25 de diciembre
Lectura del profeta Isaías 62, 11-12
El Señor hace oír esto
hasta el confín de la tierra:
«Decid a la hija de Sión:
Mira a tu Salvador que llega,
el premio de su victoria lo acompaña,
la recompensa lo precede;
los llamarán "Pueblo santo",
"Redimidos del Señor"
y a ti te llamarán "Buscada",
"Ciudad no abandonada"».
Palabra de Dios
Salmo: 96, 1-6.
11-13.
R. Hoy brillará una luz sobre nosotros,
porque nos ha nacido el Señor.
El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.
R. Hoy brillará una luz sobre nosotros,
porque nos ha nacido el Señor.
Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.
R. Hoy brillará una luz sobre nosotros,
porque nos ha nacido el Señor.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a Tito
3, 4-7
Cuando ha aparecido la
bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre, no por las obras de
justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según su propia misericordia nos
ha salvado, con el baño del segundo nacimiento y con la renovación por el
Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros por medio de
Jesucristo, nuestro Salvador.
Así, justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de
vida eterna.
Palabra de Dios
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas
2, 15-20
Cuando los ángeles los
dejaron y subieron al cielo, los pastores se decían unos a otros:
—«Vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha
comunicado el Señor».
Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado
en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los
pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los
pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y
oído; todo como les habían dicho.
Palabra del Señor
El evangelio de la
misa del Gallo nos dejaba con una duda: ¿qué harán los pastores tras escuchar
al ángel y al coro celeste? No han recibido ninguna orden, solo una buena
noticia. Lucas no se limita a contar su reacción.
Tres reacciones ante la noticia (Lucas
2,15-20)
Sucedió que, cuando
los ángeles se marcharon al cielo, los pastores se decían unos a otros:
«Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha
comunicado». Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño
acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel
niño.
Todos los que lo oían
se admiraban de lo que les habían dicho los pastores.
María, por su parte,
conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Y se volvieron los
pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto,
conforme a lo que se les había dicho.
Empieza y termina con los pastores, que
corren a Belén y vuelven alabando y dando gloria a Dios. Esta
gente, tan despreciada socialmente, corre hacia Jesús, cree que un niño
envuelto en pañales y en un pesebre puede ser el futuro salvador, aunque ellos
no se beneficiarán de nada, porque, cuando ese niño crezca, ellos ya habrán
muerto. La visita de los pastores simboliza lo que dirá Jesús más tarde: «Te
alabo Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las
has revelado a la gente sencilla».
Está también presente un grupo anónimo,
que podría entenderse como referencia a la demás personas de la posada, pero
que probablemente representa a todos los cristianos, que se admiran de
lo que cuentan los pastores.
Finalmente, el personaje más importante,
María, que conserva lo escuchado y medita sobre ello. En los
relatos de la infancia, Lucas ofrece dos imágenes muy distintas de María. En la
anunciación, Gabriel le comunica que será la madre del Mesías, y ella termina
alabando en el Magnificat las maravillas que Dios ha hecho en
ella. Sin embargo, cuando Jesús nace, Lucas habla de María de forma muy
distinta. A partir de ese momento, todo lo relacionado con Jesús le resulta
nuevo y desconcertante: lo que dicen los pastores, lo que dirá Simeón, lo que
le dirá Jesús a los doce años cuando se quede en Jerusalén. En esas
circunstancias, María no repite: «proclama mi alma la grandeza del Señor». Se
limita a callar y meditar, igual que hará a lo largo de toda la vida pública de
Jesús.
Estas tres actitudes se complementan: la
admiración lleva a la meditación y termina en la alabanza de Dios.
Lucas juega con el lector, lo desafía.
¿Qué salvador les ha nacido a los pastores? ¿Qué señal portentosa puede ser un
niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre? Al día siguiente, los
pastores estarán de nuevo con el rebaño, vigilando en medio del frío. Pero su
vida ha cambiado, y la dureza de su vida no les impide alabar y dar gloria a
Dios. Con ello se convierten en un ejemplo perfecto para el cristiano.
Una buena noticia para Jerusalén y la
Iglesia (Isaías 62, 11-12)
Este breve pasaje recoge una
imagen típica de la época del destierro en Babilonia: Jerusalén como esposa y
madre. Como esposa, su marido, el Señor, la ha abandonado; como madre, ha
perdido a su hijos, ha quedado despoblada. El profeta le anuncia un cambio
radical: su marido vuelve, como salvador, acompañado de sus hijos.
La liturgia aplica este anuncio de la
llegada de un salvador al nacimiento de Jesús. Y en los pastores podemos ver a
ese «pueblo santo» y a «los redimidos del Señor». Cuando se piensa en los
millones de cristianos que celebran la Navidad, vemos cómo se cumple la antigua
profecía.
El Señor hace oír esto hasta el confín
de la tierra:
«Decid a la hija de Sión: Mira a tu
salvador, que llega.
El premio de su victoria lo acompaña, la
recompensa lo precede».
Los llamarán «Pueblo santo», «Redimidos
del Señor»,
y a ti te llamarán «Buscada», «Ciudad no
abandonada».
Una buena noticia para nosotros (Carta a
Tito 3,4-7)
El evangelio habla de tres reacciones
ante el nacimiento de Jesús. La carta de Pablo se centra en Dios y en nosotros.
Ante todo, lo ocurrido es una
manifestación de la bondad de Dios y de su amor al hombre. Como diría el cuarto
evangelio: «De tal manera amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único»
(Juan 3,16). Si la gente se admiró de lo que decían los pastores, igual debemos
admirarnos nosotros de esta prueba del amor de Dios. Sobre todo, teniendo en
cuenta que no es algo que nosotros hayamos merecido ni ganado por nuestros
propios méritos.
Además, la salvación que entonces tuvo
lugar se actualiza en nuestro bautismo, que nos hace nacer de nuevo, nos
concede abundantemente el Espíritu Santo, y nos hace herederos de la vida
eterna, donde «estaremos siempre con el Señor» (1 Tesalonicenses 4,17).
Querido hermano:
Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre, no
por las obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino, según su propia
misericordia, nos salvó por el baño del nuevo nacimiento y de la renovación del
Espíritu Santo, que derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo
nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, seamos, en esperanza,
herederos de la vida eterna.
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