miércoles, 15 de enero de 2020






18  DE ENERO – SÁBADO –
1ª – SEMANA DEL T.O. – A - SANTA  MARGARITA DE HUNGRÍA

Lectura del primer libro de Samuel (9,1-4.17-19; 10,1a):

Había un hombre de Loma de Benjamín, llamado Quis, hijo de Abiel, hijo de Seror, hijo de Becorá, hijo de Afiaj, benjaminita, de buena posición. Tenía un hijo que se llamaba Saúl, un mozo bien plantado; era el israelita más alto: sobresalía por encima de todos, de los hombros arriba.
A su padre Quis se le habían extraviado unas burras; y dijo a su hijo Saúl:
«Llévate a uno de los criados y vete a buscar las burras.»
Cruzaron la serranía de Efraín y atravesaron la comarca de Salisá, pero no las encontraron.
Atravesaron la comarca de Saalín, y nada. Atravesaron la comarca de Benjamín, y tampoco.
Cuando Samuel vio a Saúl, el Señor le avisó:
«Ése es el hombre de quien te hablé; ése regirá a mi pueblo.»
Saúl se acercó a Samuel en medio de la entrada y le dijo:
«Haz el favor de decirme dónde está la casa del vidente.»
Samuel le respondió:
«Yo soy el vidente.
Sube delante de mí al altozano; hoy coméis conmigo, y mañana te dejaré marchar y te diré todo lo que piensas.»
Tomó la aceitera, derramó aceite sobre la cabeza de Saúl y lo besó, diciendo:
«El Señor te unge como jefe de su heredad. Tú regirás al pueblo del Señor y lo librarás de la mano de los enemigos que lo rodean.»

Palabra de Dios

Salmo: 20,2-3.4-5.6-7

R/. Señor, el rey se alegra por tu fuerza

Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
¡y cuánto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios. R/.

Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término. R/.

Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia. R/.

Lectura del santo evangelio según san Marcos (2,13-17):

En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del lago; la gente acudía a él, y les enseñaba.
Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
«Sígueme.»
Se levantó y lo siguió.
Estando Jesús a la mesa en su casa, de entre los muchos que lo seguían un grupo de publicanos y pecadores se sentaron con Jesús y sus discípulos.
Algunos escribas fariseos, al ver que comía con publicanos y pecadores, les dijeron a los discípulos:
«¡De modo que come con publicanos y pecadores!»
Jesús lo oyó y les dijo:
«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»

Palabra del Señor

1.  Muchos cristianos no han pensado suficientemente en un hecho, que se menciona en los evangelios, y que resulta sencillamente asombroso. Se trata de las comidas de Jesús con gentes de mala fama, de pésima reputación y de muy baja categoría en todos los aspectos de la vida. En las sociedades actuales hay muchas maneras de expresar el máximo reconocimiento hacia una persona y la posición social que ocupa. En la Antigüedad, el acto central de la vida social, y del reconocimiento humano, era el banquete (Simposio). Incluso el sitio que cada comensal ocupaba en la mesa era un criterio determinante de la importancia que se le otorgaba a la persona. Además, téngase en cuenta que el Simposio o Banquete no se reducía al hecho biológico de "comer", sino que era sobre todo el acto social de "compartir la misma comida".
La cuestión capital no era la "comida", sino la "comensalía". Así lo explicaron los grandes escritores que analizaron este asunto. Cf. El Banquete de Platón, el de Jenofonte, etc. (Dennis E. Smith).

2.  Así las cosas, lo más llamativo es que los relatos de "comidas compartidas", que más destacan los evangelios, son las celebraciones de "comensalía" de Jesús con "publicanos", "pecadores" y "pobres".
El capítulo 15 de Lucas es elocuente hasta el límite: todo termina con un gran "Simposio" de fiesta con el pecador extraviado. Y esto, como respuesta a la acusación de que Jesús "comía con publicanos y pecadores" (Lc 15, 1-2).

3.  Hace cerca de 50 años, se publicó en Alemania un libro que, después de tanto tiempo, se sigue editando. Lo que indica que a la gente le interesa. En todo caso, se trata de un auténtico "Bestseller" sobre la verdadera humanidad de Jesús. Su autor, Adolf Holl, un sacerdote austriaco, suspendido por Roma para
ejercer el ministerio, hace no pocas afirmaciones exageradas e inadmisibles para la ortodoxia católica. Pero tuvo la libertad y el atrevimiento de destacar
una cuestión esencial, a saber: cómo Jesús rompió con el modelo de sociedad en que nació. Y eso fue determinante para abrir nuevos horizontes a "otra cultura". Jesús vivió con "malas compañías" (Jesus in schlechter Gesellschaft): comer y beber con los excluidos de la sociedad es afirmar que tenemos que vivir la religiosidad desde un modelo distinto. Que no es el modelo de la degeneración, sino el de la regeneración en la unión y el amor con todos los seres humanos.

SANTA  MARGARITA DE HUNGRÍA


Los reyes Bela IV y su mujer María de Lascaris, padres de Margarita, antes de nacer su hija en 1242, la habían ofrecido a Dios por la liberación de Hungría de los tártaros, prometiendo dedicar a su divino servicio en un monasterio a la primera hija que les naciera. El rey Bela, confiando en el Señor, juntó el mayor ejercito que le fue posible y, al frente de él, salió contra aquellos enemigos, muy superiores en número y envalentonados con anteriores victorias. Al primer encuentro, los dejó vencidos y huyendo a su tierra. La calma volvió a sus dominios.
Poco tiempo después nació una niña a la que pusieron el nombre de Margarita. Con dolor, pero movidos por el amor de Dios, sus padres cumplen la promesa y confían su hija de cuatro años a las dominicas del monasterio de Veszprem, recientemente fundado. La niña, a medida que crece, va adquiriendo los hábitos de la contemplación.
En 1254, a sus doce años, Santa Margarita de Hungría hace profesión solemne en manos de Fray Humberto de Romanis, Maestro de la Orden, que volvía del capítulo general celebrado en Buda, ciudad principal de aquel reino.
Los reyes, sus padres, contentos de ver a su hija tan feliz en el monasterio, edificaron para ella otro convento en una isla formada por el gran río Danubio y lo dotaron como convenía. Veinte años tenía Margarita cuando, con otras insignes religiosas que la acompañaron, se trasladó al nuevo convento, implantando una vida de rígida observancia.
Al rey su padre, que la amaba tiernamente, le suplicaba que favoreciese a las iglesias, que amparase a viudas y a huérfanos, que hiciese limosnas a los pobres y los defendiese. Y así lo hacía el buen rey.
Como esta caridad, asimismo era grande su pureza. Por costumbres cortesanas, la pretendieron por esposa el Duque de Polonia, y los reyes de Bohemia y de Sicilia, haciéndole ver que obtendría la dispensa de los votos y que su enlace con dichos príncipes sería como un pacto de paz y de alianza entre los reinos. De negarse, sobrevendrían discordias y guerras. Ella se negó rotundamente: Se había consagrado al Señor como esposa y con nueva consagración y bendición se había velado en manos del arzobispo de Estrogenia un día de Pascua del Espíritu Santo.
Santa Margarita de Hungría murió el 18 de enero de 1270 estando presentes muchos religiosos de la Orden. Recibió los sacramentos y rezando el salmo In te, Domine, speravi, al llegar al versículo In manus tuas, su alma voló al cielo a la edad de 30 años.
Pío XII la invocaba en su canonización el 19 de noviembre de 1943 como mediadora de la tranquilidad y de la paz fundadas en la justicia y la caridad de Cristo, no sólo para su patria, sino para el mundo entero.

Semblanza espiritual
Tomando conciencia de su extraordinaria misión, la joven princesa Margarita de Hungría se dedicó con fervor a recorrer el camino de la perfección. La ascesis conventual del silencio, soledad, oración y penitencia se armonizaron con un celo ardoroso por la paz, con un gran valor para denunciar las injusticias y con una gran cordialidad con sus compañeras a las que servía con gozo en los más humildes quehaceres. Su vida de piedad se cualificaba por la devoción al Espíritu Santo, a Jesús crucificado, a la Eucaristía y a María.

Amar a Dios, no despreciar ni juzgar a nadie, estas razones se fijaron en el corazón de la santa princesa. Salió de esta doctrina tan gran maestra, que cuanto trataba y pensaba era amar a Dios y estimar a los otros; sobre este fundamento levantó el edificio de la virtud y perfección. De la virtud de humildad hizo provisión; en el monasterio no había persona más humilde y sencilla que Margarita. Vivió sujeta a la voluntad de sus prelados, la voluntad ajena era la suya.


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