sábado, 11 de noviembre de 2023

Párate un momento: El Evangelio del dia 13 DE NOVIEMBRE – LUNES – 32 – SEMANA DE T.O. – A – San Leandro de Sevilla

 

 

 

 

13 DE NOVIEMBRE – LUNES –

32 – SEMANA DE T.O. – A –

San Leandro de Sevilla

 

      Comienzo del libro de la Sabiduría (1,1-7):

 

   Amad la justicia, los que regís la tierra, pensad correctamente del Señor y buscadlo con corazón entero. Lo encuentran los que no exigen pruebas, y se revela a los que no desconfían.

    Los razonamientos retorcidos alejan de Dios, y su poder, sometido a prueba, pone en evidencia a los necios.

    La sabiduría no entra en alma de mala ley ni habita en cuerpo deudor del pecado. El espíritu educador y santo rehúye la estratagema, levanta el campo ante los razonamientos sin sentido y se rinde ante el asalto de la injusticia.

    La sabiduría es un espíritu amigo de los hombres que no deja impune al deslenguado; Dios penetra sus entrañas, vigila puntualmente su corazón y escucha lo que dice su lengua. Porque el espíritu del Señor llena la tierra y, como da consistencia al universo, no ignora ningún sonido.

 

Palabra de Dios

 

    Salmo: 138,1-3a.3b-6.7-8.9-10

 

    R/. Guíame, Señor, por el camino eterno

 

   Señor, tú me sondeas y me conoces;

me conoces cuando me siento o me levanto,

de lejos penetras mis pensamientos;

distingues mi camino y mi descanso. R/.

 

   Todas mis sendas te son familiares.

No ha llegado la palabra a mi lengua,

y ya, Señor, te la sabes toda.

Me estrechas detrás y delante,

me cubres con tu palma.

Tanto saber me sobrepasa,

es sublime, y no lo abarco. R/.

 

   ¿Adónde iré lejos de tu aliento,

adónde escaparé de tu mirada?

Si escalo el cielo, allí estás tú;

si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. R/.

 

   Si vuelo hasta el margen de la aurora,

si emigro hasta el confín del mar,

allí me alcanzará tu izquierda,

me agarrará tu derecha. R/.

 

       Lectura del santo evangelio según san Lucas (17,1-6):

 

   En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

    «Es inevitable que sucedan escándalos; pero ¡ay del que los provoca!

    Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar.

    Tened cuidado.

    Si tu hermano te ofende, repréndelo; si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: "Lo siento", lo perdonarás.»

    Los apóstoles le pidieron al Señor:

    «Auméntanos la fe.»

    El Señor contestó:

    «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar." Y os obedecería.»

 

Palabra del Señor

 

1.  El "escándalo", tal como se suele entender en nuestra cultura, tiene sobre todo un sentido social: todo lo que representa un tropiezo que hace caer, algo así como una trampa.  Por eso, el problema del escándalo depende del sentido que tenga la caída.

Según los evangelios, Jesús fue motivo de "escándalo" (Mt 11, 6; 13, 57; 26, 31. 33...). De ahí que pueden darse situaciones en las que sea bueno el escándalo: cuando a alguien le hace caer de sus ideas equivocadas, de sus falsas seguridades, de sus sentimientos de superioridad o de estados de ánimo parecidos.

 

2.   Jesús rechaza frontalmente el escándalo que se les puede causar a los "pequeños", es decir, a los débiles, a los sencillos, a los que, mediante el escándalo, se les aleja de la rectitud, de la justicia y la honestidad.

Es indignante el comportamiento de aquellas personas que, por el cargo que ocupan o por el ejemplo que deben dar, escandalizan a tantas buenas personas. Hablamos aquí de quienes empujan a otros a formas de conducta aberrantes, que les hunden para siempre en la culpa, la humillación, el resentimiento, la desesperanza, la desconfianza y la decepción total.

 

3.  Pero también es cierto que pueden darse circunstancias en las que el escándalo sea conveniente, incluso necesario. Escandalizar a los poderosos, para que se caigan de sus pedestales de falsa gloria, de engañosa dignidad, y así abandonen sus poltronas de instalación, eso puede ser excelente.  Sin duda, eso es lo que hacía Jesús.

Cuando Jesús cita a Is 26,19, en respuesta a los emisarios de Juan Bautista, afirmando que él se dedicaba a dar vida a los ciegos, a limpiar leprosos, a resucitar muertos, a dar la buena noticia a los pobres, el mismo Jesús termina diciendo: "¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!" (Mt 11, 6).

Es evidente que a quienes se escandalizan de que se les abran los ojos a los que van como ciegos por la vida, a esos les viene divinamente el escándalo. Lo necesitan. En este sentido, no deberíamos tener miedo a escandalizar a los puritanos, los prepotentes y los intolerantes.

 

San Leandro de Sevilla

 



 

 

Leandro, arzobispo de Sevilla, hermano de los santos Fulgencio, Florentina e Isidoro, presidió el III Concilio de Toledo (año 589), en el que se logró la conversión del rey visigodo Recaredo y la unidad católica de la nación.

Murió hacia el año 600, y su cuerpo fue trasladado a la catedral hispalense.

 

      BREVE BIOGRAFIA

 

     Nació en Cartagena, hacia el año 540. Pertenecía a una familia de santos: sus hermanos Isidoro (que le sucedería como Obispo de Sevilla), Fulgencio (Obispo de Écija) y Florentina, le acompañan en el santoral.

   Elegido Obispo de Sevilla, creó una escuela, en la que se enseñaban no sólo las ciencias sagradas, sino también todas las artes conocidas en aquel tiempo. Entre los alumnos, se encontraban Hermenegildo y Recaredo, hijos del rey visigodo Leovigildo. Allí comenzó el proceso de conversión de Hermenegildo, que lo llevaría a abandonar el arrianismo y a abrazar la fe católica. Y, también, el enfrentamiento con su padre, que desembocaría en una guerra. A consecuencia de esta guerra, a Leandro le tocó ir al destierro.

   Cuando mejoró la situación, pudo volver a Sevilla. Hermenegildo había sido ajusticiado por orden de su padre. Pero este, en los últimos años de su vida, influenciado, sin duda, por el testimonio del hijo mártir, aconsejó bien a su otro hijo, Recaredo, que le sucedería en el trono. El nuevo rey, aconsejado por Leandro, convocó el Concilio III de Toledo, en el que rechazó la herejía arriana y abrazó la fe católica.

   A Leandro le debemos no sólo la conversión del rey, sino también el haber contribuido al resurgir de la vida cristiana por todos los rincones de la Península: se fundaron monasterios, se establecieron parroquias por pueblos y ciudades, nuevos Concilios de Toledo dieron sabias legislaciones en materias religiosas y civiles...

   Se ha dicho que Leandro fue un verdadero estadista y un gran santo. Y es verdad. Porque, al mismo tiempo que desarrollaba esa vasta labor como hombre de Estado, nunca olvidaba que, como obispo, su ministerio le exigía una profunda vida religiosa y una dedicación pastoral intensa a su pueblo. Predicaba sermones, escribía tratados teológicos, dedicaba largos ratos a la oración, a la penitencia y al ayuno...

   Murió el Obispo Leandro, en Sevilla, hacia el año 601. Su fiesta se celebra el 13 de noviembre.

 

 

 

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