16 DE
SEPTIEMBRE - SÁBADO –
23ª - SEMANA DEL T. O.-A
Evangelio según san Lucas 6,43-49
En aquel tiempo,
decía Jesús a sus discípulos:
"No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que
dé fruto sano. Cada árbol se conoce por
su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de
los espinos.
El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el
bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón,
lo habla la boca.
- ¿Por qué me llamáis "Señor, Señor", y no hacéis lo
que digo? El que se acerca a mí, escucha
mis palabras y las pone por obra, os voy a decir a quién se parece: se parece a
uno que edificaba su casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una
crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearía, porque
estaba sólidamente construida.
El que escucha y no pone por obra se parece a uno que edificó una
casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y enseguida se
derrumbó desplomándose".
1. Estas
palabras de Jesús, tal como han quedado
aquí recogidas por el evangelio de Lucas, tienen una importancia extraordinaria, y son de una actualidad
palpable,
para fijar los criterios del comportamiento
humano, es decir, los criterios de la ética. Porque, si algo necesitamos
todos los humanos, en este momento, es precisamente encontrar y aceptar unos
principios éticos en los que todos podamos coincidir.
En un
mundo globalizado, necesitamos con
urgencia
una ética también globalizada. Está demostrado que las ideas (políticas, económicas,
filosóficas, religiosas) y las convicciones (sobre todo si se ven reforzadas
por lo absoluto de la religión) son más fuertes que los ejércitos y sus
armamentos.
2. Así
las cosas, nos urge encontrar una ética que supere el criterio del bien y del
mal. Porque han sido los poderosos y los dominadores quienes, en todos los
tiempos, han determinado lo que está bien y lo que está mal.
Lo que ha desembocado en el más insoportable relativismo
y escepticismo (1. Habermas, K. O. Apel) que es apremiante superar mediante una
concepción
nueva
de la ética, en la que todos podamos coincidir.
Mientras no coincidamos, siquiera mínimamente, en una ética que marque los comportamientos de
todos, estamos abocados a una violencia creciente, cada día más peligrosa.
3. El
criterio ético, que aquí propone el Evangelio, es muy claro: el comportamiento
ético se mide y se enjuicia por los resultados que produce. No vale tener
principios excelsos, normas a las que nos sometemos, verdades absolutas...
Lo decisivo es ver qué resultados se siguen de
nuestro comportamiento. Para ello, como bien ha indicado R. Rorty, es determinante
fomentar una
"educación
sentimental", haciendo viable la mayor sensibilidad de los humanos ante el
dolor y el sufrimiento de los demás, por más extraños que nos
sean
o resulten.
Nunca podrán ser "buenos frutos",
para nadie, la humillación, el desprecio, la soledad, la inseguridad, el miedo,
el atropello de los propios derechos y del propio bienestar.
SAN CORNELIO, papa y SAN CIPRIANO, obispo
San Cornelio. Papa. Año
253.
Cornelio
significa: "fuerte como un cuerno".
Este
Pontífice fue martirizado en la persecución del emperador Decio en el año 253.
Su
Pontificado se vió amargado por la rebelión de un hereje llamado Novaciano que
proclamaba que la Iglesia Católica no tenía poder para perdonar pecados y que
por lo tanto el que alguna vez hubiera renegado de su fe, nunca más podía ser
admitido en la Santa Iglesia.
El
hereje afirmaba también que ciertos pecados como la fornicación e impureza y el
adulterio, no podían ser perdonados jamás. El Papa Cornelio se le opuso y
declaró que si un pecador se arrepiente en verdad y quiere empezar una vida
nueva de conversión, la Santa Iglesia puede y debe perdonarle sus antiguas
faltas y admitirlo otra vez entre los fieles. A San Cornelio lo apoyaron San
Cipriano desde Africa y todos los demás obispos de occidente.
El
gobierno del perseguidor Decio lo desterró de Roma y a causa de los sufrimientos
y malos tratos que recibió, murió en el destierro, como un mártir.
San Cipriano. Obispo de
Cartago y mártir. Año 258.
San
Cipriano. Este fue el Santo más importante del África y el más brillante de los
obispos de este continente, antes de que apareciera San Agustín.
Había
nacido en el año 200 en Cartago (norte de África) y se dedicó a la labor de
educador, conferencista y orador público. Tenía una inteligencia privilegiada,
una gran habilidad para hablar en público, y una personalidad brillante y
simpática que le conseguía un impresionante ascendiente sobre los demás.
Llegado
a la mayoría de edad se convirtió al cristianismo por el ejemplo y las palabras
de un santo sacerdote llamado Cecilio. Se hizo bautizar y una vez bautizado
hizo el juramento de permanecer siempre casto, y de no contraer matrimonio
(celibato se llama a este modo de vivir). A las gentes les llenó de admiración
el tal voto o juramento, porque esto no se acostumbraba en aquellos tiempos.
Desde
su conversión, descubrió Cipriano que la S. Biblia contiene tesoros
maravillosos de buenas enseñanzas y se dedicó con toda su brillante
inteligencia a estudiar este Libro Santo y a leer los comentarios que los
antiguos santos habían escrito, respecto de la Sagrada Escritura. Hizo el
sacrificio de renunciar a sus literatos mundanos que tanto le agradaban antes,
y en adelante ya nunca citará ni siquiera una frase de un autor que no sea
cristiano católico. Escribió un comentario acerca del Padrenuestro, tan bello,
que hasta ahora no ha sido superado por otro autor.
Fue
ordenado sacerdote, y en el año 248 al morir el obispo de Cartago, el pueblo y
los sacerdotes aclamaron a Cipriano como el más digno para ser el nuevo obispo
de la ciudad.
Él se
resistía y quería huir o esconderse, pero al fin se dio cuenta de que era
inútil oponerse al querer popular y aceptó tan importante cargo, diciendo:
"Me parece que Dios ha expresado su voluntad por medio del clamor del
pueblo y de la aclamación de los sacerdotes". Y llegó a ser el más
importante de todos los obispos que tuvo Cartago.
Un
escritor de ese tiempo dejó este retrato de la bondad y venerabilidad de
Cipriano: "Era majestuoso y venerable, inspiraba confianza a primera vista
y nadie podía mirarle sin sentir veneración hacia él. Tenía una agradable mezcla
de alegría y venerabilidad, de manera que los que lo trataban no sabían qué
hacer más: si quererlo o venerarlo, porque merecía el más grande respeto y el
mayor amor".
En el
año 251 el emperador Decio decreta una terrible persecución contra los
cristianos. Le interesaba sobre todo acabar con los obispos y destruir los
libros sagrados. Y para que el mal a la religión sea mayor invita a todos los
que quieren renegar de la religión cristiana a que quemen incienso ante los
dioses y ya con eso quedan perdonados. Muchísimos caen en esta trampa, y con
tal de no perder sus bienes, su libertad y su vida misma, queman incienso ante
las imágenes de los ídolos paganos, y reniegan de la santa religión. El mal es
inmenso.
Cipriano,
con gran prudencia, viendo que lo que primero buscan es acabar con todos los
jefes de la Iglesia, huye y se esconde, pero desde su escondite envía continuas
cartas a los creyentes invitándolos a no abandonar la religión por nada en la
vida. Los paganos recorren las calles de Cartago gritando: "Pedimos que
Cipriano sea echado a los leones". Pero no lo lograron encontrar para
echarlo a las fieras.
Hubo un
corto período de paz y Cipriano volvió a su cargo de obispo. Pero encontró que
algunos aceptaban sin más en la Iglesia a los que habían apostatado de la
religión, sin exigirles hacer penitencia de ninguna clase. Se opuso a esta
relajación y en adelante a todo renegado que quiso volver a la Iglesia le
exigió que hiciera antes cierto tiempo de penitencia. Así preparaba a los
creyentes para que en las próximas persecuciones no se dejaran dominar por el
miedo y no renegaran tan fácilmente de sus creencias. Muchos se oponían a esta
severidad, pero era necesaria para prevenir el peligro de apostatas en la
próxima persecución que ya se avecinaba. Y sucedió que cuando vinieron después
las más espantables persecuciones, los cristianos prefirieron morir antes que
quemar incienso a los dioses de los paganos. Y fueron mártires gloriosos.
El año
252, llega la peste de tifo negro a Cartago y empiezan a morir cristianos por
centenares y quedan miles de huérfanos. El obispo Cipriano se dedica a repartir
ayudas a los que han quedado en la miseria. Vende todo lo más valioso que hay en
su casa episcopal, y pronuncia unos de los sermones más bellos que se han
compuesto en la Iglesia Católica acerca de la limosna. Todavía hoy al leer tan
emocionantes sermones, siente uno un deseo inmenso de dedicarse a ayudar a los
necesitados. Sus oyentes se conmovieron al escucharle tan impresionantes
enseñanzas y fueron generosísimos en auxiliar a las víctimas de la epidemia.
El año
257 el emperador Valeriano decretó una violentísima persecución contra los
cristianos. Pena de destierro para todo creyente que asistiera a un acto de
culto cristiano, y pena de muerte para cualquier obispo o sacerdote que se
atreviera a celebrar una ceremonia religiosa. A Cipriano le decretan en el año
157 pena de destierro, pero como donde quiera que vaya sigue celebrando
ceremonias religiosas, en el año 258 le decretan pena de muerte. Se conservan
las actas de la última audiencia que los jueces le hicieron para condenarlo al
martirio. Son muy interesantes. Dicen así:
El
juez: El emperador Valeriano ha dado órdenes de que no se permite celebrar
ningún otro culto, sino el de nuestros dioses. Ud. ¿Qué responde?
Cipriano:
Yo soy cristiano y soy obispo. No reconozco a ningún otro Dios, sino al único y
verdadero Dios que hizo el cielo y la tierra. A El rezamos cada día los
cristianos.
El 14
de septiembre una gran multitud de cristianos se reunió frente a la casa del
juez. Este le preguntó al mártir: "¿Es usted el responsable de toda esta
gente?
Cipriano:
Si, lo soy.
El
juez: El emperador le ordena que ofrezca sacrificios a los dioses.
Cipriano:
No lo haré nunca.
El
juez: Píenselo bien.
Cipriano:
Lo que le han ordenado hacer, hágalo pronto. Que en estas cosas tan importantes
mi decisión es irrevocable, y no va a cambiar.
El juez
Valerio consultó a sus consejeros y luego de mala gana dictó esta sentencia:
"Ya que se niega a obedecer las órdenes del emperador Valeriano y no
quiere adorar a nuestros dioses, y es responsable de que todo este gentío siga
sus creencias religiosas, Cipriano: queda condenado a muerte. Le cortarán la
cabeza con una espada".
Al oír
la sentencia, Cipriano exclamó: ¡Gracias sean dadas a Dios!
Toda la
inmensa multitud gritaba: "Que nos maten también a nosotros, junto con
él", y lo siguieron en gran tumulto hacia el sitio del martirio.
Al
llegar al lugar donde lo iban a matar Cipriano mandó regalarle 25 monedas de
oro al verdugo que le iba a cortar la cabeza. Los fieles colocaron sábanas blancas
en el suelo para recoger su sangre y llevarla como reliquias.
El
santo obispo se vendó él mismo los ojos y se arrodilló. El verdugo le cortó la
cabeza con un golpe de espada. Esa noche los fieles llevaron en solemne
procesión, con antorchas y cantos, el cuerpo del glorioso mártir para darle
honrosa sepultura.
A los
pocos días murió de repente el juez Valerio. Pocas semanas después, el
emperador Valeriano fue hecho prisionero por sus enemigos en una guerra en
Persia y esclavo prisionero estuvo hasta su muerte.
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