12 - DE
ENERO – JUEVES –
1ª
SEMANA DEL T. O. – A
San Benito Biscop
Lectura de la carta a los Hebreos (3,7-14):
HERMANOS:
Dice el Espíritu Santo:
«Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como cuando la
rebelión, en el día de la prueba en el desierto, cuando me pusieron a prueba vuestros padres, y me provocaron, a pesar de haber visto mis obras cuarenta años. Por eso
me indigné contra aquella generación y dije: Siempre tienen el corazón
extraviado; no reconocieron mis caminos, por eso he jurado en
mi cólera que no entrarán en mi descanso».
¡Atención, hermanos! Que ninguno de
vosotros tenga un corazón malo e incrédulo, que lo lleve a desertar del Dios
vivo. Animaos, por el contrario, los unos a los otros, cada
día, mientras dure este “hoy”, para que ninguno de vosotros se endurezca,
engañado por el pecado.
En efecto, somos partícipes de Cristo si
conservamos firme hasta el final la actitud del principio.
Palabra de Dios
Salmo: 94,6-7.8-9.10-11
R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No
endurezcáis vuestro corazón».
V/. Entrad, postrémonos
por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía. R/.
V/. Ojalá escuchéis hoy su
voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masa en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras». R/.
V/. Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
«Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso». R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos
(1,40-45):
EN aquel tiempo, se acerca a Jesús un
leproso, suplicándole de rodillas:
«Si quieres, puedes limpiarme».
Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo:
«Quiero: queda limpio».
La lepra se le quitó inmediatamente y
quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole
severamente:
«No se lo digas a nadie; pero para que
conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó
Moisés, para que les sirva de testimonio».
Pero cuando se fue, empezó a pregonar
bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar
abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun
así acudían a él de todas partes.
Palabra del Señor
1. Literalmente, lo que el
texto de Marcos dice es que la enfermedad, que padecía el hombre del que aquí
se habla, era la "enfermedad de las escamas" (lepros) (J. Milgrom,
Joel Marcus).
En realidad, era una enfermedad de la
piel, que, en algunos casos, era muy contagiosa. De esta enfermedad se tienen
noticias desde unos 600 años antes de Cristo.
En la Biblia, se le concede especial
importancia, de forma que el libro del Levítico le dedica íntegramente dos
capítulos, el 13 y el 14. Lo más llamativo es que, en las religiones antiguas,
se hacía un trasvase de la "enfermedad" a la "culpa". Y, de
ahí, a la "impureza".
Esto lo analizó Robert Parker, en su
notable estudio Miasma. Estudios que recientemente ha completado y
difundido Walter Burkert.
2. El problema de fondo, que se
esconde debajo de estos hechos, estos procesos y estos fenómenos, es el
fenómeno que consiste en la relación, establecida ya en la antigua Grecia,
cuando se relacionó la "Cultura de la Vergüenza" con la
"Cultura de la Culpa".
Los chamanes, los escritores y
los dirigentes religiosos establecieron una conexión, muy peligrosa para el
equilibrio emocional de la persona, que asocia lo que nos avergüenza con hechos
de los que nos sentimos culpables. Lo que motivó, tanto en las
"culturas primitivas", como en la "alta cultura", a dar el
paso decisivo: relacionar determinadas conductas humanas con un
"diagnóstico trascendente". Y entonces, cuando nos
sentimos así, nos sentimos "avergonzados", "culpables",
"leprosos" y, por tanto, "impuros".
3. ¿Remedio? Los hombres de la religión
dicen: "el ritual sagrado". Jesús afirma: la solución es ser
profundamente humano, en la honradez, la bondad, la misericordia, el buen
corazón. Hasta llegar, si es preciso, a reproducir la suerte y el destino de
Jesús, que se quedó como "un excluido", fuera del pueblo, de la
ciudad, de la convivencia.
Cuando estamos dispuestos a
correr la misma suerte de los excluidos, asociando nuestra vida a la de ellos,
entonces es cuando de verdad empezamos a limpiar este mundo y esta repugnante
cultura de todas las marginaciones, muros de separación y de exclusión.
San Benito Biscop
En el monasterio de Wearmouth, en
Northumbria (hoy Inglaterra), san Benito Biscop, abad, que peregrinó cinco
veces a Roma, de donde trajo muchos maestros y libros para que los monjes
reunidos en la clausura del monasterio bajo la Regla de san Benito progresaran
en la ciencia del amor de Cristo, en bien de la Iglesia (c. 690).
VIDA
Tal vez las palabras más apropiadas para alabar a San Benito Biscop son las
que se encuentran en la Vita quinque sanctorum abbatum del venerable san Beda:
“Fue confiado por
sus padres a los siete años para que lo educara, y se convirtió así en mi más
ilustre discípulo y en una de mis mayores glorias”.
A los 25 años, Benito renunció a los favores del rey Oswiu para ponerse
al servicio del verdadero Rey, Jesucristo, para recibir no un corruptible don
terrenal, sino un reino eterno en la ciudad celestial; abandonó su casa, sus
familiares y la patria por Cristo y por el Evangelio, para recibir el céntuplo
y poseer la vida eterna. En el año 653, después de haber hecho su elección,
Benito hizo el primero de sus seis viajes a Roma para manifestar su devoción a
los Santos Pedro y Pablo y al Papa, como también para buscar modelos de vida y
de instituciones monásticas, tanto en Roma como en los varios lugares por donde
pasaba.
Con razón pudo decir en su lecho de muerte:
“Hijitos míos, no
crean que me inventé la constitución que les he dado. Después de haber visitado
diecisiete monasterios, de los que traté de conocer perfectamente las leyes y
las costumbres, reuní las reglas que me parecieron mejores y esta selección es
la que les he dado”.
En Lerino, por ejemplo, durante el segundo viaje a Roma, en el 665,
permaneció casi dos años. No sólo se contentaba con buscar modelos de vida,
sino también numerosos libros, documentales iconográficos, reliquias de santos,
ornamentos sagrados y otros objetos que sirvieran para el culto en
perfecta sinfonía con la Iglesia de Roma.
Incluso, una vez le pidió al Papa Agatón que le enviara al cantor de la
Basílica de San Pedro, el abad Juan, para que les enseñara el canto romano a
sus monjes de los monasterios de Wearmouth y de Yarrow, dedicados naturalmente
uno a San Pedro y el otro a San Pablo. Cuando regresó del sexto viaje a Roma,
tuvo la desagradable sorpresa de encontrar casi destruidas sus instituciones a
causa de una epidemia. San Benito Biscop murió el 12 de enero del año 690 a la
edad de 62 años.
Fuente: Catholic.net
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