3 DE MARZO –SÁBADO –
2ª-SEMANA DE CUARESMA – B
SAN EMETERIO Y SAN CELEDONIO
Lectura del santo evangelio según san Lucas 15, 1-3. 11-32
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los publicanos y los
pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos:
"Ese acoge a los pecadores y come con
ellos".
Jesús les dijo esta parábola: "
Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos
dijo a su padre:
"Padre, dame la parte que me toca de la
fortuna".
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor,
juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna
viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un
hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto insistió a
un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le
entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos;
y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces se dijo:
"Cuántos jornaleros de mi padre tienen
abundancia de pan, mientras yo aquí me
muero de hambre. Me pondré en camino a
dónde está mi padre, y le diré:
"Padre, he pecado contra el cielo y
contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus
jornaleros".
Se puso en camino a donde estaba su padre:
cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr,
se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo:
"Padre, he pecado contra el cielo y
contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo'.
Pero el padre dijo a sus criados:
"Sacad enseguida el mejor traje y
vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero
cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y
ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado".
Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba
en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile,
y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó:
"Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha
matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud'.
Él se indignó y se negaba a entrar, pero su
padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre:
"Mira: en tantos años como te sirvo, sin
desobedecer una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un
banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus
bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado".
El padre le dijo:
"Hijo, tú estás siempre conmigo y todo
lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha
revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado'.
1. La
parábola del "hijo perdido" no habla de la "conversión del
pecador", sino del "regreso del hambriento". Lo que el hijo
extraviado sintió no fue la
culpa del pecador, sino el hambre del pobre. Y
esto es lo que le motivó a volver a su padre. La explicación que da el hijo al
padre: "He pecado contra el cielo y contra ti" era la fórmula que se
usaba entre los judíos para encontrar acogida (G. Lohfink).
2. Lo que la parábola quiere enseñar es que hay
dos imágenes de Dios:
1) El Dios de los
fariseos, retratado en la relación del hijo mayor con el padre.
2) El Dios de Jesús,
retratado en la experiencia que vivió el hijo menor.
Por eso hay dos
espiritualidades:
1) La espiritualidad
del fariseo, que se ve mejor que el otro y lo desprecia.
2) La espiritualidad
del perdido, que se ve como un perdido, como el último, y por eso no puede
despreciar a nadie.
La clave de la
espiritualidad está en el Dios en el que creemos. El Dios de Jesús siempre acoge al perdido, no
le reprocha nada y se limita a abrazarlo, besarlo y convertir su vida en una
fiesta.
3. Lo dramático, lo más desviado, que estamos
viviendo en la Iglesia consiste en que los "hombres de la religión"
(el clero, empezando por la mayoría de los obispos) dan la impresión de que
creen más en el "Dios de los fariseos" que en el "Padre del hijo
perdido".
En teoría, se sienten
ofendidos, si se les dice
esto.
Pero, en la práctica diaria de la vida, no "organizan una
fiesta" para los pecadores y extraviados que se les acercan. A no ser que
se trate de gente de
"poder" o de "dinero".
Así es la vida. No
precisamente la de Jesús.
SAN EMETERIO Y SAN CELEDONIO
Mártires (s. III)
El poeta hispano Prudencio recogió en verso los
relatos de la muerte de Emeterio y Celedonio.
Calahorra está unida a estos soldados por el hecho
de su martirio y quizás también por ser el lugar de su nacimiento. Otros
señalan a León como cuna por los libros de rezos leoneses -antifonarios,
leccionarios y breviarios del siglo XIII- al interpretar «ex legione» como
lugar de su proveniencia, cuando parece ser que la frase latina es mejor
referida a la Legión Gemina Pia Felix a la que pertenecieron y que estuvo
acampada cerca de la antigua Lancia, hoy León, según se encuentra en el
documento histórico denominado "Actas de Tréveris" del siglo VII.
En la parte alta de Calahorra está la iglesia del
Salvador -probablemente en testimonio perpetuante del hecho martirial- por
donde antes estuvo un convento franciscano y antes aún la primitiva catedral
visigótica que debió construirse, según la costumbre de la época, junto a la
residencia real, para defensa ante posibles invasiones y que fue destruida por
los musulmanes en la invasión del 923, según consta en el códice primero del
archivo catedralicio.
No se conocen las circunstancias del martirio de
estos santos; no las refiere Prudencio. ¡Qué pena que el emperador Diocleciano
ordenara quemar los códices antiguos y expurgar los escritos de su tiempo! Con
ello intentó, por lo que nos refiere Eusebio, que no quedara constancia ni
sirviera como propaganda de los mártires y evitar que se extendiera el
incendio. Tampoco hay en el relato nombres que faciliten una aproximación. ¿Fue
al comienzo del siglo IV en la persecución de Diocleciano? Parece mejor
inclinarse con La Fuente por la mitad del siglo III, en la de Valeriano,
contando con que algún otro retrotrae la historia hasta el siglo II. Cierto es
que Prudencio nació hacia el 350, deja escrita en su verso la historia antes
del 401, cuando se marcha a Italia, hablando de ella como de suceso muy remoto
y no debe referirse con esto al tiempo de Daciano (a. 304) porque esta época ya
fue conocida por los padres del poeta. Es bueno además no perder de vista que
el narrador antiguo no es tan exacto en la datación de los hechos como la
actual crítica, siendo frecuente toparse con anacronismos poco respetuosos con
la historia.
El caso es que Emeterio y Celedonio -hermanos de
sangre según algunos relatores- que fueron honrados con la condecoración romana
de origen galo llamada torques por los méritos al valor, al arrojo guerrero y
disciplina marcial, ahora se ven en la disyuntiva de elegir entre la apostasía
de la fe o el abandono de la profesión militar. Así son de cambiantes los
galardones de los hombres. Por su disposición sincera a dar la vida por
Jesucristo, primero sufren prisión larga hasta el punto de crecerles el
cabello. En la soledad y retiro obligados bien pudieron ayudarse entre ellos,
glosando la frase del Evangelio, que era el momento de «dar a Dios lo que es de
Dios» después de haberle ya dado al César lo que le pertenecía. Su reciedumbre
castrense les ha preparado para resistir los razonamientos, promesas fáciles, amenazas
y tormentos. En el arenal del río Cidacos se fija el lugar y momento del
ajusticiamiento. Cuenta el relato que los que presencian el martirio ven,
asombrados, cómo suben al cielo el anillo de Emeterio y el pañuelo de Celedonio
como señal de su triunfo señero.
Muy pronto el pueblo calagurritano comenzó a dar
culto a los mártires. Sus restos se llevaron a la catedral del Salvador; con el
tiempo, las iglesias de Vizcaya y Guipúzcoa con otras hispanas y medio día de
Francia dispusieron de preciosas reliquias. Junto al arenal que recogió la
sangre vertida se levanta la catedral que guarda sus cuerpos. Hoy Emeterio y
Celedonio, los santos cantados por su paisano Prudencio, y recordados por sus
compatriotas Isidoro y Eulogio son los patronos de Calahorra que los tiene por
hermanos o de sangre o -lo que es mayor vínculo- de patria, de ideal, de
profesión, de fe, de martirio y de gloria.
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