14 - DE
AGOSTO – MIERCOLES –
19ª – SEMANA DEL T.O. - B
San Maximiliano María
Kolbe
Lectura de la profecía de
Ezequiel (9,1-7;10,18-22):
Oí al Señor
llamar en voz alta:
«Acercaos, verdugos de la ciudad,
empuñando cada uno su arma mortal.»
Entonces aparecieron seis hombres por el
camino de la puerta de arriba, la que da al norte, empuñando mazas. En medio de
ellos, un hombre vestido de lino, con los avíos de escribano a la cintura. Al
llegar, se detuvieron junto al altar de bronce. La gloria del Dios de Israel se
había levantado del querubín en que se apoyaba, yendo a ponerse en el umbral
del templo.
Llamó al hombre vestido de lino, con los
avíos de escribano a la cintura, y le dijo el Señor:
«Recorre la ciudad, atraviesa Jerusalén
y marca en la frente a los que se lamentan afligidos por las abominaciones que
en ella se cometen.»
A los otros les dijo en mi presencia:
«Recorred la ciudad detrás de él,
hiriendo sin compasión y sin piedad. A viejos, mozos y muchachas, a niños y
mujeres, matadlos, acabad con ellos; pero a ninguno de los marcados lo toquéis.
Empezad por mi santuario.» Y empezaron por los ancianos que estaban frente al
templo.
Luego les dijo:
«Profanad el templo, llenando sus atrios
de cadáveres, y salid a matar por la ciudad.»
Luego la gloria del Señor salió,
levantándose del umbral del templo, y se colocó sobre los querubines. Vi a los
querubines levantar las alas, remontarse del suelo, sin separarse de las
ruedas, y salir. Y se detuvieron junto a la puerta oriental de la casa del
Señor; mientras tanto, la gloria del Dios de Israel sobresalía por encima de
ellos. Eran los seres vivientes que yo había visto debajo del Dios de Israel a
orillas del río Quebar, y me di cuenta de que eran querubines. Tenían cuatro
rostros y cuatro alas cada uno, y una especie de brazos humanos debajo de las
alas, y su fisonomía era la de los rostros que yo había contemplado a orillas
del río Quebar. Caminaban de frente.
Palabra de Dios
Salmo: 112,1-2.3-4.5-6
R/. La gloria del Señor se eleva sobre el cielo
Alabad,
siervos del Señor, alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre. R/.
De la salida
del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
El Señor se eleva sobre todos
los pueblos, su gloria sobre el cielo. R/.
¿Quién como el
Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono y se abaja para mirar al cielo y a la tierra? R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (18,15-20):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si tu hermano peca, repréndelo a solas
entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso,
llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca
de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no
hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un
publicano.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo,
y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro,
además, que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir
algo, se lo dará mi Padre del cielo.
Porque donde dos o tres están reunidos
en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»
Palabra del Señor
1. Cuando Jesús dice: "Si tu hermano peca", no
se refiere a cualquier clase de posible pecado, sino que habla del pecado
"contra ti" (eís sé). Es decir, la traducción exacta debe ser:
"Si tu hermano te ofende". Se trata, pues, del enfrentamiento entre
los miembros de la comunidad cristiana.
La cuestión, que aquí plantea el evangelio de Mateo, no se refiere a un
concepto de pecado genérico y abstracto, sino al pecado, tal como de hecho
existe, que es el acto que hace daño a alguien.
Porque a Dios directamente, nosotros los mortales, no podemos ofenderlo,
como ya dijo Tomás de Aquino (Sum. contra gent. 122).
El pecado es siempre pecado "contra alguien", contra otro ser
humano.
Hacer daño a alguien, sea como sea, eso es pecar.
2. Si el pecado es ofender a
otro, el perdón del pecado tiene que realizarse mediante la reconciliación con
el otro. Jesús afirma, en este sentido e inmediatamente, "lo que atéis en
la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desatéis en la tierra quedará
desatado en el cielo".
Aquí ya no se trata, como en Mt 16,
19, de decisiones doctrinales, sino que se trata del perdón de la ofensa. Ese
perdón se lo conceden los miembros de la comunidad unos a otros. "Los
discípulos, al perdonar o retener, atan al cielo, es decir, a Dios, no solo
ahora sino también en sus sentencias del juicio final" (Ulrich Luz).
3. La solución, que Jesús le da al
problema del perdón de los pecados, es la más lógica y razonable. No tiene
sentido que un hombre ofenda a su mujer, y luego vaya a pedirle perdón a un
sacerdote. La idea de Jesús es que, quien busca sinceramente el perdón, tiene
que pedirlo a la persona ofendida. Y así, en todo cuanto es pecado, es decir,
en todo cuanto es hacer daño a alguien, ofender a alguien.
Los confesores y sus confesionarios
pueden convertirse en justificantes engañosos de perdones que nunca se
conceden. Pero ocurre que, al pasar por el confesionario, ese ceremonial
crea una falsa conciencia de perdón que, en realidad, no se produce. Dios no
puede perdonar y reconciliar a los que no se han perdonado y reconciliado.
4. Nunca deberíamos olvidar que el pecado ha sido utilizado por la
Iglesia como un instrumento directamente relacionado con el miedo (al infierno,
a que Dios castigue al pecador, a posibles desgracias, a verse menospreciado
socialmente...).
El "miedo de Occidente"
es uno de los grandes temas que ha estudiado la historia de la Edad Media
(I Delumeau, J. M. Laboa). Pero, por otra parte, el miedo ha sido, a su
vez, el gran instrumento del poder de los "hombres de la religión".
Un poder que se ha ejercido mediante el sacramento de la penitencia, en el que
la confesión de los pecados ha tenido una fuerza de sometimiento de lo más
íntimo de cada creyente al poder sacerdotal.
Sin duda, Jesús no pensó en
semejante cosa. Ni ese poder clerical, ni ese instrumento de sumisión, tienen
fundamento en el Evangelio de Jesús. Son tradiciones que introdujo el tiempo y
los intereses clericales.
Por más que la confesión haya dado
paz a tantas personas y siga ayudando a no poca gente.
San Maximiliano María
Kolbe
Sacerdote franciscano polaco que fue asesinado por los
Nazis en un campo de concentración, tras entregar voluntariamente su vida a
cambio de la de un padre de familia.
San Maximiliano María Kolbe nació en Polonia el 8 de enero de 1894 en la
ciudad de Zdunska Wola (Pabiance), que en ese entonces se hallaba ocupada por
Rusia. Fue bautizado con el nombre de Raimundo en la iglesia parroquial. A los
13 años ingresó en el Seminario de los padres franciscanos en la ciudad polaca
de Lvov, la cual a su vez estaba ocupada por Austria, y estando en el seminario
adoptó el nombre de Maximiliano. Finaliza sus estudios en Roma y en 1918 es
ordenado sacerdote.
Devoto de la
Inmaculada Concepción, pensaba que la Iglesia debía ser militante en su
colaboración con la Gracia Divina para el avance de la Fe Católica. Movido por
esta devoción y convicción, funda en 1917 un movimiento llamado "La
Milicia de la Inmaculada" cuyos miembros se consagrarían a la
bienaventurada Virgen María y tendrían el objetivo de luchar mediante todos los
medios moralmente válidos, por la construcción del Reino de Dios en todo el
mundo.
Verdadero apóstol moderno, inicia la publicación de la revista mensual
"Caballero de la Inmaculada", orientada a promover el conocimiento,
el amor y el servicio a la Virgen María en la tarea de convertir almas para
Cristo. Con un Tiraje de 500 ejemplares en 1922, para 1939 alcanzaría cerca del
millón de ejemplares.
En 1929 funda la primera "Ciudad de la Inmaculada" en el convento
franciscano de Niepokalanów a 40 kilómetros de Varsovia, que al paso del tiempo
se convertiría en una ciudad consagrada a la Virgen.
En 1931, luego de que el Papa solicitara misioneros, se ofrece como
voluntario. En 1936 regresa a Polonia como director espiritual de Niepokalanów,
y 3 años más tarde, en plena II Guerra Mundial, es apresado junto con otros
frailes y enviado a campos de concentración en Alemania y Polonia. Es liberado
poco tiempo después, precisamente el día consagrado a la Inmaculada Concepción.
Es hecho
prisionero nuevamente en febrero de 1941 y enviado a la prisión de Pawiak, para
ser después transferido al campo de concentración de Auschwitz, en donde a
pesar de las terribles condiciones de vida prosiguió su ministerio.
En Auschwitz, el régimen nazi buscaba despojar a los prisioneros de toda
huella de personalidad tratándolos de manera inhumana e impersonal: como un
número; a San Max le asignaron el 16670. A pesar de todo, durante su estancia
en el campo nunca le abandonaron su generosidad y su preocupación por los
demás, así como su deseo de mantener la dignidad de sus compañeros.
La noche del 3 de
agosto de 1941, un prisionero de la misma sección a la que estaba asignado San
Max escapa; en represalia, el comandante del campo ordena escoger a 10
prisioneros al azar para ser ejecutados. Entre los hombres escogidos estaba el
sargento Franciszek Gajowniczek, polaco como San Max, casado y con hijos.
San Max, que no se encontraba dentro de los 10 prisioneros escogidos, se ofrece
a morir en su lugar. El comandante del campo acepta el cambio, y San Max es
condenado a morir de hambre junto con los otros nueve prisioneros.
Diez días después de su condena y al encontrarlo todavía vivo, los nazis le
administran una inyección letal el 14 de agosto de 1941
En 1973 Paulo VI lo beatifica y en 1982 Juan Pablo II lo canoniza como
Mártir de la Caridad.
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