21 DE FEBRERO
– MIERCOLES –
1ª –
SEMANA DE CUARESMA - B
SAN PEDRO DAMIÁN,
Obispo y doctor
Lectura de la profecía de Jonás (3,1-10):
EL Señor dirigió la palabra a Jonás:
«Ponte en
marcha y ve a la gran ciudad de Nínive; allí les anunciarás el mensaje que yo
te comunicaré».
Jonás se puso
en marcha hacia Nínive, siguiendo la orden del Señor. Nínive era una ciudad
inmensa; hacían falta tres días para recorrerla.
Jonás empezó
a recorrer la ciudad el primer día, proclamando:
«Dentro de
cuarenta días, Nínive será arrasada».
Los ninivitas
creyeron en Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron con rudo sayal, desde el
más importante al menor.
La noticia
llegó a oídos del rey de Nínive, que se levantó de su trono, se despojó del
manto real, se cubrió con rudo sayal y se sentó sobre el polvo. Después ordenó
proclamar en Nínive este anuncio de parte del rey y de sus ministros:
«Que hombres
y animales, ganado mayor y menor no coman nada; que no pasten ni beban agua.
Que hombres y
animales se cubran con rudo sayal e invoquen a Dios con ardor.
Que cada cual
se convierta de su mal camino y abandone la violencia.
¡Quién sabe
si Dios cambiará y se compadecerá, se arrepentirá de su violenta ira y no nos
destruirá!».
Vio Dios su
comportamiento, cómo habían abandonado el mal camino, y se arrepintió de la
desgracia que había determinado enviarles. Así que no la ejecutó.
Palabra de Dios
Salmo:
50,3-4.12-13.18-19
R/. Un corazón
quebrantado y humillado,
tú, Dios mío, no lo desprecias
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.
Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.
Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo
querrías.
El sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú, oh, Dios, tú no lo desprecias. R/.
Lectura del santo evangelio según san
Lucas (11,29-32):
EN aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles:
«Esta
generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más
signo que el signo de Jonás. Pues como Jonás fue un signo para los habitantes
de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación.
La reina del
Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y hará que
los condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la
sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.
Los hombres
de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la
condenen; porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y aquí hay
uno que es más que Jonás».
Palabra del Señor
1. Bien
pudiera ocurrir que este relato no tenga un valor histórico que deba ser tomado
al pie de la letra; pero queda patente que Jesús se lamenta públicamente de la
incredulidad de sus oyentes.
La expresión ¡esta generación! tiene una connotación negativa, de rechazo y confrontación (G. Baumbach). Jesús tuvo
que pasar por esta experiencia amarga, dura y humillante. No pensemos, por
tanto, que los evangelios son solamente elogio del éxito de Jesús. Si
los humanos tenemos, tantas veces, frustraciones, Jesús también las
tuvo que soportar. Como todo ser humano.
2. Los
cristianos de las primeras generaciones, en las que se elaboró este relato, probablemente tuvieron no pocas confrontaciones con los judíos de
los primeros tiempos. De ahí, la pretensión de dejar clara su adhesión a Jesús,
y a la superioridad de Jesús sobre Salomón o sobre Jonás.
3. No
son buenas las confrontaciones o las comparaciones. Cuando la religión divide o
enfrenta, de la manera que sea, eso no puede ser palabra de Dios. Ni nos lleva
a Dios, al Dios de Jesús. No nos deberíamos cansar jamás de ser tolerantes,
respetuosos, sabiendo aceptar las creencias de los demás.
SAN PEDRO DAMIÁN,
Obispo y doctor
Doctor de la Iglesia (año 1072).
Damián
significa: el que doma su cuerpo. Domador de sí mismo.
San
Pedro Damián fue un hombre austero y rígido que Dios envió a la Iglesia
Católica en un tiempo en el que la relajación de costumbres era muy grande y se
necesitaban predicadores que tuvieran el valor de corregir los vicios con sus
palabras y con sus buenos ejemplos. Nació en Ravena (Italia) el año 1007.
Quedó
huérfano muy pequeñito y un hermano suyo lo humilló terriblemente y lo dedicó a
cuidar cerdos y lo trataba como al más vil de los esclavos. Pero de pronto un
sacerdote, el Padre Damián, se compadeció de él y se lo llevó a la ciudad y le
costeó los estudios. En honor a su protector, en adelante nuestro santo se
llamó siempre Pedro Damián.
El
antiguo cuidador de cerdos resultó tener una inteligencia privilegiada y obtuvo
las mejores calificaciones en los estudios y a los 25 años ya era profesor de
universidad. Pero no se sentía satisfecho de vivir en un ambiente tan mundano y
corrompido, y dispuso hacerse religioso.
Estaba
meditando cómo entrarse a un convento, cuando recibió la visita de dos monjes
benedictinos, de la comunidad fundada por el austero San Romualdo, y al oírlos
narrar lo seriamente que en su convento se vivía la vida religiosa, se fue con
ellos. Y pronto resultó ser el más exacto cumplidor de los severísimos
reglamentos de su convento.
Pedro,
para lograr dominar sus pasiones sensuales, se colocó debajo de su camisa
correas con espinas (cilicio, se llama esa penitencia) y se daba azotes, y se
dedicó a ayunar a pan y agua. Pero sucedió que su cuerpo, que no estaba
acostumbrado a tan duras penitencias, empezó a debilitarse y le llegó el
insomnio, y pasaba las noches sin dormir, y le afectó una debilidad general que
no le dejaba hacer nada. Entonces comprendió que las penitencias no deben ser
tan exageradas, y que la mejor penitencia es tener paciencia con las penas que
Dios permite que nos lleguen, y que una muy buena penitencia es dedicarse a
cumplir exactamente los deberes de cada día y a estudiar y trabajar con todo
empeño.
Esta
experiencia personal le fue de gran utilidad después al dirigir espiritualmente
a otros, pues a muchos les fue enseñando que, en vez de hacer enfermar al
cuerpo con penitencias exageradas, lo que hay que hacer es hacerlo trabajar
fuertemente en favor del reino de Dios y de la salvación de las almas.
En
sus años de monje, Pedro Damián aprovechó aquel ambiente de silencio y soledad
para dedicarse a estudiar muy profundamente la Sagrada Biblia y los escritos de
los santos antiguos. Esto le servirá después enormemente para redactar sus
propios libros y sus cartas que se hicieron famosas por la gran sabiduría con
la que fueron compuestas.
En
los ratos en que no estaba rezando o estudiando, se dedicaba a labores de
carpintería, y con los pequeños muebles que construía ayudaba a la economía del
convento.
Al
morir el superior del convento, los monjes nombraron su abad a Pedro Damián.
Este se oponía porque se creía indigno, pero entre todos lo lograron convencer
de que debía aceptar. Era el más humilde de todos, y pedía perdón en público
por cualquier falta que cometía. Y su superiorato produjo tan buenos resultados
que de su convento se formaron otros cinco conventos, y dos de sus dirigidos
fueron declarados santos por el Sumo Pontífice (Santo Domingo Loricato y San
Juan de Lodi. Este último escribió la vida de San Pedro Damián).
Muchísimas
personas pedían la dirección espiritual de San Pedro Damián. A cuatro Sumos
Pontífices les dirigió cartas muy serias recomendándoles que hicieran todo lo
posible para que la relajación y las malas costumbres no se apoderaran de la
Iglesia y de los sacerdotes. Criticaba fuertemente a los que son muy amigos de
pasear mucho, pues decía que el que mucho pasea, muy difícilmente llega a la
santidad.
A un
obispo que en vez de dedicarse a enseñar catecismo y a preparar sermones pasaba
las tardes jugando ajedrez, le puso como penitencia rezar tres veces todos los
salmos de la Biblia (que son 150), lavarles los pies a doce pobres y regalarle
a cada uno una moneda de oro. La penitencia era fuerte, pero el obispo se dio
cuenta de que sí se la merecía, y la cumplió y se enmendó.
Los
dos peores vicios de la Iglesia en aquellos años mil, eran la impureza y la
simonía. Muchos sacerdotes eran descuidados en cumplir su celibato, o sea ese
juramento solemne que han hecho de esforzarse por ser puros, y además la
simonía era muy frecuente en todas partes. Y contra estos dos defectos se
propuso luchar Pedro Damián.
Varios
Sumos Pontífices, sabiendo la gran sabiduría y la admirable santidad del Padre
Pedro Damián, le confiaron misiones delicadísimas. El Papa Esteban IX lo nombró
Cardenal y Obispo de Ostia (que es el puerto de Roma). El humilde sacerdote no
quería aceptar estos cargos, pero el Papa lo amenazó con graves castigos si no
lo aceptaba. Y allí, con esos oficios, obró con admirable prudencia. Porque al
que es obediente consigue victorias.
Resultó
que el joven emperador Enrique IV quería divorciarse, y su arzobispo, por
temor, se lo iba a permitir. Entonces el Papa envió a Pedro Damián a Alemania,
el cual reunió a todos los obispos alemanes, y valientemente, delante de ellos
le pidió al emperador que no fuera a dar ese mal ejemplo tan dañoso a todos sus
súbditos, y Enrique desistió de su idea de divorciarse.
Sus
sermones eran escuchados con mucha emoción y sabiduría, y sus libros eran
leídos con gran provecho espiritual. Así, por ejemplo, uno que se llama
"Libro Gomorriano", en contra de las costumbres de su tiempo.
(Gomorriano, en recuerdo de Gomorra, una de las cinco ciudades que Dios
destruyó con una lluvia de fuego porque allí se cometían muchos pecados de
impureza). A los Pontífices y a muchos personajes les dirigió frecuentes cartas
pidiéndoles que trataran de acabar con la Simonía, o sea con aquel vicio que
consiste en llegar a los altos puestos de la Iglesia comprando el cargo con
dinero (y no mereciéndolo con el buen comportamiento). Este vicio tomó el
nombre de Simón el Mago, un tipo que le propuso a San Pedro apóstol que le
vendiera el poder de hacer milagros. En aquel siglo del año mil era muy
frecuente que un hombre nada santo llegara a ser sacerdote y hasta obispo,
porque compraba su nombramiento dando mucho dinero a los que lo elegían para
ese cargo. Y esto traía terribles males a la Iglesia Católica porque llegaban a
altos puestos unos hombres totalmente indignos que no iban a hacer nada bien
sino mucho mal. Afortunadamente, el Papa que fue nombrado al año siguiente de
la muerte de San Pedro Damián, y que era su gran amigo, el Papa Gregorio VII, se
propuso luchar fuertemente contra ese vicio y tratar de acabarlo.
La
gente decía: el Padre Damián es fuerte en el hablar, pero es santo en el obrar,
y eso hace que le hagamos caso con gusto a sus llamadas de atención.
Lo
que más le agradaba era retirarse a la soledad a rezar y a meditar. Y sentía
una santa envidia por los religiosos que tienen todo su tiempo para dedicarse a
la oración y a la meditación. Otra labor que le agradaba muchísimo era el
ayudar a los pobres. Todo el dinero que le llegaba lo repartía entre la gente
más necesitada. Era mortificadísimo en comer y dormir, pero sumamente generosos
en repartir limosnas y ayudas a cuantos más podía.
El
Sumo Pontífice lo envió a Ravena a tratar de lograr que esa ciudad hiciera las
paces con el Papa. Lo consiguió, y al volver de su importante misión, al llegar
al convento sintió una gran fiebre y murió santamente. Era el 21 de febrero del
año 1072. Inmediatamente la gente empezó a considerarlo como un gran santo y a
conseguir favores de Dios por su intercesión.
El
Papa lo canonizó y lo declaró Doctor de la Iglesia por los elocuentes sermones
que compuso y por los libros tan sabios que escribió.
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