23 - DE
AGOSTO – VIERNES –
20ª – SEMANA DEL T.O. - B
Santa Rosa de Lima
Lectura de la profecía de Ezequiel
(37,1-14):
En aquellos
días, la mano del Señor se posó sobre mi y, con su Espíritu, el Señor me sacó y
me colocó en medio de un valle todo lleno de huesos. Me hizo dar vueltas y
vueltas en torno a ellos: eran innumerables sobre la superficie del valle y
estaban completamente secos.
Me preguntó:
«Hijo de
Adán, ¿podrán revivir estos huesos?»
Yo respondí:
«Señor, tú lo
sabes.»
Él me dijo:
«Pronuncia un
oráculo sobre estos huesos y diles: "¡Huesos secos, escuchad la palabra
del Señor! Así dice el Señor a estos huesos: Yo mismo traeré sobre vosotros
espíritu, y viviréis. Pondré sobre
vosotros tendones, haré crecer sobre vosotros carne, extenderé sobre vosotros
piel, os infundiré espíritu, y viviréis. Y sabréis que yo soy el Señor."»
Y profeticé
como me había ordenado y, a la voz de mi oráculo, hubo un estrépito, y los
huesos se juntaron hueso con hueso. Me fijé en ellos: tenían encima tendones,
la carne había crecido, y la piel los recubría; pero no tenían espíritu.
Entonces me
dijo:
«Conjura al
espíritu, conjura, hijo de Adán, y di al espíritu:
"Así lo
dice el Señor: De los cuatro vientos ven, espíritu, y sopla sobre estos muertos
para que vivan."»
Yo profeticé
como me había ordenado; vino sobre ellos el espíritu, y revivieron y se
pusieron en pie.
Era una
multitud innumerable.
Y me dijo:
«Hijo de
Adán, estos huesos son la entera casa de Israel, que dice:
"Nuestros
huesos están secos, nuestra esperanza ha perecido, estamos destrozados."
Por eso, profetiza y diles:
"Así
dice el Señor: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros
sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra
vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que
soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra
tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago."»
Oráculo del
Señor.
Palabra de Dios
Salmo:
106,2-3.4-5.6-7.8-9
R/. Dad gracias
al Señor, porque es eterna su misericordia
Que lo confiesen los redimidos por el Señor, los que él rescató de la mano del enemigo, los que reunió de todos los países: norte y sur,
oriente y occidente. R/.
Erraban por un desierto solitario, no
encontraban el camino de ciudad habitada; pasaban
hambre y sed, se les iba agotando la vida. R/.
Pero gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó
de la tribulación.
Los guio por un camino derecho, para que
llegaran a ciudad habitada. R/.
Den gracias al Señor por su misericordia, por las
maravillas que hace con los hombres.
Calmó el ansia de los sedientos, y a los
hambrientos los colmó de bienes. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(22,34-40):
En aquel
tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos,
formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para
ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»
Él le dijo:
«"Amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu
ser."
Este
mandamiento es el principal y primero.
El segundo es
semejante a él:
"Amarás
a tu prójimo como a ti mismo."
Estos dos
mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»
Palabra del Señor
1. A propósito de este evangelio,
se suelen plantear tres preguntas, de enorme interés para quienes tienen
creencias religiosas:
1) - ¿Qué hay que entender por "amor a
Dios"?
- ¿Cómo se puede
"amar" a alguien al que no es posible comprender ni ver?
2) - ¿Quién es el
"prójimo" y qué significa "amor" al prójimo?
3) - ¿Qué relación guardan
los dos preceptos supremos de amor a Dios y de amor al prójimo?
- ¿Se trata de dos
géneros de amor o son idénticos? (U. Luz).
Es verdad que mucha gente, aunque sea gente
religiosa, ni se plantea estas preguntas. Porque a muchos, todo este
lenguaje le suena a palabrería clerical, sin relación con la realidad palpable.
Hasta ese punto, la misma religión ha degradado estas cuestiones, tan
fundamentales.
2. A Jesús le preguntaron solo por
el "primer" mandamiento. Pero Jesús respondió uniendo el
primero y el segundo. Lo cual quiere decir, sin duda, que el primero es
inseparable del segundo.
Es decir, no podemos ni entender, ni
practicar, lo que es el "amor a Dios", si lo separamos del "amor
al prójimo".
El mismo evangelio de Mateo pone esto en
evidencia cuando relata el llamado juicio final o juicio de las naciones (Mt
25, 31-46).
Si algo hay claro en ese texto famoso, es que
el principio determinante de nuestra correcta relación con Dios, o sea de
nuestro amor a Dios, no es la relación y el amor que cada cual piensa (o se
imagina) que le tiene a Dios en sí, sino únicamente la relación que cada cual
ha mantenido en su vida con el prójimo.
Lo cual queda más patente cuando se trata
precisamente del prójimo que sufre, del que se ve más desamparado, del que
no puede pagar con nada el servicio que se le presta.
3. La tesis central del
cristianismo, en este asunto capital, la deja muy clara la primera carta de
Juan: "quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a
Dios, a quien no ve".
El respeto, la estima y la bondad que
derrochamos con los demás, esa es la medida del amor que le tenemos a Dios.
En esto no hay, ni puede haber, engaño.
Porque el Dios de Jesús se identifica con el ser humano (Mt 25, 31-46). De
forma que quien acoge y escucha o rechaza a un ser humano, a quien acoge,
escucha o rechaza es a Dios (Mt 10, 40; Mc 9, 37; Mc 18, 5; Lc 10, 16; 9, 48;
Jn 13, 20).
Es un hecho central de nuestra fe, que a los
"creyentes" nos cuesta lo indecible aceptar e integrar en nuestra
vida y en nuestra forma de tratar a los demás, como si fuera con Dios mismo con
quien nos relacionamos en los demás.
Santa Rosa de Lima
(Isabel
Flores de Oliva; Lima, 1586 - 1617)
Religiosa peruana
de la orden de los dominicos que fue la primera santa de América. Tras haber
dado signos de una intensa precocidad espiritual, a los veinte años tomó el
hábito de terciaria dominica, y consagró su vida a la atención de los enfermos y
niños y a las prácticas ascéticas, extendiéndose pronto la fama de su santidad.
Venerada
ya en vida por sus visiones místicas y por los milagros que se le atribuyeron,
en poco más de medio siglo fue canonizada por la Iglesia católica, que la
declaró patrona de Lima y Perú, y poco después de América, Filipinas e Indias
Orientales.
Biografía
Santa Rosa de Lima nació el 20 de abril de 1586 en la vecindad del hospital
del Espíritu Santo de la ciudad de Lima, entonces capital del virreinato del
Perú. Era hija de Gaspar Flores (un arcabucero de la guardia virreinal natural
de San Juan de Puerto Rico) y de la limeña María de Oliva, que en el curso de
su matrimonio dio a su marido otros doce hijos. Recibió bautismo en la
parroquia de San Sebastián de Lima, siendo sus padrinos Hernando de Valdés y
María Orozco.
En compañía de sus numerosos hermanos, la niña Rosa se trasladó al pueblo
serrano de Quives (localidad andina de la cuenca del Chillón, cercana a Lima)
cuando su padre asumió el empleo de administrador de un obraje donde se
refinaba mineral de plata. Las biografías de Santa Rosa de Lima han retenido
vivamente el hecho de que, en Quives, que era doctrina de frailes mercedarios,
la futura santa recibió en 1597 el sacramento de la confirmación de manos del
arzobispo de Lima, Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, quien efectuaba una
visita pastoral en la jurisdicción.
Aunque había sido bautizada como Isabel Flores de Oliva, en la confirmación
recibió el nombre de Rosa, apelativo que sus familiares empleaban prácticamente
desde su nacimiento por su belleza y por una visión que tuvo su madre, en la
que el rostro de la niña se convirtió en una rosa. Santa Rosa asumiría
definitivamente tal nombre más tarde, cuando entendió que era "rosa del
jardín de Cristo" y adoptó la denominación religiosa de Rosa de Santa
María.
Ocupándose de la "etapa oscura" en la biografía de Santa Rosa de
Lima, que corresponde precisamente a sus años de infancia y primera
adolescencia en Quives, Luis Millones ha procurado arrojar nueva luz mediante
la interpretación de algunos sueños que recogen los biógrafos de la santa.
Opina Millones que ésa pudo ser la etapa más importante para la formación de su
personalidad, no obstante, el hecho de que los autores han preferido hacer
abstracción del entorno económico y de las experiencias culturales que condicionaron
la vida de la familia Flores-Oliva en la sierra, en un asiento minero vinculado
al meollo de la producción colonial. Probablemente esa vivencia (la visión
cotidiana de los sufrimientos que padecían los trabajadores indios) pudo ser la
que dio a Rosa la preocupación por remediar las enfermedades y miserias de
quienes creerían luego en su virtud.
En Lima
Ya desde su infancia se había manifestado en la futura santa su vocación
religiosa y una singular elevación espiritual. Había aprendido música, canto y
poesía de la mano de su madre, que se dedicaba a instruir a las hijas de la
nobleza. Se afirma que estaba bien dotada para las labores de costura, con las
cuales ayudaría a sostener el presupuesto familiar. Con el regreso de la
familia a la capital peruana, pronto destacaría por su abnegada entrega a los
demás y por sus extraordinarios dones místicos.
Por aquel entonces, Lima vivía un ambiente de efervescencia religiosa al que
no fue ajeno Santa Rosa: era una época en que abundaban las atribuciones de
milagros, curaciones y todo tipo de maravillas por parte de una población que
ponía gran énfasis en las virtudes y el ideal de vida cristiano. Alrededor de
sesenta personas fallecieron en "olor de santidad" en la capital
peruana entre finales del siglo XVI y mediados del XVIII. Ello originó una
larga serie de biografías de santos, beatos y siervos de Dios, obras muy
parecidas en su contenido, regidas por las mismas estructuras formales y por
análogas categorías de pensamiento.
En la adolescencia, Santa Rosa se sintió atraída con singular fuerza por el
modelo de la dominica Santa Catalina de Siena (mística toscana del siglo XIV);
siguiendo su ejemplo, se despojó de su atractiva cabellera e hizo voto de
castidad perpetua, contrariando los planes de sus padres, cuya idea era
casarla. Tras mucha insistencia, los padres desistieron de sus propósitos y le
permitieron seguir su vida espiritual. Quiso ingresar en la orden dominica,
pero al no haber ningún convento de la orden en la ciudad, en 1606 tomó el hábito
de terciaria dominica en la iglesia limeña de Santo Domingo.
Nunca llegaría a recluirse en un convento; Rosa siguió viviendo con sus
familiares, ayudando en las tareas de la casa y preocupándose por las personas
necesitadas. Bien pronto tuvo gran fama por sus virtudes, que explayó a lo
largo de una vida dedicada a la educación cristiana de los niños y al cuidado
de los enfermos; llegó a instalar cerca de su casa un hospital para poder
asistirlos mejor. En estos menesteres ayudó al parecer a un fraile mulato que,
como ella, estaba destinado a ser elevado a los altares: San Martín de Porres.
Fueron muy contadas las personas con quienes Rosa llegó a tener alguna
intimidad. En su círculo más estrecho se hallaban mujeres virtuosas como doña
Luisa Melgarejo y su grupo de "beatas", junto con amigos de la casa
paterna y allegados al hogar del contador Gonzalo de la Maza. Los confesores de
Santa Rosa de Lima fueron mayormente sacerdotes de la congregación dominica.
También tuvo trato espiritual con religiosos de la Compañía de Jesús. Es
asimismo importante el contacto que desarrolló con el doctor Juan del Castillo,
médico extremeño muy versado en asuntos de espiritualidad, con quien compartió
las más secretas minucias de su relación con Dios. Dichos consejeros
espirituales ejercieron profunda influencia sobre Rosa.
No sorprende desde luego que su madre, María de Oliva, abominase de la
cohorte de sacerdotes que rodeaban a su piadosa hija, porque estaba segura de
que los rigores ascéticos que ella misma se imponía eran "por ser de este
parecer, ignorante credulidad y juicio de algunos confesores", según
recuerda un contemporáneo. La conducta estereotipada de Santa Rosa de Lima se
hace más evidente aun cuando se repara en que, por orden de sus confesores,
anotó las diversas mercedes que había recibido del Cielo, componiendo así el
panel titulado Escala espiritual. No se conoce mucho acerca de las lecturas de
Santa Rosa, aunque es sabido que encontró inspiración en las obras teológicas
de Fray Luis de Granada.
Últimos años
Hacia 1615, y con la ayuda de su hermano favorito, Hernando Flores de
Herrera, construyó una pequeña celda o ermita en el jardín de la casa de sus
padres. Allí, en un espacio de poco más de dos metros cuadrados (que todavía
hoy es posible apreciar), Santa Rosa de Lima se recogía con fruición a orar y a
hacer penitencia, practicando un severísimo ascetismo, con corona de espinas
bajo el velo, cabellos clavados a la pared para no quedarse dormida, hiel como
bebida, ayunos rigurosos y disciplinas constantes.
Sus biógrafos cuentan que sus experiencias místicas y estados de éxtasis
eran muy frecuentes. Según parece, semanalmente experimentaba un éxtasis
parecido al de Santa Catalina de Ricci, su coetánea y hermana de hábito; se
dice que cada jueves por la mañana se encerraba en su oratorio y no volvía en
sí hasta el sábado por la mañana. Se le atribuyeron asimismo varios dones, como
el de la profecía (según la tradición, profetizó su muerte un año antes); la
leyenda sostiene que incluso salvó a la capital peruana de una incursión de los
piratas.
Santa Rosa de Lima sufrió en ese tiempo la incomprensión de familiares y
amigos y padeció etapas de hondo vacío, pero todo ello fructificó en una
intensa experiencia espiritual, llena de éxtasis y prodigios, como la
comunicación con plantas y animales, sin perder jamás la alegría de su espíritu
(aficionado a componer canciones de amor con simbolismo místico) y la belleza
de su rostro. Llegó así a alcanzar el grado más alto de la escala mística, el
matrimonio espiritual: la tradición cuenta que, en la iglesia de Santo Domingo,
vio a Jesucristo, y éste le pidió que fuera su esposa. El 26 de marzo de 1617
se celebró en la iglesia de Santo Domingo de Lima su místico desposorio con
Cristo, siendo Fray Alonso Velásquez (uno de sus confesores) quien puso en sus
dedos el anillo simbólico en señal de unión perpetua.
Con todo acierto, Rosa había predicho que su vida terminaría en la casa de
su bienhechor y confidente Gonzalo de la Maza (contador del tribunal de la
Santa Cruzada), en la que residió en estos últimos años. Pocos meses después de
aquel místico desposorio, Santa Rosa de Lima cayó gravemente enferma y quedó
afectada por una aguda hemiplejía. Doña María de Uzátegui, la madrileña esposa
del contador, la admiraba; antes de morir, Santa Rosa solicitó que fuese ella
quien la amortajase. En torno a su lecho de agonía se hallaba el matrimonio de
la Maza-Uzátegui con sus dos hijas, doña Micaela y doña Andrea, y una de sus
discípulas más próximas, Luisa Daza, a quien Santa Rosa de Lima pidió que
entonase una canción con acompañamiento de vihuela. La virgen limeña entregó
así su alma a Dios, el 24 de agosto de 1617, en las primeras horas de la
madrugada; tenía sólo 31 años.
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