lunes, 11 de junio de 2018

Párate un momento: El Evangelio del dia 12 DE JUNIO – MARTES 10ª – SEMANA DEL T. O. – B San Onofre de Egipto


12  DE  JUNIO –  MARTES
10ª –  SEMANA DEL  T. O. – B

Lectura del primer libro de los Reyes (17,7-16):
En aquellos días, se secó el torrente donde se había escondido Elías, porque no había llovido en la región. Entonces el Señor dirigió la palabra a Elías:
 «Anda, vete a Sarepta de Fenicia a vivir allí; yo mandaré a una viuda que te dé la comida.»
Elías se puso en camino hacia Sarepta, y, al llegar a la puerta de la ciudad, encontró allí una viuda que recogía leña.
La llamó y le dijo:
«Por favor, tráeme un poco de agua en un jarro para que beba.»
Mientras iba a buscarla, le gritó:
«Por favor, tráeme también en la mano un trozo de pan.»
Respondió ella:
 «Te juro por el Señor, tu Dios, que no tengo ni pan; me queda sólo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos.»
Respondió Elías:
«No temas. Anda, prepáralo como has dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después.
Porque así dice el Señor, Dios de Israel: "La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra."»
Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías, y comieron él, ella y su hijo.
Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías.
Palabra de Dios

Salmo: 4

R/. Haz brillar sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro
Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío;
tú que en el aprieto me diste anchura,
ten piedad de mí y escucha mi oración.
Y vosotros, ¿hasta cuándo ultrajaréis mi honor,
amaréis la falsedad y buscaréis el engaño? R/.
Sabedlo: el Señor hizo milagros en mi favor,
y el Señor me escuchará cuando lo invoque.
Temblad y no pequéis,
reflexionad en el silencio de vuestro lecho. R/.
Hay muchos que dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha,
si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?»
Pero tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría
que si abundara en trigo y en vino. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,13-16):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»
Palabra del Señor

1.   Estas palabras van dirigidas a los mismos a   quienes se refieren las bienaventuranzas.   A   esas gentes, que eran pobres, que sufrían, que se veían
perseguidas, ofendidas y calumniadas, les dice Jesús que ellos son la sal de la tierra y la luz del mundo.
Cuando se lee el Sermón del Monte, conviene fijarse en que este texto lo dice Jesús a renglón seguido de las bienaventuranzas, sin separación, sin otra aclaración. El criterio de Jesús es que los que están abajo en la historia son la sal de la tierra y la luz de este mundo.

2.   El criterio de Jesús es que el condimento y la luz, que hacen soportable este mundo, no son los intelectuales, ni los políticos, ni los notables, ni los
eclesiásticos, sino los vencidos y los que están abajo en la historia. Lo cual nos parece una contradicción y un despropósito sin pies ni cabeza. 
- ¿Por qué Jesús tensa las cosas hasta este extremo?
Porque nos quiere decir a todos que el problema más grave que tenemos es el sufrimiento que, por acción o por omisión, nos causamos unos a otros. Y eso es lo que más urge remediar.   Eso está antes que los saberes de los intelectuales, que los poderes de los políticos, que las
influencias de los notables, y que los dogmas y normas  de los predicadores religiosos. 
Lo más apremiante, en cualquier momento de la historia, es que la gente deje de sufrir o, en todo caso, que sufra menos.

3.   Cuando se hace eso, el mundo se ilumina y se glorifica a Dios. La vida tiene sentido.

San Onofre de Egipto

 
   san Onofre de Egipto ermitaño anacoreta ángel de la guarda lo alimentaba
San Onofre, vivió en el desierto, donde su Ángel de la Guarda, a través de un cuervo, le llevaba su ración diaria de comida y la Eucaristía 
San Onofre, fue un ermitaño persa que se retiró como anacoreta en el desierto, donde su Ángel de la Guarda, a través de un cuervo, le llevaba milagrosamente su ración diaria de comida y la Eucaristía dominical. San Onofre renunció a su riqueza terrenal en favor de la oración y la meditación. En su simbología podemos apreciarlo con una corona a sus pies y un cetro aluden a sus orígenes reales, ya que, según la tradición, era el hijo de un rey persa. Es venerado y honrado tanto en la Iglesia Católica como en las Iglesias Católicas Orientales; Coptas. Vivió como ermitaño en el desierto del Alto Egipto en los siglos IV o V.

Martirologio romano: En Egipto, san Onofre, anacoreta, que en el amplio desierto llevó vida religiosa por espacio de sesenta años (400).

Biografía de San Onofre
La vida de San Onofre es narrada en una memoria de San Pafnucio, el Asceta. Se cree que ambos hombres nacieron en el siglo III.
En sus memorias, san Pafnucio entra en el desierto egipcio pensando que podría desear vivir la vida de un ermitaño.
Después de un tiempo de oración y meditación el desierto, San Pafnucio se queda sin comida y agua y sólo continúa su camino por la gracia de Dios hasta que fue sorprendido por una figura a la que él creían que era una bestia salvaje.
San Pafnucio narra este encuentro de este modo:
Entonces de repente vi a un hombre que venía hacia mí y que parecía una bestia salvaje. Tenía un aspecto aterrador, peludo sobre todo su cuerpo, con una falda hecha de hojas.
Cuando se acercó a mí, me asaltó el terror y temí que pudiera matarme. Corrí hasta lo alto de una colina, pero él se acercó hasta donde yo estaba, se agachó, miró hacia mí y dijo:
"Baja y ven donde mí, hombre santo, porque yo soy un hombre que vive como tú en esta soledad desolada por el amor de Dios".
Aquel hombre continúa explicando que ha vivido como ermitaño durante sesenta años en este desierto. Anteriormente había estado en un monasterio en la Tebaida con 100 hermanos santos, pero teniendo en cuenta el ejemplo de los profetas Elías y Juan el Bautista, decidió tomar la vida de un ermitaño.
Su ángel de la guarda, a través de un cuervo, le llevaba comida a la cueva donde moraba, un poco de pan y agua cada tarde, y la Eucaristía los sábados y domingos".
San Pafnucio se quedó con San Onofre poco tiempo hasta la muerte de este último, a la que asisten el canto de los ángeles.
San Onofre, ruega por nosotros

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