30 DE OCTUBRE
- MARTES –
30ª - SEMANA DEL T.O. – B –
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (5,21-33):
Sed
sumisos unos a otros con respeto cristiano. Las mujeres, que se sometan a sus
maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo
es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la
Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.
Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia.
Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño
del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin
mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada.
Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos
suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado
su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la
Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. «Por eso abandonará el hombre a su
padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.» Es
éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. En una palabra,
que cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete
al marido.
Palabra de Dios
Salmo: 18,2-3.4-5
R/. Dichosos los que temen al Señor
Dichoso el
que teme al Señor
y sigue
sus caminos.
Comerás
del fruto de tu trabajo,
serás
dichoso, te irá bien. R/.
Tu mujer,
como parra fecunda,
en medio
de tu casa;
tus
hijos, como renuevos de olivo,
alrededor
de tu mesa. R/.
Esta es la
bendición del hombre que teme al Señor.
Que el
Señor te bendiga desde Sión,
que veas
la prosperidad de Jerusalén
todos los
días de tu vida. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (13,18-21):
En aquel
tiempo, decía Jesús:
«- ¿A qué se parece el reino de Dios?
- ¿A qué lo compararé?
Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en
su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas.»
Y añadió:
« - ¿A qué compararé el
reino de Dios?
Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres
medidas de harina, hasta que todo fermenta.»
Palabra del Señor
1. Las
parábolas del grano de mostaza y de la levadura no se refieren directamente al
éxito y el triunfo final del Reino de Dios, que llegará a ser un árbol grande y
acogedor y que terminará transformando la masa entera. Estas dos parábolas no
tienen su centro y clave de explicación en el resultado fina sino en el medio o
procedimiento con el que se podrá alcanzar ese final feliz.
2. Ahora
bien, el procedimiento mediante el cual el Reino de Dios puede crecer y así
transformar la masa entera de este mundo no es lo visible, sino lo invisible.
No es lo que brilla y luce, sino lo que se
oculta y desaparece, porque la pequeñez del grano de mostaza tiene que ser sembrada y sepultada debajo
de tierra. De la misma manera que la levadura tiene que perderse en la masa y
fundirse con ella.
Solamente desapareciendo es como grano de mostaza
y la levadura transforman, dan vida, crecen y
maduran.
Los afanes de subir, ser notorio, trepar no
hacen bien a nadie, sino que, a lo más que se llega, es a engañar o
sencillamente teatralizar la vida, la religión
y
la fe.
3. Jesús
no elogia aquí la humildad, la pequeñez o la sencillez. Es decir, Jesús no
elogia aquí esas virtudes cristianas. Lo que Jesús afirma y exige es la laicidad.
Porque reconoce y enseña que cuando el grano de mostaza se funde con la tierra; y cuando la
levadura se funde con la masa, entonces es cuando producen su fruto o causan su
efecto.
Las religiones tienen la tendencia de destacar
su presencia en la sociedad, a situarse por encima de las instituciones civiles,
y a dictar las normas y valores que deben regir la vida y la convivencia social.
Porque "lo sagrado" es considerado como la última referencia a la que
se tiene que subordinar "lo profano", "lo civil" y "lo
laico".
Lo que así se consigue -si es que se consigue-
es dominar en la sociedad, pero no
transformar la sociedad. Pero Jesús no
quiere que el cristianismo sea un principio de nación, sino una fuerza de transformación.
San Marcelo de León
En Tánger, de Mauritania, pasión de san Marcelo, centurión, que
el día del cumpleaños del emperador, mientras los demás sacrificaban, se quitó
las insignias de su función y las arrojó al pie de los estandartes, afirmando
que por ser cristiano no podía seguir manteniendo el juramento militar, pues
debía obedecer solamente a Cristo, e inmediatamente fue degollado, consumando
así su martirio.
Marcelo fue un Centurión que, según parece, pertenecía a la Legio VII
Gemina y el lugar de los hechos bien pudo ser la ciudad de León.
Su proceso tuvo lugar en dos pasos: primero en España, ante el
presidente o gobernador Fortunato (28 de Julio del 298) y en Tánger el
definitivo, ante Aurelio Agricolano (30 de Octubre del mismo año).
Fortunato envió a Agricolano el siguiente texto causa del juicio
contra Marcelo: «Manilio Fortunato a Agricolano, su señor, salud. En el
felicísimo día en que en todo el orbe celebramos solemnemente el cumpleaños de
nuestros señores augustos césares, señor Aurelio Agricolano, Marcelo, centurión
ordinario, como si se hubiese vuelto loco, se quitó espontáneamente el cinto
militar y arrojó la espada y el bastón de centurión delante de las tropas de
nuestros señores».
Ante Fortunato, Marcelo explica su actitud diciendo que era cristiano
y no podía militar en más ejército que en el de Jesucristo, hijo de Dios
omnipotente.
Fortunato, ante un hecho de tanta gravedad, creyó necesario
notificarlo a los emperadores y césares y enviar a Marcelo para que lo juzgase
su superior, el viceprefecto Agricolano. En Tánger, y ante Agricolano, se lee a
Marcelo el acta de acusación, que él confirma y acepta, por lo que es condenado
a la decapitación.
La leyenda -no necesariamente falsa- abunda en algunos detalles que,
si bien no son necesarios para el esclarecimiento del hecho, sí lo explicita, o
al menos lo sublima para estímulo de los cristianos. Así, se añade la
puntualización de que se trataba de un acto oficial y solemne en que toda la
tropa militar estaba dispuesta para ofrecer sacrificios a los dioses paganos e
invocar su protección sobre el Emperador.
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