13 DE DICIEMBRE – DOMINGO –
3ª – SEMANA DE
ADVIENTO – B –
Santa Lucia, virgen y mártir
Lectura del libro de Isaías (61,1-2a.10-11):
El Espíritu
del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar
la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para
proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para
proclamar el año de gracia del Señor. Desbordo de gozo con el Señor, y me
alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en
un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna
con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus
semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los
pueblos.
Palabra de Dios
Salmo: Lc 1,46-48.49-50.53-54
R/. Me alegro con mi Dios
Proclama mi
alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones. R/.
Porque el
Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación. R/.
A los
hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san
Pablo a los Tesalonicenses (5,16-24):
Estad siempre
alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la
voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el espíritu,
no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo
bueno. Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz os
consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado
sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado
es fiel y cumplirá sus promesas.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Juan
(1,6-8.19-28):
Surgió un
hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar
testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz, sino testigo de la
luz.
Y éste fue el testimonio de Juan, cuando
los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le
preguntaran:
«¿Tú quién eres?»
Él confesó sin reservas:
«Yo no soy el Mesías.»
Le preguntaron:
«¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?»
Él dijo:
«No lo soy.»
«¿Eres tú el Profeta?»
Respondió:
«No.»
Y le dijeron:
«¿Quién eres? Para que podamos dar una
respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»
Él contestó:
«Yo soy la voz que grita en el desierto:
"Allanad el camino del Señor", como dijo el profeta Isaías.»
Entre los enviados había fariseos y le
preguntaron:
«Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no
eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
Juan les respondió:
«Yo bautizo con agua; en medio de
vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy
digno de desatar la correa de la sandalia.»
Esto pasaba en Betania, en la otra
orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
Palabra del Señor
Preparación a la Navidad en tres actos.
La liturgia del tercer domingo de
Adviento, teniendo en cuenta la cercanía de la Navidad, pretende ser una clara
invitación a la alegría. El protagonista de la primera lectura afirma:
“Desbordo de gozo con el Señor, y me
alegro con mi Dios”; san Pablo pide a los tesalonicenses “estad siempre
alegres”.
Juan Bautista es demasiado serio para
hablar de alegría, pero da testimonio de la luz que inundará el mundo, y eso
también es motivo de gozo. Aparte de este dato común, la mejor forma de
entender las lecturas es imaginarnos espectadores de una obra de teatro en tres
actos.
Acto primero
Cuando se descorre el telón se ve un
personaje de pie en el centro del escenario, rodeado de una multitud sentada en
el suelo, pobremente vestida. Son antiguos desterrados en Babilonia, actuales
oprimidos por el imperio persa. La escena está en penumbra, transmitiendo al
espectador una sensación de agobiante tristeza; sólo un foco ilumina el rostro
del protagonista. Mira en silencio, durante largo rato, a la multitud que le
rodea. Finalmente, abre la boca y dice algo inaudito: “El Espíritu del Señor
está sobre mí”.
Suena a blasfemia. El Espíritu del Señor
hace siglos que no se posa sobre nadie. Eso dicen algunos sabios: que el
Espíritu se retiró después de la destrucción del templo de Jerusalén. Pero el
personaje parece muy seguro de lo que dice. Y les habla de la misión que
llevará a cabo movido por el Espíritu: “daros una buena noticia a vosotros que
sufrís, vendar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos,
y a los prisioneros la libertad, proclamar el año de gracia del Señor”.
Poco a poco, la luz que iluminaba sólo
el rostro aumenta de intensidad y permite ver que el protagonista, a diferencia
de los demás, está vestido de gala, envuelto en un manto regio y espléndido,
que refuerzan la alegría de su rostro. Pero no habla como un rey a su corte. Se
dirige a campesinos, con el lenguaje que pueden entender: “Como el suelo echa
sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar
la justicia y los cantos de alegría ante todos los pueblos.” (Isaías
61, 1-2a. 10-11)
Acto segundo
En el centro del escenario un muchacho
de unos veinte años sentado a una mesa y escribiendo. Pablo camina por la habitación
mientras dicta.
̶ “Guardaos de toda forma de
maldad.”
̶ No sigas. (Lo interrumpe el
muchacho cuando acaba de escribir la frase). Ya van siete consejos.
Pablo lo mira extrañado.
̶ ¿Los has ido contando?
̶ Claro. Los seis anteriores han
sido: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda
ocasión. No apaguéis el espíritu. No despreciéis el don de profecía. Examinadlo
todo, quedándoos con lo bueno.” Ahora basta con que los encomiendes a Dios
y les asegures su protección.
̶ ¿Cuál de esos consejos te viene
mejor?
El muchacho se queda releyendo los
consejos y pensando mientras cae el telón. (san Pablo a los Tesalonicenses
5,16-24)
Acto tercero
Escena a orilla del río Jordán. En el
centro Juan Bautista, rodeado de un grupo de sacerdotes y levitas. Las noticias
que han llegado a Jerusalén son alarmantes. Cada vez más gente acude al río, y
las autoridades temen que se produzca una revuelta. ¿Quién es ese Juan? ¿Es el
Mesías, el rey que los liberará del poder romano? ¿Es cierto, como dicen unos,
que es el profeta Elías, que ha vuelto a la tierra? ¿O es el profeta del que
habló Moisés, el que otros esperan antes del fin del mundo? ¿Qué dice él de sí
mismo?
Lo asedian a preguntas, pero no
consiguen arrancarle más que negativas, cada vez más escuetas: “No soy el
Mesías”. “No lo soy”. “No”. Al final, cansado de tanto interrogatorio, les da
una clave que ellos probablemente no comprenden. “Yo sólo soy una voz que grita
en el desierto. Al que deberías buscar es a uno que no conocéis, que viene
detrás de mí, mucho más importante que yo.”
Los sacerdotes y levitas dan a Juan por
imposible y se retiran.
Juan mira a sus discípulos y les
comenta:
̶ Han venido desde Jerusalén
queriendo saber quién soy yo, y no les interesa lo más mínimo saber quién es el
que viene detrás de mí. (Juan 1, 6-8.19-28)
Crónica del periódico
Como preparación a la Navidad se
representó ayer una extraña obra en tres actos que provocó bastante desconcierto
entre el público presente. En opinión de este comentarista, la clave se
encuentra en el contraste entre los actos primero y tercero: el primero habla
de un personaje seguro de sí mismo y de su misión; el tercero de Juan, que se
empequeñece a sí mismo para poner de relieve la grandeza del que lo sigue. Y el
que lo sigue es precisamente el que lo ha precedido, el protagonista del primer
acto. Alguien con un mensaje de esperanza y alegría para los que sufren. Quien
no esté de acuerdo con estas sutilezas deberá contentarse con poner en práctica
los buenos consejos de Pablo.
Santa Lucia, virgen y mártir
Murió, probablemente, en
Siracusa, durante la persecución de Diocleciano. Su culto se difundió desde la
antigüedad a casi toda la Iglesia, y su nombre fue introducido en el Canon
Romano.
A Santa Lucía se le ha representado
frecuentemente con dos ojos, porque según una antigua tradición, a la santa le
habrían arrancado los ojos por proclamar firmemente su fe.
Nació y murió en Siracusa, ciudad de Italia, y
gracias a sus múltiples virtudes entre las que se destaca la sencillez, la
humildad y la honradez, el Papa San Gregorio en el siglo VI puso su nombre a
dos conventos femeninos que él fundó.
Según la tradición, cuando la santa era muy niña
hizo a Dios el voto de permanecer siempre pura y virgen, pero cuando llegó a la
juventud quiso su madre (que era viuda), casarla con un joven pagano. Lucía
finalmente obtuvo el permiso de no casarse, pero el joven pretendiente,
rechazado, dispuso como venganza acusarla ante el gobernador de que la santa
era cristiana, religión que estaba totalmente prohibida en esos tiempos de
persecución. Santa Lucía fue llamada a juicio; fue atormentada para obligarla a
adorar a dioses paganos, pero ella se mantuvo firme en su fe, para luego ser
decapitada.
Oración
a Santa Lucia
Oh Bienaventurada y amable Virgen Santa Lucía,
universalmente reconocida por el pueblo cristiano como especial y poderosa
abogada de la vista, llenos de confianza a ti acudimos; pidiéndote la gracia de
que la nuestra se mantenga sana y le demos el uso para la salvación de nuestra
alma, sin turbar jamás nuestra mente en espectáculos peligrosos.
Y que
todo lo que ellos vean se convierta en saludable y valioso motivo de amar cada
día más a Nuestro Creador y Redentor Jesucristo, a quien, por tu intercesión,
oh protectora nuestra; esperamos ver y amar eternamente en la patria celestial.
Amén.
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