9 DE DICIEMBRE – MIERCOLES –
2ª – SEMANA DE ADVIENTO – B –
SAN JUAN DIEGO
Lectura
del libro de Isaías (40,25-31):
«¿CON quién podréis compararme, quién es
semejante a mi?», dice el Santo.
Alzad los ojos a lo alto y mirad:
¿quién creó esto?
Es él, que despliega su ejército al completo y a cada uno convoca por su
nombre.
Ante su grandioso poder, y su robusta fuerza, ninguno falta a su llamada.
¿Por qué andas diciendo, Jacob,
y por qué murmuras, Israel:
«Al Señor no le importa mi destino, mi Dios pasa por alto mis derechos»?
¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído?
El Señor es un Dios eterno
que ha creado los confines de la tierra.
se cansa, no se fatiga, es
insondable su inteligencia.
Fortalece a quien está cansado,
acrecienta el vigor del exhausto.
Se cansan los muchachos, se fatigan, los
jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus
fuerzas,
echan alas como las águilas,
corren y no se fatigan, caminan y no se
cansan.
Palabra de Dios
Salmo:
102,1-2.3-4.8.10
R/.
Bendice, alma mía, al Señor
V/. Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.
V/. Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura. R/.
V/. El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
No nos trata como merecen nuestro
pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (11,28-30):
EN aquel tiempo, Jesús tomó la palabra y dijo:
«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.
Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es
llevadero y mi carga ligera».
Palabra del Señor
1. Ocurre con frecuencia que mucha
gente siente que la religión resulta una carga pesada y, a veces, hasta
insoportable. Si el acto central de la religión es el sacrificio, esto se concreta en
normas y obligaciones concretas, que la religión impone, pero que muchos no saben
para qué sirven tales renuncias, ni por qué se imponen. Sobre todo,
cuando las renuncias de la religión se cumplen, pero al mismo tiempo se
descuidan los deberes ciudadanos tales como la honradez, el respeto a los
demás, la rectitud en los deberes sociales y económicos, etc. Pero entonces la
gente se aguantaba. Hoy ya no aguanta y abandona la práctica religiosa, la
pertenencia a la Iglesia, quizá incluso la creencia en Dios.
La religión es carga pesada porque, a
veces, manipula los sentimientos de culpa, y porque, además, a veces, los
dirigentes religiosos pretenden que los "pecados" sean además
"delitos".
2. El evangelio de Mateo pone en
boca de Jesús este llamamiento a aliviar el cansancio y el agobio. El alivio lo
encontramos en Jesús.
En el ejemplo que nos dejó Jesús, y en
la fe que tenemos (si la tenemos) en Jesús. Porque él no impone leyes, ni
sumisiones, ni descalificaciones, ni juicios, ni condenas.
Es urgente que la Iglesia asuma este
estilo de gobierno, de acción pastoral, de relación con la sociedad.
3. Jesús dice: Aprended de mí.
Soñamos con el día en que la predicación
y la pastoral de la Iglesia se resuman en ese llamamiento. De forma que la
predicación eclesiástica consistiera en explicar a la gente cómo vivimos los
cristianos, cómo vive el clero. Con eso nada más, tendría que haber bastante.
Renovar y reformar la Iglesia es, ante
todo, renovar el buen ejemplo de los creyentes en Jesús.
4. La enseñanza capital de este
relato —y de estas palabras de Jesús— es que una religiosidad que se hace una
carga pesada, que oprime y que es causa de
sufrimientos, eso no lleva a Dios. Y lo primero que quiere Jesús es
liberarnos de semejante impedimento.
SAN JUAN DIEGO
(1474-1548)
El Beato Juan
Diego, que en 1990 Vuestra Santidad llamó «el confidente de la dulce Señora del
Tepeyac» (L'Osservatore Romano, 7-8 maggio 1990, p. 5), según una tradición
bien documentada nació en 1474 en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco,
perteneciente a la etnia de los chichimecas.Se llamaba Cuauhtlatoatzin, que en
su lengua materna significaba «Águila que habla», o «El que habla con un
águila».
Ya adulto y padre
de familia, atraído por la doctrina de los PP. Franciscanos llegados a México
en 1524, recibió el bautismo junto con su esposa María Lucía. Celebrado el
matrimonio cristiano, vivió castamente hasta la muerte de su esposa, fallecida
en 1529. Hombre de fe, fue coherente con sus obligaciones bautismales,
nutriendo regularmente su unión con Dios mediante la eucaristía y el estudio
del catecismo.
El 9 de diciembre
de 1531, mientras se dirigía a pie a Tlatelolco, en un lugar denominado
Tepeyac, tuvo una aparición de María Santísima, que se le presentó como «la
perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios». La Virgen le
encargó que en su nombre pidiese al Obispo capitalino el franciscano Juan de
Zumárraga, la construcción de una iglesia en el lugar de la aparición. Y como
el Obispo no aceptase la idea, la Virgen le pidió que insistiese. Al día
siguiente, domingo, Juan Diego volvió a encontrar al Prelado, quien lo examinó
en la doctrina cristiana y le pidió pruebas objetivas en confirmación del
prodigio.
El 12 de
diciembre, martes, mientras el Beato se dirigía de nuevo a la Ciudad, la Virgen
se le volvió a presentar y le consoló, invitándole a subir hasta la cima de la
colina de Tepeyac para recoger flores y traérselas a ella. No obstante, la fría
estación invernal y la aridez del lugar, Juan Diego encontró unas flores muy
hermosas. Una vez recogidas las colocó en su «tilma» y se las llevó a la
Virgen, que le mandó presentarlas al Sr. Obispo como prueba de veracidad. Una vez
ante el obispo el Beato abrió su «tilma» y dejó caer las flores, mientras en el
tejido apareció, inexplicablemente impresa, la imagen de la Virgen de
Guadalupe, que desde aquel momento se convirtió en el corazón espiritual de la
Iglesia en México.
El Beato, movido
por una tierna y profunda devoción a la Madre de Dios, dejó los suyos, la casa,
los bienes y su tierra y, con el permiso del Obispo, pasó a vivir en una pobre
casa junto al templo de la «Señora del Cielo». Su preocupación era la limpieza
de la capilla y la acogida de los peregrinos que visitaban el pequeño oratorio,
hoy transformado en este grandioso templo, símbolo elocuente de la devoción
mariana de los mexicanos a la Virgen de Guadalupe.
En espíritu de
pobreza y de vida humilde Juan Diego recorrió el camino de la santidad,
dedicando mucho de su tiempo a la oración, a la contemplación y a la
penitencia. Dócil a la autoridad eclesiástica, tres veces por semana recibía la
Santísima Eucaristía.
En la homilía que
Vuestra Santidad pronunció el 6 de mayo de 1990 en este Santuario, indicó cómo
«las noticias que de él nos han llegado elogian sus virtudes cristianas: su fe
simple [...], su confianza en Dios y en la Virgen; su caridad, su coherencia
moral, su desprendimiento y su pobreza evangélica. Llevando una vida de
eremita, aquí cerca de Tepeyac, fue ejemplo de humildad» (Ibídem).
Juan Diego, laico
fiel a la gracia divina, gozó de tan alta estima entre sus contemporáneos que
éstos acostumbraban a decir a sus hijos: «Que Dios os haga como Juan Diego».
Circundado de una
sólida fama de santidad, murió en 1548.
Su memoria,
siempre unida al hecho de la aparición de la Virgen de Guadalupe, ha atravesado
los siglos, alcanzando la entera América, Europa y Asia.
El 9 de abril de
1990, ante Vuestra Santidad fue promulgado en Roma el decreto «de vitae
sanctitate et de cultu ab immemorabili tempore Servo Dei Ioanni Didaco
praestito».
El 6 de mayo
sucesivo, en esta Basílica, Vuestra Santidad presidió la solemne celebración en
honor de Juan Diego, decorado con el título de Beato.
Precisamente en
aquellos días, en esta misma arquidiócesis de Ciudad de México, tuvo lugar un
milagro por intercesión de Juan Diego. Con él se abrió la puerta que ha
conducido a la actual celebración, que el pueblo mexicano y toda la Iglesia
viven en la alegría y la gratitud al Señor y a María por haber puesto en
nuestro camino al Beato Juan Diego, que, según las palabras de Vuestra
Santidad, «representa todos los indígenas que reconocieron el evangelio de
Jesús» (Ibídem).
Beatísimo Padre,
la canonización de Juan Diego es un don extraordinario no sólo para la Iglesia
en México, sino para todo el Pueblo de Dios.
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