18 - DE AGOSTO
– DOMINGO –
20ª – SEMANA DEL T.O. – B
Santa Elena de Constantinopla
Lectura del Libro de los Proverbios 9,
1-6
La sabiduría se ha hecho una casa, ha labrado siete columnas,
ha sacrificado víctimas, ha mezclado el vino y ha preparado la mesa.
Ha enviado a sus criados a anunciar en
los puntos que dominan la ciudad:
«Vengan aquí los inexpertos»; y a
los faltos de juicio les dice: «Venid a
comer de mi pan, a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y
viviréis, seguid el camino de la inteligencia».
Palabra de Dios
Salmo. 33, 2-3. 10-11. 12-13. 14-15 R/.
Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en
mi boca; mi alma se gloría en el Señor: Que los humildes lo escuchen y se
alegren. R/.
Todos sus santos, temed al Señor, porque nada les falta a los
que lo temen; los ricos empobrecen y pasan hambre,
los que buscan al Señor no carecen de nada. R/.
Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor; ¿Hay
alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? R/.
Guarda tu lengua del mal, tus labios, de la falsedad; apártate
del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella. R/.
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los
Efesios 5, 15-20
Hermanos:
Fijaos bien cómo andáis; no seáis
insensatos, sino sensatos, aprovechando la ocasión, porque vienen días malos.
Por eso, no estéis aturdidos, daos
cuenta de lo que el Señor quiere.
No os emborrachéis con vino, que lleva al
libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu.
Recitad entre vosotros salmos, himnos y
cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor.
Dad siempre gracias a Dios Padre por
todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Palabra de Dios
Lectura del santo Evangelio según San
Juan 6, 51-58
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
«Yo soy el pan vivo que ha bajado
del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es
mi carne para la vida del mundo».
Disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede este darnos a comer su
carne?».
Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si
no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en
vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi
sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre
habita en mí y yo en él.
Como el Padre que vive me ha enviado, y
yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo:
no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan
vivirá para siempre».
Palabra del Señor
El sagrario somos nosotros.
Un final duro y sorprendente (Evangelio:
Juan 6, 51-58)
Llegamos al final del discurso
del pan de vida. El domingo pasado, Jesús terminó diciendo: «Yo soy el pan
del cielo… el pan que yo daré es mi carne». Como en las series de
televisión, el pasaje de hoy comienza repitiendo ese final, para recordarnos
dónde estamos y entender la reacción de los judíos: «¿Cómo puede
éste darnos a comer su carne?». Es la pregunta que se haría cualquier persona
normal, incluso la predispuesta a favor de Jesús. Pero él no responde a esta
pregunta. Los oyentes o lectores cristianos del discurso saben la respuesta: no
se trata de comer un trozo del cuerpo de Jesús, sino de comer el pan
eucarístico. Pero el autor del cuarto evangelio no lo dice, prefiere que el
lector experimente la misma duda que los judíos.
En
una lectura precipitada, parece que esta última parte del discurso no ofrece
ninguna novedad, que se limita a repetir la promesa de la vida eterna para
quien coma «el pan que ha bajado del cielo».
Sin embargo, hay aspectos nuevos e
importantes.
1. Beber la sangre. Hasta ahora, solo se ha hablado del pan. En esta sección final se hace
referencia cuatro veces a la sangre, verdadera bebida, igual que el pan es
verdadera comida. Dado la relación del discurso con la eucaristía, esta
referencia era imprescindible. La iglesia primitiva siempre recordó el doble
gesto de Jesús durante la última cena: al comienzo, partiendo el pan; al final,
bendiciendo y pasando la copa. Pan y vino son esenciales. Un discurso sobre la
eucaristía no puede dejar de mencionar la sangre, el vino.
2. La dureza del lenguaje. Hasta ahora,
el discurso ha sido polémico y ha provocado discusión y rechazo. Jesús, en vez
de echarse atrás e intentar justificar sus expresiones, usa fórmulas
escandalosas que se prestan a ser interpretadas como canibalismo: «Mi
carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». Hay que comerla y
beberla. Sin explicación alguna ni matices. ¿Por qué? Jesús no quiere
seguidores inconscientes y rutinarios. En los evangelios sinópticos hay otras
muchas expresiones suyas, durísimas, desanimando a seguirlo a quienes no estén
dispuestos a cargar con la cruz, a renunciar a todo, a abandonar al padre y a
la madre… En una línea distinta, estas palabras del discurso son también una
forma de seleccionar a sus seguidores, como quedará claro el próximo domingo.
3. La vida. La repetición frecuente de «la vida
eterna» y de «yo lo resucitaré en el último día» parece sugerir
que es algo que solo se consigue después de la muerte. Ahora se deja claro
que «el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna». La tiene
ya, ahora, antes de morir. Sin decirlo expresamente, el texto supone que hay
dos formas de vida: la normal, física, y la espiritual o eterna. La primera la
tienen todos los seres humanos; la segunda, quienes comen el cuerpo y la sangre
de Jesús. ¿En qué consiste esa vida?
4. Jesús dentro de nosotros. La respuesta la ofrecen estas
palabras: «El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y
yo en él». Es la única vez que aparece este tema en el discurso, que
recuerda la experiencia de Pablo: «Vivo yo, pero no yo; es Cristo quien
vive en mí». Pero la imagen que mejor puede expresarlo es la del feto en el
vientre de su madre: habita en ella, y ella en él. Esa intimidad absoluta y
misteriosa es la que se produce en la eucaristía. Y esa presencia de Jesús en
los que comulgamos no termina al cabo de un cuarto de hora, como nos enseñaban
a veces de niño. Una educación religiosa bienintencionada, pero deficiente,
hace pensar a muchos que Jesús está principalmente en el sagrario, olvidando
que está dentro de nosotros tan realmente como allí.
5. El final. Tras las cuatro intervenciones de la
gente al comienzo del discurso y las dos preguntas escandalizadas que
encontramos más tarde, resulta curioso que el autor no diga nada de la reacción
del auditorio, de los judíos. Todo termina con unas palabras
suprimidas por la liturgia: «Esto dijo [Jesús] enseñando en la sinagoga de
Cafarnaúm». Quien prescindió de estas palabras no debería aprobar un examen
sobre el cuarto evangelio. Son esenciales para distinguir la reacción de los
judíos (el silencio, no discuten más) y la de los discípulos de Jesús, que
leeremos el próximo domingo.
Jesús y la Sabiduría como
anfitriones (1ª lectura: Proverbios 9,1-6)
Ninguno
de nosotros se extraña de ver a la justicia representada como una mujer con los
ojos vendados, una espada en la mano derecha y una balanza en la izquierda. En
los últimos siglos antes de Jesús, algunos autores bíblicos, para oponerse a la
idea griega de que la sabiduría es algo humano, y reside especialmente en
Atenas, comenzaron a presentarla como una criatura de Dios, que lo acompaña
desde el momento de la creación y termina residiendo en Jerusalén. La primera
lectura la describe como una gran señora que construye un palacio, prepara un
banquete, e invita a los jóvenes a compartir su pan y su vino, su sabiduría y
su enseñanza, que les darán la vida.
Los cristianos aplicaron estas imágenes
e ideas a Jesús. Él es la verdadera sabiduría de Dios, que baja del cielo y
reside entre nosotros, como dice el prólogo de Juan. Es lógico que se haya
elegido este breve fragmento del libro de los Proverbios como primera lectura
(en este caso debo reconocer, sin que sirva de precedente, el acierto de
quienes seleccionaron los textos). Habla de comer mi pan y
beber del vino, y de conseguir la vida.
Indico, no
obstante, dos diferencias entre este texto y el evangelio.
1.
La Sabiduría invita solamente a los jóvenes. Cosa lógica,
porque es presentada como una maestra que enseña a «sus hijos», sus
discípulos, a comportarse rectamente. Jesús invita a todos.
2. El pan y el vino de la Sabiduría no
dan la vida; la vida la da la prudencia: «Dejad de ser imprudentes y
viviréis». El simbolismo del evangelio es más fuerte: la sabiduría no se
adquiere a través de una serie de enseñanzas, se come y bebe y termina
habitando dentro de nosotros.
La sabiduría cotidiana del
cristiano (2ª lectura: Efesios 5,15-20)
Por pura casualidad, porque la segunda
lectura nunca se elige por relación con la primera ni con el evangelio, existe
un punto de contacto con los Proverbios. También aquí se exhorta a la
inteligencia y la sensatez, a no actuar neciamente. Y la forma de vivir de acuerdo
con la voluntad de Dios se concretas en dos datos: 1) No llenarse de vino. 2)
Llenarse del Espíritu Santo, cantando, alabando y dando gracias a Dios.
Santa Elena de
Constantinopla
Viuda, madre del Emperador Constantino -
(† 329)
Nació Elena en una pobre casita de Deprano,
en Nicomedia, bajo los poderes de los césares de Roma. Era pobre pero muy
bella. Su juventud ciertamente que no fue entre flores y agasajos, ya que se
veía obligada a limpiar la casa y a hacer la comida para sus padres y hermanos.
Elena era pagana, como paganos eran sus
padres, pero adornaban su alma un cúmulo de virtudes que la predisponían a
recibir cuando llegase la hora la gracia del Evangelio. Ella veía con ojos
horripilantes aquellas persecuciones tan sangrientas contra los pobres
cristianos solamente por no pertenecer a la religión romana. Eran buenos,
sencillos, trabajadores, honrados, no se metían con nadie. "¿Por qué
matarles?" -se preguntaba Elena-.
Cuando ya tenía unos veinte años floridos o
poco más, aconteció que pasó cerca de ella el flamente general Constancio
Cloro, que era de familia noble y muy querido del Emperador Maximino. Se
enamoraron y se casaron. Fruto de aquel matrimonio nacía el 27 de febrero del
274 en Naissus -Dardania-, el futuro y gran general y Emperador Constantino.
Todo iba bien hasta que el 1 de marzo de 293 hubo un gran cambio en la vida de
Elena: Diecleciano y Maximino nombran como Césares de sus respectivos reinos a
Galerio y a Constancio. A éste le obligan que para ello debe repudiar a Elena y
casarse con la hijastra de Maximino. Como el poder y la arrogancia no tienen
límites, esto hace Constancio. La pobre Elena queda sin amparo ya que hasta su
mismo hijo, lo que más amaba en su vida, se lo lleva su padre para que le siga
en las correrías militares.
La vida de Elena durante este tiempo es de
meditación, de vida ejemplar y de obras de caridad aunque todavía no conoce la
religión de Cristo.
El 25 de julio del 306 muere Constancio
Cloro. Le acompaña su hijo Constantino. Eusebio de Cesarea cuenta el milagroso
evento: Durante la batalla de Saxa Rubra, al atardecer, vio Constantino como
una especie de "Lábaro", en el que había pintada una cruz de la que
salían rayos de luz y un letrero que decía: "Con esta señal
vencerás". Este portento lo vio todo el ejército junto con su general. Por
la noche en sueños se le aparece a Constantino el mismo prodigio. Manda hacer
este estandarte como se le había indicado. Da comienzo la batalla. Va a la
cabeza el lábaro milagroso y... la victoria del 28 de octubre del 312 fue un
hecho. Sobre el puente Milvio queda derrotado Majencio y entra como único
emperador de Roma Constantino.
Santa Elena quizá cuando esto sucede ya era
cristiana. Ella fue asimilando poco a poco las sublimidades de la fe cristiana
y se abrazó de lleno a ellas y por ellas luchó con denuedo toda su vida. Su
hijo, aunque mucho trabajó por la extensión de la fe cristiana y a él se debe
el célebre Edicto de Milán del 313, por el que se permitía la religión
cristiana, parece que sólo recibió el bautismo a la hora de la muerte.
A ella, a Santa Elena, se
atribuye también la historia o leyenda de la Invención de la Santa Cruz. Tanto
era el amor que sentía hacia Jesucristo que no podía sufrir que este
instrumento de nuestra salvación permaneciera -todavía después de cuatro
siglos- enterrado y no dignamente venerado por los cristianos. Y a sus cerca de
setenta años se dirigió a Jerusalén para descubrir el paradero de la Santa
Cruz. Y... su fe dio con ella al realizarse por medio de este bendito Leño el
milagro de curar repentinamente a una mujer moribunda.
Realizados sus deseos volvió a Roma al lado
de su hijo y le ayudó a que éste diera su paso definitivo de hacerse cristiano.
Santa Elena pasó santamente sus últimos días hasta que se durmió en el Señor
por el año 329.
Ramillete espiritual:
«Y ya no estoy en el mundo; más éstos
están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos
en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros.»
Jn 17, 11
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