9 DE
SEPTIEMBRE - SÁBADO –
22ª- SEMANA
DEL T. O. - A
Evangelio según san Lucas 6, 1-5
Un sábado,
Jesús atravesaba un sembrado; sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas
con las manos, se comían el grano.
Unos fariseos les preguntaron:
"¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?"
Jesús les replicó:
"¿No
habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró
en la casa de Dios, tomó los panes presentados -que solo pueden comer los
sacerdotes-, comió él y les dio a sus compañeros".
Y añadió:
"El Hijo del Hombre es señor del sábado".
1. A la
vista de un texto como este y de un incidente como el que se relata aquí, a
cualquiera se le ocurre pensar en el empeño que suelen mostrar las
religiones
por controlar, lo más posible, a la gente, a las personas, los grupos humanos y
las instituciones.
Aquí se trata del control del tiempo: casi
todas las
religiones
tienen días, horas, fechas señaladas en las que mandan y prohíben cosas muy
fundamentales. Controlan el trabajo y el descanso, la alimentación
y
la vida sexual, las relaciones humanas, el cuidado del cuerpo o la mortificación del mismo. Y
sobre todo controlan la conciencia, los sentimientos de culpa, esa zona profunda
e íntima, que es el secreto de la propia identidad, la zona de la soledad inconfesable,
en la que uno se ve a sí mismo como una persona normal o, por el contrario,
como un perdido y hasta como un delincuente
peligroso.
2.
Jesús hizo saltar por los aires este empeño de dominación. Porque, si se piensa despacio,
es lo que más nos humilla a todos y a cada uno. Es una agresión, hecha en
nombre de Dios. Y, por tanto, un imperativo que, para personas creyentes, se
convierte en palabra incuestionable. Lo
genial de Jesús es que se atrevió a cuestionar todo este montaje, que, como un
cuerpo extraño a la vida, se incrusta en la vida, la complica, la hace más
difícil y más dura, a veces demasiado dura, a
cambio de no sé qué extraño sentimiento de paz interior.
Pero un sentimiento engañoso porque, junto a
él, el observante religioso se siente superior, se ve a sí mismo como elegido,
como preferido y amado por el Altísimo.
Es muy peligroso todo esto. Porque la paz, la
seguridad y el sentimiento de superioridad pueden ser el origen de gente mala
que, además, comete sus "maldades" con buena conciencia.
3. Lo
más notable de estos relatos, en los que Jesús quebranta las normas religiosas,
es que combatió ese modelo de religión, no con discursos, sino con hechos. No
dijo que había que desobedecer esas torturas, sino que las desobedeció. Y así
nos liberó. Es peligroso ir por la vida limitándose a la predicación.
Todo lo que sea el mero hablar, pero no acompañado
y garantizado por el hacer, eso es un peligro y un engaño, que no va a ninguna parte.
SAN PEDRO CLAVER
(Verdú, 1580 - Cartagena de Indias, 1654)
Misionero jesuita español que desempeñó una vasta labor
evangelizadora en Cartagena de Indias, bautizando y adoctrinando a los esclavos
que llegaban de África. Canonizado por la Iglesia en 1888 y patrón de Colombia,
es llamado, tal y como él mismo se definió, El apóstol de los negros o El
esclavo de los negros.
Hijo de los labradores Pedro Claver y Minguella y Ana Corberó, quedó
huérfano de madre a los trece años de edad. Puesta de manifiesto su vocación
religiosa, dos años después recibió la tonsura eclesiástica de manos del obispo
de Vic en la parroquia de su localidad natal, Verdú. Se trasladó a Barcelona
para iniciar estudios de gramática en el Estudio General de la Universidad. A
mediados de 1600 o 1601, terminada la retórica, pasó al Colegio Jesuita de
Belén para cursar filosofía. Allí decidió ingresar en la Compañía de Jesús, y
el 7 de agosto de 1602 entró en el noviciado de Tarragona.
San Pedro Claver
Tras hacer los votos, fue enviado a Gerona para ampliar sus estudios
de humanidades y luego, el 11 de noviembre de 1605, al colegio de Montesión en
Palma de Mallorca para cursar filosofía. Allí trabó gran amistad con el portero
Alonso Rodríguez, un anciano hermano lego que le imbuyó la inquietud misional.
En 1608 se trasladó a Barcelona para estudiar teología. No pudo terminar los
estudios, pues recibió una carta del Provincial, fechada el 23 de enero de
1610, por la que se le concedía el permiso para trasladarse a América, como era
su deseo.
Claver viajó hasta Tarragona para unirse a otros religiosos y seguir
hacia Valencia y Sevilla, donde otros jesuitas se sumaron al grupo. Embarcó en
el galeón San Pedro (perteneciente a la flota mandada por don Jerónimo de
Portugal y Córdoba) que zarpó del puerto andaluz en abril del mismo 1610, y
arribó a Cartagena. Desde allí Claver y sus compañeros emprendieron el camino a
Santa Fe, remontando el río Magdalena y tomando luego el camino de Honda.
Una vez la capital neogranadina se encontró con que no podía seguir
los estudios de teología, pues faltaban profesores. Fue asignado al Colegio de
la Compañía como coadjutor hasta 1612, cuando la llegada de nuevos religiosos
le permitió proseguir dichos estudios. Claver fue enviado luego al noviciado de
Tunja para la tercera aprobación, y finalmente al colegio de Cartagena, al que
llegó en noviembre de 1615. Se ordenó subdiácono al mes siguiente y en 1616
recibió el diaconado y la ordenación sacerdotal.
El nuevo jesuita fue enviado a ayudar al padre Sandoval, que tenía a
su cargo la catequización de los negros. Sandoval tuvo que ir a Lima en 1617 y
Claver hubo de ocuparse él solo de todo el trabajo. En 1618 se le unió un
jesuita italiano, el padre Carlos de Orta, pero murió al año siguiente;
afortunadamente, el padre Sandoval regresó a Cartagena en 1620. El 3 de abril
de 1622 hizo Claver su profesión. Al pie de la fórmula de los votos consignó de
su puño y letra “Petrus Claver, aethiopum semper servus” (“Pedro Claver,
esclavo de los negros para siempre”). Era lo que quería ser y lo que siempre
fue.
El padre Claver ejerció su apostolado con total dedicación, siguiendo
el procedimiento empleado por el padre Sandoval. Cuando el gobernador le
anunciaba la llegada de un barco negrero, trataba de averiguar de qué región
procedía su “carga”, con objeto de buscar los intérpretes adecuados para hablar
con los esclavos. Los propietarios de esclavos se negaban a suministrarle
intérpretes o ponían muchos obstáculos, motivo por el cual el Colegio de
Cartagena terminó comprando un grupo de esclavos-intérpretes oriundos de
diversas regiones de África para que ayudaran a Claver.
El religioso pasaba con ellos al buque negrero, al que llevaba
regalos como naranjas, limones, tabaco, pan o aguardiente. Bajaba a las bodegas
y decía a los esclavos que estaba allí para cuidar de que los blancos les
trataran bien; les aseguraba que no iban a matarlos, como a menudo creían, y
les alentaba a abrazar la fe cristiana, para lo que debían instruirse. Luego
preguntaba por los enfermos y los niños nacidos en la travesía, a quienes
dedicaba sus cuidados de urgencia.
Cuando le impedían subir al buque negrero, hacía lo mismo en los
almacenes donde se hacinaban los esclavos. Claver repetía las visitas varios
días, y dedicaba después varias horas a la catequesis por medio de los
intérpretes. Esta labor solía hacerla en un patio, ante un cuadro de Jesús
crucificado, y terminaba con el acto de contrición. Cuando los catecúmenos
estaban bien instruidos procedía a bautizarlos, y luego les entregaba unas
medallas de plomo que tenían impresos los nombres de Jesús y María.
El padre Claver cuidaba también de los negros que vivían usualmente
en Cartagena y hasta de los de la provincia, a los que dedicaba una misión
anual por Pascua. Manifestaba especial preocupación por los enfermos, lisiados
e indigentes, a los que hacía objeto de sus desvelos. Diariamente acudía a los
dos hospitales de San Sebastián y San Lázaro, donde consolaba y curaba a los
internados. En las cárceles atendía no sólo a los negros, sino también a presos
diversos, como los protestantes de la isla de Santa Catalina, que procedían de
capturas realizadas por las naves españolas. El jesuita terminó por ser
respetado por las autoridades cartageneras y por los mismos propietarios de
esclavos, que temían verle aparecer. Vivía con extrema austeridad, durmiendo en
una esterilla y comiendo frugalmente, y dedicado a sus rezos en los ratos
libres.
En 1651 Cartagena fue azotada por una epidemia. El padre Claver
contrajo la enfermedad y le quedó como secuela una parálisis progresiva que,
sin embargo, no fue obstáculo para que continuase visitando a los leprosos de
San Lázaro, adonde se hacía conducir en mula, e incluso a los pocos esclavos
que llegaban. A raíz de la independencia de Portugal en 1640 habían disminuido
los barcos negreros, pues dicha nación había detentado el asiento. Se produjo
entonces un vacío que duró hasta que volvió a organizarse el negocio de la
trata. Pese a ello seguían llegando algunos barcos, como una embarcación con
carga de esclavos araraes en 1651. Claver se hizo vestir y, ayudado de un
bastón, fue al almacén donde se habían almacenado para la venta. Los instruyó
durante varios días y bautizó a no pocos.
El 6 de septiembre de 1654 enfermó de gravedad y al día siguiente se
le dio la extremaunción. A su muerte, acaecida en la noche del 7 al 8 de
septiembre de 1654, numerosos fieles habían ido a visitarle. Tuvo unas solemnes
honras fúnebres y fue enterrado en la capilla del Santo Cristo, en la iglesia
de la Compañía. El proceso de su beatificación empezó en 1658. En 1747 fue
declarado Venerable por Benedicto XIV; fue beatificado en 1851 por Pío IX, y
canonizado en 1888 por León XIII. Su fiesta se celebra el 9 de septiembre.
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