11 DE OCTUBRE
- JUEVES –
27ª - SEMANA DEL T.O. – B –
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas (3,1-5):
¡Insensatos
gálatas! ¿Quién os ha embrujado? ¡Y pensar que ante vuestros ojos presentamos
la figura de Jesucristo en la cruz! Contestadme a una sola pregunta:
¿recibisteis el Espíritu por observar la ley o por haber respondido a la fe?
¿Tan estúpidos sois? ¡Empezasteis por el espíritu para terminar con la carne!
¡Tantas magníficas experiencias en vano! Si es que han sido en vano. Vamos a
ver: Cuando Dios os concede el Espíritu y obra prodigios entre vosotros, ¿por
qué lo hace? ¿Porque observáis la ley o porque respondéis a la fe?
Palabra de Dios
Salmo: Lc 1,69-70.71-72.73-75
R/. Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado a su pueblo
Nos ha
suscitado una fuerza de salvación
en la
casa de David, su siervo,
según lo
había predicho desde antiguo
por boca
de sus santos profetas. R/.
Es la
salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la
mano de todos los que nos odian;
realizando
la misericordia
que tuvo
con nuestros padres,
recordando
su santa alianza y el juramento
que juró
a nuestro padre Abrahán. R/.
Para
concedernos que, libres de temor,
arrancados
de la mano de los enemigos,
le
sirvamos con santidad y justicia,
en su
presencia, todos nuestros días. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,5-13):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a los discípulos:
«Si alguno de vosotros
tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame
tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que
ofrecerle.” Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta
está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para
dártelos.” Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se
los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará
cuanto necesite.
Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y
hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla,
y al que llama se le abre. - ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide
pan, le dará una piedra? - ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? - ¿O si
le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a
vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a
los que se lo piden?»
Palabra del Señor
1. A
continuación de la oración del "Padre nuestro", Lucas coloca la
enseñanza de Jesús sobre la oración de petición. Al explicar este asunto, Jesús
pone
como ejemplo la petición que hace un pobre.
Tenía que ser un pobre de solemnidad aquel hombre que no tenía ni un pan
para ofrecer al amigo que llega a horas intempestivas. Con lo cual Jesús está
diciendo que la oración es eficaz cuando lo que se pide es necesario de
verdad. Lógicamente, Jesús no
compromete la generosidad del Padre para algo que no sea enteramente necesario,
en cualquier caso. - ¿Qué puede ser eso?
2. Jesús
promete con seguridad que la oración es indefectible solamente cuando al Padre
le pedimos que nos dé el Espíritu Santo. Solo tenemos garantizado el don del
Espíritu. Pero, como bien sabemos, eso es lo que a mucha gente no le interesa,
ni le preocupa, ni probablemente le viene bien.
Porque es claro que hay personas, que, si tuvieran algo del Espíritu de
Dios, no desearían lo que desean, no buscarían lo que buscan y, en definitiva,
no serían como son.
3. En
resumen, lo que Jesús nos enseña es que el Espíritu Santo es lo que tiene que
centrar y orientar nuestros deseos, nuestras aspiraciones y nuestras
esperanzas. Sobre todo, nuestros
deseos. Porque el deseo es la fuerza que
determina nuestras vidas. Cada cual es lo que desea. Por eso, el último
mandamiento del Decálogo no prohíbe una
"acción" (matar, mentir, robar), sino el "deseo" de todo
cuanto nos deshumaniza o de todo cuanto
deshumaniza a los demás. Sobre todo, el deseo de los bienes del prójimo (Ex 20,
17).
Porque ahí y en eso está la raíz de la
violencia (René Girard).
San Juan XXIII papa
Angelo Giuseppe Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il
Monte, diócesis y provincia de Bérgamo, el cuarto de trece hermanos. Ese mismo
día fue bautizado. En la parroquia, bajo la guía del excelente sacerdote don
Francesco Rebuzzini, recibió una impronta eclesiástica imborrable, que le
sirvió de apoyo en las dificultades y de estímulo en las tareas apostólicas.
Recibió la confirmación y la primera comunión en 1889; en 1892
ingresó en el Seminario de Bérgamo, donde estudió humanidades, filosofía y
hasta el segundo año de teología. Allí, con catorce años, empezó a redactar
unos apuntes espirituales que le acompañaron, de una u otra forma, a lo largo
de su vida, y que fueron recogidos en Diario de un alma. También desde entonces
practicaba con asiduidad la dirección espiritual. El 1 de marzo de 1896, el
padre espiritual del Seminario de Bérgamo, don Luigi Isacchi, lo admitió en la
Orden Franciscana Seglar, cuya regla profesó el 23 de mayo de 1897.
De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio Seminario Romano, gracias a
una beca de la diócesis de Bérgamo para seminaristas aventajados. En este
tiempo, hizo también un año de servicio militar. Fue ordenado sacerdote el 10
de agosto de 1904 en la Iglesia de Santa María in Monte Santo, en la Piazza del
Popolo de Roma. En 1905 el nuevo Obispo de Bérgamo, mons. Giacomo Maria Radini
Tedeschi, lo nombró su secretario, cargo que desempeñó hasta 1914, acompañando
al Obispo en las visitas pastorales y colaborando en múltiples iniciativas
apostólicas: Sínodo, redacción de la publicación mensual “La vita diocesana”,
peregrinaciones, obras sociales. También era profesor de historia, patrología y
apologética en el Seminario. En 1910, en la reordenación de los Estatutos de la
Acción Católica, el Obispo le confió la sección V (las mujeres católicas).
Colaboró con el diario católico de Bérgamo, fue predicador asiduo, profundo y
eficaz.
Durante estos años tuvo la oportunidad de conocer en profundidad a
los santos pastores, San Carlos Borromeo (del que publicó las Actas de la
visita apostólica realizada a Bérgamo en 1575), San Francisco de Sales y el
entonces Beato Gregorio Barbarigo. Fueron años en los que adquirió una gran
experiencia pastoral al lado del Obispo mons. Radini Tedeschi. Cuando murió el
Obispo en 1914, Don Angelo siguió como profesor del Seminario y dedicándose a
las diversas actividades pastorales, sobre todo la asociativa.
Cuando en 1915 Italia entró en la guerra, fue movilizado como
sargento de sanidad. El año siguiente pasó a ser capellán castrense en los
hospitales militares de retaguardia y coordinador de la asistencia espiritual y
moral a los soldados. Al terminar la guerra, fundó la “Casa del estudiante”,
dedicada a la pastoral estudiantil. En 1919 fue nombrado director espiritual
del Seminario.
En 1921 comenzó la segunda parte de su vida, al servicio de la Santa
Sede. Llamado a Roma por Benedicto XV como Presidente para Italia del Consejo
central de la Pontificia Obra para la Propagación de la Fe, recorrió muchas
diócesis italianas para organizar los Círculos Misioneros. En 1925 Pío XI lo
nombró Visitador Apostólico para Bulgaria, elevándolo al episcopado con el
título de Areópolis. Eligió como lema episcopal “Oboedientia et pax”, programa
que siempre le acompañó.
Ordenado Obispo el 19 de marzo de 1925 en Roma, marchó a Sofía el 25
de abril. Nombrado posteriormente primer Delegado Apostólico, estuvo en
Bulgaria hasta finales de 1934, visitando las comunidades católicas, cultivando
relaciones respetuosas con las demás comunidades cristianas. Actuó con
solicitud caritativa durante el terremoto de 1928. Sufrió en silencio
incomprensiones y dificultades de un ministerio caracterizado por la pastoral
de pequeños pasos. Se perfeccionó en la confianza y el abandono a Jesús
Crucificado.
El 27 de noviembre de 1934 fue nombrado Delegado Apostólico en
Turquía y Grecia. El nuevo campo de trabajo era vasto y la Iglesia católica
estaba presente en muchos ámbitos de la joven república turca, que se estaba
renovando y organizando. Su ministerio con los católicos fue intenso, y se
distinguió por un talante de respeto y diálogo con el mundo ortodoxo y
musulmán.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, estaba en Grecia, que quedó
devastada por los combates. Intentó recabar información sobre los prisioneros
de guerra y puso a salvo a muchos judíos sirviéndose del “visado de tránsito”
de la Delegación Apostólica. El 6 de diciembre de 1944 Pío XII lo nombró Nuncio
Apostólico en París.
Durante los últimos meses de la contienda y los primeros de la paz,
ayudó a los prisioneros de guerra y se preocupó por la normalización de la
organización eclesiástica de Francia. Visitó los santuarios franceses,
participó en las fiestas populares y en las manifestaciones religiosas más
significativas. Estuvo atento, con prudencia y confianza, a las nuevas
iniciativas pastorales del episcopado y del clero de Francia. Siempre se
caracterizó por la búsqueda de la simplicidad del Evangelio, incluso cuando
trataba los más complejos asuntos diplomáticos. El deseo pastoral de ser
sacerdote en cualquier circunstancia lo sostenía. Y una sincera piedad, que se
transformaba cada día en un prolongado tiempo de oración y de meditación, lo
animaba.
El 12 de enero de 1953 fue creado Cardenal y el 25 promovido al
Patriarcado de Venecia. Estaba contento de poder dedicarse los últimos años de
su vida al ministerio directo de la cura de almas, deseo que siempre le
acompañó desde que se ordenó sacerdote. Fue pastor sabio y emprendedor, a
ejemplo de los santos pastores que siempre había venerado: San Lorenzo
Justiniani, primer Patriarca de Venecia, y San Pío X. Con los años, crecía su
confianza en el Señor, que se manifestaba en una entrega pastoral activa,
dinámica y alegre.
Tras la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958,
y tomó el nombre de Juan XXIII. En sus
cinco años como Papa, el mundo entero pudo ver en él una imagen auténtica del
Buen Pastor. Humilde y atento, decidido y valiente, sencillo y activo,
practicó los gestos cristianos de las obras de misericordia corporales y
espirituales, visitando a los encarcelados y a los enfermos, acogiendo a
personas de cualquier nación y credo, comportándose con todos con un admirable
sentido de paternidad. Su magisterio social está contenido en las Encíclicas
Mater et magistra (1961) y Pacem in terris (1963).
Convocó el Sínodo Romano, instituyó la Comisión para la revisión del
Código de Derecho Canónico, convocó el Concilio Ecuménico Vaticano II. Como
Obispo de la diócesis de Roma, visitó parroquias e iglesias del centro
histórico y de la periferia. El pueblo veía en él un rayo de la benignitas
evangelica y lo llamaba “el Papa de la bondad”. Lo sostenía un profundo
espíritu de oración; siendo el iniciador de la renovación de la Iglesia,
irradiaba la paz de quien confía siempre en el Señor. Se lanzó decididamente
por los caminos de la evangelización, del ecumenismo, del diálogo con todos,
teniendo la preocupación paternal de llegar a sus hermanos e hijos más
afligidos.
Murió la tarde del 3 de junio de 1963, al día siguiente de
Pentecostés, en profundo espíritu de abandono a Jesús, deseando su abrazo,
rodeado por la oración unánime de todo el mundo, que parecía haberse reunido en
torno a él, para respirar con él el amor del Padre.
Juan XXIII fue declarado beato por el Papa Juan Pablo II el 3 de
septiembre de 2000 en la Plaza de San Pedro, durante la celebración del Gran
Jubileo del año 2000.
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