19 DE JUNIO – MARTES –
XIª – SEMANA DEL T. O. –
B –
San Gervasio y San
Protasio, mártires
Lectura del primer libro de los Reyes (21,17-29):
Después de
la muerte de Nabot, el Señor dirigió la palabra a Elias, el tesbita:
«Anda, baja al encuentro de Ajab, rey de Israel, que vive en
Samaria. Mira, está en la viña de Nabot, adonde ha bajado para tomar posesión.
Dile: "Así dice el Señor: '¿Has asesinado, y encima robas?'
Por eso, así dice el Señor: 'En el mismo sitio donde los perros han lamido la
sangre de Nabot, a ti también los perros te lamerán la sangre.»
Ajab dijo a Elías:
«¿Conque me has sorprendido, enemigo mío?»
Y Elías repuso:
«¡Te he sorprendido! Por
haberte vendido, haciendo lo que el Señor reprueba, aquí estoy para castigarte;
te dejaré sin descendencia, te exterminaré todo israelita varón, esclavo o
libre. Haré con tu casa como con la de Jeroboán, hijo de Nabat, y la de Basá,
hijo de Ajías, porque me has irritado y has hecho pecar a Israel.
También ha hablado el Señor contra Jezabel:
"Los perros la devorarán en el campo de Yezrael."
A los de Ajab que mueran en poblado los devorarán los perros, y
a los que mueran en descampado los devorarán las aves del cielo.»
Y es que no hubo otro que se vendiera como Ajab para hacer lo
que el Señor reprueba, empujado por su mujer Jezabel. Procedió de manera
abominable, siguiendo a los ídolos, igual que hacían los amorreos, a quienes el
Señor había expulsado ante los israelitas.
En cuanto Ajab oyó aquellas palabras, se rasgó las vestiduras,
se vistió un sayal y ayunó; se acostaba con el sayal puesto y andaba taciturno.
El Señor dirigió la palabra a Elias, el tesbita:
«¿Has visto cómo se ha humillado Ajab ante mí? Por haberse
humillado ante mí, no lo castigaré mientras viva; castigaré a su familia en
tiempo de su hijo.»
Palabra de Dios
Salmo: 50,3-4.5-6a.11.16
R/. Misericordia, Señor: hemos pecado
Misericordia,
Dios mío, por tu bondad,
por tu
inmensa compasión borra mi culpa;
lava del
todo mi delito,
limpia mi
pecado. R/.
Pues yo
reconozco mi culpa,
tengo
siempre presente mi pecado:
contra
ti, contra ti solo pequé,
cometí la
maldad que aborreces. R/.
Aparta de
mi pecado tu vista,
borra en
mí toda culpa.
Líbrame
de la sangre, oh Dios,
Dios,
Salvador mío,
y cantará
mi lengua tu justicia. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,43-48):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y
aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y
rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en
el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a
justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, - ¿qué premio tendréis? - ¿No hacen lo mismo también los publicanos?
Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, - ¿qué hacéis de
extraordinario? - ¿No hacen lo mismo
también los gentiles?
Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es
perfecto.»
Palabra del Señor
1. El
precepto del amor a los enemigos es uno de los textos cristianos
fundamentales. Incluso se ha dicho que
este amor, tan infrecuente, "se considera
como
lo propio y nuevo del cristianismo" (U. Luz). Porque es fuerte y único lo
que aquí se manda: "amar", "hacer el bien",
"bendecir" y "orar", todo eso precisamente en favor de quien peor te quiere, de quien
te odia y te hace todo el daño que puede.
2.
Evidentemente, ir así por la vida, portándose de esta manera con la
gente más mala que uno puede encontrar en este mundo, es algo que supera con
mucho lo que normalmente da de sí la condición humana. El que reacciona así,
ante el odio y la calumnia, es que tiene una motivación y una fuerza que ha
dominado lo inhumano que todos llevamos dentro de nosotros. Por eso Jesús dice
a los que se portan de esta manera inusual: "Así seréis hijos de vuestro
Padre que está en el cielo".
"Ser" hijo de Dios no es fruto de
unas creencias o de asistir a unos ritos religiosos. Jesús es tajante: Es hijo
de Dios el que ama siempre y a todos, incluso a sus peores enemigos.
3.
Cuando Jesús pide esto, no está urgiendo que alcancemos una alta santidad, sino una
profunda humanidad. Se trata, en
efecto, de que seamos sencillamente humanos.
Y humanos siempre. Jamás
inhumanos con nadie ni por nada.
El mejor ejemplo, que Jesús encuentra, es la
"humanidad de Dios". El Padre que dispone lo más natural del mundo:
que el sol que sale cada mañana alumbre
a todos; y que la lluvia que cae del cielo dé vida a todos. Lo más perfectamente
natural y humano es no establecer desigualdades, nunca ni por nada.
Hermanos Gemelos
Hijos de San
Vidal y Santa Valeria, estos dos hermanos, en la carne y en la fe, padecieron
martirio en Milán, en el siglo I. Sus reliquias fueron halladas
providencialmente por San Ambrosio, y desde entonces la Iglesia les tributa
culto. Fiesta: 19 de junio.
Gervasio y
Protasio son dos nombres que encontramos en las letanías de los santos y en
frecuentes conmemoraciones martiriales, y que corresponden a dos hermanos
milaneses que vivieron en el siglo I y merecieron la palma del martirio. Todo
lo que sabemos de ellos lo debemos a San Ambrosio y a San Agustín, que nos
explican, en sus escritos, cómo el primero halló, hacia el año 386, las
reliquias de estos dos gloriosos mártires de la primitiva iglesia milanesa.
Sus vidas
permanecen ignoradas, porque no se han conservado testimonios de su tiempo,
pero el hecho del hallazgo de sus despojos es más elocuente que todas las actas
que pudiésemos tener. No importa que se hayan perdido los testimonios de sus
buenos ejemplos y de sus heroísmos. Lo importante para la Iglesia son sus
reliquias, que proclaman perennemente la fe de aquellos héroes que supieron
permanecer fieles a Cristo aun a costa de la propia vida. Su canto heroico
trasciende a la misma muerte y nos llega a través de los siglos como un mensaje
del Dios vivo, que nos mueve a la fidelidad.
Y si bien su
historia está envuelta por la leyenda, por carecer de testimonios de sus días,
no nos faltan los de ambos Santos Doctores de la Iglesia, que nos explican cómo
Dios quiso que fuesen halladas las reliquias de aquellos dos mártires, cuya
memoria ya casi había desaparecido de entre los cristianos. En la carta a su
hermana Santa Marcelina, San Ambrosio nos cuenta cómo debiendo consagrar el
nuevo templo de Milán, muchos le rogaban que lo hiciese con gran solemnidad. Él
respondió que lo haría si hallaba reliquias de mártires, sintiendo en aquel
mismo momento un movimiento interior, que le pareció el presagio de lo que
había de suceder. San Agustín, que por entonces ocupaba el cargo de maestro de
retórica en la escuela de Milán, nos explica con su emocionante y sugestivo estilo de las «Confesiones» cómo se vio confirmado este presagio del gran
obispo Ambrosio
«Entonces, dice el
más ilustre de los Padres occidentales, dirigiéndose a Dios fue cuando por medio de una visión descubriste al susodicho obispo el lugar en
que yacían ocultos los cuerpos de San Gervasio y San
Protasio, que Tú habías conservado incorruptos en el tesoro de tu misterio
tantos años, a fin de sacarlos oportunamente para reprimir una rabia femenina y
además regia. Porque habiendo sido descubiertos y desenterrados, al ser
trasladados con la pompa conveniente a la basílica ambrosiana, no sólo quedaban
sanos los atormentados por los espíritus inmundos, confesándolo los mismos
demonios, sino también un ciudadano, ciego hacía muchos años y muy conocido en
la ciudad, quien, como preguntara la causa de aquel alegre alboroto del pueblo
y se la indicasen, dio un salto y rogó a su lazarillo que lo condujera al
lugar; llegado allí, suplicó se le concediese tocar con el pañuelo el féretro
de los santos, cuya muerte había sido preciosa en tu presencia. Hecho esto, y
aplicado después el pañuelo a los ojos, recobró al instante la vista.
»Al punto corrió la
fama del hecho, y al punto sonaron tus alabanzas, fervientes y luminosas, con
lo que si el ánimo de aquella adversaria no se acercó a la salud de la fe, se
reprimió al menos en su furor de persecución. Gracias te sean dadas, Dios mío.
La adversaria de
San Ambrosio a quien se refiere San Agustín, era Justina, la madre del
emperador Valentiniano, todavía niño, que perseguía al santo obispo porque ella
era arriana y encontraba en él al gran defensor de la ortodoxia católica.
Ante el hallazgo de
aquellas reliquias, a través de las que Dios se dignó realizar tales prodigios,
pudo exclamar con razón el gran obispo de Milán: «Nuestra Iglesia ya no es
estéril». No era infundado el gozo del santo: los cuerpos enteros de dos
hombres de admirable estatura, hallados en las mismas puertas del templo de los
Santos Félix y Nabor, eran los cuerpos de dos jóvenes campeones de Cristo. Por
si alguno dudase de ello, quiso Dios mostrar su complacencia hacia los restos
de aquellos héroes, obrando por ambos los milagros que nos narran San Agustín y
San Ambrosio. Éste podía ya consagrar los altares con la deseada solemnidad, y
dirigirse a su pueblo con el primer panegírico que se hacía en la Historia de
los dos gloriosos mártires.
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