16 DE DICIEMBRE – MIERCOLES –
3ª – SEMANA DE ADVIENTO – B –
Santa Adela
Lectura
del libro de Isaías (45,6b-8.18.21b-25):
«YO soy el Señor, y no hay
otro,
el que forma la luz, y
crea las tinieblas;
yo construyo la paz y
creo la desgracia.
Yo,
el Señor, hago todo esto.
Cielos, destilad desde
lo alto la justicia,
las nubes la derramen,
se abra la tierra y
brote la salvación,
y con ella germine la
justicia.
Yo, el Señor, lo he
creado».
Así
dice el Señor, creador del cielo
—él es Dios—,
él modeló la tierra,
la fabricó y la afianzó,
no la creó vacía,
sino que la formó
habitable:
«Yo soy el Señor, y no
hay otro.
—No
hay otro Dios fuera de mí—.
Yo
soy un Dios justo y salvador,
y no hay ninguno más.
Volveos
hacia mí para salvaros,
confines de la tierra,
pues yo soy Dios, y no
hay otro.
Yo
juro por mi nombre,
de mi boca sale una
sentencia,
una palabra irrevocable:
Ante mí se doblará toda
rodilla,
por mí jurará toda
lengua»;
dirán: «Sólo el Señor
tiene la justicia y el
poder».
A
él vendrán avergonzados
los que se enardecían
contra él;
Con el Señor triunfará y
se gloriará
la estirpe de Israel».
Palabra
de Dios.
Salmo:
84,9ab-10.11-12.13-14
R/.
Cielos, destilad desde lo alto al Justo, las nubes lo derramen.
V/. Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus
amigos».
La salvación está cerca
de los que lo temen,
y la gloria habitará en
nuestra tierra. R/.
V/. La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se
besan;
la fidelidad brota de la
tierra,
y la justicia mira desde
el cielo. R/.
V/. El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su
fruto.
La justicia marchará
ante él,
y sus pasos señalarán el
camino. R/.
Evangelio según san Lucas 7, 19-23
En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus
discípulos a preguntar al Señor:
"¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?" Los
hombres se presentaron a Jesús y le dijeron:
'Juan el Bautista nos ha mandado a preguntarte: "¿Eres tú el que ha de
venir, o tenemos que esperar a otro?".
Y en aquella ocasión, Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos
espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista.
Después contestó a los enviados:
"Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los
inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos
resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. Y dichoso el que no
se escandalice de mí".
1. Cuando a Jesús le preguntaron si él era "el que tenía que
venir", es decir, si él era la solución y si traía esperanza y el cambio
deseado para el futuro, su respuesta no fue decir que "sí" o que
"no". La respuesta de Jesús fue apelar a lo que hacía, lo que veía
todo el mundo, lo que se metía por los ojos de la gente.
El movimiento de religiosidad y espiritualidad que puso en marcha Jesús no
fue un movimiento ideológico. Ni consistía en doctrinas o teorías sobre Dios,
sobre la religión o sobre la moral.
Por desgracia, con frecuencia ocurre que las religiones ponen su
insistencia y el mayor empeño en las "doctrinas" que enseñan, los
"dogmas" que imponen, la observancia de los "rituales" que
se nos presentan como las mediaciones fundamentales para encontrar a Dios y
estar bien situados en el camino de la salvación.
2. Jesús no pretendió "reformar" la religión existente.
Porque se dio cuenta de que eso no lleva a ninguna parte. Habría sido lo mismo,
pero puesto en práctica de otra manera.
Jesús vio que la solución estaba en "modificar" la religión.
Es decir, se trataba de darle otro sentido a la búsqueda de Dios. Esa
búsqueda había que sacarla del templo. Y, por tanto, no dejarla en manos de los
sacerdotes y funcionarios del culto.
El encuentro con el Padre del cielo se realiza en el encuentro con el
sufrimiento humano. Y en la lucha para remediarlo o, al menos, aliviarlo.
3. Pero Jesús hizo esto de forma que dejó una cosa muy clara: a Dios
no se le encuentra en el sufrimiento, sino en la lucha contra el sufrimiento.
Por eso Jesús se dedicó principalmente a remediar enfermedades y padecimientos.
Por supuesto, puede ocurrir (y de hecho ocurre) que una
enfermedad o una curación del sufrimiento resulta ser una ocasión propicia para
encontrar paz interior y una mejor relación con Dios.
Pero también puede ocurrir (y de hecho ocurre) todo lo contrario. En
cualquier caso, lo que es seguro es que Jesús no organizó un movimiento de
"sufridores resignados", sino una "comunidad de
discípulos", que tuvieron como motivo determinante de su vida el
"principio de misericordia" (J. Sobrino).
Es por la misericordia, y no por el aguante, como nos hacemos semejantes a
Jesús. La característica distintiva de los cristianos es la misericordia. En
todo y con todos.
Santa Adela
Nace en el año 931 en la península
Itálica, y el destino le lleva a convertirse en emperatriz, casada con el rey
Lotario. Ya madre, queda viuda con dieciocho años. En su segundo matrimonio,
también regio, sufre la cárcel y el destierro.
Regente emperatriz, retoma funciones de mando en tiempos de Otón III. Ahora
muestra con sus obras lo muerta que estaba para sí misma y que la anterior
piedad, la de toda su vida, fue un asunto sincero. La emperatriz se dedica a
hacer el bien. Protege, socorre y consuela a los necesitados.
Considera el poder como una carga para ella y un servicio para el bien del
pueblo. No es injusta, ni vengativa con quienes le injuriaron en tiempo
pretérito. Muestra esmero infatigable en las tareas de gobierno. Reza, se
mortifica y expía por los pecados de su pueblo. Muere a las puertas del segundo
milenio, en el año 999.
Vida de Santa Adela
Adela o Adelaida, es un nombre alemán que
significa: "de noble familia". A esta santa le decían también Alicia.
Santa Adelaida fue la esposa del Emperador
Otón el Grande.
Era hija del rey Rodolfo de Borgoña, el cual
murió cuando ella tenía 6 años. Muy joven contrajo matrimonio con Lotario, rey
de Italia. Su hija Emma llegó a ser reina de Francia.
Su primer esposo, Lotario, murió también muy
joven, parece que envenenado por los que deseaban quitarle su reino, quedando
Adelaida viuda de sólo 19 años, con su hijita Emma todavía muy pequeñita. El
usurpador Berengario la encerró en una prisión y le quitó todos sus poderes y
títulos, porque ella no quiso casarse con el hijo del tal Berengario. Su
capellán se quedaba admirado porque Adelaida no se quejaba ni protestaba y
seguía tratando a todos los carceleros con exquisita amabilidad y dulzura. Todo
lo que sucedía lo aceptaba como venido de las manos de Dios y para su bien. Le
robaron sus vestidos de reina y todas sus alhajas y joyas y le dieron unos
harapos como de pordiosera. En su oscura prisión pasó varios meses dedicada a
la oración. Los carceleros exclamaban: "Cuánto heroísmo tiene esta reina.
¡No grita, no se desespera, no insulta! ¡Sólo reza y sonríe en medio de sus
lágrimas!".
Y mientras tanto su capellán, el Padre
Martín, consiguió un plano del castillo donde ella estaba prisionera, abrió un
túnel y llegando hasta su celda la sacó hacia el lago cercano donde la esperaba
una barca, en la cual se la llevó hacia le libertad haciéndola llegar hasta el
Castillo de Canossa, donde se refugió. Pero Berengario atacó aquel castillo y
Adelaida envió unos embajadores a Otón de Alemania pidiéndole su ayuda. Otón
llegó con su ejército, derrotó e hizo prisionero a Berengario y concedió la
libertad a la santa reina.
Otón se enamoró de Adelaida y le pidió que
fuera su esposa. Ella aconsejada por el Padre Martín, acepto este matrimonio y
así llegó a ser la mujer del más importante mandatario de su tiempo. Los dos se
fueron a Roma y allá el Sumo Pontífice Juan XII coronó a Otón como emperador y
a Adelaida como emperatriz.
Otón el grande reinó durante 36 años.
Mientras tanto su santa esposa se dedicaba a socorrer a los pobres, a edificar
templos y a ayudar a misioneros, religiosos y predicadores.
Al morir su esposo Otón I, le sucedió en el
trono el hijo de Adelaida, Otón II, pero este se casó con una princesa de
Constantinopla, la cual era dominante y orgullosa y le exigió que tenía que
alejar del palacio a Adelaida. Otón aceptó semejante infamia y echó de su casa
a su propia madre. Ella se fue a un castillo, pero pidió la ayuda de San
Mayolo, abad de Cluny, el cual habló de tal manera a Otón que lo convenció que
nadie mejor lo podía aconsejar y acompañar que su santa madre. Y así el
emperador llamó otra vez a Adelaida y le pidió perdón y la recibió de nuevo en
el palacio imperial.
Otón II murió en una guerra y su viuda la
princesa de Constantinopla se apoderó del mando y trató duramente a Adelaida.
Ella decía: "Solo en la religión puedo encontrar consuelo para tantas
pérdidas y desventuras". En medio de sus penas encontraba fuerzas y paz en
la oración. A quienes le trataban mal les correspondía tratándoles con bondad y
mansedumbre.
Una extraña enfermedad acabó con la vida de
la princesa de Constantinopla y Adelaida quedó como regente, encargada del
gobierno de la nación, mientras su nieto Otón III llegaba a la mayoría de edad.
Fue para sus súbditos una madre bondadosa. Ignoraba el odio y no guardaba
resentimientos con nadie. Supo dirigir el gobierno del país alemán con bondad y
mucha compresión, ganándose el cariño de las gentes.
Fundó varios monasterios de religiosos y se
preocupó por la evangelización de los que todavía no conocían la religión
católica. Se esforzaba mucho por reconciliar a los que estaban peleados.
Su director espiritual en ese tiempo fue San
Odilón, el cual dejó escrito: "La vida de esta reina es una maravilla de
gracia y de bondad". Santa Adelaida tuvo una gran suerte, y fue que
durante toda su vida se encontró con formidables directores espirituales que la
guiaron sabiamente hacia la santidad: el Padre Martín, San Adalberto, San
Mayolo y San Odilón. En la vida de nuestra santa sí que se cumplió lo que dice
la S. Biblia: "Encontrar un buen amigo es mejor que encontrarse un buen
tesoro. Quien pide un consejo a los que son verdaderamente sabios, llegan con
mucha mayor facilidad al éxito".
Cuando su hijo Otón III se posesionó como
emperador, ella se retiró a un monasterio, y allí pasó sus últimos días
dedicada a la oración y a mue el Espíritu Santo siga enviando sabios directores
espirituales que aconsejen a los gobernadores de las naciones y los lleven
hacia la verdadera sabiduría y hacia la santidad. ¡Que hermoso fuera que esto
se hiciera realidad!
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