15 DE
JUNIO - VIERNES –
Xª
– SEMANA
DEL T.O. – B –
Lectura del primer libro de los Reyes (19,9a.11-16):
En aquellos días, cuando Elías llegó a Horeb, el monte
de Dios se metió en una cueva donde pasó la noche.
El Señor le dijo:
«Sal y ponte de pie en el monte ante el
Señor.
¡El Señor va a pasar!»
Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y
hacía trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento.
Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto.
Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego.
Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro
con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva.
Entonces oyó una voz que le decía:
«¿Qué haces, aquí, Elías?»
Respondió:
«Me consume el celo por el Señor, Dios de
los ejércitos, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derruido
tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo, y me buscan para
matarme.»
El Señor dijo:
«Desanda tu camino hacia el desierto de
Damasco y, cuando llegues, unge rey de Siria a Jazael, rey de Israel a Jehú,
hijo de Nimsí, y profeta sucesor tuyo a Eliseo, hijo de Safat, de Prado
Bailén.»
Palabra de Dios
Salmo: 26,7-8a.8b-9abc.13-14
R/. Tu rostro buscaré, Señor
Escúchame, Señor, que te llamo;
ten piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón:
«Buscad mi rostro.» R/.
Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio;
no me deseches. R/.
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor,
sé valiente, ten ánimo,
espera en el Señor. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,27-32):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído el mandamiento "no
cometerás adulterio". Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada
deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior.
Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo
y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno.
Si tu mano derecha te hace caer,
córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero
al infierno.
Está mandado: "El que se divorcie de
su mujer, que le dé acta de repudio." Pues yo os digo: El que se divorcie
de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se
case con la divorciada comete adulterio.»
Palabra del Señor
1. Este
texto del Sermón del Monte no se refiere al tema de la sexualidad, la pureza y
menos aún, al "puritanismo", tan característico de la cultura de los
griegos
(E. R. Dodds) y de los estoicos. Jesús no se interesó jamás
"directamente" por los problemas del sexo o por las prohibiciones
religiosas relativas a la vida sexual de los humanos.
2.
Jesús no se refiere a las prohibiciones que los moralistas actuales
argumentan desde el sexto mandamiento, porque Jesús no habla aquí de la
relación "amorosa" o "erótica".
Jesús se refiere a la prohibición del décimo y
último
mandamiento
del decálogo. Este mandamiento prohíbe "el deseo" de lo que pertenece
a otro. Así lo dice el libro del Éxodo: "No desearás la casa de tu
prójimo: no codiciarás su mujer, ni su siervo, ni su criada, ni su toro, ni su
asno, ni nada de lo que a tu prójimo
pertenece" (Ex 20, 17).
El antropólogo René Girard, que estudió a fondo
este asunto, comenta: "El legislador (Dios) que prohíbe el deseo de los
bienes del prójimo se esfuerza por resolver el problema número uno de toda
comunidad humana: la violencia
interna".
3. Y a
esto es a lo que se refiere Jesús. El "deseo" es el motor de la
conducta. Y atajar el deseo, de lo que
pertenece a otro, es cortar de raíz el origen de la violencia y de la
corrupción.
Téngase en cuenta que el texto del evangelio se
refiere
a desear la "mujer casada" (gynaika). Ahora bien, una mujer "casada", en la
mentalidad jurídica de la antigüedad, era propiedad del marido. Y Jesús prohíbe
"desear" lo que es de otro (que puede ser su mujer, su casa o su
asno); o sea, lo que a Jesús le preocupaba era la "justicia", no la
"pureza sexual".
De esto último, Jesús no habla. Y lo que
destaca es que tenemos que ser justos, honrados, honestos y jamás apropiarse lo
que pertenece a otro.
Santa María Micaela del
Santísimo Sacramento
El día de Año Nuevo de 1809
nacía en Madrid de los cristianos padres Miguel Desmaisieres, de la nobleza
flamenca, y Bernarda López Dicastillo, dama de la reina María Luisa.
La naturaleza y la gracia
fueron muy generosas con la niña Micaela Familia noble y rica, belleza física,
padres ejemplares, inteligencia, bondad de corazón... Todo le sonreía. La
educación esmerada que recibió también fue otro regalo del Señor. Cuenta la
misma Micaela: "Mi madre nos hacía aprender a planchar y guisar a las tres
hermanas que éramos, por lo que pudiera suceder. También teníamos que pintar,
bordar, escribir, tocar diversos instrumentos y hacer un sinnúmero de rezos.
Todo esto sin descanso, pues era esclava del deber".
Era todavía muy joven cuando
murió su madre. Su padre murió también inesperadamente. Su hermano Luis pereció
en un accidente al caerse de un caballo, y su hermanita Engracia fue llevada
imprudentemente por una niñera a ver la escena del ahorcamiento de un criminal
y la jovencita al ver esta escena se enloqueció. Le quedaba una hermana,
Manuela, pero esta tuvo que salir al destierro porque los enemigos políticos de
su esposo se apoderaron del gobierno.
Recibió una educación muy
seria. Empieza un noviazgo, y después de tres años de amistad muy armoniosa, y
muy santa con su novio, este de un momento a otro se aleja, porque sus
familiares se lo han ordenado así. Entonces las lenguas maledicentes se dedican
a hablar mal de Micaela. Ella en su autobiografía añade: "En vez de hablar
de esto con mis amistades, lo que hacíamos era llevar cuenta de los rezos que
hacíamos, y ver quién había rezado más".
Su hermano fue nombrado
embajador en París, y después en Bruselas (Micaela era de familia de alta clase
social española). Ella tuvo que acompañarlo y entonces empezó una vida muy
especial: madrugar muchísimo para alcanzar a hacer sus prácticas de piedad, ir
a la Santa Misa, comulgar y aprovechar la mañana para hacer sus obras de
caridad. De mediodía en adelante asistir a banquetes diplomáticos, bailes,
funciones de teatro, salir de paseo a caballo, rodeada de gente de la
aristocracia y mostrarse siempre alegre y sonriente a pesar de los dolores
continuos de estómago a causa de una especie de cáncer que parecía devorarle el
vientre.
Ante tantísimos peligros para
su virtud, lo que conservaba en gracia de Dios a la joven y elegante Micaela
era su comunión diaria, las mortificaciones que hacía y el haber encontrado un
santo director espiritual, el Padre Carasa. Una de sus mortificaciones
consistía en que cuando iba a funciones de teatro (donde la gente se presenta
muy deshonestamente vestida) ella se colocaba unos anteojos que por más que
esforzara la vista no le dejaban ver lo que pasaba en el escenario.
Mientras por las tardes y
noches tenía que estar en las labores mundanas de la diplomacia, por las
mañanas estaba visitando pobres, enfermos e iglesias muy necesitadas y dejando
en todas partes copiosas limosnas (su familia era muy adinerada). Nadie podía
imaginar al verla tan elegante en las fiestas sociales, que esa mañana la había
pasado visitando casuchas y ayudando a gentes abandonadas.
Al volver a España la
invitaron en Burdeos a una reunión en la casa del Cónsul. Allí la esperaba el
Sr. Arzobispo para pedirle que hiciera de mediadora frente a unas monjitas que
engañadas por un jansenista (los jansenistas son herejes que dicen que quien no
es santo no puede recibir ningún sacramento) se habían rebelado contra el
arzobispo. Micaela, aprovechando su admirable simpatía que le hacía ganarse a
las gentes, se fue al convento y obtuvo que las religiosas hicieran unos días
de Ejercicios Espirituales, y al final de esos Retiros, las monjitas,
presididas por nuestra santa, hicieron la paz con el Sr. Arzobispo.
El Padre Carasa le recomendó
que al volver a Madrid se entrevistara con una dama muy santa llamada María
Ignacia Rico. Así lo hizo y entonces aquella caritativa mujer la llevó al
hospital San Juan de Dios, donde estaban las mujeres de mala vida que caían
enfermas. La santa afirma que "allí sufren el olfato, la vista, el tacto,
los oídos" y que "todos los sentimientos tienen allí ocasión para
padecer". Micaela ni siquiera sabía que existía esa clase de mujeres y
nunca se había imaginado que los hombres dieran un trato tan injusto y cruel a
esas pobres criaturas, después de haberlas corrompido.
Aquel espectáculo del
hospital fue para Micaela como una revelación del cielo. Y cuando supo no sólo
la situación horrorosa de esas pobres muchachas enfermas en el hospital, sino
la espantosa vida que les esperaba cuando salieran de allí, pensó que era
absolutamente necesario hacer algo concreto para ayudarlas. Y con su amiga
María Ignacia consiguieron una casita para llevar allí las muchachas en peligro
para preservarlas, y a las que ya habían sido víctimas, para redimirlas y
salvarlas.
Y sucedió entonces que
alrededor de Micaela hubo una verdadera tormenta de incomprensiones y abandonos
aun de sus mejores amistades. Ahora se cumplía la antigua frase de San Ignacio:
"El mundo no tiene oídos para poder escuchar tan grande estruendo".
¿A quién se le iba a ocurrir que una mujer de la más alta clase social,
emparentada con las familias más ricas y famosas de la capital, se fuera a
dedicar a cuidar prostitutas o mujeres de mala vida? Todas sus antiguas
amistades se negaron a ayudarle, y ya ni la reconocían como amiga.
Y luego sucedió lo que
ninguno había esperado: Micaela dejó su casa elegante en un barrio rico y se
fue a vivir con unas pobres mujeres de mala vida en una casucha miserable, para
poder transformarlas en personas honradas y santas.
Al Sr. Arzobispo le llevan
cuentos y calumnias y entonces él envía a un sacerdote para que saque de la Casa
de Micaela el Santísimo Sacramento. Cuando el sacerdote llega, la santa se
dedica a orar por él, y éste, después de rezar unos minutos de rodillas, cambia
de parecer y se va sin llevarse el Santísimo Sacramento.
Le llega un director
espiritual demasiado rígido que el prohibe hacer caso a los mensajes interiores
que Dios le da. Una voz le dice: "Micaela, se va a incendiar la
sacristía", pero ella no puede hacer caso a esto, y tiene que dejar que
suceda. Otra voz le dice: "Le echaron veneno a la comida", pero como
el director le prohibió hacer caso a esas voces empieza a comer. Sólo que al
sentir el sabor tan desagradable de aquel alimento, se dice: "Aunque fuera
sin voces, yo no me comería esto por lo asqueroso", y se detiene. Pero
alcanza a enfermarse bastante. Afortunadamente, en vez de ese equivocado
director le llega un santo de primera clase, a dirigirla, es San Antonio María
Claret, y bajo su dirección sí puede progresar grandemente en santidad.
Son las diez de la mañana y
no hay con qué hacer desayuno para tantas jóvenes. Llega un misionero de
Filipinas y la santa le cuenta su terrible situación. El misionero le entrega
una moneda de oro que le han regalado. Corren a comprar alimentos, y las muchachas
exclaman: - ¡La superiora nos estaba haciendo una broma diciendo que no había
comida! ¡Miren qué abundante comida nos tenía por ahí guardada!
Cuenta Micaela en su
autobiografía: "N.N. es una muchacha que me ha hecho muchos robos y me ha
inventado cuentos horrendos. Pero yo la sigo tratando con gran cariño, como si
fuera mi mejor amiga". Más adelante añade: "Las gentes me viven
inventando mil cosas malas que nunca he hecho y ni siquiera he pensado… pero
bendito sea Dios que de lo malo que sí he hecho no saben nada!".
Un día va a una casa de citas
a rescatar a una muchacha a la cual tiene allá obligada. La insultan, le lanzan
piedras, le dicen todas las vulgaridades que nunca había escuchado, pero ella
sigue sonriendo como si estuviera recibiendo honores, sale por entre esa
multitud infernal, llevándose a la muchacha y salvándola para siempre.
La reina de España que la
aprecia mucho la invita al palacio para pedirle unos consejos. Entonces Micaela
que en otros tiempos era una de las mujeres más elegantemente vestidas de la
capital, se va allá con vestidos viejos y desteñidos. Las damas de la corte se
burlan de ella y ni siquiera le contestan el saludo, pero ella sale de aquel
palacio muy contenta, porque pudo practicar la virtud de la humildad.
Una mujer mala le inventa
tremendas calumnias. El obispo llama a nuestra santa y le lanza el regaño más
espantoso. El Padre Director Espiritual, P. Carasa, le niega hasta el saludo.
Micaela no se defiende. Ella recuerda lo que decía San Francisco de Sales:
"Dios sabe qué tanta cantidad de buena fama necesito, y El me concederá la
suficiente buena fama para que pueda seguir trabajando por las almas".
Después saben que todo lo que habían dicho eran calumnias, y le piden excusas.
Ella mientras tanto no había perdido la alegría ni la paz.
El 6 de enero de 1859, con
siete compañeras funda la Comunidad de Hermanas Adoratrices del Santísimo
Sacramento, dedicadas a adorar a Cristo Jesús en la Eucaristía y a trabajar por
preservar a las muchachas en peligro, y a redimir a las pobres que ya cayeron
en los vicios y en la impureza.
Su comunidad se extendió por
Barcelona, Valencia y Burgos y ahora tiene 1,750 religiosas en el mundo en 178
casas.
Ella escribiendo a sus
religiosas les decía: "Difícil encontrar otra fundadora de comunidad que
haya sido más acusada, más calumniada y más regañada que yo. Mis acciones las
juzgan de la peor manera posible". Pero también podía repetir las palabras
de San Pablo: "Poco me interesa lo que las gentes están diciendo de mí. Mi
juez es Dios".
En sus casas mandaba colocar
esta bella frase, un mensaje de Dios a sus religiosas para que no se
desanimaran en la pobreza y en las dificultades: "MI PROVIDENCIA Y TU FE,
MANTENDRAN LA CASA EN PIE".
La Madre Micaela había estado
socorriendo a los enfermos en la peste de tifus negro en los años 1834, 1855 y
1856, y había logrado no contagiarse. Pero en el año 1856 al saber que en
Valencia había estallado la terrible peste del tifus, se fue allí a socorrer a
los apestados. Y se contagió de la mortal enfermedad.
Al padre confesor le dijo:
"Padre, esta es mi última enfermedad". Y en verdad que fue la última
y la más dolorosa. Calambres casi continuos. Dolores agudísimos. El médico
declaró: "Nunca había visto a una persona sufrir tanto y con tan grande
paciencia y heroísmo".
El 24 de agosto de 1856, a
las 12, abrió los ojos, los elevó hacia el cielo y murió. La enterraron sin
ninguna solemnidad en una fosa ordinaria en el cementerio. Pero Dios la
glorificó haciendo milagros por su intercesión y hoy sus religiosas siguen
salvando del pecado y de la perdición a miles de jóvenes en todo el mundo
(Fuente:
serviciocatolico.com )
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