jueves, 22 de junio de 2023

Párate un momento: El Evangelio del dia 23 DE JUNIO – VIERNES – 11 – SEMANA DE T.O. – A San José Cafasso

 

 

 


 

23 DE JUNIO – VIERNES –

11 – SEMANA DE T.O. – A

San José Cafasso

 

       Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (11,18.21b-30):

 

   Son tantos los que presumen de títulos humanos, que también yo voy a presumir. Pues, si otros se dan importancia, hablo disparatando, voy a dármela yo también.

    ¿Qué son hebreos?, también yo; ¿qué son linaje de Israel?, también yo; ¿qué son descendientes de Abrahán?, también yo; ¿que si ven a Cristo?, voy a decir un disparate: mucho más yo.

    Les gano en fatigas, les gano en cárceles, no digamos en palizas y en peligros de muerte, muchísimos; los judíos me han azotado cinco veces, con los cuarenta golpes menos uno; tres veces he sido apaleado, una vez me han apedreado, he tenido tres naufragios y pasé una noche y un día en el agua. Cuántos viajes a pie, con peligros de ríos, con peligros de bandoleros, peligros entre mi gente, peligros entre gentiles, peligros en la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros con los falsos hermanos.

    Muerto de cansancio, sin dormir muchas noches, con hambre y sed, a menudo en ayunas, con frío y sin ropa. Y, aparte todo lo demás, la carga de cada día, la preocupación por todas las Iglesias.

    ¿Quién enferma sin que yo enferme?; ¿quién cae sin que a mí me dé fiebre?

    Si hay que presumir, presumiré de lo que muestra mi debilidad.

 

Palabra de Dios

 

    Salmo: 33,2-3.4-5.6-7

    R/. El Señor libra a los justos de sus angustias

 

    Bendigo al Señor en todo momento,

su alabanza está siempre en mi boca;

mi alma se gloría en el Señor:

que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.

 

    Proclamad conmigo la grandeza del Señor,

ensalcemos juntos su nombre.

Yo consulté al Señor y me respondió,

me libró de todas mis ansias. R/.

 

   Contempladlo y quedaréis radiantes,

vuestro rostro no se avergonzará.

Si el afligido invoca al Señor,

él lo escucha y lo salva de sus angustias. R/.

 

    Lectura del santo evangelio según san Mateo (6,19-23):

 

    En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

    «No atesoréis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban.

    Atesorad, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman ni ladrones que abran boquetes y roben. Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón.

    La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Y si la única luz que tienes está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!»

 

Palabra del Señor 

 

1.  Es una cosa bien sabida que la estructura económica de las sociedades mediterráneas del siglo primero era completamente distinta de la estructura económica que tenemos en la actualidad. Pero Jesús no habla aquí de la organización económica de las sociedades de su tiempo. Jesús se refiere a la relación de cada ser humano con la posesión de bienes. Tal relación está determinada por el "deseo", que, cuando es desmedido, se traduce en "codicia".

El problema que hoy tenemos es que, cuando la economía tiene un alcance y un volumen global, vivimos sobre un volcán espantoso.  El volcán de la codicia global. Y sabemos que la economía, la gestión del capital y las finanzas, todo eso está pensado y es llevado de manera, que -en definitiva- lo que se hace es fomentar la lava mortal del volcán.  Por eso, cada año hay más riqueza y, al mismo tiempo, más y más sufrimiento.                      

 

2.  Hoy vivimos en tales condiciones económicas, que la economía no puede funcionar si no es sobre la base de fomentar y potenciar la codicia global.           

Porque el capital determinante no es el capital productivo, sino el capital financiero. El capital productivo es el que se dedica a producir bienes de uso y consumo. El capital financiero es el que se destina a acumular riqueza, mediante operaciones en bolsa, en los mercados financieros, a través de las inversiones que hacen los bancos, etc.

Aquí es donde se sitúan los mercados de los que tanto se habla en la actualidad. Y en los mercados estamos metidos de lleno todos los que depositamos nuestro dinero en los bancos o cajas de ahorros.

 

3.  No está al alcance de los ciudadanos cambiar el sistema económico vigente. Lo que sí podemos (y tenemos que) hacer es reeducar nuestra relación con el dinero.

La finalidad del dinero debe ser la productividad, no la acumulación.

Es evidente que la crisis económica actual es una desgracia criminal y canalla, que está causando sufrimientos indecibles. 

Pero también tendríamos que pensar que esta crisis es una ocasión privilegiada para modificar el sistema económico vigente y dominante.

Es urgente que cada cual repiense cómo se relaciona, no ya con el dinero, sino con la acumulación de dinero.

No se puede tolerar que, en este momento y cuando sufrimos las peores consecuencias de la crisis, la distancia entre lo que ganan los más ricos y lo que pueden conseguir millones de ciudadanos se hace cada día más grande.

Unos pocos se están enriqueciendo asombrosamente a costa del empobrecimiento galopante del resto.

- ¿Tenemos en esto la conciencia tranquila?

 

San José Cafasso


 

Año 1860

 

Antes de morir escribió esta estrofa:

"No será muerte sino un dulce sueño para ti, alma mía, si al morir te asiste Jesús, y te recibe la Virgen María".

Y seguramente así le sucedió en realidad.

Este humilde sacerdote fue quizás el más grande amigo y benefactor de San Juan Bosco y, de muchos seminaristas pobres más, uno de los mejores formadores de sacerdotes del siglo XIX.

Nació en 1811 en el mismo pueblo donde nació San Juan Bosco. En Castelnuovo (Italia). Una hermana suya fue la mamá de otro santo: San José Alamano, fundador de la comunidad de los Padres de la Consolata. Desde niño sobresalió por su gran inclinación a la piedad y a repartir ayudas a los pobres.

En el año 1827, siendo Caffaso seminarista se encontró por primera vez con Juan Bosco. Cafasso era de familia acomodada del pueblo y Bosco era de una vereda y absolutamente pobre. Don Bosco narra así su primer encuentro con el que iba a ser después su Benefactor, su defensor y el que mejor lo comprendiera cuando los demás lo despreciaran: "Yo era un niño de doce años y una víspera de grandes fiestas en mi pueblo, vi junto a la puerta del templo a un joven seminarista que por su amabilidad me pareció muy simpático. Me acerqué y le pregunté: '¿Reverendo: no quiere ir a gozar un poco de nuestras fiestas?'. Él con una agradable sonrisa me respondió: 'Mira, amiguito: para los que nos dedicamos al servicio de Dios, las mejores fiestas son las que se celebran en el templo'. Yo, animado por su bondadoso modo de responder le añadí: 'Sí, pero también en nuestras fiestas de plaza hay mucho que alegra y hace pasar ratos felices'. Él añadió: 'Al buen amigo de Dios lo que más feliz lo hace es el participar muy devotamente de las celebraciones religiosas del templo'. Luego me preguntó qué estudios había hecho y si ya había recibido la sagrada comunión, y si me confesaba con frecuencia. Enseguida abrieron el templo, y él antes de despedirse me dijo: 'No se te olvide que para el que quiere seguir el sacerdocio nada hay más agradable ni que más le atraiga, que aquello que sirve para darle gloria a Dios y para salvar las almas'. Y de manera muy amable se despidió de mí. Yo me quedé admirado de la bondad de este joven seminarista. Averigüé cómo se llamaba y me dijeron: 'Es José Cafasso, un muchacho tan piadoso, que ya desde muy pequeño en el pueblo lo llamaban -el santito".

Cafasso que era un excelente estudiante tuvo que pedir dispensa para que lo ordenaran de sacerdote de sólo 21 años, y en vez de irse de una vez a ejercer su sacerdocio a alguna parroquia, dispuso irse a la capital, Turín, a perfeccionarse en sus estudios. Allá había un instituto llamado El Convictorio para los que querían hacer estudios de postgrado, y allí se matriculó. Y con tan buen resultado, que al terminar sus tres años de estudio fue nombrado profesor de ese mismo instituto, y al morir el rector fue aclamado para reemplazarlo, y estuvo de magnífico rector por doce años hasta su muerte.

San José Cafasso formó más de cien sacerdotes en Turín, y entre sus alumnos tuvo varios santos. Se propuso como modelos para imitar a San Francisco de Sales y a San Felipe Neri, y sus discípulos se alegraban al contestar que su comportamiento se asemejaba grandemente al de estos dos simpáticos santos.

       En aquel entonces habían llegado a Italia unas tendencias muy negativas que prohibían recibir sacramentos si la persona no era muy santa (Jansenismo) y que insistían más en la justicia de Dios que en su misericordia (rigorismo).

El Padre Cafasso, en cambio, formaba a sus sacerdotes en las doctrinas de San Alfonso que insiste mucho en la misericordia de Dios, y en las enseñanzas de San Francisco de Sales, el santo más comprensivo con los pecadores. Y además a sus alumnos sacerdotes los llevaba a visitar cárceles y barrios supremamente pobres, para despertar en ellos una gran sensibilidad hacia los pobres y desdichados.

Cuando el niño campesino Juan Bosco quiso entrar al seminario, no tenía ni un centavo para costearse los estudios. Entonces el Padre Cafasso le costeó media beca, y obtuvo que los superiores del seminario le dieran otra media beca con tal de que hiciera de sacristán, de remendón y de peluquero. Luego cuando Bosco llegó al sacerdocio, Cafasso se lo llevó a Turín y allá le costeó los tres años de postgrado en el Convictorio. Él fue el que lo llevó a las cárceles a presenciar los horrores que sufren los que en su juventud no tuvieron quién los educara bien. Y cuando Don Bosco empezó a recoger muchachos abandonados en la calle, y todos lo criticaban y lo expulsaban por esto, el que siempre lo comprendió y ayudó fue este superior. Y al ver la pobreza tan terrible con la que empezaba la comunidad salesiana, el Padre Cafasso obtenía ayudas de los ricos y se las llevaba al buen Don Bosco. Por eso la Comunidad Salesiana ha considerado siempre a este santo como su amigo y protector.

En Turín, que era la capital del reino de Saboya, las cárceles estaban llenas de terribles criminales, abandonados por todos. Y allá se fue Don Cafasso a hacer apostolado. Con infinita paciencia y amabilidad se fue ganando los presos uno por uno y los hacía confesarse y empezar una vida santa. Les llevaba ropa, comida, útiles de aseo y muchas otras ayudas, y su llegada a la cárcel cada semana era una verdadera fiesta para ellos.

San José Cafasso acompañó hasta la horca a más de 68 condenados a muerte, y aunque habían sido terribles criminales, ni uno sólo murió sin confesarse y arrepentirse. Por eso lo llamaban de otras ciudades para que asistiera a los condenados a muerte. Cuando a un reo le leían la sentencia a muerte, lo primero que pedía era: "Que a mi lado esté el Padre Cafasso, cuando me lleven a ahorcar" (Un día se llevó a su discípulo Juan Bosco, pero éste al ver la horca cayó desmayado. No era capaz de soportar un espectáculo tan tremendo. Y a Cafasso le tocaba soportarlo mes por mes. Pero allí salvaba almas y convertía pecadores).

La primera cualidad que las gentes notaban en este santo era "el don de consejo". Una cualidad que el Espíritu Santo le había dado para saber aconsejar lo que más le convenía a cada uno. Por eso a su despacho llegaban continuamente obispos, comerciantes, sacerdotes, obreros, militares, y toda clase de personas necesitadas de un buen consejo. Y volvían a su casa con el alma en paz y llena de buenas ideas para santificarse. Otra gran cualidad que lo hizo muy popular fue su calma y su serenidad. Algo encorvado (desde joven) y pequeño de estatura, pero en el rostro siempre una sonrisa amable. Su voz sonora, y encantadora. De su conversación irradiaba una alegría contagiosa (que San Juan Bosco admiraba e imitaba grandemente). Todos elogiaban la tranquilidad inmutable del Padre José. La gente decía: "Es pequeño de cuerpo, pero gigante de espíritu". A sus sacerdotes les repetía: "Nuestro Señor quiere que lo imitemos en su mansedumbre".

Desde pequeñito fue devotísimo de la Stma. Virgen y a sus alumnos sacerdotes los entusiasmaba grandemente por esta devoción. Cuando hablaba de la Madre de Dios se notaba en él un entusiasmo extraordinario. Los sábados y en las fiestas de la Virgen no negaba favores a quienes se los pedían. En honor de la Madre Santísima era más generoso que nunca estos días. Por eso los que necesitaban de él alguna limosna especial o algún favor extraordinario iban a pedírselo un sábado o en una fiesta de Nuestra Señora, con la seguridad de que, en honor de la Madre de Jesús, les concedería su petición.

Un día en un sermón exclamó:

"qué bello morir un sábado, día de la Virgen, para ser llevados por Ella al cielo".

Y así le sucedió: murió el sábado 23 de junio de 1860, a la edad de sólo 49 años.

Su oración fúnebre la hizo su discípulo preferido: San Juan Bosco.

El Papa Pío XII canonizó a José Cafasso en 1947, y nosotros le suplicamos a tan bondadoso protector que logremos imitarlo en su simpática santidad.

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario