2
DE JUNIO
- SÁBADO –
8ª
– SEMANA DEL T. O. – B –
SAN MARCELINO Y SAN PEDRO
Lectura de la carta del apóstol san Judas (17.20b-25):
Acordaos de lo que predijeron los apóstoles de nuestro
Señor Jesucristo. Continuando el edifico de nuestra santa fe y orando movidos
por el Espíritu Santo, manteneos en el amor de Dios, aguardando a que nuestro
Señor Jesucristo, por su misericordia, os dé la vida eterna.
¿Titubean algunos? Tened compasión de
ellos; a unos, salvadlos, arrancándolos del fuego; a otros, mostradles
compasión, pero con cautela, aborreciendo hasta el vestido que esté manchado
por la carne.
Al único Dios, nuestro salvador, que puede
preservaros de tropiezos y presentaros ante su gloria exultantes y sin mancha,
gloria y majestad, dominio y poderío, por Jesucristo, nuestro Señor, desde
siempre y ahora y por todos los siglos. Amén.
Palabra de Dios
Salmo: 2.3-4.5-6
R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua. R/.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios. R/.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos. R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (11,27-33):
En aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a
Jerusalén y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos
sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntaron:
«- ¿Con qué autoridad haces esto?
-
¿Quién te ha dado semejante autoridad?»
Jesús les respondió:
«Os voy a hacer una pregunta y, si me
contestáis, os diré con qué autoridad hago esto: El bautismo de Juan - ¿era cosa de Dios o de los hombres?
Contestadme.»
Se pusieron a deliberar: «Si decimos que
es de Dios, dirá: "¿Y por qué no le habéis creído?" Pero como digamos
que es de los hombres...» (Temían a la gente, porque todo el mundo estaba
convencido de que Juan era un profeta.)
Y respondieron a Jesús:
«No sabemos.»
Jesús les replicó:
«Pues tampoco yo os digo con qué
autoridad hago esto.»
Palabra del Señor
1. Lo
primero, que llama la atención en este evangelio, es que, después de la acción
violenta de Jesús al desautorizar el Templo y a quienes en él vendían animales
para los sacrificios rituales, lo que les preocupaba a los sumos sacerdotes no
era si Jesús tenía o no tenía razón, en la tremenda denuncia que hizo de ellos
al llamarlos "bandidos". No. Lo
que a aquellos clérigos sagrados les preocupaba era el problema del poder. Es
decir, si Jesús tenía o no tenía autoridad (exousía) para desautorizar de forma
insultante a los sumos sacerdotes del Templo.
Es típico de los "hombres de la
religión" buscar el poder, exigir poder, interesarse por el poder. El tema
de la honradez o la coherencia, por lo visto, a aquellos
clérigos
les interesaba menos. O no les
interesaba en absoluto.
2. En la
deliberación, para responder a Jesús, no les preocupa tampoco la sinceridad de
por qué no aceptaron el mensaje de conversión de Juan Bautista. Lo que, a toda
costa, buscan y quieren es quedar bien ante los que les oyen.
Si a la gente de Iglesia le interesa el poder,
no le importa menos la "imagen" pública. De ahí la notable hipocresía y la falta de
sinceridad que se nota y hasta se palpa en gentes, por otra parte, muy
religiosas.
3. Los
sacerdotes del Templo le "tenían miedo" al pueblo. Los evangelios lo dicen así repetidas veces
(Mc 11, 18. 32; 12, 12; Mt 14, 5; 21,
26. 46; Lc 20, 19; 22,
2).
Utilizando siempre el verbo griego phobéomai, que se deriva del término phóbos,
angustia, miedo (W. Mundle).
Los "hombres de la religión", los
hombres "sagrados", cuidan sobre todo su imagen pública. Y por
eso anteponen esa imagen a cualquier
otra cosa. De ahí, la hipocresía, la
falta de verdad o de sinceridad, que se advierte en tales personajes. Jesús nunca soportó esta
manera
de proceder en la vida.
Santos Marcelino y Pedro
Mártires - Año 304
El primero de estos dos santos mártires era un
sacerdote muy estimado en Roma, y el segundo era un fervoroso cristiano que
tenía el poder especial de expulsar demonios. Fueron llevados a prisión por los
enemigos de la religión, pero en la cárcel se dedicaron a predicar con tal
entusiasmo que lograron convertir al carcelero y a su mujer y a sus hijos, y a
varios prisioneros que antes no eran creyentes. Disgustados por esto los
gobernantes les decretaron pena de muerte.
A Marcelino y Pedro los llevaron a un bosque llamado "la selva
negra", y allá los mataron cortándoles la cabeza y los sepultaron en el
más profundo secreto, para que nadie supiera dónde estaban enterrados. Pero el
verdugo, al ver lo santamente que habían muerto se convirtió al cristianismo y
contó dónde estaban sepultados, y los cristianos fueron y sacaron los restos de
los dos santos, y les dieron honrosa sepultura. Después el emperador
Constantino construyó una basílica sobre la tumba de los dos mártires, y quiso
que en ese sitio fuera sepultada su santa madre, Santa Elena.
Las crónicas antiguas narran que ante los restos de los santos
Marcelino y Pedro, se obraron numerosos milagros. Y que las gentes repetían:
"Marcelino y Pedro poderosos protectores, escuchad nuestros
clamores".
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