viernes, 2 de febrero de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 4 DE FEBRERO – DOMINGO – 5 – SEMANA T O - B – Santa Catalina de Ricci, virgen

 


4 DE FEBRERO – DOMINGO –

5 – SEMANA T O - B

Santa Catalina de Ricci, virgen

 

Lectura del libro de Job (7,1-4.6-7):

Habló Job, diciendo:

«El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero; Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba.

Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.»

 

Salmo 146,1-2.3-4.5-6

 

R/. Alabad al Señor,

que sana los corazones destrozados

Alabad al Señor, que la música es buena;

nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.

El Señor reconstruye Jerusalén,

reúne a los deportados de Israel. R/.

Él sana los corazones destrozados,

venda sus heridas.

Cuenta el número de las estrellas,

a cada una la llama por su nombre. R/.

Nuestro Señor es grande y poderoso,

su sabiduría no tiene medida.

El Señor sostiene a los humildes,

humilla hasta el polvo a los malvados. R/.

 

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (9,16-19.22-23):

El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!

Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.

 

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,29-39):

En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.

Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.

Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:

«Todo el mundo te busca.»

Él les respondió:

«Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»

Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.   

Palabra del señor

 

La anticipación del Reino en la victoria sobre la enfermedad.

 


 

      El evangelio del domingo pasado contaba el asombro causado por la predicación de Jesús y por su poder sobre los espíritus inmundos. Todo eso ocurrió un sábado en la sinagoga de Cafarnaúm. El evangelio de este domingo nos cuenta cómo terminó ese sábado y qué ocurrió en los días siguientes.

Curación de la suegra de Pedro (Mc 1,29-31)

Quien lee este relato de Marcos no presta atención al hecho de que la curación tenga lugar en sábado. Pero cuando se recuerda que una de las acusaciones más fuertes contra Jesús fue la de curar en sábado, el detalle adquiere mucha importancia. Para Jesús, como él mismo dirá más tarde, la persona está por encima de la ley, aunque sea la ley más santa.

 

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.

Curaciones al atardecer (Mc 1,32-34)

 

Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.

Al ponerse el sol termina el descanso sabático. La gente puede caminar, comprar, etc., y aprovecha la ocasión para llevar ante Jesús a todos los enfermos y endemoniados. No se dice cuánto tiempo dedicó a curar a muchos de ellos. Se supone que hasta tarde. En Israel, como en todo el Mediterráneo, la noche no cae de repente.

El relato supone que Jesús realiza las curaciones sin ningún esfuerzo ni uso de la magia. Es interesante compararlo con lo que cuenta Plutarco a propósito del rey Pirro, rey de Epiro (+ 272 a.C.): “Se creía que Pirro curaba las enfermedades del bazo sacri­ficando un gallo blanco, haciendo dormir a los enfermos de espaldas y apretándoles suave­mente esa víscera con el pie derecho. (…) Se dice que el dedo gordo de su pie tenía una virtud divina, hasta el punto de que, después de su muerte, una vez quemado enteramente su cuerpo, se observó que aquel dedo no había sufrido las llamas y que estaba intacto” (Plutarco, Vida de Pirro).

En este contexto dice Marcos, casi de pasada, que Jesús «expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar». Esta idea, que ya apareció en el relato del endemoniado del domingo pasado y que se repetirá en otros momentos, la presentó Wilhelm Wrede en 1901 como «el secreto mesiánico». Jesús no quiere que la gente sepa desde el principio su verdadera identidad, tienen que irla descubriendo poco a poco, escuchándolo y viéndolo actuar.

 Jesús y sus colaboradores siguen proclamando el Reino (1,35-39)

 

Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron:

  ̶ Todo el mundo te busca.

Él les responde: 

̶ Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.

Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

La conducta de Jesús trae a la mente las palabras del Salmo 63: «¡Oh, Dios, tu eres mi Dios, por ti madrugo!». Estamos al comienzo del evangelio, y Marcos indica algo que será una constante en la vida de Jesús: su oración, el contacto diario e intenso con el Padre, del que saca fuerzas para llevar adelante su misión.

 Esta misión no se caracteriza por elegir lo cómodo y fácil. En Cafarnaúm toda la gente pregunta por él, quiere verlo y escucharlo. Sin embargo, él decide recorrer de nuevo toda Galilea. Ya lo había hecho solo, cuando metieron a Juan en la cárcel. Ahora lo hace acompañado de los cuatro discípulos. Y no solo predica, también expulsa demonios.

       El demonio de la depresión (Job 7,1-4.6-7)

La primera lectura, tomada del libro de Job, ha sido elegida pensando en los enfermos a los que cura Jesús. Job pertenece al grupo de los endemoniados, pero en sentido moderno. No se trata de que esté poseído por un espíritu inmundo, sino de que se halla sumido en una profunda depresión. No le encuentra sentido a la vida, la ve como una carga insoportable, una noche que no se acaba, un futuro sin esperanza. La solución le vendrá por un duro enfrentamiento con Dios, que le obligará a salir de sí mismo, a abrir la ventana y contemplar las maravillas que lo rodean, hasta terminar reconociendo humildemente que no puede discutir con Dios ni culparlo de lo que le ocurre.

Relacionando esta lectura con el evangelio, parece sugerir al deprimido: acude a Jesús, o que alguien te lleve a él. No te hablará duramente, como Dios a Job, pero quizá te ayude a salir de ti mismo y a superar tu depresión. Porque, como dice el Salmo de hoy: «Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas» (Sal 146,3).

Habló Job, diciendo:

«El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio,

sus días son los de un jornalero;

como el esclavo, suspira por la sombra,

como el jornalero, aguarda el salario.

Mi herencia son meses baldíos,

me asignan noches de fatiga;

al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré?

Se me hace eterna la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba.

Mis días corren más que la lanzadera,

y se consumen sin esperanza. 

Recuerda que mi vida es un soplo,

y que mis ojos no verán más la dicha.»

      «Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados (Sal 146,1)

  En las diversas y numerosas curaciones que ha contado el evangelio, resulta extraño que nadie dé las gracias a Jesús. Ni la suegra de Simón, ni su familia, ni los que acuden al ponerse el sol, ni los enfermos de toda Galilea. Pasa haciendo el bien sin esperar recompensa.

  Por eso es bueno que el Salmo nos invite a alabar al Señor, reconociendo todo el bien que nos ha hecho. Este himno recoge motivos muy diversos para alabar a Dios: empieza por la reconstrucción de Jerusalén y la vuelta de los deportados, pero no pierde de vista a cada individuo, vendando las heridas de los que tienen el corazón destrozado y sosteniendo a los humildes.

 

Santa Catalina de Ricci, virgen

 




Martirologio Romano: En Prato, de la Toscana, santa Catalina de’ Ricci, virgen, de la Tercera Orden Regular de Santo Domingo, que se dedicó de lleno a la restauración de la religión y por su asidua meditación de los misterios de la pasión de Jesucristo, obtuvo experimentarla de alguna manera (1590).

Fecha de canonización: 29 de junio de 1746 por el Papa Benedicto XIV.

 

Breve Biografía

El 23 de abril de 1522 nace en Florencia, Alejandra Lucrecia Rómola, hija de la noble familia de´ Ricci, que tuvo mucho poder e importancia en la ciudad.

Muerta su madre cuando ella era todavía muy niña, quedó bajo el cuidado de una madrastra. Poco después la puso su padre en el convento de las monjas de Monteceli donde estaba una tía suya. Allí recibe su primera educación y sobresale por su aplicación en los estudios.

A la niña le gustan los relatos de la Pasión de Cristo. Celebérrimo es el Crucifijo que se venera en aquel monasterio y que desde entonces se llama el Crucifijo de la Alejandrina.

A los doce años participa en un retiro en la comunidad del monasterio de san Vicente Ferrer en Prato, perteneciente a la Tercera Orden Regular de Santo Domingo.

Queda impactada por el estilo de vida y trabajo de las hermanas y pide la admisión en la comunidad. Cuando su padre fue a buscarla para volverla a casa, no quiso ir. El lunes de Pentecostés, 18 de mayo de 1535, a los trece años, tomó el hábito de terciaria de Santo Domingo, de manos de su tío Timoteo de´ Ricci O.P., mudando el nombre de Alejandrina por el de Catalina.

Profesó al año siguiente y lo en tal forma a la contemplación, singularmente de la Pasión del Señor, que de ordinario estaba abstraída de los sentidos. Por su gran humildad, siempre se puso bajo la obediencia de los superiores.

Dotada de natural prudencia, fue superiora dieciocho años, ganando mucho las religiosas en lo espiritual y en lo temporal por las muchas limosnas que le enviaban, con lo que pudo acabar la fábrica del convento y acoger muchas jóvenes.

Piénsese que Catalina era Madre Priora de una comunidad de, por lo menos, 120 monjas y que en unos años llegó a contar hasta 160 religiosas... Durante doce años, 1542-1554, revivió en su cuerpo las llagas del Crucificado y la Pasión del Señor.

Poco después de su profesión, el Señor vino a visitarla enviándole una terrible y múltiple enfermedad, ya que fueron varias las dolencias que a la vez afligían su débil cuerpo. Las mismas religiosas y los médicos quedaban admirados cómo era posible que pudiera resistir tanto dolor de todo tipo.

Se le apareció un alma beata de su Orden, hizo sobre ella la señal de la cruz y quedó curada por varios años. Durante estos atroces tormentos tenía una medicina que la curaba, por lo menos le daba paz y alivio: Era el meditar en la Pasión del Señor, en los muchos dolores que Él sufrió por nosotros... Meditaba paso a paso, en toda su viveza y a veces se le manifestaba el Señor bien con la Cruz a cuestas, bien coronado de espinas o clavado en la Cruz.

Recibió muchos dones y regalos del cielo: revelaciones, gracias de profecía y milagros, el don de leer los corazones... Luces especiales en los más delicados asuntos de los que ella nada sabía. Por ello acudieron a consultarla Papas, cardenales, los príncipes de Florencia, el Hijo del Rey de Baviera, igual que personas sencillas y humildes.

A todos atendía con gran bondad y humildad ya que se veía anonada por sus miserias y se sentía la más pecadora de los mortales. Tuvo gran amistad y correspondencia con San Carlos Borromeo, San Felipe Neri, San Pío V y Santa María Magdalena de´ Pazzi.

El día Primero de febrero de 1590 recibió los santos sacramentos. Recibió el viático de rodillas, su rostro se resplandecía como él de un ángel.

Llamó después a las religiosas, le hizo una exhortación al amor de Dios y a la observancia regular, poniéndose de nuevo en oración hasta la noche. Murió poco después, era el día dos de febrero del año 1590 y toda la ciudad de Prato se conmovió.

Fue beatificada por Clemente XII el 23 de noviembre de 1732 y canonizada por Benedicto XIV el 29 de Junio de 1746. Catalina es también compatrona de la ciudad y diócesis de Prato en Italia, y en Guantánamo, desde 1836, una parroquia está dedicada a ella (hoy catedral).

Llena del fuego del Espíritu Santo buscó incansablemente la gloria del Señor. Promovió la reforma de la vida regular, inspirada especialmente por fray Jerónimo Savonarola, a quien admiraba con agradecido afecto. Su amor a la Pasión del Señor la llevó a componer el "Cántico de la Pasión", una meditación reposada sobre los sufrimientos de Cristo.

Debemos a su maestra, Sor María Magdalena Strozzi, si Catalina empezó a escribir sus extraordinarias experiencias místicas. Una muchedumbre de "Cartas" son muestra de su profundo itinerario en el Espíritu. Trabajó con solicitud en la atención de enfermos, hermanas o laicos. La extraordinaria abundancia de carismas celestiales, junto con una exquisita prudencia y especial sentido práctico, hicieron de ella la superiora ideal.

El cuerpo incorrupto de la santa se venera en la Basílica menor de San Vicente Ferrer y Santa Catalina de´ Ricci en Prato, donde las monjas dominicas siguen viviendo su espiritualidad y su mensaje de amor.

 

 

 

 

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