25 DE SEPTIEMBRE - LUNES
25ª - SEMANA DEL T. O. - A
Evangelio según san Lucas 8, 16-18
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
"Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo
mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan
luz.
Nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no
llegue a saberse o a hacerse público. A ver si me escucháis bien: al que tiene
se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener'.
1. La
luz no se ve. Se ven los objetos que ilumina la luz. En la vida de los seres humanos,
la luz es la claridad y la transparencia.
La transparencia no se ve. Se ve el interior,
la intimidad, de las personas transparentes, sinceras, que van por la vida sin
ocultar nada. Esto es tan importante, que, de nuestra transparencia, depende nuestra credibilidad, es decir, nuestra
autoridad. Sobre todo, cuando el tipo de autoridad, que está en juego, es la
autoridad religiosa.
Una persona que pretende hablar de Jesús, con
un mínimo de credibilidad, lo primero que tiene que resolver en su vida es el
problema de la transparencia. La gente confusa
y oscura, en la que se palpan las medias verdades y las palabras ambiguas,
sería mejor que se dedicara a enseñar ciencias exactas, en las que no caben los trucos y las mentiras.
Las matemáticas se aceptan por la evidencia.
La
religión se acepta por la credibilidad del que la transmite.
2. El
enemigo capital de la credibilidad y de la transparencia es la "buena imagen"
o la "imagen pública", que tanto se cuida en ciertos ambientes.
Especialmente
en los ambientes religiosos. Se cuida tanto, que hasta se cometen delitos
(penalizados con multas y cárcel), por salvaguardar una buena imagen ante la
opinión pública. Por eso se ocultan cosas que, a juicio de Jesús, se tendrían que
saber.
3. Hace
falta mucha valentía para ser transparente en la vida. En el relato de la
pasión, cuando a Jesús le preguntó el sumo sacerdote por su doctrina, Jesús dijo:
"Yo he hablado al mundo
abiertamente" (Jn 18, 20).
Literalmente, Jesús habló siempre "con
parresía", que significa: decir todo lo que hay que decir; y decirlo
venciendo el miedo. Es el signo, por excelencia, de la presencia del Espíritu
de Dios (Hech 2, 29; 4, 13. 29; 28, 31).
La Iglesia "tiene" muchas cosas que
ocultar. Por eso, tantas veces, no es luz. Y pierde autoridad.
4.
Precisamente la parresía, (decir
todo lo que tenía que decir) la libertad y la transparencia, al hablar en
público, es lo que más falta y falla en la Iglesia. Especialmente en la
predicación de los "hombres de la religión".
O la
predicación se reduce a decir generalidades,
ideas
y tópicos, que lo mismo que se dicen en un sitio, se podrían decir en otro
cualquiera. Y, sobre todo, el fallo principal de los predicadores está en las
cosas que se silencian. Porque son cosas que da miedo decirlas. O se dicen como
conviene, para no crearse problemas. Porque, en definitiva, la Iglesia tiene
demasiados intereses inconfesables, que se defienden ocultándolos y
diciendo
las cosas a medias o, sencillamente, falseándolas. Por eso la gente no se cree, ni le interesa,
lo que dicen los predicadores en sus sermones.
Así, la Iglesia no va a ninguna parte.
San Cleofas, nuevo testamento
Dos veces aparece este nombre en los Evangelios. Una en San Lucas
cuando habla de los dos discípulos que marchaban a Emaús (cfr San Lucas 24; 13,
ss) y la otra en San Juan cuando habla de una "María, la mujer de
Cleofás" que estaba presente en el Calvario, acompañando a la Virgen, la tarde
en que fue crucificado y moría Jesús (cfr San Juan 19; 25,ss).
Sin que pueda establecerse con certeza que estos dos personajes
fueran marido y mujer, ya que varones llamados Cleofás debía haber bastantes en
Jerusalén, sí parece que el esposo de esa María del Calvario debía ser un
cristiano bastante conocido entre los discípulos, cuando San Juan escribe su
evangelio y también que ambos estuvieron muy cerca de los acontecimientos que
hoy narramos.
Es la alborada del Domingo. Unas mujeres, quieren envolver en
lienzos el cuerpo y poner perfumes preciosos, a la usanza judía, en el cuerpo
de Jesús, ya que no pudo prepararse con finura el viernes por la tarde cuando
lo pusieron en el sepulcro.
El sepulcro está vacío, no tiene cuerpo dentro. Unos ángeles
avisan que está vivo el Señor Jesús. Las mujeres, locas de alegría, nerviosas,
corren y transmiten la nueva a los discípulos. Pedro y los demás no pueden
creer ese inusitado acaecimiento.
La distancia de Jerusalén a Emaús es de algo más de diez
kilómetros. Hacia Emaús caminan ese mismo día dos discípulos del Maestro. Uno
de ellos responde al nombre de Cleofás. Van comentando entre ellos los
acontecimientos del fracaso de Jesús en los días pasados.
Las pisadas son pesadas porque llevan la amargura en el pecho.
Son tantos años juntos, tantas ilusiones truncadas, tantas promesas secas,
tantas alegrías cegadas... hasta los proyectos del Reino se esfumaron con los
clavos, la cruz y la lanza. Con Jesús muerto mal se anda.
Se les unió un caminante como compañero de camino. Ellos temían
"ofuscada la mirada". Al preguntar qué les pasa, Cleofás con tono
enojado casi le regañó por no estar al día de lo que ha pasado en la Ciudad
Santa. Cuando resumen los hechos tan trágicos e impresionantes, el viajero les
recordó que ya estaba previsto por los profetas.
Al acercarse a la aldea, el caminante hace intención de
proseguir. Cleofás y su amigo le insistieron: "Quédate con nosotros, que
el día ya declina". El caminante accedió, entró con ellos en la casa, se
sentó a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió en trozos, y se lo dio. En
este instante le reconocieron.
Ahora, desandar lo andado para decirle a los hermanos que las
mujeres mañaneras tenían razón no es pesado, es alegría; avanzan en la noche
tan seguros como a pleno día porque lucen mucho las estrellas, los pasos se han
tornado ágiles y firmes, el corazón late con fuerza, el gozo se ha hecho vida.
Notan la vehemencia de decir pronto a los otros que Jesús sí es el Mesías. Con
Jesús Vivo bien se camina.
Oración
Confesamos, Señor, que sólo tú eres santo y que sin ti nadie es
bueno, y humildemente te pedimos que la intercesión de San Cleofás venga en
nuestra ayuda para que de tal forma vivamos en el mundo que merezcamos llegar a
la contemplación de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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