ELIMINA
EL CONSUMO QUE TE CONSUME
4
de Marzo – Domingo
3ª
– Semana de Cuaresma -B
Lectura del libro del Éxodo (20,1-17):
En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras:
«Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de
Egipto, de la esclavitud.
No tendrás otros dioses frente a mí.
No te harás ídolos, figura alguna de lo que
hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra.
No te postrarás ante ellos, ni les darás
culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso: castigo el pecado de
los padres en los hijos, nietos y bisnietos, cuando me aborrecen. Pero actúo
con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos.
No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios,
en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en
falso. Fíjate en el sábado para santificarlo. Durante seis días trabaja y haz
tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu
Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni
tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que viva en tus ciudades. Porque en
seis días hizo el Señor el cielo, la tierra y el mar y lo que hay en ellos. Y
el séptimo día descansó: por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó.
Honra a tu padre y a tu madre: así
prolongarás tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar.
No matarás.
No cometerás adulterio.
No robarás.
No darás testimonio falso contra tu prójimo.
No codiciarás los bienes de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni
su asno, ni nada que sea de él.»
Salmo: 18,8.9.10.11
R/. Señor, tú tienes palabras de vida eterna
La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor
es fiel e instruye al ignorante. R/.
Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos. R/.
La voluntad del Señor
es pura y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos. R/.
Más preciosos que el oro,
más que el oro fino;
más dulces que la miel
de un panal que destila. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios
(1,22-25):
Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero
nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad
para los gentiles; pero, para los llamados –judíos o griegos–, un Mesías que es
fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los
hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.
Lectura del santo evangelio según san Juan (2,13-25):
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y
encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los
cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del
templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó
las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un
mercado la casa de mi Padre.»
Sus discípulos se acordaron de lo que está
escrito: «El celo de tu casa me devora.»
Entonces intervinieron los judíos y le
preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?»
Jesús contestó:
«Destruid este templo, y en tres días lo
levantaré.»
Los judíos replicaron:
«Cuarenta y seis años ha costado construir
este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y,
cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo
había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos
creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba
con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie
sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.
Jesús,
nuevo templo de Dios.
La escena de
la expulsión de los mercaderes del templo la cuentan los cuatro evangelios.
Pero, como ocurre a menudo, hay algunas diferencias entre ellos,
Preguntas
para un concurso
1. ¿Cuándo tuvo
lugar dicha escena? ¿Al comienzo de la vida de Jesús o al final?
2. Esta
escena ha sido pintada por numerosos artistas, entre ellos el Greco. En todas
ellas aparece Jesús empuñando un azote de cordeles. Pero, de los cuatro
evangelios, sólo uno menciona dicho azote; en los otros tres Jesús no recurre a
ese tipo de violencia. ¿De qué evangelio se trata?
3. Sólo un
evangelio dice que Jesús prohibió transportar objetos por la explanada del
templo. ¿Cuál?
4. ¿Qué
evangelista cuenta la escena de la forma más breve?
5. ¿Quién la
cuenta con más detalle, incluyendo una discusión con
las autoridades judías?
Respuestas
1. Juan la
sitúa al comienzo de la vida de Jesús. Mateo, Marcos y Lucas al final, pocos
días antes de morir.
2. El único
que menciona el azote es Juan.
3. Esa
prohibición sólo se encuentra en Marcos.
4. El más
breve es Lucas.
5. Con más detalle, incluyendo una discusión con
las autoridades judías, Juan.
El relato de
Juan (Jn 2,13-25)
El concurso
anterior no se debe a un capricho. Pretende recordar que los evangelistas no
cuentan el hecho histórico tal como ocurrió, sino transmitir un mensaje. Por
eso alguno insiste en un detalle, mientras otros lo omiten por no considerarlo
adecuado para su auditorio. Lucas, por ejemplo, reduce al mínimo la actitud
violenta de Jesús, mientras que Juan la subraya al máximo. El relato de Juan se
divide en dos partes: la expulsión de los mercaderes y la breve discusión con
los judíos.
Un gesto
revolucionario
Se acercaba
la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a
los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y,
haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y
a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que
vendían palomas les dijo:
̶ Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.
Sus
discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»
A nuestra
mentalidad moderna le resulta difícil valorar la acción de Jesús, no capta sus
repercusiones. Nos ponemos de su parte, sin más, y consideramos unos viles
traficantes a los mercaderes del templo, acusándolos de comerciar con lo más
sagrado. Pero, desde el punto de vista de un judío piadoso, el problema es más
grave. Si no hay vacas ni ovejas, tórtolas ni palomas, ¿qué sacrificios puede
ofrecer al Señor? ¿Si no hay cambistas de moneda, cómo pagarán los judíos
procedentes del extranjero su tributo al templo? Nuestra respuesta es muy
fácil: que no ofrezcan nada, que no paguen tributo, que se limiten a rezar. Esa
es la postura de Jesús. A primera vista, coincide con la de algunos de los
antiguos profetas y salmistas. Pero Jesús va mucho más lejos, porque usa una
violencia inusitada en él. Debemos imaginarlos trenzando el azote, golpeando a
vacas y ovejas, volcando las mesas de los cambistas.
Imaginemos la
escena en nuestros días. Jesús entra en una catedral o una iglesia. Comienza a
ver todo lo que no tiene nada que ver con una oración puramente espiritual, lo
amontona y lo va tirando a la calle: cálices, copones, candelabros, imágenes de
santos, confesionarios, bancos… ¿Cuál sería nuestra reacción?
Acusaríamos a Jesús de impedirnos decir misa, de poder comulgar, confesarnos,
incluso rezar.
Juan intuye
la gravedad del problema y añade unas palabras que no aparecen en los otros
evangelios: «Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: El celo
de tu casa me devora.» El celo por la causa de Dios había impulsado a Fineés a
asesinar a un judío y una moabita; a Matatías, padre de los Macabeos, lo
impulsó a asesinar a un funcionario del rey de Siria. El celo no lleva a Jesús
a asesinar a nadie, pero sí se manifiesta de forma potente. Algo difícil de
comprender en una época como la nuestra, en la que todo está democráticamente
permitido. El comentario de Juan no resuelve el problema del judío piadoso, que
podría responder: «A mí también me devora el celo de la casa de Dios, pero
lo entiendo de forma distinta, ofreciendo en ella sacrificios». Quienes no
tendrían respuesta válida serían los comerciantes, a los que no mueve el celo
de la casa de Dios sino el afán de ganar dinero.
La reacción
de las autoridades
Entonces
intervinieron los judíos y le preguntaron:
̶ ¿Qué signos nos muestras para obrar así?
Jesús
contestó:
̶ Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Los judíos
replicaron:
̶ Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a
levantar en tres días?
Pero él
hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los
discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a
la palabra que había dicho Jesús.
En contra de
lo que cabría esperar, las autoridades no envían la policía a detener a Jesús
(como le ocurrió siglos antes al profeta Jeremías, que terminó en la cárcel por
mucho menos). Se limitan a pedir un signo, un portento, que justifique su
conducta. Porque en ciertos ambientes judíos se esperaba del Mesías que, cuando
llegase, llevaría a cabo una purificación del templo. Si Jesús es el Mesías,
que lo demuestre primero y luego actúe como tal.
La respuesta
de Jesús es aparentemente la de un loco: “Destruid este templo y en tres días
lo reconstruiré”. El templo de Jerusalén no era como nuestras enormes
catedrales, porque no estaba pensado para acoger a los fieles, que se mantenían
en la explanada exterior. De todas formas, era un edificio impresionante. Según
el tratado Middot medía 50 ms de largo, por 35 de ancho y 50 de
alto; para construirlo, ya que era un edificio sagrado, hubo que instruir como
albañiles a mil sacerdotes. Comenzado por Herodes el Grande el año 19 a.C., fue
consagrado el 10 a.C., pero las obras de embellecimiento no terminaron hasta el
63 d.C. En el año 27 d.C., que es cuando Juan parece datar la escena, se
comprende que los judíos digan que ha tardado 46 años en construirse. En tres
días es imposible destruirlo y, mucho menos, reconstruirlo.
Curiosamente,
Juan no cuenta cómo reaccionaron las autoridades a esta respuesta de Jesús.
(Resulta más lógica la versión de Marcos: los sumos sacerdotes y los escribas
no piden signos ni discuten con Jesús; se limitan a tramar su muerte, que
tendrá lugar pocos días después.) Pero el evangelista sí nos dice cómo debemos
interpretar esas extrañas palabras de Jesús. No se refiere al templo físico, se
refiere a su cuerpo. Los judíos pueden destruirlo, pero él lo reedificará.
Cuaresma y
resurrección
Esto último
explica por qué se ha elegido este evangelio para el tercer domingo. En el
segundo, la Transfiguración anticipaba la gloria de Jesús. Hoy, Jesús repite su
certeza de resucitar de la muerte. Con ello, la liturgia orienta el sentido de
la Cuaresma y de nuestra vida: no termina en el Viernes Santo sino en el
Domingo de Resurrección.
Jesús, nuevo
templo de Dios
Hay otro
detalle importante en el relato de Juan: el templo de Dios es Jesús. Es en él
donde Dios habita, no en un edificio de piedra. Situémonos a finales del siglo
I. En el año 70 los romanos han destruido el templo de Jerusalén. Se ha
repetido la trágica experiencia de seis siglos antes, cuando los destructores
del templo fueron los babilonios (año 586 a.C.). Los judíos han aprendido a
vivir su fe sin tener un templo, pero lo echan de menos. Ya no tienen un lugar
donde ofrecer sus sacrificios, donde subir tres veces al año en peregrinación.
Para los judíos que se han hecho cristianos, la situación es distinta. No deben
añorar el templo. Jesús es el nuevo templo de Dios, y su muerte el único
sacrificio, que él mismo ofreció.
Portentos y
sabiduría (1 Corintios 1,22-25)
En la segunda
lectura aparece también el tema de los prodigios. Pablo, judío de pura cepa,
pero que predicó especialmente en regiones de gran influjo griego, debió
enfrentarse a dos problemas muy distintos. A la hora de creer en Cristo, los judíos pedían portentos, milagros
(como se ha contado en el evangelio), mientras los griegos querían un mensaje
repleto de sabiduría humana. Poder o sabiduría, según qué ambiente. Pero lo que
predica Pablo es todo lo contrario: Cristo crucificado. El colmo de la
debilidad, el colmo de la estupidez. Ninguna universidad ha dado un doctorado
“honoris causa” a Jesús crucificado; lo normal es que retiren el crucifijo.
Pero ese Cristo crucificado es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Quien sienta
la tentación de considerar el mensaje cristiano una doctrina muy sabia
humanamente, digna de ser aceptada y admirada por todos, debe recordar la
experiencia tan distinta de Pablo.
Hermanos:
Los judíos
exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo
crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para
los llamados -judíos o griegos-, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de
Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es
más fuerte que los hombres.
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