4 - DE AGOSTO – DOMINGO –
18ª – SEMANA DEL T.O. – B
San Juan María Vianney, Cura de Ars
Lectura del
libro del Éxodo (16,2-4.12-15):
En aquellos días, en el desierto, comenzaron todos a murmurar contra Moisés
y Aarón, y les decían:
«¡Ojalá el Señor
nos hubiera hecho morir en Egipto! Allí nos sentábamos junto a las ollas de
carne, y comíamos hasta hartarnos; pero vosotros nos habéis traído al desierto
para matarnos a todos de hambre.»
Entonces el Señor
dijo a Moisés:
«Voy a hacer que
os llueva comida del cielo. La gente saldrá a diario a recoger únicamente lo
necesario para el día. Quiero ver quién obedece mis instrucciones y quién no.»
Y el Señor se
dirigió a Moisés y le dijo:
«He oído murmurar
a los israelitas. Habla con ellos y diles: "Al atardecer comeréis carne, y
por la mañana comeréis hasta quedar satisfechos. Así sabréis que yo soy el
Señor vuestro Dios."»
Aquella misma
tarde llegaron codornices, las cuales llenaron el campamento; y por la mañana
había una capa de rocío alrededor del campamento. Después que el rocío se hubo
evaporado, algo muy fino, parecido a la escarcha, quedó sobre la superficie del
desierto.
Los israelitas,
no sabiendo qué era aquello, al verlo se decían unos a otros:
«¿Y esto qué es?»
Moisés les dijo:
«Éste es el pan
que el Señor os da como alimento.»
Palabra de Dios
Salmo: 77
R/. El Señor
les dio un trigo celeste
Lo que oímos y aprendimos, lo que nuestros
padres nos contaron, lo contaremos a la futura generación: las alabanzas del Señor, su poder. R/.
Dio orden a las altas nubes, abrió las
compuertas del cielo: hizo llover sobre ellos maná, les dio un trigo celeste. R/.
Y el hombre comió pan de ángeles, les mandó
provisiones hasta la hartura.
Los hizo entrar por las santas fronteras, hasta el monte que su diestra había adquirido. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (4,17.20-24):
En el nombre del Señor os digo y encargo que no viváis más como los paganos,
que viven de acuerdo con sus vanos pensamientos. Pero vosotros no conocisteis a
Cristo para vivir de ese modo, si es que realmente oísteis acerca de él; esto
es, si de Jesús aprendisteis en qué consiste la verdad.
En cuanto a
vuestra antigua manera de vivir, despojaos de vuestra vieja naturaleza, que
está corrompida por los malos deseos engañosos. Debéis renovaros en vuestra
mente y en vuestro espíritu, y revestiros de la nueva naturaleza, creada a
imagen de Dios y que se manifiesta en una vida recta y pura, fundada en la
verdad.
Palabra de Dios
Lectura del
santo evangelio según san Juan (6,24-35):
En aquel tiempo, al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió
a las barcas y se dirigió en busca suya a Cafarnaún.
Al llegar a la
otra orilla del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo
has venido aquí?»
Jesús les dijo:
«Os aseguro que
vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque
habéis comido hasta hartaros.
No trabajéis por
la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna.
Ésta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha
puesto su sello en él.»
Le preguntaron:
«¿Qué debemos
hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?»
Jesús les
contestó:
«La obra de Dios
es que creáis en aquel que él ha enviado.»
«¿Y qué señal
puedes darnos –le preguntaron– para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus
obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la
Escritura: "Dios les dio a comer pan del cielo."»
Jesús les
contestó:
«Os aseguro que
no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el
verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del
cielo y da vida al mundo.»
Ellos le
pidieron:
«Señor, danos
siempre ese pan.»
Y Jesús les dijo:
«Yo soy el pan
que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree,
nunca más tendrá sed.»
Palabra del Señor
Eucaristía e inmortalidad.
- ¿Cuántos miles de veces has comulgado desde que hiciste la Primera
Comunión? - ¿Se ha convertido ya en rutina, aunque seas consciente
de su importancia?
Hablando de otro tema: - ¿Qué piensas de la otra vida? - ¿Eres de los que
dicen: «El pobrecito se ha muerto», como si fuera una desgracia sin
remedio?
-¿Estarías dispuesto, como Gilgamés, el gran héroe mesopotámico, a realizar
un peligroso viaje para conseguir la planta de la inmortalidad, o piensas que
es una tarea absurda e imposible?
A menudo preferimos no hacernos estas preguntas. Es más cómodo esconder la
cabeza, como el avestruz. Pero el autor del cuarto evangelio (san Juan o quien
sea) disfruta amargándonos la vida.
El debate sobre
el pan de vida
El próximo domingo y los tres siguientes se lee el «Debate sobre el pan de
vida», que continúa el tema de la multiplicación de los panes y los peces. El
inconveniente de dividir el debate y sus consecuencias en cuatro domingos es
que se pierde su fuerte tensión dramática. Por ello, considero importante
ofrecer una visión de conjunto, aunque haya que anticipar datos de los próximos
domingos.
Los
interlocutores del debate
Los interlocutores de Jesús, aunque resulte extraño, cambian: al principio
son los galileos que se beneficiaron del milagro de la
multiplicación de los panes; cuando el debate adquiere un tono polémico,
son los judíos quienes «critican» a Jesús y «discuten entre
ellos». Pero su reacción final, cuando termina de hablar Jesús, no se cuenta.
El protagonismo pasa a muchos de sus discípulos [de Jesús],
que «se escandalizan» y lo abandonan. Al final, solo quedan los doce.
Los tres puntos
principales del debate
Los debates y discursos de Jesús en el evangelio de Juan, aunque largos y
complicados, se pueden resumir en pocas ideas. En este podemos distinguir tres,
estrechamente relacionadas.
1. La «vida eterna» (vv.27.40.47.54),
«la vida» (v.33.53), «vivir para siempre» (v.51.58). Es un tema obsesivo del
cuarto evangelio, que comienza afirmando que «el Verbo era vida» y lo
ejemplifica en la resurrección de Lázaro, donde Jesús se muestra como «la
resurrección y la vida». Recuerda lo que decía Miguel de Unamuno: «Con razón,
sin razón, o contra ella, lo que pasa es que no me da la gana de morirme».
2. Esa vida eterna se consigue comiendo «el pan de la vida» (v.35.48.51), «el verdadero pan que da la vida
al mundo» (v.33.51), «el pan que ha bajado del cielo» (v.41.50.58). Al que come
de ese pan, Jesús «lo resucitará en el último día» (vv.39.40.44.54).
3. Los dos temas anteriores están muy vinculados al de la fe en Jesús: «lo que Dios quiere es que creáis en el que ha
enviado» (v.29); «el que cree en mí nunca tendrá sed» (v.35); «el que cree en
mí tiene la vida eterna» (v.47). Por eso, los discípulos que abandonan a Jesús
lo hacen porque «no creían» (v.64); en cambio, los Doce, como afirma Pedro,
«hemos creído y sabemos que tú eres el santo de Dios» (v. 69).
Por consiguiente, al hablar del «pan de vida», la fuerza capital recae en
«la vida», esa vida eterna a la que Jesús nos resucitará en el último día.
Igual que la comida no es un fin en sí misma, sino un medio para subsistir, el
pan eucarístico está directamente enfocado a la obtención de la inmortalidad.
Quien comulga, como algunos corintios, sin creer en la otra vida, no es
consciente de la estrecha relación entre eucaristía y vida eterna.
El desarrollo del
debate y sus consecuencias
En
el texto litúrgico (que suprime el pasaje 6,36-40) podemos distinguir tres
grandes partes (domingos 18, 19, 20), centradas en el diálogo entre Jesús y los
presentes en la sinagoga de Cafarnaúm. Todo termina con la reacción tan
distinta de muchos discípulos y de los Doce (domingo 21).
La primera parte (domingo 18), que desarrollaré luego, termina con una revelación inimaginable por
parte de Jesús: «Yo soy el pan de vida», «el que baja del cielo y da la vida al
mundo».
La segunda (domingo 19) comienza
con la reacción crítica de los judíos ante la pretensión de
Jesús de haber bajado del cielo. Imposible: conocen a su padre y a su madre.
Pero él termina con una afirmación más desconcertante aun: «el pan que yo daré
es mi carne».
La tercera (domingo 20) empalma
con la afirmación anterior: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?» Los
judíos llevan razón. Parece imposible, absurdo. Jesús no lo explica ni matiza.
Insiste en que comer su carne y beber su sangre es la única forma de conseguir
la vida eterna.
Con lo anterior termina del debate, sin que se diga cómo reaccionan los
judíos. Pero sí se añade la reacción de los discípulos
(domingo 21), distinguiendo entre el escándalo de mucho de ellos y la
respuesta positiva de los Doce.
Notas al
debate
1.- Aunque las ideas
puedan resultar claras, son difíciles de aceptar. La reacción normal de los
oyentes es que les están tomando el pelo, que Jesús está loco, o que es un
blasfemo. Una persona a la que conocen de pequeño, igual que a su familia,
tiene que haberse vuelto loca para decir que ha bajado del cielo, que es
superior a Moisés, que el que viene a él no tendrá nunca hambre ni sed, que es
preciso comer su cuerpo y beber su sangre, como si ellos fuesen caníbales.
2.- Jesús recurre a la
ironía («me buscáis porque os hartasteis de comer»), al escándalo (rebajando la
importancia del maná) y a expresiones simbólicas desconcertantes (comer su
carne y beber su sangre). Con ello pretende lo contrario que los políticos
actuales: que solo lo siga un grupo selecto, aquellos que «le trae el Padre».
Este enfoque desconcertante del cuarto evangelio se basa probablemente en la
experiencia posterior a la muerte de Jesús, y pretende explicar por qué la
mayoría de los judíos no lo aceptó como enviado de Dios.
3.- El debate no
reproduce lo ocurrido al pie de la letra, es elaboración del autor del cuarto
evangelio. Él sabe que sus lectores, su comunidad, entenderá rectamente los
símbolos. Cuando Jesús dice que «mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre
verdadera bebida», que hay que comer su cuerpo y beber su sangre, saben que no
se trata de comer un trozo de su brazo o beber un vaso de su sangre; se refiere
a la eucaristía, al pan y la copa de vino que comparten.
4.- Desde un punto de
vista pastoral, si el tema ya era complicado y escandaloso para muchos
discípulos, los teólogos se han encargado de complicarlo aún más con el
concepto de «transubstanciación». El que tenga dificultades sobre este punto podría
acogerse a las palabras finales de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú
tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo
de Dios». Y que los teólogos sigan discutiendo.
1ª lectura
(Ex 16, 2-4.12-15)
Ya que el evangelio hace referencia al don del maná, se lee la versión del
libro de los Números, que lo une al de las codornices (pan y carne). Hay otra
versión muy distinta del maná, nada milagrosa, en el libro de los Números
11,7-9. En este relato, el pueblo está harto de no comer más que maná. Y se
añade: «El maná se parecía a semilla de coriandro con color de bedelio; el
pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machacaban en el
almirez, lo cocían en la olla y hacían con ello hogazas que sabían a pan de
aceite. Por la noche caía el rocío en el campamento y encima de él, el maná».
Sin embargo, la versión que terminó
imponiéndose fue la milagrosa, de un alimento que envía Dios desde el cielo, no
cae los sábados para respetar el descanso sabático, todos recogen lo mismo,
sabe a galletas de miel, y es tan maravilloso que hay que conservar dos litros
en el Arca de la Alianza. Estos detalles han sido suprimidos en la versión
litúrgica, que, sin embargo, mantiene a las codornices; podría haberlas dejado
volando y nadie las echaría de menos.
Evangelio (Jn
6, 24-35)
La introducción ha suprimido muchos datos. Después de
la multiplicación de los panes y los peces, los discípulos se marchan en la
barca mientras Jesús se retira al monte huyendo del deseo de la gente de
hacerlo rey. Por la noche, cuando la barca está en peligro por un viento en
contra, Jesús se aparece caminando sobre el agua, sube a la barca y al punto
llegan a tierra. Lo anterior se ha suprimido. El relato comienza cuando la
gente advierte la ausencia de Jesús y de los discípulos y va a Cafarnaúm en su
busca.
Empieza entonces el largo debate. La sección de hoy consta de
cuatro intervenciones de la gente (tres preguntas y una petición), seguidas de
cuatro respuestas de Jesús.
Todo comienza con una pregunta muy sencilla: «Maestro, ¿cuándo
has venido aquí?» Jesús, en vez de responder a la pregunta, hace un suave
reproche («me buscáis porque os hartasteis de comer») y les habla del alimento
que dura hasta la vida eterna. Lo lógico sería que la gente preguntase cómo se
consigue ese alimento; en cambio, pregunta cómo pueden hacer lo que Dios
quiere. Y Jesús responde: lo que Dios quiere es que crean en aquel que ha
enviado. Los galileos captan que Jesús habla de creer en él, y adoptan una
postura más exigente: para creer en él deberá realizar un gran prodigio, como
el del maná. Con la referencia al maná le ponen a Jesús el tema en bandeja.
Enfrentándose a la tradición que presenta el maná como «pan del cielo» y «pan
de ángeles», Jesús dice que el maná no se puede comparar con el verdadero pan
del cielo, que no se limita a saciar el hambre, sino que da la vida al mundo.
Los galileos reaccionan de forma parecida a la samaritana: «Señor, danos
siempre de ese pan». La respuesta de Jesús no puede ser más
desconcertante: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá
hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás.» ¿Cómo reaccionará la gente?
La solución el domingo próximo.
San Juan María Vianney, Cura de Ars
Martirologio Romano: Memoria de san Juan María Vianney,
presbítero, que durante más de cuarenta años se entregó de una manera admirable
al servicio de la parroquia que le fue encomendada en la aldea de Ars, cerca de
Belley, en Francia, con una intensa predicación, oración y ejemplos de
penitencia. Diariamente catequizaba a niños y adultos, reconciliaba a los
arrepentidos y con su ardiente caridad, alimentada en la fuente de la
Eucaristía, brilló de tal modo, que difundió sus consejos a lo largo y a lo
ancho de toda Europa y con su sabiduría llevó a Dios a muchísimas almas
(†1859).
Breve Biografía
Uno
de los santos más populares en los últimos tiempos ha sido San Juan Vianney,
llamado el santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo que dijo San Pablo:
"Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo, para confundir a
los grandes".
Era
un campesino de mente rústica, nacido en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de
1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió
ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para poder asistir
a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas, donde los
agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los
que se atrevieran a practicar en público su religión. La primera comunión la
hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna, a escondidas, en un
pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que iban
a alimentar sus ganados, pero el objeto de su viaje era asistir a la Santa Misa
que celebraba un sacerdote, con grave peligro de muerte, si los sorprendían las
autoridades.
Juan
María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba perder este buen
obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo. Además, no era
fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como estaban en
guerra, Napoléon mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17 años y
llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo
llevaron para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar,
se perdió del grupo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo
llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los demás
se habían ido. Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a
alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre que le dijo. "Sígame,
que yo lo llevaré a donde debe ir". Lo siguió y después de mucho caminar
se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía del ejército, y que se
encontraban totalmente lejos del batallón.
Y al
llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a contarle su caso. La
ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército. Pero el alcalde que
era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y lo puso a dormir en un pajar,
y así estuvo trabajando escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y
escondiéndose muy hondo entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí
grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de desertor
el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a todos los que se
habían fugado del ejército, y Vianney pudo volver otra vez a su hogar.
Trató
de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y duro, y no lograba
aprender nada. Los profesores exclamaban: "Es muy buena persona, pero no
sirve para estudiante No se le queda nada". Y lo echaron.
Se
fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San Francisco Regis,
viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para poder estudiar. Con
la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero adquirió valor para no
dejarse desanimar por las dificultades. El año siguiente, recibió el sacramento
de la confirmación, que le confirió todavía mayor fuerza para la lucha; en él
tomó Juan María el nombre de Bautista.
El
Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y allí recibió a
Vianney. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a este pobre
muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba, Pero su conducta era
tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables que el buen
Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo llegar al
sacerdocio.
Después
de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días, el Padre Balley lo
presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue capaz de responder a
las preguntas que esos profesores tan sabios le iban haciendo. Resultado:
negativa total a que fuera ordenado de sacerdote.
Su
gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó a donde
sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba preparado
para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen criterio,
que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus
apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr.
Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianney es
de buena conducta? - Ellos le respondieron: "Es excelente persona. Es un
modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más
santo" "Pues si así es - añadió el prelado - que sea ordenado de
sacerdote, pues, aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios
suplirá lo demás".
Y así
el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven que parecía tener
menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el
más famoso párroco de su siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan
Bosco). Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su
gran amigo y admirador.
Unos
curitas muy sabios habían dicho por burla: "El Sr. Obispo lo ordenó de
sacerdote, pero ahora se va a encartar con él, porque ¿a dónde lo va a enviar,
que haga un buen papel?".
Y el
9 de febrero de 1818 fue enviado a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba
Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían sino un hombre y
algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: "Las gentes de esta parroquia
en lo único en que se diferencian de los ancianos, es en que ... están
bautizadas". El pueblucho estaba lleno de cantinas y de bailaderos. Allí
estará Juan Vianney de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo
transformará todo.
El
nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para cambiar a las gentes
de su desarrapada parroquia. Rezar mucho. Sacrificarse lo más posible, y hablar
fuerte y duro. ¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él reemplazaba esa
falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la oración ante el Santísimo
Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos?
Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes penitencias para
convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas
papas cocinadas. Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran
hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual se
alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los
bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que
él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí
si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus
feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el
diablo quiere perderlos.
Cuando
el Padre Vianney empieza a volverse famoso muchas gentes se dedican a
criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones, y le diga
que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve trayendo
noticias malas y buenas.
El
prelado le pregunta: "¿Tienen algún defecto los sermones del Padre
Vianney? - Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo,
son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas: los
pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo". - ¿Y
tienen también alguna cualidad estos sermones? - pregunta Monseñor-. "Si,
tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y
empiezan una vida más santa de la que llevaban antes".
El
Obispo satisfecho y sonriente exclamó: "Por esa última cualidad se le
pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos".
Los
primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas leyendo y estudiando,
para preparar su sermón del domingo. Luego escribía. Durante otras tres o más
horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los árboles y al ganado,
para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas y horas ante el
Santísimo Sacramento en el altar, encomendando al Señor lo que iba decir al
pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le olvidaba todo lo
que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba impresionantes
conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.
Pocos
santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el demonio como San
Juan Vianney. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al ver cuantas almas
le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin compasión. Lo derribaba
de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación. Lo despertaba con
ruidos espantosos. Una vez le gritó: "Faldinegro odiado. Agradézcale a esa
que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al abismo".
Un
día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jóvenes dijeron que eso de
las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre Vianney. El párroco
los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba a pasar la noche el
famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y los espantos
diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no se atrevieron
a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo cura. Pero él
lo tomaba con toda calma y con humor y decía: "Con el patas hemos tenido
ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches". Pero no dejaba
de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.
Cuando
concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote, escribieron: "Que
sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para
ese oficio". Pues bien: ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo
mejor que los que sí tenían mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que
vale son las iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que
nos infla y nos llena de tonto orgullo.
Tenía
que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el invierno y 16 durante
el verano. Para confesarse con él había que apartar turno con tres días de
anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones impresionantes.
Desde
1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de distintas regiones de
Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianney. El último año de su vida
los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a la casa cural había
varios hoteles donde se hospedaban los que iban a confesarse.
A las
12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de
la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de
penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis
de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar los salmos de su
devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete celebraba el santo
oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho de la mañana se
tomara una taza de leche.
De
ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de catecismo para todas
las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran palabras muy sencillas que
le hacían inmenso bien a los oyentes.
A las
doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a
visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba con las limosnas que
la gente había traído. Por la calle la gente lo rodeaba con gran veneración y
le hacían consultas.
De
una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la confesión eran
muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía
los pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en combatir la
borrachera y otros vicios.
En
el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a congelar de
frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía confesando
como si nada estuviera sufriendo. Decía: "El confesionario es el ataúd
donde me han sepultado estando todavía vivo". Pero ahí era donde conseguía
sus grandes triunfos en favor de las almas.
Por
la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo levantarse a las
doce de la noche y seguir confesando.
Cuando
llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió solamente había un
hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas y bailaderos.
En
Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco tan santo.
Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y cosechaba poco.
Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los domingos y las cosechas
se volvieron mucho mejores.
Siempre
se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A
un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildísima
pidiéndole perdón por todo, como si él hubiera sido quién hubiera ofendido al
otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca se lo quiso
poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no se la quiso
colocar. Decía con humor: "Es el colmo: el gobierno condecorando a un
cobarde que desertó del ejército". Y Dios premió su humildad con
admirables milagros.
El
4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.
Fue
beatificado el 8 de enero de 1905 por el Papa San Pío X, y canonizado por S.S.
Pío XI el 31 de mayo de 1925.
Fuente: EWTN.com
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