18 – DE JUNIO
– DOMINGO –
11 –
SEMANA DE T.O. – A
SAN CIRIACO Y SANTA PAULA,
PATRONOS DE MÁLAGA
Lectura del libro
del Éxodo (19,2-6a):
En aquellos
días, los israelitas llegaron al desierto del Sinai. y acamparon allí, frente
al monte. Moisés subió hacia Dios.
El Señor lo llamó desde el monte,
diciendo:
«Así dirás a la casa de Jacob, y esto
anunciarás a los israelitas:
"Ya habéis visto
lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de
águila y os he traído a mi. Ahora,
pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi
propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra;
seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa."»
Palabra
de Dios
Salmo: 99,2.3.5
R/. Nosotros somos su pueblo y
ovejas de su rebaño
Aclama al
Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores. R/.
Sabed que el
Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño. R/.
El Señor es
bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades. R/.
Lectura de la carta
del apóstol san Pablo a los Romanos (5,6-11):
Cuando
nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por
los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de
bien tal vez se atrevería uno a morir; más la prueba de que Dios nos ama es que
Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.
¡Con cuánta más razón,
pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos del castigo! Si,
cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo,
¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! Y
no sólo eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor
Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.
Palabra
de Dios
Lectura del santo
evangelio según san Mateo (9,36–10,8):
En aquel
tiempo, al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban
extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos:
«La mies es abundante,
pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande
trabajadores a su mies.»
Y llamando a sus doce discípulos, les
dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y
dolencia.
Éstos son los nombres de
los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés;
Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el
publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el Celote, y Judás Iscariote, el
que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con
estas instrucciones:
«No vayáis a tierra de
gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas
descarriadas de Israel.
Id y proclamad que el
reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad
leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.»
Palabra
del Señor
Compasivo hasta la muerte.
Domingo 11 del T. O. Ciclo A
Después del Tiempo de Pascua y las fiestas
posteriores, continuamos leyendo el evangelio de Mateo, típico de este ciclo A.
Jesús ha tenido un gran discurso en el monte y ha realizado luego diez
milagros, demostrando su poder con la palabra y con la acción. Pero hará falta
que otros continúen su labor.
Jesús, compasivo en la acción (Mateo
9,36-10,8),
Introducción
Cuando Mateo leyó por vez
primera el evangelio de Marcos, hubo una frase que le impresionó: «Vio [Jesús]
a mucha gente, y se conmovió por ellos, porque estaban como ovejas sin pastor»
(Mc 6,34). Esa compasión lo impulsa a enseñarles y a alimentarlos multiplicando
los panes y los peces.
Mateo
piensa darles un sentido nuevo a esas palabras. La compasión de Jesús no le
llevará a resolver el problema puntual y concreto de la gente que lo ha seguido
ese día, sino a plantearse el problema presente y futuro de todas las
multitudes. Y subraya su desgracia con el simple añadido de dos adjetivos:
estaban «extenuados y abandonados».
Mateo abandona la metáfora del
rebaño y habla de la mies y los segadores. A la visión del pueblo
sin pastor corresponde la de la mies sin segadores. Esto no lleva a la acción
inmediata, sino a la oración para que el Señor de la mies envíe obreros a su
mies. Y ese «señor de la mies» no es Dios Padre, sino el mismo Jesús, que envía
enseguida a sus discípulos.
Los
Doce y su poder
Hasta
ahora solo se ha contado la vocación de cinco discípulos: Simón, Andrés,
Santiago y Juan, al comienzo (4,18-22) y luego la de Mateo (9,9). De repente,
se habla de doce. ¿Cuándo llamó a los otro siete? Es imposible completar con
datos de otros evangelios. El de Juan se limita a cinco: Andrés, ¿Juan?, Pedro,
Felipe, Natanael (Jn 1,35-51).
La
composición del grupo no puede ser más heterogénea: cuatro pescadores, un
recaudador de impuestos, un mercader (o un celoso tendente al fanatismo) y uno
nada de fiar, que terminará traicionándolo. Con esos individuos, y otros
cuantos de los que no sabemos nada, pretende Jesús extender la buena noticia
del reino de Dios. ¿Lo conseguirá, o está loco?
El
número doce recuerda a los doce hijos de Jacob y las doce tribus de Israel: es
una forma de indicar que va a comenzar un nuevo pueblo de Dios. Se ha discutido
si el número de doce es original de Jesús o creación de la comunidad cristiana.
El testimonio más antiguo, el de Pablo, ya cita este número como algo conocido
e importante: Jesús «se apareció a Cefas y después a los Doce» (1 Cor 15,5). A
finales del siglo I, el Apocalipsis sigue hablando de «las doce piedras que
llevan los nombres de los doce apóstoles del cordero» (Ap 21,14). Sin embargo,
el libro de los Hechos nos desconcierta un poco: al principio lo considera tan
importante que, después de la traición de Judas, hay que restaurarlo con la
elección de un sustituto: Matías (Hch 1,15-26). Pero cuando el rey Herodes
manda degollar a Santiago, el hermano de Juan, no se habla de sustituirlo para
recuperar el número de doce. Tenemos la impresión de que el número tuvo un
valor real al comienzo, en tiempos de Jesús, y más tarde se convirtió en algo
puramente simbólico.
Antes
de dar sus nombres, Mateo indica que Jesús les trasmite su mismo poder: sobre
los espíritus inmundos y para sanar todo tipo de enfermedades. Viene a la
memoria el momento en el que Eliseo le pide a Elías «dos tercios de tu
espíritu», y el maestro le responde: «¡No pides nada!» (2 Re 2,9-10). Los doce,
sin pedir nada, reciben un poder mucho mayor que Eliseo.
Instrucciones
A continuación,
les tiene Jesús un largo discurso, del que la liturgia ha seleccionado el
comienzo (para este domingo) y el final (para el siguiente). La primera parte
del discurso habla de los destinatarios de la misión, la tarea que deben llevar
a cabo, y la gratuidad con que hay que realizarla.
Destinatarios. La prohibición inicial
de dirigirse a paganos y samaritanos resulta casi hiriente. Recuerda a los
pasajes nacionalistas del Deuteronomio y al desprecio que sentía Jesús ben Sirá
por los samaritanos, «el pueblo necio que habita en Siquén» (Eclo 50,26). Sin
embargo, debemos recordar que la visión positiva de los paganos quedó muy clara
cuando a los magos de oriente se revela el nacimiento del Mesías y vienen a
adorarlo; y Jesús ya ha dicho que «vendrán muchos de oriente y occidente a
sentarse a la mesa en el reino de Dios».
¿A
qué puede deberse esta prohibición en boca de Jesús? Una de las acusaciones que
los judíos harían a los cristianos es que se habían separado de Israel por
culpa de Jesús, que se había desinteresado de su pueblo. Mateo insiste en que
Jesús nunca rechazó a su pueblo. Al contrario, inicialmente prohibió a sus discípulos
ir a tierra de paganos y a la provincia de Samaria; los envió a las ovejas
descarriadas de Israel, a las mismas a las que él ha sido enviado (cf. 15,24).
Los discípulos, como Jesús, deben atender a la gente que no es atendida por los
dirigentes políticos y religiosos.
Tarea. La misión de los
discípulos es idéntica a la de Jesús: hablar y actuar. El mensaje es el mismo
de Juan Bautista y Jesús: «El reinado de Dios está cerca». Falta la exhortación
inicial a convertirse, aunque esto se da más adelante por supuesto. Las obras
serán las realizadas por Jesús en los capítulos anteriores: sanar enfermos,
resucitar muertos, limpiar leprosos, expulsar demonios. Parece encargarles
demasiado. Pero lo importante no es lo que se encarga, sino la idea de que los
discípulos continúan plenamente la obra del Mesías.
En
Lucas-Hechos ocurre algo curioso. Cuando Jesús envía a los setenta y dos
discípulos (equivalente al envío de los doce en Mateo) solo les encarga «curar
a los enfermos» que encuentren (Lc 10,9). No habla de resurrección ni de
endemoniados. Sin embargo, en el libro de los Hechos, Pedro, Felipe y Pablo
realizan milagros más parecidos a los que indica Mateo. De Pedro se cuenta que
la gente sacaba a los enfermos a la calle para que, al pasar, «por lo menos su
sombra cayera sobre alguno», con lo que se curaban enfermos y poseídos por
espíritus inmundos (Hch 5,15-16); además, sana de su parálisis a Eneas (Hch
9,33-35) y resucita a Tabita (Hch 9,36-43). Felipe expulsa en Samaria a los
espíritus inmundos y muchos paralíticos y lisiados se curan (Hch 8,7). En el
caso de Pablo, «bastaba aplicar a los enfermos pañuelos o prendas que él
llevaba encima, para ahuyentar las enfermedades y expulsar los espíritus malos»
(Hch 19,12).
Gratuidad. En la antigüedad, como hoy
día, una de las acusaciones más frecuentes a los predicadores religiosos era la
de buscar el propio interés; un peligro del que Pablo fue muy consciente y
procuró evitar en todo momento. Por eso, Mateo añade inmediatamente cuál debe
ser la conducta del apóstol. Igual que Jesús, debe caracterizarse por su
generosidad y desprendimiento. El principio general («gratis lo recibisteis,
dadlo gratis») se refiere a no exigir recompensa.
Jesús, compasivo hasta la muerte (Romanos
5, 6-11)
Ante las
numerosas desgracias que ocurren en nuestro mundo, a nivel individual, nacional
y planetario, ante la difusión de problemas que parecen insolubles (droga,
prostitución, carrera de armamentos, terrorismo) mucha gente se pregunta: ¿nos
ama Dios? Algunos lo niegan expresamente. A mi me impresionó una frase del gran teólogo Romano
Guardini: «Sólo en Jesucristo crucificado tenemos la seguridad de que Dios
nos ama». Una paradoja: el amor demostrado en la muerte más cruel y vergonzosa.
En realidad, las palabras de Guardini no deberían haberme llamado la atención
porque dicen lo mismo que Pablo: «la prueba de que Dios nos ama es que
Cristo murió por nosotros». Y añade algo muy importante: «cuando todavía
éramos pecadores». No cuando nos habíamos arrepentido y éramos buenos, sino
cuando éramos malos. ¿Hay alguien dispuesto a morir por un terrorista, por un
narco, por un político enemigo, por alguien que me amarga la vida…? Aunque
nosotros seamos egoístas y mezquinos, podemos estar seguros de que Dios nos ama.
¿A qué viene la primera lectura (Éxodo
19, 2-6ª)
Me
desconcierta un poco la elección de este pasaje. Se supone que debe tener
relación con el evangelio. La única que encuentro es con la misión de los
discípulos de dirigirse exclusivamente al pueblo de Israel, no a paganos ni
samaritanos, porque los israelitas, como dice Dios a Moisés, son «mi
propiedad personal entre todos los pueblos».
Una conclusión (entre otras posibles)
Muchos se preguntan cómo está el problema
de las vocaciones. La respuesta no es muy optimista, prescindiendo de que las
causas son muy complejas. Por eso todos estamos obligados a compadecernos de la
mucha gente que necesita ayuda y pedirle al Señor de la mies que envíe obreros
a su mies.
SAN CIRIACO Y SANTA PAULA,
PATRONOS DE MÁLAGA
Los
Reyes Católicos consagraron a los Santos Mártires Ciriaco y Paula una de las
cuatro parroquias fundacionales tras la reconquista en 1487, designaron a los
Santos Mártires Ciriaco y Paula Patronos de la ciudad de Málaga en 1490, e
incluyeron a los Santos Patronos en el Escudo de Armas en 1494. Todos estos
aspectos han permanecido inalterados hasta el momento presente. El día 18 de
Junio ha sido una fiesta fundamental en la ciudad durante siglos, aunque de
forma intermitente. Hasta el año 1986, el día 18 de Junio era fiesta local
civil.
La
tradición transmitida ampliamente en la historiografía local afirma que los
Santos Ciriaco y Paula fueron dos jóvenes malagueños pertenecientes a una
floreciente comunidad cristiana existente en nuestra ciudad y presidida por el
Obispo San Patricio. Apresados en el contexto de la décima persecución del
emperador Diocleciano y Maximiano, fueron sometidos a dolorosos tormentos con
el propósito de que renunciaran a su fe y adorasen a las divinidades
paganas. Como no consiguieron tal propósito, fueron condenados a
muerte y lapidados, atados a sendos troncos de unas palmeras, esto sucedió en
el margen del río Guadalmedina el día 18 de Junio del año 303 de nuestra era,
en el lugar que aún hoy conocemos como Paseo de Martiricos. Ocurrida la muerte,
cayó un fuerte aguacero que impidió que sus cuerpos fuesen quemados, y sus
hermanos cristianos los recogieron y procedieron a su sepultura. Se desconocen
los datos en torno a su nacimiento, infancia o juventud. se ignora dónde han
sido depositados sus cuerpos, aunque tradicionalmente se afirmaban que no
podían estar muy lejos de la ciudad, junto a la ribera del río Guadalmedina, de
donde se arrancaron las piedras para lapidarlos.
En
1581 se dejó sentir un fuerte terremoto en la iglesia de los Santos Mártires,
como apenas hubo que lamentar pérdidas, decidieron el 16 de Junio de 1582 hacer
un voto solemne y declarar día festivo con obligación de oír misa el 18 de
junio, día de los Santos Mártires, en la ciudad y sus arrabales. En el mismo cabildo
la Ciudad acordó mandar labrar dos estatuas de plata para que fueran sacadas en
procesión en el día de su fiesta. Estas imágenes, donadas por el Cabildo
municipal, fueron procesionadas por primera vez el 18 de junio del año 1604. El
5 de Febrero de 1810 entraron los franceses en Málaga y arrebataron a los
malagueños las dos estatuas de los Santos Patronos debido a su precioso metal.
Hay
buena prueba de la memoria de los Santos Ciriaco y Paula en el callejero de la
ciudad: La Barriada de Santa Paula y unos jardines, están dedicados en honor de
nuestra Patrona. El Paseo de Martiricos, junto al río Guadalmedina, guarda
tradición del lugar del martirio. En Ciudad Jardín tenemos calle San Ciriaco y
calle Santa Paula. La denominada Plaza de los Mártires Ciriaco y Paula, y la
calle Mártires junto al templo parroquial de los Santos Mártires Ciriaco y
Paula. Muy cerca, además, está la calle Santos, también dedicada a los
Patronos, recogiendo la tradición que afirmaba que los jóvenes Santos se
conocieron en una panadería situada en esa vía, en la que trabajaban ambos.
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