30 - DE
ENERO – LUNES –
4ª
SEMANA DEL T. O. – A
Santa Martina de Roma
Lectura de la carta a los
Hebreos (11,32-40):
HERMANOS:
¿Para qué seguir? No me da tiempo de
referir la historia de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los
profetas; estos, por fe, conquistaron reinos, administraron justicia, vieron
promesas cumplidas, cerraron fauces de leones, apagaron hogueras voraces,
esquivaron el filo de la espada, se curaron de enfermedades, fueron valientes
en la guerra, rechazaron ejércitos extranjeros; hubo mujeres que recobraron
resucitados a sus muertos.
Pero otros fueron torturados hasta
la muerte, rechazando el rescate, para obtener una resurrección mejor. Otros
pasaron por la prueba de las burlas y los azotes, de las cadenas y la cárcel;
los apedrearon, los aserraron, murieron a espada, rodaron por el mundo vestidos
con pieles de oveja y de cabra, faltos de todo, oprimidos, maltratados —el
mundo no era digno de ellos—, vagabundos por desiertos y montañas, por grutas y
cavernas de la tierra.
Y todos estos, aun acreditados por
su fe, no consiguieron lo prometido, porque Dios tenía preparado algo mejor a
favor nuestro, para que ellos no llegaran sin nosotros a la perfección.
Palabra de Dios
Salmo: 30,20.21.22.23.24
R/. Sed fuertes y
valientes de corazón,
los que esperáis en en Señor
V/. Qué
bondad tan grande, Señor,
reservas para los que te temen,
y concedes a los que a ti se acogen
a la vista de todos. R/
V/. En el
asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas;
los ocultas en tu tabernáculo,
frente a las lenguas pendencieras. R/.
V/. Bendito
sea el Señor, que ha hecho por mí
prodigios de misericordia
en la ciudad amurallada. R/.
V/. Yo
decía en mi ansiedad:
«Me has arrojado de tu vista»;
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba. R/.
V/. Amad al
Señor, fieles suyos;
el Señor guarda a sus leales,
y a los soberbios los paga con creces. R/.
Evangelio según san Marcos 5,
1-20
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos
llegaron a la orilla del lago en la región de los Gerasenos.
Apenas desembarcaron, le salió al
encuentro, desde el cementerio, donde vivía en las tumbas, un hombre poseído de
espíritu inmundo; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo
habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba
los cepos, y nadie tenía fuerza para domarlo.
Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e
hiriéndose con piedras. Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante
él y gritó a voz en cuello:
"¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús Hijo de Dios Altísimo? Por Dios te
lo pido, no me atormentes".
Porque Jesús le estaba diciendo:
"Espíritu inmundo, sal de este hombre".
Jesús le preguntó:
"¿Cómo te llamas?".
Él respondió:
"Me llamo Legión, porque somos muchos".
Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.
Había cerca una gran piara de cerdos hozando en la falda del monte. Los
espíritus le rogaron:
"Déjanos ir a meternos en los cerdos".
Él se lo permitió.
Los espíritus inmundos salieron del hombre y se
metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo
al lago y se ahogó en el lago.
Los porquerizos echaron a correr y dieron la noticia en el pueblo y en el
campo. Y la gente fue a ver lo que había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron
al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio.
Se quedaron espantados.
Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a
los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su país. Mientras se embarcaba,
el endemoniado le pidió que lo admitiese en su compañía. Pero no se lo
permitió, sino que le dijo:
"Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho
contigo por su misericordia".
El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús
había hecho con él; todos se admiraban".
Palabra del Señor
1. De las numerosas enseñanzas que nos deja este extraño relato,
parece que las más destacables son cuatro:
1) La curación del endemoniado.
2) El paso de los demonios del hombre a los cerdos.
3) El rechazo de Jesús por parte de los dueños de los cerdos.
4) Jesús no acepta el discipulado del endemoniado después de ser curado.
¿Qué nos enseñan estos cuatro hechos?
2. 1) La curación del endemoniado es la victoria de la vida sobre la
muerte: Jesús no tolera creencias religiosas que admiten o toleran la violencia
que lleva a la muerte del ser humano.
2) El paso de los demonios
a la piara de cerdos indica la relación de las fuerzas de la muerte con el poder de la
riqueza: dos mil cerdos, en aquel tiempo y en una región de dominio romano,
tenían que valer una fortuna increíble.
3) El rechazo de Jesús, que expresan los dueños de los cerdos, nos viene a
decir que los ricos prefieren soportar la violencia de la muerte, en lugar de
tener que soportar verse privados de sus cerdos.
Para los ricos, está antes su riqueza que la curación de los que se
encuentran deambulando por cementerios, entre cadenas y piedras que hieren. Es
la violencia brutal del dinero.
4) El rechazo del hombre curado es el rechazo de aprovechar las curaciones
para hacer proselitismo. Jesús no rechaza al hombre recién curado. Rechaza el
proselitismo interesado.
3. ¿Qué nos enseña esto?
Jesús antepone la vida a la ganancia. Los vecinos de aquel pueblo toleraban
las fuerzas de muerte, lo que no soportaron es que les privaran de sus
"cerdos", es decir, de su riqueza.
Jesús no curaba enfermos para de eso sacar provecho. Jesús quería siempre el
bien de los otros, nunca el propio interés.
Santa Martina de Roma
Era hija de un noble romano y debido a su
profesión de fe, le arrestaron y llevaron ante el emperador Alejandro Severo.
Pero este príncipe fue tolerante con los cristianos y su gobierno marcó un
periodo de calma para la Iglesia. La historia de la Santa se produjo en 1634,
1400 años después de su martirio. Entonces, al restaurar las famosas iglesias
romanas, se hallaron las reliquias de la mártir y se propuso la devoción a
Santa Martina.
Vida de Santa Martina de Roma
La historia de esta joven santa comienza por
su tumba, 1400 años después de su martirio; es decir, cuando en 1634 el
activísimo Urbano VIII, empeñado en lo espiritual en la contrareforma católica,
y en lo material en la restauración de famosas iglesias romanas, descubrió las
reliquias de la mártir, les propuso a los romanos la devoción a Santa Martina y
fijó la celebración para el 30 de enero. El mismo compuso el elogio con el
himno: “Martinae celebri plaudite nomini, Cives Romulei, plandite gloriae”, que
era una invitación a honrar a la santa en la vida inmaculada, en la caridad
ejemplar y en el valiente testimonio que demostró a Cristo con su martirio.
Son pocas las noticias históricas. La más
antigua es del siglo VI, cuando el Papa Onorio le dedicó una iglesia en Roma.
Quinientos años después, al hacer excavaciones en esta iglesia, se encontraron
efectivamente las tumbas de tres mártires. En el siglo VIII ya se celebraba la
fiesta de la santa. No se sabe nada más, y por eso es necesario buscar noticias
en una Passio legendaria. Según esta narración, Santa Martina era una
diaconisa, hija de un noble romano. Debido a su abierta profesión de fe, la
arrestaron y la llevaron al tribunal del emperador Alejandro Severo (222-235).
Este príncipe semioriental, abierto a todas las curiosidades, hasta el punto de
incluir a Cristo entre los dioses venerados en la familia imperial, fue muy
tolerante con los cristianos y su gobierno marcó un fructuoso paréntesis de
calma respecto de la Iglesia, que en ese tiempo logró una gran expansión
misionera.
El autor de la Passio ignora todo esto, y
hace más bien una lista de las atroces tortures con que el emperador martirizó
a la santa. Cuenta que cuando Martina fue llevada ante la estatua de Apolo, la
convirtió en pedazos y ocasionó un terremoto que destruyó el temple y mató a
los sacerdotes del dios.
El prodigio se repitió con la estatua y el
templo de Artemidas. Todo esto hubiera debido hacer pensar a sus perseguidores;
pero no, se obstinaron más y sometieron a la jovencita a crueles tormentos, de
los que salió siempre ilesa. Entonces resolvieron cortarle la cabeza con una
espada, y su sangre corrió a fertilizar el terreno de la Iglesia romana.
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