martes, 16 de octubre de 2018

Párate un momento: El Evangelio del dia 17 DE OCTUBRE - MIÉRCOLES 28ª - SEMANA DEL T.O. – B – San Ignacio de Antioquía



17  DE OCTUBRE  - MIÉRCOLES 
28ª - SEMANA  DEL T.O. – B –

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas (5,18-25):
Si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley. Las obras de la carne están patentes: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, envidias, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, discordias, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que los que así obran no heredarán el reino de Dios. En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí. Contra esto no va la ley.
Y los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu.

Palabra de Dios

Salmo:1,1-2.3.4.6

R/. El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida
Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R/.
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R/.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,42-46):
En aquel tiempo, dijo el Señor:
«¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de legumbres, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto habría que practicar, sin descuidar aquello.
¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y las reverencias por la calle!
¡Ay de vosotros, que sois como tumbas sin señal, que la gente pisa sin saberlo!»
Un maestro de la Ley intervino y le dijo:
«Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros.»
Jesús replicó:
«¡Ay de vosotros también, maestros de la Ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo!»

Palabra del Señor

1.  Lo primero que Jesús les echa en cara a los fariseos es el interés minucioso en el cumplimiento de cosas sin importancia, al tiempo que ni se fijan en lo
más fundamental: la justicia y el amor a Dios. Jesús retrata aquí la perversión (las más de las veces, inconsciente) de los observantes bienintencionados (y
también de los malintencionados, que los hay).
En tiempo de Jesús se trataba del contraste entre el escrupuloso pago del diezmo por las legumbres y el descuido escandaloso de la justicia y, en consecuencia, de la buena relación con Dios.  Ahora se podría hablar del contraste entre la escrupulosa observancia de normas canónicas o litúrgicas, al tiempo que, por ejemplo, hay personas o instituciones religiosas que hacen negocios turbios, por ejemplo, invertir cantidades   importantes en capital financiero, un capital que cuanto más dinero da, sin duda, es que se invierte en negocios turbios, quizá muy turbios.

2.  Jesús les echa en cara también la vanidad ingenua de los que pretenden ser siempre el centro y que la gente los admire y reverencie. Recordando estas
palabras de Jesús, resulta inevitable pensar en no pocos     comportamientos de quienes, basándonos en títulos y cargos religiosos, nos hemos complacido en puestos de honor, reverencias y besamanos, dignidades y otras cosas que ponen en evidencia que no nos basta la   humanidad.  Apetecemos algo de divinidad o, mejor, cierto (inconsciente?) endiosamiento. 
Todo esto, por desgracia, suele ser frecuente en ambientes religiosos y en centros de intelectualidad. ¡Qué ridículo tan pueril!

3.  De los juristas, Jesús denuncia la contradicción ética de quienes han cargado las conciencias con deberes   y exigencias que ellos no cumplen.
Si somos sinceros, en este asunto, nos sorprendemos con las manos manchadas de incoherencias que han sido agresiones demasiado dolorosas para personas  de buena   voluntad.
El fondo del problema está en que la observancia
de los rituales religiosos tiene el peligroso efecto de tranquilizar las conciencias más sucias.

San Ignacio de Antioquía


Fue el tercer obispo de Antioquía, lugar donde se empezó a conocer a los seguidores de Cristo como cristianos. Ignacio fue el primero en llamar a la Iglesia católica. Fue condenado a morir devorado por los leones. Oraba intensamente para que los leones le destrozaran por amor a Dios. Durante el viaje al martirio escribió siete cartas a las Iglesias de Asia Menor
Poco se sabe de la vida familiar de Ignacio de Antioquía. Casi todo lo que hoy se sabe de él proviene de las siete cartas que él mismo escribió mientras era llevado al martirio.
Se dice que él fue el niño al que Jesucristo llamó para invitar a sus apóstoles a hacerse como niños: «Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: Os aseguro que si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos».
Ignacio fue el tercer obispo de Antioquía, situada en Siria. La ciudad era una de las más importantes de toda la cristiandad. Fue allí donde se empezó a llamar cristianos a los discípulos de Cristo. Fue allí también donde Ignacio se refirió a la Iglesia como católica, es decir, universal. Antioquía, en orden de importancia, se situaba solo detrás de Roma y Alejandría. Era una ciudad con gran número de cristianos.
Antioquia era gobernada bajo las órdenes del emperador Trajano, que si bien al principio respetó a los cristianos, posteriormente los persiguió por oponerse a los dioses que él adoraba. Ignacio fue arrestado por negarse a adorar a dichos dioses y por proclamar la existencia de un solo Dios verdadero.
Fue conducido a Roma para ser martirizado. Durante el viaje escribió sus famosas siete cartas, que se pueden dividir en dos grupos. Las primeras seis cartas iban dirigidas a las iglesias de Asia Menor para exhortarlas a mantener la unidad interna y prevenirlas contra las enseñanzas judaizantes, entro otras. La séptima carta está dirigida a la Iglesia de Roma. En ella, les pide que no intercedan por él para salvarle del martirio. Al contrario, les escribió: «Por favor: no le vayan a pedir a Dios que las fieras no me hagan nada. Esto no sería para mí un bien sino un mal. Yo quiero ser devorado, molido como trigo, por los dientes de las fieras para así demostrarle a Cristo Jesús el gran amor que le tengo. Y si cuando yo llegue allá me lleno de miedo, no me vayan a hacer caso si digo que ya no quiero morir. Que vengan sobre mí, fuego, cruz, cuchilladas, fracturas, mordiscos, desgarrones, y que mi cuerpo sea hecho pedazos con tal de poder demostrarle mi amor al Señor Jesús».
En cada parada de viaje aprovechaba para reunirse con los cristianos de la zona, que salían junto con su obispo para escuchar a Ignacio y recibir su bendición.
Al llegar a Roma, fue conducido al Coliseo donde fue echado a la tierra para ser devorado por las fieras. Las autoridades soltaron dos leones hambrientos que destrozaron a Ignacio, otorgándole la gloriosa corona del martirio que tanto ansiaba por amor a Jesucristo. San Ignacio murió en el año 107. Sus restos fueron trasladados de nuevo a Antioquía.

José Calderero @jcalderero


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