17 DE FEBRERO
–
SÁBADO DESPUES
DE CENIZA –
SIETE SANTOS FUNDADORES
Lectura del libro de Isaías (58,9b-14):
ESTO dice el Señor:
«Cuando
alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la calumnia, cuando ofrezcas al
hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida, brillará tu luz en las
tinieblas, tu oscuridad como el mediodía.
El Señor te
guiará siempre, hartará tu alma en tierra abrasada, dará vigor a tus huesos.
Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas que no engañan.
Tu gente
reconstruirá las ruinas antiguas, volverás a levantar los cimientos de otros
tiempos; te llamarán “reparador de brechas”, “restaurador
de senderos”, para hacer habitable el país.
Si detienes
tus pasos el sábado, para no hacer negocios en mi día santo,
y llamas al sábado “mi delicia” y lo consagras a la gloria del Señor; si lo
honras, evitando viajes, dejando de hacer tus negocios y de discutir tus
asuntos, entonces encontrarás tu delicia en el
Señor.
Te conduciré
sobre las alturas del país y gozarás del patrimonio de Jacob, tu padre.
Ha hablado la
boca del Señor».
Palabra de Dios
Salmo:
85,1-2.3-4.5-6
R/. Enséñame,
Señor, tu camino, para que siga tu verdad
Inclina tu oído, Señor, escúchame,
que soy un pobre desamparado;
protege mi vida, que soy un fiel tuyo;
salva, Dios mío, a tu siervo, que confía
en ti. R/.
Piedad de mí, Señor,
que a ti te estoy llamando todo el día;
alegra el alma de tu siervo,
pues levanto mi alma hacia ti,
Señor. R/.
Porque tú, Señor, eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te
invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi súplica. R/.
Lectura del santo
evangelio según san Lucas (5,27-32):
EN aquel tiempo, vio Jesús a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador
de los impuestos, y le dijo:
«Sígueme».
Él, dejándolo
todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su
casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Y
murmuraban los fariseos y sus escribas diciendo a los discípulos de Jesús:
«¿Cómo es que
coméis y bebéis con publicanos y pecadores?»
Jesús les
respondió:
«No necesitan
médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a
los pecadores a que se conviertan».
Palabra del Señor
1. Jesús
se fija, con una mirada cargada de intensidad emocional no en una persona
"ejemplar", sino en un "recaudador", un tipo indeseable, ya
que, en aquella sociedad, los recaudadores de impuestos vivían de lo que le
robaban a la gente (J. Gnilka).
Jesús tenía
una inclinación de afecto singular hacia los más odiados y
despreciados. Jesús se fijaba y se interesaba, ante todo, no por los
que se veían a sí mismos como los más ejemplares, sino en los que eran vistos
como los más odiados y despreciables.
2. Y
a este hombre es al que llama: Sígueme.
No le explica
para qué le llama, por qué le llama, en qué condiciones. Solo queda
clara una cosa tremenda: inmediatamente lo dejó todo y se fue con Jesús.
Las
decisiones más determinantes de la vida no se toman "por miedo", sino
"por seducción". A Jesús "le sedujo" la miseria moral y
social en que se veía aquel hombre. Y el que fue llamado se sintió
"seducido" por Jesús. En la vida somos, y en la vida hacemos, aquello
que nos seduce. Y nos seduce tanto, que lo dejamos todo por satisfacer nuestra
seducción.
3. Jesús
tenía una fuerza de atracción tan poderosa, que por él se deja todo, se reorienta la vida, y en eso encontramos el gran banquete de nuestra
existencia. Dios, en Jesús, se identificó de tal manera con la condición
humana, se "humanizó" hasta tal extremo, que cuando nos encontramos
en la vida con Jesús, eso se verifica en que nos hacemos plenamente tan
"misericordiosos" como "humanos".
Lo dejamos
todo por este ideal o proyecto. Y eso se convierte en el gran banquete de
nuestra existencia. Diga lo que diga la gente "notable" o
"religiosa".
SIETE SANTOS FUNDADORES
(año 1233)
Eran siete amigos, comerciantes de la ciudad de Florencia, Italia. Sus
nombres: Alejo, Amadeo, Hugo, Benito, Bartolomé, Gerardino y Juan.
Pertenecían a una asociación de devotos de la Virgen María, que había en
Florencia, y poco a poco fueron convenciéndose de que debían abandonar lo
mundano y dedicarse a la vida de santidad. Vendieron sus bienes, repartieron el
dinero a los pobres y se fueron al Monte Senario a rezar y a hacer penitencia.
La idea de irse a la montaña a santificarse les llegó el 15 de agosto, fiesta
de la Asunción de la Stma. Virgen, y la pusieron en práctica el 8 de
septiembre, día del nacimiento de Nuestra Señora. Ellos se habían propuesto
propagar la devoción a la Madre de Dios y confiarle a Ella todos sus planes y
sus angustias. A tan buena Madre le encomendaron que les ayudara a convertirse
de sus miserias espirituales y que bendijera misericordiosamente sus buenos
propósitos. Y dispusieron llamarse "Siervos de María" o
"Servitas".
En el monte Senario se dedicaban a hacer muchas penitencias y mucha oración,
pero un día recibieron la visita del Sr. Cardenal delegado del Sumo Pontífice,
el cual les recomendó que no se debilitaran demasiado con penitencias
excesivas, y que más bien se dedicaran a estudiar y se hicieran ordenar
sacerdotes y se pusieran a predicar y a propagar el evangelio. Así lo hicieron,
y todos se ordenaron de sacerdotes, menos Alejo, el menor de ellos, que por
humildad quiso permanecer siempre como simple hermano, y fue el último de todos
en morir.
Un Viernes Santo recibieron de la Stma. Virgen María la inspiración de
adoptar como Reglamento de su Asociación la Regla escrita por San Agustín, que
por ser muy llena de bondad y de comprensión, servía para que se pudieran
adaptar a ella los nuevos aspirantes que quisieran entrar en su comunidad. Así
lo hicieron, y pronto esta asociación religiosa se extendió de tal manera que
llegó a tener cien conventos, y sus religiosos iban por ciudades y pueblos y
campos evangelizando y enseñando a muchos con su palabra y su buen ejemplo, el
camino de la santidad. Su especialidad era una gran devoción a la Santísima
Virgen, la cual les conseguía maravillosos favores de Dios.
El más anciano de ellos fue nombrado superior, y gobernó la comunidad por 16
años. Después renunció por su ancianidad y pasó sus últimos años dedicado a la
oración y a la penitencia. Una mañana, mientras rezaba los salmos, acompañado
de su secretario que era San Felipe Benicio, el santo anciano recostó su cabeza
sobre el corazón del discípulo y quedó muerto plácidamente. Lo reemplazó como
superior otro de los Fundadores, Juan, el cual murió pocos años después, un
viernes, mientras predicaba a sus discípulos acerca de la Pasión del Señor.
Estaba leyendo aquellas palabras de San Lucas: "Y Jesús, lanzando un
fuerte grito, dijo: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!" (Lc. 23,
46). El Padre Juan al decir estas palabras cerró el evangelio, inclinó su
cabeza y quedó muerto muy santamente.
Lo reemplazó el tercero en edad, el cual, después de gobernar con mucho
entusiasmo a la comunidad y de hacerla extender por diversas regiones, murió
con fama de santo.
El cuarto, que era Bartolomé, llevó una vida de tan angelical pureza que al
morir se sintió todo el convento lleno de un agradabilísimo perfume, y varios
religiosos vieron que de la habitación del difunto salía una luz brillante y
subía al cielo.
De los fundadores, Hugo y Gerardino, mantuvieron toda la vida entre sí una
grande y santísima amistad. Juntos se prepararon para el sacerdocio y
mutuamente se animaban y corregían. Después tuvieron que separarse para irse
cada uno a lejanas regiones a predicar. Cuando ya eran muy ancianos fueron
llamados al Monte Senario para una reunión general de todos los superiores.
Llegaron muy fatigados por su vejez y por el largo viaje. Aquella tarde
charlaron emocionados recordando sus antiguos y bellos tiempos de juventud, y
agradeciendo a Dios los inmensos beneficios que les había concedido durante
toda su vida. Rendidos de cansancio se fueron a acostar cada uno a su celda, y
en esa noche el superior, San Felipe Benicio, vio en sueños que la Virgen María
venía a la tierra a llevarse dos blanquísimas azucenas para el cielo. Al
levantarse por la mañana supo la noticia de que los dos inseparables amigos
habían amanecido muertos, y se dio cuenta de que Nuestra Señora había venido a
llevarse a estar juntos en el Paraíso Eterno a aquellos dos que tanto la habían
amado a Ella en la tierra y que en tan santa amistad habían permanecido por
años y años, amándose como dos buenísimos hermanos.
El último en morir fue el hermano Alejo, que llegó hasta la edad de 110
años. De él dijo uno que lo conoció: "Cuando yo llegué a la Comunidad,
solamente vivía uno de los Siete Santos Fundadores, el hermano Alejo, y de sus
labios oímos la historia de todos ellos. La vida del hermano Alejo era tan
santa que servía a todos de buen ejemplo y demostraba como debieron ser de
santos los otros seis compañeros". El hermano Alejo murió el 17 de febrero
del año 1310.
Que estos Santos Fundadores nos animen a aumentar nuestra devoción a la
Virgen Santísima y a no cansarnos nunca de propagar la devoción a la Madre de
Dios.
Y recuerda la historia de los padres
antiguos. ¿quién confió en Dios y fue abandonado por Él? (S. Biblia.
Eclesiástico).
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