corinto (1 Cor. 9,6).
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