lunes, 7 de diciembre de 2020

Párate un momento: El Evangelio del dia 9 DE DICIEMBRE – MIERCOLES – 2ª – SEMANA DE ADVIENTO – B – SAN JUAN DIEGO

 

 


9 DE DICIEMBRE – MIERCOLES –

2ª – SEMANA DE ADVIENTO – B –

SAN   JUAN   DIEGO

Lectura del libro de Isaías (40,25-31):

 

«¿CON quién podréis compararme, quién es semejante a mi?», dice el Santo.

Alzad los ojos a lo alto y mirad:

¿quién creó esto?

Es él, que despliega su ejército al completo y a cada uno convoca por su nombre.

Ante su grandioso poder, y su robusta fuerza, ninguno falta a su llamada.

¿Por qué andas diciendo, Jacob,

y por qué murmuras, Israel:

«Al Señor no le importa mi destino, mi Dios pasa por alto mis derechos»?

¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído?

El Señor es un Dios eterno

que ha creado los confines de la tierra.

 se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia.

Fortalece a quien está cansado,

acrecienta el vigor del exhausto.

Se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas,

echan alas como las águilas,

corren y no se fatigan, caminan y no se cansan.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 102,1-2.3-4.8.10

 

R/. Bendice, alma mía, al Señor

 

V/. Bendice, alma mía, al Señor,

y todo mi ser a su santo nombre.

Bendice, alma mía, al Señor,

y no olvides sus beneficios. R/.

 

V/. Él perdona todas tus culpas

y cura todas tus enfermedades;

él rescata tu vida de la fosa,

y te colma de gracia y de ternura. R/.

 

V/. El Señor es compasivo y misericordioso,

lento a la ira y rico en clemencia.

No nos trata como merecen nuestro pecados

ni nos paga según nuestras culpas. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,28-30):

 

EN aquel tiempo, Jesús tomó la palabra y dijo:

«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.

Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

 

 

Palabra del Señor

 

1.  Ocurre con frecuencia que mucha gente siente que la religión resulta una carga pesada y, a veces, hasta insoportable. Si el acto central de la religión es el sacrificio, esto se concreta en normas y obligaciones concretas, que la religión impone, pero que muchos no saben para qué sirven tales renuncias, ni por qué se imponen.  Sobre todo, cuando las renuncias de la religión se cumplen, pero al mismo tiempo se descuidan los deberes ciudadanos tales como la honradez, el respeto a los demás, la rectitud en los deberes sociales y económicos, etc. Pero entonces la gente se aguantaba. Hoy ya no aguanta y abandona la práctica religiosa, la pertenencia a la Iglesia, quizá incluso la creencia en Dios.

La religión es carga pesada porque, a veces, manipula los sentimientos de culpa, y porque, además, a veces, los dirigentes religiosos pretenden que los "pecados" sean además "delitos".

 

2.  El evangelio de Mateo pone en boca de Jesús este llamamiento a aliviar el cansancio y el agobio. El alivio lo encontramos en Jesús.

En el ejemplo que nos dejó Jesús, y en la fe que tenemos (si la tenemos) en Jesús. Porque él no impone leyes, ni sumisiones, ni descalificaciones, ni juicios, ni condenas. 

Es urgente que la Iglesia asuma este estilo de gobierno, de acción pastoral, de relación con la sociedad.

 

3.  Jesús dice: Aprended de mí.   

Soñamos con el día en que la predicación y la pastoral de la Iglesia se resuman en ese llamamiento. De forma que la predicación eclesiástica consistiera en explicar a la gente cómo vivimos los cristianos, cómo vive el clero. Con eso nada más, tendría que haber bastante.

Renovar y reformar la Iglesia es, ante todo, renovar el buen ejemplo de los creyentes en Jesús.

 

4.  La enseñanza capital de este relato —y de estas palabras de Jesús— es que una religiosidad que se hace una carga pesada, que oprime y que es causa de

sufrimientos, eso no lleva a Dios. Y lo primero que quiere Jesús es liberarnos de semejante impedimento.


SAN   JUAN   DIEGO

(1474-1548)

El Beato Juan Diego, que en 1990 Vuestra Santidad llamó «el confidente de la dulce Señora del Tepeyac» (L'Osservatore Romano, 7-8 maggio 1990, p. 5), según una tradición bien documentada nació en 1474 en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco, perteneciente a la etnia de los chichimecas.Se llamaba Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba «Águila que habla», o «El que habla con un águila».

Ya adulto y padre de familia, atraído por la doctrina de los PP. Franciscanos llegados a México en 1524, recibió el bautismo junto con su esposa María Lucía. Celebrado el matrimonio cristiano, vivió castamente hasta la muerte de su esposa, fallecida en 1529. Hombre de fe, fue coherente con sus obligaciones bautismales, nutriendo regularmente su unión con Dios mediante la eucaristía y el estudio del catecismo.

El 9 de diciembre de 1531, mientras se dirigía a pie a Tlatelolco, en un lugar denominado Tepeyac, tuvo una aparición de María Santísima, que se le presentó como «la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios». La Virgen le encargó que en su nombre pidiese al Obispo capitalino el franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de una iglesia en el lugar de la aparición. Y como el Obispo no aceptase la idea, la Virgen le pidió que insistiese. Al día siguiente, domingo, Juan Diego volvió a encontrar al Prelado, quien lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió pruebas objetivas en confirmación del prodigio.

El 12 de diciembre, martes, mientras el Beato se dirigía de nuevo a la Ciudad, la Virgen se le volvió a presentar y le consoló, invitándole a subir hasta la cima de la colina de Tepeyac para recoger flores y traérselas a ella. No obstante, la fría estación invernal y la aridez del lugar, Juan Diego encontró unas flores muy hermosas. Una vez recogidas las colocó en su «tilma» y se las llevó a la Virgen, que le mandó presentarlas al Sr. Obispo como prueba de veracidad. Una vez ante el obispo el Beato abrió su «tilma» y dejó caer las flores, mientras en el tejido apareció, inexplicablemente impresa, la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde aquel momento se convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en México.

El Beato, movido por una tierna y profunda devoción a la Madre de Dios, dejó los suyos, la casa, los bienes y su tierra y, con el permiso del Obispo, pasó a vivir en una pobre casa junto al templo de la «Señora del Cielo». Su preocupación era la limpieza de la capilla y la acogida de los peregrinos que visitaban el pequeño oratorio, hoy transformado en este grandioso templo, símbolo elocuente de la devoción mariana de los mexicanos a la Virgen de Guadalupe.

En espíritu de pobreza y de vida humilde Juan Diego recorrió el camino de la santidad, dedicando mucho de su tiempo a la oración, a la contemplación y a la penitencia. Dócil a la autoridad eclesiástica, tres veces por semana recibía la Santísima Eucaristía.

En la homilía que Vuestra Santidad pronunció el 6 de mayo de 1990 en este Santuario, indicó cómo «las noticias que de él nos han llegado elogian sus virtudes cristianas: su fe simple [...], su confianza en Dios y en la Virgen; su caridad, su coherencia moral, su desprendimiento y su pobreza evangélica. Llevando una vida de eremita, aquí cerca de Tepeyac, fue ejemplo de humildad» (Ibídem).

Juan Diego, laico fiel a la gracia divina, gozó de tan alta estima entre sus contemporáneos que éstos acostumbraban a decir a sus hijos: «Que Dios os haga como Juan Diego».

Circundado de una sólida fama de santidad, murió en 1548.

Su memoria, siempre unida al hecho de la aparición de la Virgen de Guadalupe, ha atravesado los siglos, alcanzando la entera América, Europa y Asia.

El 9 de abril de 1990, ante Vuestra Santidad fue promulgado en Roma el decreto «de vitae sanctitate et de cultu ab immemorabili tempore Servo Dei Ioanni Didaco praestito».

El 6 de mayo sucesivo, en esta Basílica, Vuestra Santidad presidió la solemne celebración en honor de Juan Diego, decorado con el título de Beato.

Precisamente en aquellos días, en esta misma arquidiócesis de Ciudad de México, tuvo lugar un milagro por intercesión de Juan Diego. Con él se abrió la puerta que ha conducido a la actual celebración, que el pueblo mexicano y toda la Iglesia viven en la alegría y la gratitud al Señor y a María por haber puesto en nuestro camino al Beato Juan Diego, que, según las palabras de Vuestra Santidad, «representa todos los indígenas que reconocieron el evangelio de Jesús» (Ibídem).

Beatísimo Padre, la canonización de Juan Diego es un don extraordinario no sólo para la Iglesia en México, sino para todo el Pueblo de Dios.

 

 

 

 

 

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