17 - DE
ENERO – MARTES –
2ª
SEMANA DEL T. O. – A
SAN
ANTONIO ABAD
Lectura de la carta a los Hebreos (6,10-20):
HERMANOS:
Dios no es injusto como para olvidarse de vuestro trabajo y del amor que le
habéis demostrado sirviendo a los santos ahora igual que antes.
Deseamos que cada uno de vosotros demuestre el mismo empeño hasta el final,
para que se cumpla vuestra esperanza; y no seáis indolentes, sino imitad a los
que, con fe y perseverancia, consiguen lo prometido.
Cuando Dios hizo la promesa a Abrahán, no teniendo a nadie mayor por quien
jurar, juró por sí mismo, diciendo:
«Te llenaré de bendiciones y te
multiplicaré abundantemente»; y así,
perseverando, alcanzó lo prometido.
Los hombres juran por alguien mayor, y, con la garantía del juramento,
queda zanjada toda discusión.
De la misma manera, queriendo Dios demostrar a los beneficiarios de la
promesa la inmutabilidad de su designio, se comprometió con juramento, para que,
por dos cosas inmutables, en las que es imposible que Dios mienta, cobremos
ánimos y fuerza los que buscamos refugio en él, aferrándonos a la esperanza que
tenemos delante. La cual es para nosotros como anda del alma, segura y firme,
que penetra más allá de la cortina, donde entró, como precursor, por nosotros,
Jesús, Sumo Sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec.
Palabra de Dios
Salmo: 110,1-2.4-5.9.10c
R/. El Señor recuerda siempre su alianza.
V/. Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía
de los rectos, en la asamblea.
Grandes son
las obras del Señor,
dignas de
estudio para los que las aman. R/.
V/. Ha hecho maravillas memorables,
el Señor es
piadoso y clemente.
Él da
alimento a los que lo temen
recordando
siempre su alianza. R/.
V/. Envió la redención a su pueblo,
ratificó para
siempre su alianza.
Su nombre es
sagrado y temible.
La alabanza
del Señor dura por siempre. R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (2,23-28):
SUCEDIÓ que un sábado Jesús atravesaba un
sembrado, y sus discípulos, mientras caminaban, iban arrancando espigas.
Los fariseos le preguntan:
«Mira, ¿por qué hacen en sábado lo que no
está permitido?».
Él les responde:
«¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se
vieron faltos y con hambre, cómo entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo
sacerdote Abiatar, comió de los panes de la proposición, que solo está
permitido comer a los sacerdotes, y se los dio también a quienes estaban con
él?».
Y les decía:
«El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el
Hijo del hombre es señor también del sábado».
Palabra del Señor
1. El mandato del Decálogo sobre el descanso sabático (Ex 20,
8-11; Dt 5,12-15) no prohíbe arrancar espigas para comer. Los
rabinos judíos habían hecho extremadamente rigurosa la Ley religiosa. Es lo que
ocurre en todas las religiones: la falta de espíritu se pretende suplir con el
rigorismo de las normas.
O sea, los hombres de la religión imponen, como voluntad de Dios, lo que
es voluntad de ellos. Se utiliza a Dios para mandar y someter.
Este despotismo de los líderes religiosos hace mucho daño a la religión. Y,
sobre todo, daño a la fe en Dios. Y, más que nada, lo peor de todo es que
muchas personas, que necesitan la fe y la esperanza en el Padre, pierden esa fe
y esa esperanza.
2. Los discípulos de Jesús quebrantan las normas de los
maestros de la Ley. Y Jesús, no solo se lo permite, sino que los defiende ante
las acusaciones de los observantes fariseos. Lo que hizo David fue anteponer la necesidad humana
al respeto que se le debía tener a un pan consagrado en el Templo. Lo profano
se antepone a lo sagrado. Y Jesús aduce eso como modelo de conducta.
Esta postura y esta convicción de Jesús son más importantes de lo que
imaginamos. Porque, en definitiva, lo que hace Jesús es anteponer "lo
humano" a "lo religioso". No porque lo religioso tenga menos
importancia que lo humano, sino porque -a juicio de Jesús- cuando lo religioso
no sirve nada más que para mortificar lo humano, la religión
es falsa y no lleva a Dios.
3. La famosa sentencia del sábado y el hombre quiere decir que
la religión y sus normas están al servicio del ser humano y no al revés. El
Hijo del Hombre, a fin de cuentas, era también un hombre.
Una religión que funciona de forma que no sirve para dar vida a los
humanos, defender sus derechos y libertades, y hacerlos más felices, es una
religión que no cumple su razón de ser.
251 - 356
Este ilustre padre del
monaquismo nació en Egipto hacia el año 250. Al morir sus padres, obediente a
la palabra de Cristo «si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da
el dinero a los pobres y luego vente conmigo», distribuyó sus bienes entre los
pobres y se retiró al desierto, donde comenzó a llevar una vida de penitencia.
Tuvo muchos discípulos y se convirtió en abad de una comunidad; trabajó en
favor de la Iglesia, confortando a los confesores de la fe durante la
persecución de Diocleciano y apoyando a san Atanasio en sus luchas contra los
arrianos. Murió en el año 356.
San
Antón o San Antonio Abad (Heracleópolis Magna, Egipto, 251; – †Monte Colzim,
Egipto, 17 de enero del año 356), fue un monje cristiano fundador del
movimiento eremítico. El relato de su vida, transmitido principalmente por la
obra de San Atanasio, presenta la figura de un hombre que crece en santidad y
lo convierte en modelo de cristianos. Tiene elementos históricos y otros de
carácter legendario; se sabe que abandonó sus bienes para llevar una existencia
de ermitaño y que atendía varias comunidades monacales en Egipto, permaneciendo
eremita. Se dice que alcanzó los 105 años.
El
nombre de Antonio puede significar: "Fluoresciente" (de
"Antos", flor) o "Invencible" (de "Anteos", el
que se enfrenta victorioso a los enemigos). La vida de este santo la escribió
San Atanasio, su gran amigo. Se le llama "Abad" que significaba
"padre", porque él fue el padre o fundador de los monasterios de
monjes.
De
pequeño no le enseñaron a leer ni escribir, pero sí lo supieron educar
cristianamente. A los veinte años quedó huérfano de padre y madre, y al entrar
a una iglesia oyó leer aquellas palabras de Jesús: "Si quieres ser
perfecto, vende lo que tienes, y dalo a los pobres". Se fue entonces y
vendió las 300 fanegas de buenas tierras que sus padres le habían dejado en
herencia, y repartió el dinero a los necesitados. Lo mismo hizo con sus casas y
mobiliario. Sólo dejó una pequeña cantidad para vivir él y su hermana.
Pero
luego oyó leer en un templo aquella frase de Cristo: "No os preocupéis por
el día de mañana", y vendió el resto de los bienes que le quedaban, y
asegurando en un convento de monjas la educación y el futuro de su hermana,
repartió todo lo demás entre la gente más pobre, y él se quedó en absoluta
pobreza, confiado sólo en Dios. Se retiró a las afueras de la ciudad a vivir en
soledad y oración. Vivía cerca de algunos monjes que habitaban por allí, y de
ellos fue aprendiendo a orar y a meditar. Le enseñaron a leer y su memoria era
tal que lo que leía lo aprendía de memoria. Esto le va a servir mucho para el
futuro, cuando no tendrá libros para leer, pero sí recordará maravillosamente
lo leído anteriormente.
Recordando
la frase de San Pablo: "El que no trabaja que no coma" aprendió a
tejer canastos, y con el trabajo de sus manos conseguía su sustento y aún le
quedaba para ayudar a los pobres.
Su
fervor era tan grande que de pronto oía hablar de algún monje o ermitaño muy
santo, y se iba hacia donde él a escuchar sus consejos y tratar de aprender
cómo se llega a la santidad. Y así pronto fue también él un ermitaño
admirablemente santo. Pero el demonio empezó a traerle temibles tentaciones. Le
presentaba en la mente todo el gran bien que él podría haber hecho si en vez de
repartir sus riquezas a los pobres las hubiera conservado para extender la
religión. Y le mostraba lo antipática y fea que sería su futura vida de monje
ermitaño. Trataba de que se sintiera descontento de la vocación a la cual Dios
lo había llamado. Como no lograba desanimarlo, entonces el demonio le trajo las
más desesperantes tentaciones contra la pureza. Le presentaba en la imaginación
toda clase de imágenes impuras. Pero él recordando aquella frase de Jesús:
"Vigilad y orad para no caer en la tentación", "Ciertos malos
espíritus no se alejan sino con ayuno y oración", se puso a vigilar sus
sentidos: ojos, oídos, etc., para que ninguna mala imagen o atracción lo
sedujeran. Y luego empezó a orar mucho y a ayunar fuertemente.
Pasaba
muchas horas del día y de la noche orando. No comía ni bebía nada jamás antes
de que se ocultara el sol. Y su alimento era un poco de pan o de dátiles, un
poco de sal, y agua de una cisterna.
Un
día el demonio enfurecido porque no lograba vencerlo le dio un golpe tan
violento que el santo quedó como muerto. Vino un amigo y creyéndolo ya cadáver
se lo llevó a enterrar, pero cuando ya estaban disponiendo los funerales, él
recobró el sentido y se volvió a su choza a orar y meditar. Allí le dijo a
Nuestro Señor: ¿Adónde te habías ido mi buen Dios cuando el enemigo me atacaba
tan duramente? Y una voz del cielo le respondió: "Yo estaba presenciando
tus combates y concediéndote fuerzas para resistir. Yo te protegeré siempre y
en todas partes".
Se
cuenta también que en una ocasión se le acercó una jabalina con sus jabatos
(que estaban ciegos), en actitud de súplica. Antonio curó la ceguera de los
animales y desde entonces la madre no se separó de él y le defendió de
cualquier alimaña que se acercara. Pero con el tiempo y por la idea de que el
cerdo era un animal impuro se hizo costumbre de representarlo dominando la
impureza y por esto le colocaban un cerdo domado a los pies, porque era
vencedor de la impureza. Además, en la Edad Media para mantener los hospitales
soltaban los animales y para que la gente no se los apropiara los pusieron bajo
el patrocinio del famoso San Antonio, por lo que corría su fama. En la teología
el colocar los animales junto a la figura de un cristiano era decir que esa
persona había entrado en la vida bienaventurada, esto es, en el cielo, puesto
que dominaba la creación.
A los
35 años siente una voz interior que lo invita a dedicarse a la soledad
absoluta. Hasta entonces había vivido en una celda, no muy lejos de la ciudad y
cerca de otros ascetas. La palabra "asceta" significa "el que
lucha por dominarse a sí mismo". La gente llamaba ascetas a los cristianos
fervorosos que se dedicaban con la oración, el sacrificio y la meditación a
conseguir la santidad. Cerca de un grupo de ellos había vivido ya varios años
Antonio y había aprendido cuanto ellos podían enseñarle para ser santo. Ahora
se sentía capaz de alejarse a tratar de entenderse a solas con Dios.
Se
fue lejos al otro lado del río Nilo. Encontró un cementerio abandonado y allí
se quedó a vivir. Las gentes antiguas creían que las almas en penas venían a
espantar en los cementerios. Para convencerse de que tal creencia era cuento y
mentiras, se quedó a vivir en aquel cementerio y ningún alma de difunto vino a
espantarlo. Aquel terreno estaba infectado de serpientes venenosas. Les dio una
bendición y ellas se alejaron. Solamente un amigo suyo venía muy de vez en
cuando a traerle un poco de pan. Levantó un muro para hacer el sacrificio de no
ver a nadie, y hasta el que le traía el pan tenía que lanzárselo por encima del
muro. Muchas gentes venían a consultarlo y les hablaba a través del muro.
Pero
la fama de que sus consejos hacían mucho bien se extendió tanto que al fin los
peregrinos no pudieron contenerse y derribaron aquella pared. Allí estaba
Antonio que desde hacía 20 años no veía rostro humano alguno, y no comía carne,
y sólo se alimentaba de un poco de pan y un poco de agua cada día. Pero en su
rostro no se notaba ningún mal efecto de estos sacrificios, sino que aparecía
amable y lleno de alegría.
A los
55 años, para satisfacer la petición de muchos hombres que le pedían les
ayudara a vivir vida de ermitaños como él, organizó una serie de chozas
individuales, donde se practicaba una pobreza heroica. En cada una de estas
chozas vivía un ermitaño dedicado a orar, a trabajar y a hacer sacrificios.
Constantemente se oían cantar por allí las alabanzas de Dios.
Antonio
los fue formando en la santidad con sus sabios consejos. San Atanasio narra que
les aconsejaba lo siguiente: "No vivir tan preocupados por el cuerpo sino
por la salvación del alma. Cada mañana pensad que éste puede ser el último día
de nuestra vida, y vivid tan santamente como si en verdad lo fuera. Ejecutad
cada acción como si fuera la última de la vida. Recordad que los enemigos del
alma son vencidos con la oración, la mortificación, la humildad y las buenas
obras y se alejan cuando hacemos bien la señal de la cruz.” Les contaba que
muchas veces había hecho salir huyendo al demonio con sólo pronunciar con toda
fe el santo nombre de Jesús. Les decía que para combatir la impureza hay que
pensar frecuentemente en lo que nos espera al final de la vida: Muerte, Juicio,
Infierno o Gloria. Les insistía que se esforzaran por llegar a ser mansos y
amables; que no buscaran ser alabados o muy estimados; que lo que obtuvieran
con el trabajo de sus manos (se dedicaban a tejer esteras y canastos) lo
dedicaran a los pobres y que su preocupación fuera siempre ir apreciando y
amando cada día más a Jesucristo. Así con San Antonio nació en la Iglesia la
primera comunidad de religiosos.
Cuando
estalló la persecución contra los cristianos, el santo se fue con algunos de
sus monjes a la ciudad de Alejandría a animar a los cristianos para que
prefirieran perder todos sus bienes y hasta la misma vida con tal de no renegar
de Cristo y de su santa religión. Los paganos no se atrevieron a hacerle daño
porque la gente lo veneraba como un hombre de Dios. "Ahí va el
santo", exclamaban hasta los paganos al verlo pasar.
Luego
se fue a vivir más lejos todavía y estuvo 18 años sin ver a nadie, sólo
meditando, haciendo penitencias y hablando con Dios. En los terribilísimos
calores del desierto (44 grados) hizo el sacrificio de no bañarse ni una vez,
ni cambiarse de ropa. Era un sacrificio tremendo para esos calores sofocantes.
No bebía ni una gota de agua antes de que se ocultara el sol.
Pero
apareció luego una terrible herejía que decía que Cristo no era Dios. La propagaba
un tal Arrio. San Antonio contempló en una visión que el mundo se llenaba de
serpientes venenosas, y oyó una voz que decía: "Son los que niegan que
Jesucristo es Dios". Inmediatamente hizo expulsar de sus monasterios a
todos los arrianos que negaban la Divinidad de Jesucristo y se fue otra vez a
Alejandría a apoyar a San Atanasio que era el gran orador que atacaba a los
arrianos. Allá San Antonio hizo milagros portentosos para probar que Cristo sí
es Dios. Al famoso sabio Dídimo el ciego le dijo que no entristeciera por ser
ciego, sino que se alegrara porque con la fe podía ver a Dios en su alma.
En
los últimos años de su vida era muy visitado por peregrinos que iban a pedirle
consejos. El hacía que sus monjes más santos y más sabios los aconsejaran y luego
reuniendo al atardecer a todos los peregrinos les hacía algún pequeño sermón.
Murió con más de cien años, pero conservaba buena la vista y el cerebro. Y
aparecía siempre tan alegre y amable, que cuando llegaba un peregrino y
preguntaba por él, le decían: "Busque entre los monjes, y el más alegre de
todos, ese es Antonio". Y aunque el peregrino jamás lo había visto antes
en su vida, pasaba por entre los monjes y al ver a uno más amable y risueño y
alegre que los demás, preguntaba: ¿Es este Antonio? Y le respondían que si era
él.
Antes
de morir hizo jurar a sus discípulos que no contarían dónde estaba enterrado,
para que las gentes no tuvieran el peligro de dedicarse a rendirle cultos
desproporcionados. Sin embargo, alrededor de 561 sus reliquias fueron llevadas
a Alejandría, donde fueron veneradas hasta alrededor del siglo XII, cuando
fueron trasladadas a Constantinopla. La Orden de los Caballeros del Hospital de
San Antonio, conocidos como Hospitalarios, fundada por esas fechas, se puso
bajo su advocación. La iconografía lo refleja, representando con frecuencia a
Antonio con el hábito negro de los Hospitalarios y la tau o la cruz egipcia que
vino a ser el emblema como era conocido.
Tras
la caída de Constantinopla, las reliquias de Antonio fueron llevadas a la
provincia francesa del Delfinado, a una abadía que años después se hizo célebre
bajo el nombre de Saint Antoine en Viennois. La devoción por este santo llegó
también a tierras valencianas, difundida por el obispo de Tortosa a principios
del siglo XIV.
Los
antiguos le tenían mucha fe para que alejara de sus campos las pestes que
atacan a los animales. Por ese lo pintan con un cerdo, un perro y un gallo.
Había también la costumbre de que varios campesinos engordaban entre todos cada
año un cerdo y el día de San Antonio, el 17 de enero, lo mataban y lo repartían
entre los pobres.
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