15 – DE
JUNIO – JUEVES –
10 –
SEMANA DE T.O. – A
Santa María Micaela
del Santísimo Sacramento
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (3,15–4,1.3-6):
Hasta hoy, cada vez que los israelitas leen los libros de Moisés, un velo
cubre sus mentes; pero, cuando se vuelvan hacia el Señor, se quitará el velo.
El Señor del que se habla es el Espíritu; y donde hay Espíritu del Señor hay
libertad. Y nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la
gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor
creciente; asi es como actúa el Señor, que es Espíritu. Por eso, encargados de
este ministerio por misericordia de Dios, no nos acobardamos. Si nuestro
Evangelio sigue velado, es para los que van a la perdición, o sea, para los
incrédulos: el dios de este mundo ha obcecado su mente para que no distingan el
fulgor del glorioso Evangelio de Cristo, imagen de Dios.
Nosotros no nos
predicamos a nosotros mismos, predicamos que Cristo es Señor, y nosotros
siervos vuestros por Jesús. El Dios que dijo: «Brille la luz del seno de la
tiniebla» ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos,
dando a conocer la gloria de Dios, reflejada en Cristo.
Palabra de Dios
Salmo:
84,9ab-10.11-12.13-14
R/. La gloria del
Señor habitará en nuestra tierra
Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.»
La salvación está ya cerca de sus fieles,
y la gloria habitará en nuestra tierra. R/.
La misericordia y la fidelidad se
encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo. R/.
El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos. R/.
Lectura del santo
evangelio según san Mateo (5,20-26):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si no sois
mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás", y el que mate
será procesado.
Pero yo os digo:
Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su
hermano "imbécil", tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo
llama "renegado", merece la condena del fuego.
Por tanto, si cuando
vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano
tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a
reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te
pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no
sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te
aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.»
Palabra del Señor
1. El
principio general que establece Jesús es muy claro: si os limitáis a ser como
los letrados y fariseos, no tenéis sitio en mi proyecto. Ahora bien, los
letrados eran los que mejor conocían la religión; y los fariseos los que tenían
fama de ser los más observantes. Por tanto, lo que Jesús les
dice a sus discípulos es que el conocimiento de la religión y la observancia de
sus normas no son suficientes. ¿Por qué? Porque falta lo principal. Es lo que
Jesús explica en las antítesis que propone a continuación.
2. La
primera antítesis se refiere al precepto fundamental del respeto en la relación
con los demás: “no matarás" (cf. Ex 21, 12; Lev 24, 17). Pero Jesús radicaliza ese respeto hasta el extremo de no tolerar ni el enfado, ni
palabras despectivas. Jesús exige, por tanto, el respeto total al otro. Al
exigir este tipo de conducta, Jesús hace referencia a
castigos de este mundo y del otro para quien falta al respeto al otro. Pero
obviamente lo que Jesús establece no es un ordenamiento jurídico estricto. Al
contrario, lo que Jesús pide es que seamos de tal calidad humana que no
tengamos que ir, ni recurramos, a pleitos y tribunales.
3. El
ordenamiento jurídico está establecido para garantizar los derechos de las
personas. Eso es enteramente necesario, dado lo que da de sí la
condición humana. Pero Jesús pide que la bondad del
corazón sea la fuerza que supera cualquier situación de
enfrentamiento. Y, en cualquier caso, que jamás faltemos al respeto
a nadie.
Santa María Micaela del
Santísimo Sacramento
Santa María Micaela del
Santísimo Sacramento nació en Madrid en 1809 y allí, al visitar el Hospital de
San Juan de Dios, nació su vocación de consagrarse a la educación de la
juventud inadaptada socialmente. El amor a Cristo en la Eucaristía fue el alma
de su obra.
Fundó el Instituto de
Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad.
Murió en Valencia,
víctima de su caridad, al atender a los enfermos de cólera, el 24 de agosto de
1865.
Fue canonizada en
1934.
El día de Año Nuevo de 1809 nacía en Madrid
de los cristianos padres Miguel Desmaisieres, de la nobleza flamenca, y
Bernarda López Dicastillo, dama de la reina María Luisa.
La naturaleza y la gracia fueron muy
generosas con la niña Micaela Familia noble y rica, belleza física, padres
ejemplares, inteligencia, bondad de corazón... Todo le sonreía. La educación
esmerada que recibió también fue otro regalo del Señor. Cuenta la misma
Micaela: "Mi madre nos hacía aprender a planchar y guisar a las tres
hermanas que éramos, por lo que pudiera suceder. También teníamos que pintar,
bordar, escribir, tocar diversos instrumentos y hacer un sinnúmero de rezos.
Todo esto sin descanso, pues era esclava del deber".
Era todavía muy joven cuando murió su madre.
Su padre murió también inesperadamente. Su hermano Luis pereció en un accidente
al caerse de un caballo, y su hermanita Engracia fue llevada imprudentemente
por una niñera a ver la escena del ahorcamiento de un criminal y la jovencita
al ver esta escena se enloqueció. Le quedaba una hermana, Manuela, pero esta
tuvo que salir al destierro porque los enemigos políticos de su esposo se
apoderaron del gobierno.
Recibió una educación muy seria. Empieza un
noviazgo, y después de tres años de amistad muy armoniosa, y muy santa con su
novio, este de un momento a otro se aleja, porque sus familiares se lo han
ordenado así. Entonces las lenguas maledicentes se dedican a hablar mal de
Micaela. Ella en su autobiografía añade: "En vez de hablar de esto con mis
amistades, lo que hacíamos era llevar cuenta de los rezos que hacíamos, y ver
quién había rezado más".
Su hermano fue nombrado embajador en París, y
después en Bruselas (Micaela era de familia de alta clase social española).
Ella tuvo que acompañarlo y entonces empezó una vida muy especial: madrugar
muchísimo para alcanzar a hacer sus prácticas de piedad, ir a la Santa Misa,
comulgar y aprovechar la mañana para hacer sus obras de caridad. De mediodía en
adelante asistir a banquetes diplomáticos, bailes, funciones de teatro, salir
de paseo a caballo, rodeada de gente de la aristocracia y mostrarse siempre alegre
y sonriente a pesar de los dolores continuos de estómago a causa de una especie
de cáncer que parecía devorarle el vientre.
Ante tantísimos peligros para su virtud, lo
que conservaba en gracia de Dios a la joven y elegante Micaela era su comunión
diaria, las mortificaciones que hacía y el haber encontrado un santo director
espiritual, el Padre Carasa. Una de sus mortificaciones consistía en que cuando
iba a funciones de teatro (donde la gente se presenta muy deshonestamente
vestida) ella se colocaba unos anteojos que por más que esforzara la vista no
le dejaban ver lo que pasaba en el escenario.
Mientras por las tardes y noches tenía que
estar en las labores mundanas de la diplomacia, por las mañanas estaba
visitando pobres, enfermos e iglesias muy necesitadas y dejando en todas partes
copiosas limosnas (su familia era muy adinerada). Nadie podía imaginar al verla
tan elegante en las fiestas sociales, que esa mañana la había pasado visitando
casuchas y ayudando a gentes abandonadas.
Al volver a España la invitaron en Burdeos a
una reunión en la casa del Cónsul. Allí la esperaba el Sr. Arzobispo para
pedirle que hiciera de mediadora frente a unas monjitas que engañadas por un
jansenista (los jansenistas son herejes que dicen que quien no es santo no
puede recibir ningún sacramento) se habían rebelado contra el arzobispo.
Micaela, aprovechando su admirable simpatía que le hacía ganarse a las gentes,
se fue al convento y obtuvo que las religiosas hicieran unos días de Ejercicios
Espirituales, y al final de esos Retiros, las monjitas, presididas por nuestra
santa, hicieron la paz con el Sr. Arzobispo.
El Padre Carasa le recomendó que al volver a
Madrid se entrevistara con una dama muy santa llamada María Ignacia Rico. Así
lo hizo y entonces aquella caritativa mujer la llevó al hospital San Juan de
Dios, donde estaban las mujeres de mala vida que caían enfermas. La santa
afirma que "allí sufren el olfato, la vista, el tacto, los oídos" y
que "todos los sentimientos tienen allí ocasión para padecer".
Micaela ni siquiera sabía que existía esa clase de mujeres y nunca se había
imaginado que los hombres dieran un trato tan injusto y cruel a esas pobres
criaturas, después de haberlas corrompido.
Aquel espectáculo del hospital fue para
Micaela como una revelación del cielo. Y cuando supo no sólo la situación
horrorosa de esas pobres muchachas enfermas en el hospital, sino la espantosa
vida que les esperaba cuando salieran de allí, pensó que era absolutamente
necesario hacer algo concreto para ayudarlas. Y con su amiga María Ignacia
consiguieron una casita para llevar allí las muchachas en peligro para
preservarlas, y a las que ya habían sido víctimas, para redimirlas y salvarlas.
Y sucedió entonces que alrededor de
Micaela hubo una verdadera tormenta de incomprensiones y abandonos aun de sus
mejores amistades. Ahora se cumplía la antigua frase de San Ignacio: "El
mundo no tiene oídos para poder escuchar tan grande estruendo". ¿A quién
se le iba a ocurrir que una mujer de la más alta clase social, emparentada con las
familias más ricas y famosas de la capital, se fuera a dedicar a cuidar
prostitutas o mujeres de mala vida? Todas sus antiguas amistades se negaron a
ayudarle, y ya ni la reconocían como amiga.
Y luego sucedió lo que ninguno había
esperado: Micaela dejó su casa elegante en un barrio rico y se fue a vivir con
unas pobres mujeres de mala vida en una casucha miserable, para poder
transformarlas en personas honradas y santas.
Al Sr. Arzobispo le llevan cuentos y
calumnias y entonces él envía a un sacerdote para que saque de la Casa de
Micaela el Santísimo Sacramento. Cuando el sacerdote llega, la santa se dedica
a orar por él, y éste, después de rezar unos minutos de rodillas, cambia de
parecer y se va sin llevarse el Santísimo Sacramento.
Le llega un director espiritual demasiado
rígido que el prohibe hacer caso a los mensajes interiores que Dios le da. Una
voz le dice: "Micaela, se va a incendiar la sacristía", pero ella no
puede hacer caso a esto, y tiene que dejar que suceda. Otra voz le dice:
"Le echaron veneno a la comida", pero como el director le prohibió
hacer caso a esas voces empieza a comer. Sólo que al sentir el sabor tan
desagradable de aquel alimento, se dice: "Aunque fuera sin voces, yo no me
comería esto por lo asqueroso", y se detiene. Pero alcanza a enfermarse
bastante. Afortunadamente, en vez de ese equivocado director le llega un santo
de primera clase, a dirigirla, es San Antonio María Claret, y bajo su dirección
sí puede progresar grandemente en santidad.
Son las diez de la mañana y no hay con qué
hacer desayuno para tantas jóvenes. Llega un misionero de Filipinas y la santa
le cuenta su terrible situación. El misionero le entrega una moneda de oro que
le han regalado. Corren a comprar alimentos, y las muchachas exclaman: - ¡La
superiora nos estaba haciendo una broma diciendo que no había comida! ¡Miren
qué abundante comida nos tenía por ahí guardada!
Cuenta Micaela en su autobiografía:
"N.N. es una muchacha que me ha hecho muchos robos y me ha inventado cuentos
horrendos. Pero yo la sigo tratando con gran cariño, como si fuera mi mejor
amiga". Más adelante añade: "Las gentes me viven inventando mil cosas
malas que nunca he hecho y ni siquiera he pensado… pero bendito sea Dios que de
lo malo que sí he hecho no saben nada!".
Un día va a una casa de citas a rescatar a
una muchacha a la cual tiene allá obligada. La insultan, le lanzan piedras, le
dicen todas las vulgaridades que nunca había escuchado, pero ella sigue
sonriendo como si estuviera recibiendo honores, sale por entre esa multitud
infernal, llevándose a la muchacha y salvándola para siempre.
La reina de España que la aprecia mucho la
invita al palacio para pedirle unos consejos. Entonces Micaela que en otros
tiempos era una de las mujeres más elegantemente vestidas de la capital, se va
allá con vestidos viejos y desteñidos. Las damas de la corte se burlan de ella
y ni siquiera le contestan el saludo, pero ella sale de aquel palacio muy
contenta, porque pudo practicar la virtud de la humildad.
Una mujer mala le inventa tremendas
calumnias. El obispo llama a nuestra santa y le lanza el regaño más espantoso.
El Padre Director Espiritual, P. Carasa, le niega hasta el saludo. Micaela no
se defiende. Ella recuerda lo que decía San Francisco de Sales: "Dios sabe
qué tanta cantidad de buena fama necesito, y El me concederá la suficiente
buena fama para que pueda seguir trabajando por las almas". Después saben
que todo lo que habían dicho eran calumnias, y le piden excusas. Ella mientras
tanto no había perdido la alegría ni la paz.
El 6 de enero de 1859, con siete compañeras
funda la Comunidad de Hermanas Adoratrices del Santísimo Sacramento, dedicadas
a adorar a Cristo Jesús en la Eucaristía y a trabajar por preservar a las
muchachas en peligro, y a redimir a las pobres que ya cayeron en los vicios y
en la impureza.
Su comunidad se extendió por Barcelona,
Valencia y Burgos y ahora tiene 1,750 religiosas en el mundo en 178 casas.
Ella escribiendo a sus religiosas les decía:
"Difícil encontrar otra fundadora de comunidad que haya sido más acusada,
más calumniada y más regañada que yo. Mis acciones las juzgan de la peor manera
posible". Pero también podía repetir las palabras de San Pablo: "Poco
me interesa lo que las gentes están diciendo de mí. Mi juez es Dios".
En sus casas mandaba colocar esta bella
frase, un mensaje de Dios a sus religiosas para que no se desanimaran en la
pobreza y en las dificultades: "MI PROVIDENCIA Y TU FE, MANTENDRAN LA CASA
EN PIE".
La Madre Micaela había estado socorriendo a
los enfermos en la peste de tifus negro en los años 1834, 1855 y 1856, y había
logrado no contagiarse. Pero en el año 1856 al saber que en Valencia había
estallado la terrible peste del tifus, se fue allí a socorrer a los apestados.
Y se contagió de la mortal enfermedad.
Al padre confesor le dijo: "Padre, esta
es mi última enfermedad". Y en verdad que fue la última y la más dolorosa.
Calambres casi continuos. Dolores agudísimos. El médico declaró: "Nunca
había visto a una persona sufrir tanto y con tan grande paciencia y heroísmo".
El 24 de agosto de 1856, a las 12, abrió los
ojos, los elevó hacia el cielo y murió. La enterraron sin ninguna solemnidad en
una fosa ordinaria en el cementerio. Pero Dios la glorificó haciendo milagros
por su intercesión y hoy sus religiosas siguen salvando del pecado y de la
perdición a miles de jóvenes en todo el mundo
(Fuente:
serviciocatolico.com )
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