13
DE JUNIO - MIÉRCOLES –
Xª
– SEMANA
DEL T.O.-B –
Lectura del primer libro de los Reyes (18,20-39):
En aquellos días, el rey Ajab despachó órdenes a todo
Israel, y los profetas de Baal se reunieron en el monte Carmelo. Elías se
acercó a la gente y dijo:
«¿Hasta cuándo vais a caminar con
muletas?
Si el Señor es el verdadero Dios,
seguidlo; si lo es Baal, seguid a Baal.»
La gente no respondió una palabra.
Entonces Elías les dijo:
«He quedado yo solo como profeta del
Señor, mientras que los profetas de Baal son cuatrocientos cincuenta. Que nos
den dos novillos: vosotros elegid uno; que lo descuarticen y lo pongan sobre la
leña, sin prenderle fuego; yo prepararé el otro novillo y lo pondré sobre la
leña, sin prenderle fuego. Vosotros invocaréis a vuestro dios, y yo invocaré al
Señor; y el dios que responda enviando fuego, ése es el Dios verdadero.»
Toda la gente asintió: «¡Buena idea!»
Elías dijo a los profetas de Baal:
«Elegid un novillo y preparadlo vosotros
primero, porque sois más. Luego invocad a vuestro dios, pero sin encender el
fuego.»
Cogieron el novillo que les dieron, lo
prepararon y estuvieron invocando a Baal desde la mañana hasta mediodía:
«¡Baal, respóndenos!»
Pero no se oía una voz ni una respuesta,
mientras brincaban alrededor del altar que habían hecho.
Al mediodía, Elías empezó a reírse de
ellos:
«¡Gritad más fuerte! Baal es dios, pero
estará meditando, o bien ocupado, o estará de viaje; ¡a lo mejor está durmiendo
y se despierta!»
Entonces gritaron más fuerte; y se
hicieron cortaduras, según su costumbre, con cuchillos y punzones, hasta
chorrear sangre por todo el cuerpo. Pasado el mediodía, entraron en trance, y
así estuvieron hasta la hora de la ofrenda. Pero no se oía una voz, ni una
palabra, ni una respuesta.
Entonces Elías dijo a la gente:
«¡Acercaos!»
Se acercaron todos, y él reconstruyó el
altar del Señor, que estaba demolido: cogió doce piedras, una por cada tribu de
Jacob, a quien el Señor había dicho: «Te llamarás Israel»; con las piedras
levantó un altar en honor del Señor, hizo una zanja alrededor del altar, como
para sembrar dos fanegas; apiló la leña, descuartizó el novillo, lo puso sobre
la leña y dijo:
«Llenad cuatro cántaros de agua y
derramadla sobre la víctima y la leña.»
Luego dijo:
«¡Otra vez!»
Y lo hicieron otra vez.
Añadió:
«¡Otra vez!»
Y lo repitieron por tercera vez.
El agua corrió alrededor del altar, e
incluso la zanja se llenó de agua.
Llegada la hora de la ofrenda, el profeta
Elías se acercó y oró:
«¡Señor, Dios de Abrahán, Isaac e Israel!
Que se vea hoy que tú eres el Dios de Israel, y yo tu siervo, que he hecho esto
por orden tuya.
Respóndeme, Señor, respóndeme, para que
sepa este pueblo que tú, Señor, eres el Dios verdadero, y que eres tú quien les
cambiará el corazón.»
Entonces el Señor envió un rayo que
abrasó la víctima, la leña, las piedras y el polvo, y secó el agua de la zanja.
Al verlo, cayeron todos sobre su rostro, exclamando:
«¡El Señor es el Dios verdadero! ¡El Señor es
el Dios verdadero!»
Palabra de Dios
Salmo: 15
R/. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti
Protégeme, Dios mío,
que me refugio en ti;
yo digo al Señor:
«Tú eres mi bien.» R/.
Multiplican las estatuas de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios. R/.
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,17-19):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley o los
profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
Os aseguro que antes pasarán el cielo y
la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley.
El que se salte uno solo de los preceptos
menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en
el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el Reino
de los cielos.»
Palabra del Señor
1. Estas
palabras de Jesús, después de lo que ha dicho en las bienaventuranzas y con las
metáforas de la sal y de la luz, tienen su razón de ser. Es más, Jesús
tenía
que decir algo de esto. Porque él hablaba a gente educada en la religión de la ley y los
profetas. Pero ahora acaban de escuchar que lo central en la vida no es
someterse a la ley religiosa o escuchar las diatribas de los profetas de Dios.
Lo central para Jesús es la felicidad de los humanos. De forma que eso es la sal y la luz de este
mundo.
Pero, entonces,
- ¿no es
eso acabar con la religión?
- ¿Qué queda en pie de la ley y los profetas?
2. Jesús
sale al paso de quienes, entonces o ahora, se hacen tales preguntas.
El punto de vista de Jesús es muy claro:
"No ha venido a suprimir (katal) la ley o
los profetas, sino a llevar todo eso a su plenitud (pleróo)".
Con esto Jesús quiso decir lógicamente que la
religión alcanza su plenitud, no cuando se centra en sí misma y se reduce a la
perfecta observancia de sus ritos y normas.
La religión alcanza su plenitud cuando ella
deja de ser el centro y se pone al servicio de la felicidad humana, no mediante
promesas para otra vida, sino
mediante
hechos tangibles para esta vida.
3. El que entiende y vive así la religión de la
ley y los profetas es el que alcanza grandeza en el Reino de Dios. O sea, así la religión alcanza su pleno
sentido.
Jesús
no anuló la religión. La puso en su sitio.
San Antonio de Padua
San Antonio nació en Portugal, pero adquirió el apellido por el que
lo conoce el mundo, de la ciudad italiana de Padua, donde murió y donde todavía
se veneran sus reliquias.
León XIII lo llamó "el santo de todo el mundo", porque su imagen
y devoción se encuentran por todas partes.
Llamado "Doctor Evangélico". Escribió sermones para todas
las fiestas del año
"El gran peligro del cristiano es predicar y no practicar, creer pero
no vivir de acuerdo con lo que se cree" -San Antonio
"Era poderoso
en obras y en palabras. Su cuerpo
habitaba esta tierra pero su alma vivía en el cielo" -un biógrafo de ese
tiempo.
Patrón de mujeres estériles, pobres, viajeros, albañiles, panaderos y
papeleros. Se le invoca por los objetos perdidos y para pedir un buen
esposo/a. Es verdaderamente
extraordinaria su intercesión.
Vino al mundo en el año 1195 y se llamó Fernando de Bulloes y Taveira
de Azevedo, nombre que cambió por el de Antonio al ingresar en la orden de
Frailes Menores, por la devoción al gran patriarca de los monjes y patrones
titulares de la capilla en que recibió el hábito franciscano. Sus padres,
jóvenes miembros de la nobleza de Portugal, dejaron que los clérigos de la
Catedral de Lisboa se encargaran de impartir los primeros conocimientos al
niño, pero cuando éste llegó a la edad de quince años, fue puesto al cuidado de
los canónigos regulares de San Agustín, que tenían su casa cerca de la ciudad.
Dos años después, obtuvo permiso para ser trasladado al priorato de Coimbra,
por entonces capital de Portugal, a fin de evitar las distracciones que le
causaban las constantes visitas de sus amistades.
No le faltaron las pruebas. En la juventud fue atacado duramente por
las pasiones sensuales. Pero no se dejó vencer y con la ayuda de Dios las dominó.
El se fortalecía visitando al Stmo. Sacramento. Además desde niño se había
consagrado a la Stma. Virgen y a Ella encomendaba su pureza.
Una vez en Coimbra, se dedicó por entero a la plegaria y el estudio;
gracias a su extraordinaria memoria retentiva, llegó a adquirir, en poco
tiempo, los más amplios conocimientos sobre la Biblia. En el año de 1220, el
rey Don Pedro de Portugal regresó de una expedición a Marruecos y trajo consigo
las reliquias de los santos frailes-franciscanos que, poco tiempo antes habían
obtenido allá un glorioso martirio. Fernando que por entonces había pasado ocho
años en Coimbra, se sintió profundamente conmovido a la vista de aquellas
reliquias y nació en lo íntimo de su corazón el anhelo de dar la vida por
Cristo.
Poco después, algunos frailes franciscanos llegaron a hospedarse en
el convento de la Santa Cruz, donde estaba Fernando; éste les abrió su corazón
y fue tan empeñosa su insistencia, que a principio de 1221, se le admitió en la
orden. Casi inmediatamente después, se le autorizó para embarcar hacia
Marruecos a fin de predicar el Evangelio a los moros. Pero no bien llegó a
aquellas tierras donde pensaba conquistar la gloria, cuando fue atacado por una
grave enfermedad (hidropesía), que le dejó postrado e incapacitado durante
varios meses y, a fin de cuentas, fue necesario devolverlo a Europa. La nave en
que se embarcó, empujada por fuertes vientos, se desvió y fue a parar en
Messina, la capital de Sicilia. Con
grandes penalidades, viajó desde la isla a la ciudad de Asís donde, según le
habían informado sus hermanos en Sicilia, iba a llevarse a cabo un capítulo
general. Aquella fue la gran asamblea de 1221, el último de los capítulos que
admitió la participación de todos los miembros de la orden; estuvo presidido
por el hermano Elías como vicario general y San Francisco, sentado a sus pies,
estaba presente. Indudablemente que
aquella reunión impresionó hondamente al joven fraile portugués. Tras la
clausura, los hermanos regresaron a los puestos que se les habían señalado, y
Antonio fue a hacerse cargo de la solitaria ermita de San Paolo, cerca de
Forli. Hasta ahora se discute el punto
de si, por aquel entonces, Antonio era o no sacerdote; pero lo cierto es que
nadie ha puesto en tela de juicio los extraordinarios dones intelectuales y
espirituales del joven y enfermizo fraile que nunca hablaba de sí mismo. Cuando
no se le veía entregado a la oración en la capilla o en la cueva donde vivía,
estaba al servicio de los otros frailes, ocupado sobre todo en la limpieza de los
platos y cacharros, después del almuerzo comunal.
Mas no estaban destinadas a permanecer ocultas las claras luces de
su intelecto. Sucedió que al celebrarse una ordenación en Forli, los candidatos
franciscanos y dominicos se reunieron en el convento de los Frailes Menores de
aquella ciudad. Seguramente a causa de algún malentendido, ninguno de los
dominicos había acudido ya preparado a pronunciar la acostumbrada alocución
durante la ceremonia y, como ninguno de los franciscanos se sentía capaz de
llenar la brecha, se ordenó a San Antonio, ahí presente, que fuese a hablar y
que dijese lo que el Espíritu Santo le inspirara. El joven obedeció sin chistar
y, desde que abrió la boca hasta que terminó su improvisado discurso, todos los
presentes le escucharon como arrobados, embargados por la emoción y por el
asombro, a causa de la elocuencia, el fervor y la sabiduría de que hizo gala el
orador. En cuanto el ministro provincial tuvo noticias sobre los talentos
desplegados por el joven fraile portugués, lo mandó llamar a su solitaria
ermita y lo envió a predicar a varias partes de la Romagna, una región que, por
entonces, abarcaba toda la Lombardía. En
un momento, Antonio pasó de la oscuridad a la luz de la fama y obtuvo, sobre
todo, resonantes éxitos en la conversión de los herejes, que abundaban en el
norte de Italia, y que, en muchos casos, eran hombres de cierta posición y
educación, a los que se podía llegar con argumentos razonables y ejemplos
tomados de las Sagradas Escrituras.
En una ocasión, cuando los herejes de Rímini le impedían al pueblo
acudir a sus sermones, San Antonio se fue a la orilla del mar y empezó a
gritar: "Oigan la palabra de Dios,
Uds. los pececillos del mar, ya que los pecadores de la tierra no la quieren
escuchar". A su llamado acudieron
miles y miles de peces que sacudían la cabeza en señal de aprobación. Aquel milagro se conoció y conmovió a la
ciudad, por lo que los herejes tuvieron que ceder.
A pesar de estar muy enfermo de hidropesía, San Antonio predicaba los
40 días de cuaresma. La gente presionaba para tocarlo y le arrancaban pedazos
del hábito, hasta el punto de que hacía falta designar un grupo de hombres para
protegerlo después de los sermones.
Además de la misión de predicador, se le dio el cargo de lector en
teología entre sus hermanos. Aquella fue
la primera vez que un miembro de la Orden Franciscana cumplía con aquella
función. En una carta que, por lo
general, se considera como perteneciente a San Francisco, se confirma este
nombramiento con las siguientes palabras: "Al muy amado hermano Antonio,
el hermano Francisco le saluda en Jesucristo. Me complace en extremo que seas
tú el que lea la sagrada teología a los frailes, siempre que esos estudios no
afecten al santo espíritu de plegaria y devoción que está de acuerdo con
nuestra regla". Sin embargo, se advirtió cada vez con mayor claridad que,
la verdadera misión del hermano Antonio estaba en el púlpito. Por cierto, que
poseía todas las cualidades del predicador: ciencia, elocuencia, un gran poder
de persuasión, un ardiente celo por el bien de las almas y una voz sonora y
bien timbrada que llegaba muy lejos. Por
otra parte, se afirmaba que estaba dotado con el poder de obrar milagros y, a
pesar de que era de corta estatura y con cierta inclinación a la corpulencia,
poseía una personalidad extraordinariamente atractiva, casi magnética. A veces,
bastaba su presencia para que los pecadores cayesen de rodillas a sus pies;
parecía que de su persona irradiaba la santidad. A donde quiera que iba, las
gentes le seguían en tropel para escucharle, y con eso había para que los
criminales empedernidos, los indiferentes y los herejes, pidiesen confesión.
Las gentes cerraban sus tiendas, oficinas y talleres para asistir a sus
sermones; muchas veces sucedió que algunas mujeres salieron antes del alba o
permanecieron toda la noche en la iglesia, para conseguir un lugar cerca del
púlpito. Con frecuencia, las iglesias eran insuficiente para contener a los
enormes auditorios y, para que nadie dejara de oírle, a menudo predicaba en las
plazas públicas y en los mercados. Poco después de la muerte de San Francisco,
el hermano Antonio fue llamado, probablemente con la intención de nombrarle
ministro provincial de la Emilia o la Romagna. En relación con la actitud que
asumió el santo en las disensiones que surgieron en el seno de la orden, los
historiadores modernos no dan crédito a la leyenda de que fue Antonio quien
encabezó el movimiento de oposición al hermano Elías y a cualquier desviación
de la regla original; esos historiadores señalan que el propio puesto de lector
en teología, creado para él, era ya una innovación. Más bien parece que, en
aquella ocasión, el santo actuó como un enviado del capítulo general de 1226
ante el Papa, Gregorio IX, para exponerle las cuestiones que hubiesen surgido,
a fin de que el Pontífice manifestara su decisión. En aquella oportunidad,
Antonio obtuvo del Papa la autorización para dejar su puesto de lector y
dedicarse exclusivamente a la predicación. El Pontífice tenía una elevada
opinión sobre el hermano Antonio, a quien cierta vez llamó "el Arca de los
Testamentos", por los extraordinarios conocimientos que tenía de las
Sagradas Escrituras.
Desde aquel momento, el lugar de residencia de San
Antonio fue Padua, una ciudad donde anteriormente había trabajado, donde todos
le amaban y veneraban y donde, en mayor grado que en cualquier otra parte, tuvo
el privilegio de ver los abundantísimos frutos de su ministerio. Porque no solamente escuchaban sus sermones
multitudes enormes, sino que éstos obtuvieron una muy amplia y general reforma
de conducta. Las ancestrales disputas familiares se arreglaron definitivamente,
los prisioneros quedaron en libertad y muchos de los que habían obtenido
ganancias ilícitas las restituyeron, a veces en público, dejando títulos y
dineros a los pies de San Antonio, para que éste los devolviera a sus legítimos
dueños. Para beneficio de los pobres, denunció y combatió el muy ampliamente
practicado vicio de la usura y luchó para que las autoridades aprobasen la ley
que eximía de la pena de prisión a los deudores que se manifestasen dispuestos
a desprenderse de sus posesiones para pagar a sus acreedores. Se dice que también se enfrentó abiertamente
con el violento duque Eccelino para exigirle que dejase en libertad a ciertos
ciudadanos de Verona que el duque había encarcelado. A pesar de que no
consiguió realizar sus propósitos en favor de los presos, su actitud nos
demuestra el respeto y la veneración de que gozaba, ya que se afirma que el
duque le escuchó con paciencia y se le permitió partir, sin que nadie le
molestara.
Después de predicar una serie de sermones durante la primavera de
1231, la salud de San Antonio comenzó a ceder y se retiró a descansar, con
otros dos frailes, a los bosques de Camposampiero. Bien pronto se dio cuenta de que sus días
estaban contados y entonces pidió que le llevasen a Padua. No llegó vivo más
que a los aledaños de la ciudad. El 13
de junio de 1231, en la habitación particular del capellán de las Clarisas
Pobres de Arcella recibió los últimos sacramentos. Entonó un canto a la Stma.
Virgen y sonriendo dijo: "Veo venir
a Nuestro Señor" y murió. Era el 13
de junio de 1231. La gente recorría las
calles diciendo: "¡Ha muerto un santo! ¡Ha muerto un santo!.Al morir tenía
tan sólo treinta y cinco años de edad.
Durante sus funerales se produjeron extraordinarias demostraciones de la
honda veneración que se le tenía. Los
paduanos han considerado siempre sus reliquias como el tesoro más preciado.
San Antonio fue canonizado antes de que hubiese transcurrido un año
de su muerte; en esa ocasión, el Papa Gregorio IX pronunció la antífona "O
doctor optime" en su honor y, de esta manera, se anticipó en siete siglos
a la fecha del año 1946, cuando el Papa Pío XII declaró a San Antonio
"Doctor de la Iglesia".
Se le llama el "Milagroso San Antonio" por ser interminable
lista de favores y beneficios que ha obtenido del cielo para sus devotos, desde
el momento de su muerte. Uno de los
milagros más famosos de su vida es el de la mula: Quiso uno retarle a San
Antonio a que probase con un milagro que Jesús está en la Santa Hostia. El
hombre dejó a su mula tres días sin comer, y luego cuando la trajo a la puerta
del templo le presentó un bulto de pasto fresco y al otro lado a San Antonio
con una Santa Hostia. La mula dejó el
pasto y se fue ante la Santa Hostia y se arrodilló.
Iconografía:
Por regla general, a partir del siglo XVII, se ha representado a San
Antonio con el Niño Jesús en los brazos; ello se debe a un suceso que tuvo
mucha difusión y que ocurrió cuando San Antonio estaba de visita en la casa de
un amigo. En un momento dado, éste se asomó por la ventana y vio al santo que
contemplaba, arrobado, a un niño hermosísimo y resplandeciente que sostenía en
sus brazos. En las representaciones
anteriores al siglo XVII aparece San Antonio sin otro distintivo que un libro,
símbolo de su sabiduría respecto a las Sagradas Escrituras. En ocasiones se le representó con un lirio en
las manos y también junto a una mula que, según la leyenda, se arrodilló ante
el Santísimo Sacramento que mostraba el santo; la actitud de la mula fue el
motivo para que su dueño, un campesino escéptico, creyese en la presencia real.
San Antonio es el patrón de los pobres y, ciertas limosnas especiales
que se dan para obtener su intercesión, se llama "pan de San
Antonio"; esta tradición comenzó a practicarse en 1890. No hay ninguna explicación satisfactoria sobre
el motivo por el que se le invoca para encontrar los objetos perdidos, pero es
muy posible que esa devoción esté relacionada con un suceso que se relata entre
los milagros, en la "Chronica XXIV Generalium" (No. 21): un novicio huyó del convento y se llevó un
valioso salterio que utilizaba San Antonio; el santo oró para que fuese
recuperado su libro y, al instante, el novicio fugitivo se vio ante una
aparición terrible y amenazante que lo obligó a regresar al convento y devolver
el libro.
En Padua hay una magnífica basílica donde se veneran sus restos
mortales.
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