9
DE MARZO
-VIERNES –
3ª- SEMANA
DE CUARESMA -B
Sta.
FRANCISCA ROMANA
Lectura del santo evangelio según san Marcos 12, 28 b - 34
En aquel tiempo, un letrado
se acercó a Jesús y le preguntó:
"¿Qué mandamiento es el primero de
todos?" Respondió Jesús:
"El primero es: "Escucha, Israel,
el Señor nuestro Dios es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser".
El segundo es este: "Amarás a tu prójimo
como a ti mismo". No hay mandamiento mayor que estos'.
El letrado replicó:
"Muy bien, Maestro, tienes razón cuando
dices que el Señor es único y no hay otro más que él y hay que amarlo con todo el corazón, con todo el
entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno
mismo vale más que todos los
holocaustos y sacrificios".
Jesús, viendo que había respondido
sensatamente, le dijo:
"No estás lejos del Reino de los
Cielos".
Y nadie se atrevió a
hacerle más preguntas.
1. El judaísmo tenía una ley religiosa tan
complicada, que se componía de 613 mandamientos. En tiempo de Jesús, había teólogos judíos,
como
Shammai, que ni siquiera toleraban que se
pudiera preguntar cuál de esos mandamientos era el principal.
Para los judíos
integristas, todos los mandamientos tenían el mismo valor. En cambio, los
judíos que seguían a Hillel, más liberales, se preguntaban qué mandamiento era
el más importante.
2. Jesús admite la pregunta, o sea Jesús era de
la tendencia más abierta y progresista de su tiempo. Pero, no solo eso, sino que además da la
respuesta afirmando que el principal
mandamiento es el amor a Dios (Dt 6, 4 s).
Y añade que el amor
al prójimo va unido al amor a Dios. Cosa que el letrado acepta y reafirma. Añadiendo que eso vale más que todos los
actos del culto, es decir,
que el amor está antes que la religión (Os 6,
6; Is 1, 11).
3. Hay gente religiosa que le da más valor a la
religión que al amor. Y hay gente que le da más importancia al amor a Dios que
al amor al prójimo. Estas dos cosas son
dos disparates temibles porque justifican actos de extrema violencia. A Dios no
lo ve nadie (Jn 1, 18). Al prójimo lo vemos y lo tenemos cerca.
El amor a Dios y el
amor al prójimo son de tal modo
inseparables, que no es posible amar a Dios si no es a través del amor que le
tenemos al prójimo.
Todo lo que no sea
eso, es un engaño que puede justificar las mayores violencias.
Sta.
FRANCISCA ROMANA
Esposa, madre, viuda y
apóstol seglar.
(año 1440)
Francisca nació en Roma en el
año 1384. Y en cada año, el 9 de marzo, llegan cantidades de peregrinos a
visitar su tumba en el Templo que a ella se le ha consagrado en Roma y a
visitar el convento que ella fundó allí mismo y que se llama "Torre de los
Espejos".
Sus padres eran sumamente ricos y muy creyentes
(quedarán después en la miseria en una guerra por defender al Sumo Pontífice) y
la niña creció en medio de todas las comodidades, pero muy bien instruida en la
religión. Desde muy pequeñita su mayor deseo fue ser religiosa, pero los papás
no aceptaron esa vocación, sino que le consiguieron un novio de una familia muy
rica y con él la hicieron casar.
Francisca, aunque amaba inmensamente a su esposo,
sentía la nostalgia de no poder dedicar su vida a la oración y a la
contemplación, en la vida religiosa. Un día su cuñada, llamada Vannossa, la vio
llorando y le preguntó la razón de su tristeza. Francisca le contó que ella
sentía una inmensa inclinación hacia la vida religiosa pero que sus padres la
habían obligado a formar un hogar. Entonces la cuñada le dijo que a ella le
sucedía lo mismo, y le propuso que se dedicaran a las dos vocaciones: ser unas
excelentes madres de familia, y a la vez, dedicar todos los ratos libres a
ayudar a los pobre y enfermos, como si fueran dos religiosas. Y así lo
hicieron. Con el consentimiento de sus esposos, Francisca y Vannossa se
dedicaron a visitar hospitales y a instruir gente ignorante y a socorrer
pobres. La suegra quería oponerse a todo esto, pero los dos maridos al ver que
ellas en el hogar eran tan cuidadosas y tan cariñosas, les permitieron seguir en
esta caritativa acción. Pronto Francisca empezó a ganarse la simpatía de las
gentes de Roma por su gran caridad para con los enfermos y los pobres. Ella
tuvo siempre la cualidad especialísima de hacerse querer por la gente. Fue un
don que le concedió el Espíritu Santo.
En más de 30 años que Francisca vivió con su
esposo, observó una conducta verdaderamente edificante. Tuvo tres hijos a los
cuales se esmeró por educar muy religiosamente. Dos de ellos murieron muy
jóvenes, y al tercero lo guio siempre, aun después de que él se casó, por el
camino de todas las virtudes.
A Francisca le agradaba mucho dedicarse a la
oración, pero le sucedió muchas veces que estando orando la llamó su marido
para que la ayudara en algún oficio, y ella suspendía inmediatamente su oración
y se iba a colaborar en lo que era necesario. Veces hubo que tuvo que suspender
cinco veces seguidas una oración, y lo hizo prontamente. Ella repetía:
"Muy buena es la oración, pero la mujer casada tiene que concederles
enorme importancia a sus deberes caseros".
Dios permitió que a esta santa mujer le llegaran
las más desesperantes tentaciones. Y a todas resistió dedicándose a la oración
y a la mortificación y a las buenas lecturas, y a estar siempre muy ocupada. Su
familia, que había sido sumamente rica, se vio despojada sus bienes en una
terrible guerra civil. Como su esposo era partidario y defensor del Sumo
Pontífice, y en la guerra ganaron los enemigos del Papa, su familia fue
despojada de sus fincas y palacios. Francisca tuvo que irse a vivir a una
casona vieja, y dedicarse a pedir limosna de puerta en puerta para ayudar a los
enfermos de su hospital. Y además de todo esto le llegaron muy dolorosas
enfermedades que le hicieron padecer por años y años. Ella sabía muy bien que
estaba cosechando premios para el cielo.
Su hijo se casó con una muchacha muy bonita pero
terriblemente malgeniada y criticona. Esta mujer se dedicó a atormentarle la
vida a Francisca y a burlarse de todo lo que la santa hacía y decía. Ella
soportaba todo en silencio y con gran paciencia. Pero de pronto la nuera cayó
gravemente enferma y entonces Francisca se dedicó a asistirla con una caridad
impresionantemente exquisita. La joven se curó de la enfermedad del cuerpo y
quedó curada también de la antipatía que sentía hacia su suegra. En adelante
fue su gran amiga y admiradora.
Francisca obtenía admirables milagros de Dios con
sus oraciones. Curaba enfermos, alejaba malos espíritus, pero sobre todo
conseguía poner paz entre gentes que estaban peleadas y lograba que muchos que
antes se odiaban, empezaran a amarse como buenos amigos. Por toda Roma se
hablaba de los admirables efectos que esta santa mujer conseguía con sus
palabras y oraciones. Muchísimas veces veía a su ángel de la guarda y dialogaba
con él.
Francisca fundó una comunidad de religiosas
seglares dedicadas a atender a los más necesitados. Les puso por nombre
"Oblatas de María", y su casa principal, que existe todavía en Roma,
fue un edificio que se llamaba "Torre de los Espejos". Sus religiosas
vestían como señoras respetables. No tenían hábito especial.
Nombró como superiora a una mujer de toda su
confianza, pero cuando Francisca quedó viuda entró también ella de religiosa, y
por unanimidad las religiosas la eligieron superiora general. En la comunidad
tomó por nombre "Francisca Romana".
Había recibido de Dios la eficacia de la palabra y
por eso acudían a ella numerosas personas para pedirle que les ayudara a
solucionar los problemas de sus familias. El Espíritu Santo le concedió el don
de consejo, por el cual sus palabras guiaban fácilmente a las personas a
conseguir la solución de sus dificultades.
Cuando llegaban las epidemias, ella misma llevaba
a los enfermos al hospital, lo atendía, les lavaba la ropa y la remendaba, y
como en tiempo de contagio era muy difícil conseguir confesores, ella pagaba un
sueldo especial a varios sacerdotes para que se dedicaran a atender
espiritualmente a los enfermos.
Francisca ayunaba a pan y agua muchos días.
Dedicaba horas y horas a la oración y a la meditación, y Dios empezó a concederle
éxtasis y visiones. Consultaba todas las dudas de su alma con un director
espiritual, y llegó a tal grado de amabilidad en su trato, que bastaba tratar
con ella una sola vez para quedar ya amigos para siempre. A las personas que
sabía que hablaban mal de ella, les prodigaba mayor amabilidad.
Estaba gravemente enferma, y el 9 de marzo de 1440
su rostro empezó a brillar con una luz admirable. Entonces pronunció sus
últimas palabras: "El ángel del Señor me manda que lo siga hacia las
alturas". Luego quedó muerta, pero parecía alegremente dormida.
Tan pronto se supo la noticia de su muerte, corrió
hacia el convento una inmensa multitud. Muchísimos pobres iban a demostrar su
agradecimiento por los innumerables favores que les había hecho. Muchos llevaban
enfermos para que les permitieran acercarlos al cadáver de la santa, y así
pedir la curación por su intercesión. Los historiadores dicen que "toda la
ciudad de Roma se movilizó", para asistir a los funerales de Francisca.
Fue sepultada en la iglesia parroquial, y al
conocerse la noticia de que junto a su cadáver se estaban obrando milagros,
aumentó mucho más la concurrencia a sus funerales. Luego su tumba se volvió tan
famosa que aquel templo empezó a llamarse y se le llama aún ahora: La Iglesia
de Santa Francisca Romana.
Cada 9 de marzo llegan numerosos peregrinos a
pedirle a Santa Francisca unas gracias que nosotros también nos conviene pedir
siempre: que nos dediquemos con todas nuestras fuerzas a cumplir cada día los
deberes que tenemos en nuestro hogar, y que nos consagremos con toda la
generosidad posible a ayudar a los pobres y necesitados y a ser
extraordinariamente amables con todos. Santa Francisca: ruégale al buen Dios
que así sea.
He aquí la descripción de una mujer admirable.
"Que las gentes comenten sus muchas buenas obras" (S. Biblia.
Proverbios 31).
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