30
DE SEPTIEMBRE - SÁBADO
25ª- SEMANA DEL T. O. -A
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 9, 43
b-45
En aquel tiempo, entre la admiración general
por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos:
"Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del Hombre lo van a
entregar en manos de los hombres".
Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro,
que no cogían el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto".
1. Este
breve relato pone el dedo en la llaga. Empieza situando las palabras de Jesús
"entre la admiración general". O sea, cuando Jesús era más admirado,
entonces precisamente él mismo anuncia su fracaso.
Jesús rompe la dirección hacia el éxito, tan
propia del "deseo" que caracteriza a los mortales.
Desde la tentación satánica del paraíso:
"seréis como Dios" (Gen 3, 5 b), la apetencia más fuerte de todo ser
"humano" es la aspiración a lo "sobrehumano". Y ahí radica el origen de la violencia, de la
rivalidad, de las divisiones y enfrentamientos.
2. Por
eso Jesús vio que, para traer salvación a este
mundo roto por tantas confrontaciones y fracturas, la solución era
romper con esa tensión, nacida de la tendencia a situarse por encima de los
demás, para dominarlos de la manera que sea. Esto es lo que explica el anuncio
de la pasión, que es anuncio de lo más radicalmente opuesto al "seréis como
Dios".
Que los discípulos tenían apetencias de
grandeza, de privilegios, títulos y primeros puestos, es cosa que ya se ha
dicho en la explicación de diversos evangelios de días pasados.
Aquellos discípulos, a fin de cuentas, no eran
ni mejores ni peores que los demás mortales. Ellos, con sus humanas
aspiraciones, no eran sino ejemplos modélicos
de lo que nos pasa a todos.
3. Esto
es lo que explica el final del relato: aquellos hombres, humanos como todos, no
entendían, como tampoco nosotros entendemos, el lenguaje de Jesús, el lenguaje
del fracaso y de la exclusión social. Y tenían tal resistencia a todo aquel
oscuro discurso, que hasta les daba miedo preguntar lo que aquello podía significar.
He ahí nuestros oscuros miedos, fuente de nuestras
oscuras
cobardías, de tantos temores y de tantas esclavitudes. Tenemos miedo a ser
libres. Nos da pánico ser diferentes. Por eso necesitamos tanto a Jesús. Él
es
el camino.
Esto es lo que hay que meterse bien en la
cabeza, como dice el propio Jesús.
SAN
JERÓNIMO
Jerónimo
quiere decir: el que tiene un nombre sagrado. (Jero = sagrado. Nomos = nombre).
Dicen que este santo ha sido el hombre que en la antigüedad
estudió más y mejor la S. Biblia.
Nació San
Jerónimo en Dalmacia (Yugoslavia) en el año 342. Sus padres tenían buena posición
económica, y así pudieron enviarlo a estudiar a Roma.
En Roma
estudió latín bajo la dirección del más famoso profesor de su tiempo, Donato,
el cual hablaba el latín a la perfección, pero era pagano. Esta instrucción
recibida de un hombre muy instruido pero no creyente, llevó a Jerónimo a llegar
a ser un gran latinista y muy buen conocedor del griego y de otros idiomas,
pero muy poco conocedor de los libros espirituales y religiosos. Pasaba horas y
días leyendo y aprendiendo de memoria a los grandes autores latinos, Cicerón,
Virgilio, Horacio y Tácito, y a los autores griegos: Homero, y Platón, pero no
dedicaba tiempo a leer libros religiosos que lo pudieran volver más espiritual.
En una carta que escribió a Santa Eustoquia, San Jerónimo le
cuenta el diálogo aterrador que sostuvo en un sueño o visión. Sintió que se
presentaba ante el trono de Jesucristo para ser juzgado, Nuestro Señor le
preguntaba: "¿A qué religión pertenece? Él le respondió: "Soy
cristiano – católico", y Jesús le dijo: "No es verdad". Que
borren su nombre de la lista de los cristianos católicos. No es cristiano sino
pagano, porque sus lecturas son todas paganas. Tiene tiempo para leer a
Virgilio, Cicerón y Homero, pero no encuentra tiempo para leer las Sagradas
Escrituras". Se despertó llorando, y en adelante su tiempo será siempre
para leer y meditar libros sagrados, y exclamará emocionado: "Nunca más me
volveré a trasnochar por leer libros paganos". A veces dan ganas de que a
ciertos católicos les sucediera una aparición como la que tuvo Jerónimo, para
ver si dejan de dedicar tanto tiempo a lecturas paganas e inútiles (revistas,
novelas) y dedican unos minutos más a leer el libro que los va a salvar, la
Sagrada Biblia.
Jerónimo dispuso irse al desierto a hacer penitencia por sus pecados
(especialmente por su sensualidad que era muy fuerte, y por su terrible mal
genio y su gran orgullo). Pero allá, aunque rezaba mucho y ayunaba, y pasaba
noches sin dormir, no consiguió la paz. Se dio cuenta de que su temperamento no
era para vivir en la soledad de un desierto deshabitado, sin tratar con nadie.
El mismo en una carta cuenta cómo fueron las tentaciones que
sufrió en el desierto (y esta experiencia puede servirnos de consuelo a
nosotros cuando nos vengan horas de violentos ataques de los enemigos del
alma). San Francisco de Sales recomendaba leer esta página de nuestro santo
porque es bellísima y provechosa: Dice así: "En el desierto salvaje y
árido, quemado por un sol tan despiadado y abrasador que asusta hasta a los que
han vivido allá toda la vida, mi imaginación hacía que me pareciera estar en
medio de las fiestas mundanas de Roma. En aquel destierro al que por temor al
infierno yo me condené voluntariamente, sin más compañía que los escorpiones y
las bestias salvajes, muchas veces me imaginaba estar en los bailes de Roma
contemplando a las bailarinas. Mi rostro estaba pálido por tanto ayunar, y sin
embargo los malos deseos me atormentaban noche y día. Mi alimentación era
miserable y desabrida, y cualquier alimento cocinado me habría parecido un
manjar exquisito, y no obstante las tentaciones de la carne me seguían
atormentando. Tenía el cuerpo frío por tanto aguantar hambre y sed, mi carne
estaba seca y la piel casi se me pegaba a los huesos, pasaba las noches orando
y haciendo penitencia y muchas veces estuve orando desde el anochecer hasta el
amanecer, y aunque todo esto hacía, las pasiones seguían atacándome sin cesar.
Hasta que al fin, sintiéndome impotente ante tan grandes enemigos, me arrodillé
llorando ante Jesús crucificado, bañé con mis lágrimas sus pies clavados, y le
supliqué que tuviera compasión de mí, y ayudándome el Señor con su poder y
misericordia, pude resultar vencedor de tan espantosos ataques de los enemigos
del alma. Y yo me pregunto: si esto sucedió a uno que estaba totalmente
dedicado a la oración y a la penitencia, ¿qué no les sucederá a quienes viven
dedicados a comer, beber, bailar y darle a su carne todos los gustos sensuales
que pide?".
Vuelto a la ciudad, sucedió que los obispos de Italia tenían una
gran reunión o Concilio con el Papa, y habían nombrado como secretario a San
Ambrosio. Pero este se enfermó, y entonces se les ocurrió nombrar a Jerónimo. Y
allí se dieron cuenta de que era un gran sabio que hablaba perfectamente el
latín, el griego y varios idiomas más. El Papa San Dámaso, que era poeta y
literato, lo nombró entonces como su secretario, encargado de redactar las
cartas que el Pontífice enviaba, y algo más tarde le encomendó un oficio
importantísimo: hacer la traducción de la S. Biblia.
Las traducciones de la Biblia que existían en ese tiempo tenían
muchas imperfecciones de lenguaje y varias imprecisiones o traducciones no muy
exactas.
Jerónimo, que escribía con gran elegancia el latín, tradujo a
este idioma toda la S. Biblia, y esa traducción llamada "Vulgata" (o
traducción hecha para el pueblo o vulgo) fue la Biblia oficial para la Iglesia
Católica durante 15 siglos. Únicamente en los últimos años ha sido reemplazada
por traducciones más modernas y más exactas, como por ej. La Biblia de
Jerusalén y otras.
Casi de 40 años Jerónimo fue ordenado de sacerdote. Pero sus
altos cargos en Roma y la dureza con la cual corregía ciertos defectos de la
alta clase social le trajeron envidias y rencores (Él decía que las señoras
ricas tenían tres manos: la derecha, la izquierda y una mano de pintura... y
que a las familias adineradas sólo les interesaba que sus hijas fueran hermosas
como terneras, y sus hijos fuertes como potros salvajes y los papás brillantes
y mantecosos, como marranos gordos...). Toda la vida tuvo un modo duro de
corregir, lo cual le consiguió muchos enemigos. Con razón el Papa Sixto V
cuando vio un cuadro donde pintan a San Jerónimo dándose golpes de pecho con
una piedra, exclamó: "¡Menos mal que te golpeaste duramente y bien
arrepentido, porque si no hubiera sido por esos golpes y por ese
arrepentimiento, ¡la Iglesia nunca te habría declarado santo, porque eras muy
duro en tu modo de corregir!".
Sintiéndose incomprendido y hasta calumniado en Roma, donde no
aceptaban el modo fuerte que él tenía de conducir hacia la santidad a muchas
mujeres que antes habían sido fiesteras y vanidosas y que ahora por sus
consejos se volvían penitentes y dedicadas a la oración, dispuso alejarse de
allí para siempre y se fue a la Tierra Santa donde nació Jesús.
Sus últimos 35 años los pasó San Jerónimo en una gruta, junto a
la Cueva de Belén. Varias de las ricas matronas romanas que él había convertido
con sus predicaciones y consejos, vendieron sus bienes y se fueron también a
Belén a seguir bajo su dirección espiritual. Con el dinero de esas señoras
construyó en aquella ciudad un convento para hombres y tres para mujeres, y una
casa para atender a los peregrinos que llegaban de todas partes del mundo a
visitar el sitio donde nació Jesús.
Allí, haciendo penitencia, dedicando muchas horas a la oración y
días y semanas y años al estudio de la S. Biblia, Jerónimo fue redactando
escritos llenos de sabiduría, que le dieron fama en todo el mundo.
Con tremenda energía escribía contra los herejes que se atrevían
a negar las verdades de nuestra santa religión. Muchas veces se extralimitaba
en sus ataques a los enemigos de la verdadera fe, pero después se arrepentía
humildemente.
La Santa Iglesia Católica ha reconocido siempre a San Jerónimo
como un hombre elegido por Dios para explicar y hacer entender mejor la S.
Biblia. Por eso ha sido nombrado Patrono de todos los que en el mundo se
dedican a hacer entender y amar más las Sagradas Escrituras. El Papa Clemente
VIII decía que el Espíritu Santo le dio a este gran sabio unas luces muy
especiales para poder comprender mejor el Libro Santo. Y el vivir durante 35
años en el país donde Jesús y los grandes personajes de la S. Biblia vivieron,
enseñaron y murieron, le dio mayores luces para poder explicar mejor las
palabras del Libro Santo.
Se cuenta que una noche de Navidad, después de que los fieles se
fueron de la gruta de Belén, el santo se quedó allí solo rezando y le pareció
que el Niño Jesús le decía: "Jerónimo ¿qué me vas a regalar en mi
cumpleaños?". Él respondió: "Señor te regalo mi salud, mi fama, mi
honor, para que dispongas de todo como mejor te parezca". El Niño Jesús
añadió: "¿Y ya no me regalas nada más?". Oh mi amado Salvador,
exclamó el anciano, por Ti repartí ya mis bienes entre los pobres. Por Ti he
dedicado mi tiempo a estudiar las Sagradas Escrituras... ¿qué más te puedo
regalar? Si quisieras, te daría mi cuerpo para que lo quemaras en una hoguera y
así poder desgastarme todo por Ti". El Divino Niño le dijo:
"Jerónimo: regálame tus pecados para perdonártelos". El santo al oír
esto se echó a llorar de emoción y exclamaba: "¡Loco tienes que estar de
amor, cuando me pides esto!". Y se dio cuenta de que lo que más deseaba
Dios que le ofrezcamos los pecadores es un corazón humillado y arrepentido, que
le pide perdón por las faltas cometidas.
El 30 de septiembre del año 420, cuando ya su cuerpo estaba
debilitado por tantos trabajos y penitencias, y la vista y la voz agotadas, y
Jerónimo parecía más una sombra que un ser viviente, entregó su alma a Dios
para ir a recibir el premio de sus fatigas. Se acercaba ya a los 80 años. Más
de la mitad los había dedicado a la santidad.
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