23 DE NOVIEMBRE
– JUEVES
– 33 –
SEMANA DE T.O. – A –
SAN CLEMENTE
– I
Lectura del segundo libro de los Macabeos
2, 15.29
En aquellos días, los funcionarios reales encargados de hacer apostatar por
la fuerza llegaron a Modín, para que la gente ofreciese sacrificios, y muchos
israelitas acudieron a ellos. Matatías se reunió con sus hijos, y los
funcionarios del rey le dijeron: «Eres un personaje ilustre, un hombre
importante en este pueblo, y estás respaldado por tus hijos y parientes.
Adelántate el
primero, haz lo que manda el rey, como lo han hecho todas las naciones, y los
mismos judíos, y los que han quedado en Jerusalén. Tú y tus hijos recibiréis el
título de grandes del reino, os premiarán con oro y plata y muchos regalos.»
Pero Matatias
respondió en voz alta:
«Aunque todos
los súbditos en los dominios del rey le obedezcan, apostatando de la religión
de sus padres, y aunque prefieran cumplir sus órdenes, yo, mis hijos y mis
parientes viviremos según la alianza de nuestros padres. El cielo nos libre de
abandonar la ley y nuestras costumbres. No obedeceremos las órdenes del rey,
desviándonos de nuestra religión a derecha ni a izquierda.»
Nada más
decirlo, se adelantó un judío, a la vista de todos, dispuesto a sacrificar
sobre el ara de Modin, como lo mandaba el rey. Al verlo, Matatias se indignó,
tembló de cólera y en un arrebato de ira santa corrió a degollar a aquel hombre
sobre el ara. Y entonces mismo mató al funcionario real, que obligaba a
sacrificar, y derribó el ara. Lleno de celo por la ley, hizo lo que Fineés a
Zinirí, hijo de Salu.
Luego empezó
a gritar a voz en cuello por la ciudad:
«El que
sienta celo por la ley y quiera mantener la alianza, ¡que me siga!»
Después se
echó al monte con sus hijos, dejando en el pueblo cuanto tenía. Por entonces,
muchos bajaron al desierto para instalarse allí, porque deseaban vivir según
derecho y justicia.
Palabra de Dios
Sal 49,1-2.5-6.14-15
R/.
Al que sigue buen
camino le haré ver la salvación de Dios
El Dios de los dioses, el Señor, habla:
convoca la tierra de oriente a
occidente.
Desde Sión, la hermosa, Dios
resplandece. R/.
«Congregadme a mis fieles,
que sellaron mi pacto con un
sacrificio.»
Proclame el cielo su justicia;
Dios en persona va a juzgar. R/.
«Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza,
cumple tus votos al Altísimo
e invócame el día del peligro:
yo te libraré, y tú me darás
gloria.» R/.
Lectura del santo
evangelio según san Lucas 19, 41-44
En aquel tiempo,
al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando:
«¡Si al menos
tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a
tus ojos.
Llegará un
día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el
cerco, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra.
Porque no reconociste el momento de mi venida.»
Palabra del Señor.
1. Hay
autores que piensan que este relato no corresponde a algo que realmente ocurrió
al llegar Jesús a Jerusalén. Y la razón que dan, los que piensan así, es que
aquí se refiere un hecho (la toma de Jerusalén por los romanos) que ya se había
producido cuando se redactó el texto que se recoge en este evangelio.
¿Tienen razón
quienes ponen en duda la historicidad de este relato?
Lo más seguro
es que no la tienen. Porque la guerra de los romanos contra los judíos es bien
conocida, sobre todo por la detallada descripción que de ella hace Flavio Josefo en el De Bello Judaico. Pero resulta que los datos más
importantes de aquella guerra no quedan ni insinuados en lo que dice el
evangelio de Lucas.
No parece,
pues, que esto fuera un vaticinium ex evento, contar como profecía lo que ya
había sucedido.
2. Es
seguro que Jesús, al ver la ciudad, el magnífico símbolo de Jerusalén como centro de la religiosidad de Israel, se emocionó hasta el punto de
echarse a llorar. Y llorar con la más profunda tristeza.
Por otra
parte, Jesús sabía que allí le esperaba
el fin de sus días. Y de la forma más trágica posible. Jesús veía como
inevitable, no solo su dramático final, sino además la dispersión de su pueblo
y las mil persecuciones de que ese pueblo ha sido víctima y a costa de tantas
víctimas humanas.
Jesús lloraba
como ser humano amenazado de la más brutal de las torturas mortales. Y como
israelita, lloraba por el final desastroso de su patria y de una historia que,
a partir de entonces, quedó quebrada para siglos y siglos.
3. Es
dramático, pero desgraciadamente real: la ciudad más religiosa del mundo es
también la ciudad que concentra y que simboliza tanta violencia y acumula
tantos dramas humanos y religiosos.
¿Por qué se
produce la contradictoria relación -la casi constante relación- entre religión
y violencia?
Si hacemos de
la religión la forma de presencia, en el mundo, del Dios Único, del Absoluto
sobre todos los demás dioses imaginables, es evidente que eso conduce sin
remedio a la violencia.
Dos, tres,
"dioses únicos y absolutos" no pueden coexistir. Son excluyentes. Y
lucharán hasta destruirse. No. Por ese camino no vamos a ninguna parte. O,
mejor dicho: vamos a la autodestrucción total.
Decididamente,
tenemos que entender la religión de otra manera. La religión es siempre la
representación inmanente que los mortales nos hacemos del
trascendente. Por tanto, es y será siempre una representación
incompleta (nadie puede abarcar totalmente a Dios).
Y, entonces, la tarea de las religiones no es la defensa de la Verdad, sino la
búsqueda del Trascendente, al que progresivamente nos vamos acercando, si es
que lo buscamos sinceramente.
SAN CLEMENTE – I
IV - Papa de la
Iglesia Católica
Martirologio Romano: San Clemente I, papa y mártir, tercer sucesor del apóstol san Pedro, que
rigió la Iglesia romana y escribió una espléndida carta a los corintios, para
fortalecer entre ellos los vínculos de la paz y la concordia. Hoy se celebra el
sepelio de su cuerpo en Roma († c. 101).
Breve
Biografía
La comunidad
cristiana de Corinto, radicada en una de las ciudades más cosmopolitas, dio
-mezclados con muchas alegrías-, algunos motivos de preocupación; ya en tiempos
del apóstol Pablo que adoctrinó a los primeros hubo problemas con algunos
cristianos que perdían su fuerza por la boca y se mostraron indisciplinados.
Años después se repitió la historia de los carismáticos que no aceptaban
someterse a la autoridad de los legítimos pastores. El papa Clemente tuvo que
intervenir en esos episodios poco agradables, molestos y preocupantes; era
preciso corregir la desunión y evitar el peligro cismático.
Clemente I, obispo
de Roma durante diez años, mandó a aquellos fieles una espléndida carta que
llevaron Claudio Efebo, Valerio y Fortunato. Está escrita en griego, que era
entonces el idioma oficial, y transportaba a Corinto la paternal recomendación
de practicar la caridad fraterna. No figura en el escrito el nombre de su
autor, pero el análisis interno induce a pensar casi con certeza que el autor,
al ser obispo y de Roma, debe ser el papa Clemente, el cuarto papa, tercer
sucesor de Pedro, después de Lino y Cleto, por eso se le atribuye con toda
probabilidad. De hecho, así lo entendieron Eusebio de Cesarea que califica la
carta como "universalmente admitida, larga y admirable", Orígenes y
el resto de los escritores eclesiásticos.
Clemente está
incluido en el Canon de la Misa y aparece mencionado en los antiguos
calendarios.
Algunas Actas
legendarias -con toda probabilidad falsas- lo presentan emparentado con la
familia imperial, como si fuera primo de Domiciano, o pariente de aquel Flavio
Clemente al que mandó matar el emperador por el crimen de "ateísmo".
Otros testimonios aducen su condición de liberto de la casa Flavia; unos
afirman que procedía del paganismo, mientras que otros lo presentan con
ascendencia judía. Hay quien lo quiere identificar con el homónimo mencionado
por al Apóstol Pablo en la carta a los filipenses como colaborador suyo, y
hasta afirma alguno más que fue convertido en Roma por la predicación de Pedro.
Sea como fuere, a
través del escrito se ve la fina figura de un papa conocedor del Antiguo y
Nuevo Testamento y bien experimentado en el espíritu de oración. Habla de forma
arrebatada de la fe, origen de la disposición humilde de donde nace la
aceptación de la autoridad; expone -con la seguridad que dan las disposiciones
divinas y no las componendas humanas- la existencia de la autoridad jerárquica
proveniente de la voluntad fundacional de Cristo, y llama a la comunidad
universal de los creyentes "cuerpo de Cristo" y "rebaño";
no falta el recurso a la "tradición recibida" para llegar a la
concordia de la fe y recuperar la paz.
Es admirable
descubrir con nitidez la conciencia de su autoridad y de su obligación
universal al intervenir en uno de los primeros conflictos, en virtud de su
suprema autoridad. Con tono dignísimo y de gran solicitud paternal, Roma ordenó
y fue obedecida.
La carta se
considera tan autorizada por los destinatarios que sesenta años más tarde aún
se leía a los fieles, en la asamblea dominical, según consta por testimonio de
Dionisio de Corinto.
Párrafos de la
carta de Clemente dan a entender que se escribió al finalizar una de las
persecuciones, probablemente la de Domiciano, emperador al que el poder lo
cambió inesperadamente de pacífico a cruel.
Clemente ¿murió mártir al final del
siglo I?.
En torno a su
muerte tampoco falta el relato imaginativo de las actas tardías (s. IV)
configuradas con una frondosa literatura que intenta realzar la figura del
santo. Suponen que el emperador Trajano le desterró al Quersoneso, en Crimea,
condenándole a trabajos forzados en una cantera, por negarse a dar culto a los
ídolos. La leyenda referirá abundancia de hechos prodigiosos como el haber sido
arrojado al agua en el mar Negro con un ancla atada a su cuello; pero un ángel
enviado por Dios hizo en el fondo del mar un magnífico sepulcro de mármol; cada
aniversario de su muerte podían los fieles visitarlo a pie seco y cuando una
madre olvidó en una ocasión allí a su hijo, lo encontró al año siguiente vivo.
El ancla que está
presente en su iconografía más bien nos sugiere la firmeza de la fe y la
seguridad de la unidad de las que fue Clemente eminente campeón con su enérgica
defensa al mantener el principio de la autoridad primacial de la sede romana.
En medio de las persecuciones, es el obispo de Roma la indiscutible voz suprema
del magisterio.
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